Por Enrique Guillermo Avogadro.-

“La historia muestra que los levantamientos ciudadanos siempre fallan… salvo que el régimen gobernante y sus fuerzas vivan un hundimiento de la voluntad”. Max Hastings

La renovada discusión acerca de las PASO que el cristicamporismo ha instalado con tanta anticipación -están previstas para agosto del año próximo- es una prueba de la resignación ante la dura derrota que descuentan los dirigentes del Frente de Todos (gobernadores, intendentes, gerentes de la pobreza y sindicalistas K). Esa percepción ha transformado al Gobierno en una verdadera centrífuga, algo que se venía viendo desde la renuncia de Martín Guzmán al Ministerio de Economía y a los trabajosos esfuerzos que tuvo que realizar el MemePresidente para intentar su reemplazo por alguien que le respondiera; finalmente, tuvo que aceptar a Sergio Aceitoso Massa, ese aventurero siempre disponible que luchó por encontrar una plataforma de lanzamiento de su propia campaña presidencial desde que pasó a integrar la diminuta mesa del oficialismo.

Y la otra prueba, más contundente, es la forma en que se ha encarado, con la notoria complicidad de los funcionarios del FMI, la renegociación de la deuda externa y la “reperfilación” de la interna para que las bombas estallen durante el próximo período presidencial: mientras que a la actual administración se le tolera una “contabilidad creativa” que le permite grandes dibujos, en 2024 el organismo exigirá un superávit del 2% del PBI. El monumental ajuste que deberá hacerse entonces, servirá para justificar las renovadas toneladas de piedras que arrojarán quienes estarán en el llano, incluyendo a todos aquéllos que lucran con este status quo regulado y corrupto y se niegan a competir en una economía abierta y transparente.

A esta altura, ya es evidente hasta para él mismo que el Aceitoso no ha podido enderezar la tan escorada economía nacional. Tampoco podrá hacerlo en el extenso año que falta para los comicios nacionales porque, desde ahora mismo, Cristina Fernández, cuyo poder mengua a ojos vistas diariamente, lo obligará a seguir gastando para intentar la reelección de Axel Kicillof y sostener su bastión electoral, la Provincia de Buenos Aires, para convertirlo en refugio de la militancia kirchnerista durante la travesía por el desierto. Massa sabe que ha perdido su arriesgada apuesta para convertirse en su candidato presidencial -hoy no tiene ninguno competitivo- en 2023; ilusionado por su juventud, se imagina serlo en 2027.

Con una inflación que este año superará el 100%, esas necesidades personales de la emperatriz hotelera podrían, sin duda, hacer chocar el inexorable iceberg antes del cambio de mando, y no habrá entonces botes suficientes para salvar a todos los integrantes del Frente, incluida ella misma. Cómo reaccionará la ciudadanía -tan hambreada y pauperizada por la gestión del adefesio electoral que inventó Cristina para ganar en 2019- en ese momento crucial aún es una incógnita, ya que la situación es muchísimo peor que la que vivimos en 2001. ¿Estallará con violencia, como sucedió en Santiago de Chile, en Lima, en Quito o en Bogotá? Aún con el mini-ajuste que está ejecutando el Aceitoso, una real sopa de sapos que el kirchnerismo se ve obligado a deglutir todos los días, la situación social está elevando su temperatura. Si la explosión se produce, ¿de qué herramientas dispondrá el Estado para recuperar la paz?

Por su parte, y sin olvidar la positiva ponderación que me merece el trabajo conjunto que están realizando las fundaciones que responden a cada uno de los partidos que integran Juntos por el Cambio, los grandes figurones de la coalición siguen dando que hablar por su temprana tocata por liderazgos que, en este contexto socioeconómico, pueden también naufragar. Salvo excepciones puntuales y muy valiosas, se muestran por completo alejados de las angustias y el hartazgo de la sociedad, no explicitan propuestas esperanzadoras y, así, hacen al conglomerado fácil presa de la antipolítica de derecha e izquierda; que ésta roya también al Frente de Todos no quita que debiera obligar a esos “ombliguistas” de manual a reflexionar acerca de los errores que cometen todos los días.

Todavía no me explico por qué Juntos se comportó de la manera en que lo hizo cuando se votó en Diputados el Presupuesto 2023, la “ley de leyes”, un mamarracho trasnochado de aumento de impuestos, concesiones a los extorsionadores y falsas proyecciones que hubiera cubierto de vergüenza a cualquier Parlamento normal; pero nos hemos acostumbrado tanto a la idea de que nuestros representantes son un grupo de vivillos y ladrones que sólo buscan cuidar la propia que no se produjo cuestionamiento alguna en la sociedad.

Hoy se hará el segundo turno de las elecciones presidenciales en Brasil: un unívoco Jair Bolsonaro y un cambiante Luiz Lula da Silva llegan a él en situación de empate técnico. El actual Presidente ha logrado instalar con fuerza a su movimiento de derecha, a punto tal que ha obtenido 99 escaños en la Cámara de Diputados -tiene 513 miembros- contra sólo 80 del candidato petista, y ha permitido que muchos de sus partidarios accedieran a decisivas gobernaciones estaduales en un país seriamente federal. Ese escenario implica que, cualquiera sea el resultado, no habrá probabilidad alguna de una deriva autoritaria o de un marcado populismo; aún una victoria de Lula desilusionará a los kirchneristas que soñaban no sólo con la reivindicación del lawfare como excusa política sino también con un claro respaldo de éste al socialismo del siglo XXI, saqueador y violador de los derechos humanos en todos los países de la región que lo sufren.

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