Por Justo J. Watson.-

Más allá de viejas fidelidades mafiosas resistiendo desde sus privilegios o de años turbulentos por venir, la novedad libertaria entró como una cuña… y llegó para quedarse.

En tanto sociedad pero principalmente en tanto élite intelectual y cultural que precede al resto, queda el deber de desasnarnos en el cúmulo de ignorancias que alimentan nuestros prejuicios sobre lo que esta corriente de pensamiento en realidad es.

Antes, convendría un breve pantallazo de contexto que nos ubique en tiempo y espacio. Como que, tras 40 años ininterrumpidos de ensayos cívicos, un abrumador 72% de los argentinos afirma no estar satisfecho con el sistema democrático. Y que a un 50% no le molestaría migrar a “otro sistema” si este le garantizase prosperidad económica. Además, el 87% de la población no considera de su interés los temas debatidos en el Congreso ni confía en la vocación desinteresada de servicio de los legisladores mientras que un 72% no cree que el Poder Judicial sea un órgano independiente e imparcial.

Todo lo cual muestra un enorme grado de disconformidad de la ciudadanía para con “el Estado” en sus 3 ramas.

Ubicados en tal marco, sabemos que los jóvenes sub 40 que vienen marchando ya son mayoría poblacional. Y que libran hoy contra sus familiares de más edad una batalla cultural en rebeldía que puede resumirse en el deseo de vivir un nuevo emprendedorismo con aceptación de responsabilidad individual y orgullo de logro, en lugar de seguir aportando al rebaño irresponsable de planeros parásitos y funcionarios improductivos. Es decir, en querer apostar a la esperanza libertaria de capitalismo y progreso honesto antes que a la resignación estatista y sus viejos modos corruptos.

La propia inercia demográfica tenderá a la agudización de este cambio en la tectónica social, elección tras elección.

El resquebrajamiento de la fe democrática, de la creencia en la virtud del Estado y del propio patriotismo nacionalista (reducido a ser representado, apenas, por el fútbol) abren una puerta a la consideración de propuestas libertarias más avanzadas, siempre basadas en un fuerte respeto a los proyectos de vida del prójimo en un contexto de no agresión impositiva ni reglamentaria, con irrestrictos derechos a la vida, a las libertades personales y a la propiedad privada. Derechos naturales sobre los que se asientan todos los demás derechos, más allá de cansadoras declaraciones voluntaristas en contrario.

Asumido lo anterior, todo se reduce a entender que “el sistema de la libertad”, la idea libertaria o anarcocapitalista, apunta en el largo plazo (varias generaciones de reformas) a la migración hacia una comunidad de base contractual (voluntaria), más meritocrática, sin privilegios y de absoluta igualdad, aunque únicamente ante la ley.

Apunta, en definitiva, al surgimiento de una sociedad de propietarios; vale decir, a un capitalismo sin complejos, de riqueza generalizada y solidario en serio teniendo con qué, donde el concepto “libertad” adquiera la encarnadura popular que le corresponde ya que las opciones materiales que implica sólo son reales llegando a un estadio de bonanza, de muy alta proporción de clases medias acomodadas y casi total ausencia de pobreza.

Es obvio que no hay ascenso social ni libertad real en el pobrismo que hoy nos acorrala; sólo supervivencia y resignación a la esclavitud clientelar.

Solucionado mediante iniciativa privada liberada el problema de la falta de medios, de ingresos insuficientes, de ahorros sólidos y “dinero en el bolsillo”, estarían dadas las condiciones para que caiga el mito en el que fuimos adoctrinados durante generaciones acerca de la necesaria, incuestionable sacrosantidad ética y tributaria de Papá Estado, regulador y proveedor.

Parte de esta fábula ya está cayendo, al compás del descreimiento en “el sistema” que revelan los sondeos de opinión arriba desgranados. Aquí y allá la gente empieza a ver que en verdad… el emperador está desnudo.

A todos nos queda claro que turbulencias de corto y mediano plazo, derivadas del ataque frontal a los privilegios simbióticos de nuestras 3 oligarquías mafiosas (política, sindical y empresauria), podrían demorar el programa filo libertario que hoy se esboza. En modo alguno -creemos- detenerlo ni revertirlo, aunque sólo fuese por las razones generacionales apuntadas.

El puerto final del modelo de gestión comunitaria para una difusión sin trabas del bienestar material, sin violencia impositiva ni Estado autoritario, es sólo un norte teórico que difícilmente llegue en este siglo. Pero que es necesario en tanto utopía deseable (como alguna vez lo fue la propia democracia) ya que para los argentinos que hoy dejamos el muelle para subirnos a la nave del cambio, como pocas veces en la historia, no habrá vientos favorables si no sabemos con claridad hacia dónde vamos.

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