Por Hernán Andrés Kruse.-

Giovanni Sartori fue uno de los más relevantes politólogos del siglo XX. Uno de sus libros más importantes es “Teoría de la democracia. El debate contemporáneo”. El título de su primer capítulo invita a leer la obra en su totalidad: “¿Puede la democracia ser cualquier cosa?”.

Escribió Sartori:

“Entre las condiciones para la democracia, la que menos se invoca es que las ideas erróneas sobre la democracia determinan que la democracia funcione mal” (…) “Ciertamente, el concepto de democracia se presta a la multivocidad y a la dispersión. Lo cual se debe, entre otros motivos, a que la democracia es hoy en sentido amplio el nombre de una civilización o, mejor, del producto político final (hasta la fecha) de la civilización occidental. El comunismo y el socialismo pueden asociarse a un solo autor principal-Marx-, y ser considerados como desviaciones, realizaciones (de la teoría), o negaciones de Marx. Un tratamiento similar de la democracia no es factible, ya que no existe el autor, único y destacado, de la obra sobre la democracia. La teoría de la democracia consiste, más bien, en una corriente de discurso que se remonta a Platón y Aristóteles. Lo que no obsta para que dicha corriente central proporcionara a la democracia una identidad hasta el final de la Segunda Guerra Mundial. Hasta entonces cabía poca duda en las mentes de todos sobre el carácter no democrático de los regímenes comunistas y fascistas…A fines de los cuarenta, sin embargo, se afirmó con autoridad que “por vez primera en la historia del mundo no se postulan doctrinas como antidemocráticas. La acusación de antidemocrática-sea la actitud o la actividad-se dirige frecuentemente contra otros, pero los teóricos y los políticos prácticos están de acuerdo en destacar el elemento democrático en las teorías que propugnan y en las instituciones que defienden” (…) “Pero el hecho era, y sigue siendo, que la democracia ha llegado a ser una palabra universalmente honorable” (…) “Debemos procurar que la palabra democracia no se reduzca a una mera trampa” (…) “Hemos sido testigos (en las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial), en cambio, de una escalada sin precedentes en la distorsión terminológica e ideológica cuyo resultado final es evidentemente la ofuscación. Como decía Orwell al respecto, “en el caso de un término como el de democracia no solamente no existe una definición aceptada por todos, sino que el intento de formularla encuentra resistencia por todas partes. Los defensores de cualquier tipo de régimen pretenden que es una democracia y temen tener que dejar de usar la palabra si se sintieran atados por un significado cualquiera” (…).

“El hecho es que durante los últimos tiempos hemos ido perdiendo una corriente central de la teoría de la democracia” (…) “Si cada uno dice ser demócrata y la democracia tiene que ser cada vez más un concepto omnicomprensivo, más profusión habrá y, en conjunto, mayor confusión conceptual. Sin embargo, varias tendencias intelectuales han sido concomitantes poderosos en la interrupción del principal cauce discursivo sobre la democracia. Entre ellas daré prioridad a la doctrina según la cual las palabras son meras convenciones y todas las definiciones son, en última instancia, arbitrarias y, en consecuencia, sujetas a nuestra libertad de estipulación” (…) “Una segunda corriente intelectual que ha afectado negativamente a la teoría de la democracia es el problema de la exclusión de los valores. La “Wertfreiheit” se presta a tres interpretaciones diferentes. Una primera, moderada, consiste básicamente en la “imparcialidad valorativa”, y pretende separar la evaluación de la descripción. En su segunda versión, extrema, busca un “vacío valorativo” real y requiere, a su vez, un vocabulario esterilizado, limpio de connotaciones laudatorias y despectivas, de términos buenos y malos. La dificultad de llevar a cabo un proyecto de tal naturaleza ha conducido a la “inhibición valorativa”-una tercera versión de la “Wertfreiheit” caracterizada por la reserva o, mejor aún, el temor ante los valores. Aquí los valores no son eliminados, sino sumergidos y convertidos en valores encubiertos, implícitos” (…) “Mi queja respecto a la “Wertfreiheit” es, sin embargo, de distinta índole. Conviene recordar aquí que mi preocupación está relacionada con la “teoría” y, concretamente, con la teoría de la democracia. A este respecto se ha entendido por “Wertfeiheit” la segunda versión, es decir, aquella que exige separar la descripción de la valoración. Me parece bien, salvo que el problema es ahora cómo relacionar ambas una vez separadas y, añadiría, cómo actúan entre sí. Mi queja es, por lo tanto, que la controversia sobre la Wertfreiheit ha perdido de vista, en gran medida, el punto crucial. En su lugar, ha producido una excesiva inhibición respecto a los valores que inexorablemente ha provocado una respuesta, una desmesurada carga valorativa. Consecuentemente, la teoría de la democracia ha oscilado desde un exceso de descriptivismo hacia una defensa exagerada de los valores” (…).

“El enfoque conductista ha generado una “teoría empírica” de la democracia que es verdaderamente un logro nuevo y muy importante. No obstante, este desarrollo plantea problemas que deben ser aún correctamente aprehendidos. El primer punto concierne a la línea de separación entre la teoría empírica y la teoría no empírica. Esta divisoria se encuentra en el “normativismo”, en la distinción entre la teoría no normativa, que es empírica, y la teoría normativa, que no lo es. Pero esta distinción confunde para empezar dos tipos diferentes de normas, a saber, un “normativismo técnico”, medios –fines, de una parte y, de otra, un “normativismo valorativo” (…) “Ahora bien, puesto que la teoría de la democracia ha trabajado durante siglos precisamente en torno a cómo puede articularse un normativismo valorativo en un normativismo técnico, la asombrosa cuestión es: ¿se hizo antes siempre todo mal o hemos situado erróneamente la línea divisoria?”. “Un segundo problema se refiere a la relación entre la corriente central de la teoría de la democracia y la teoría empírica de la democracia” (…) “La teoría de la democracia en cuanto tal es una macroteoría que se apoya de forma considerable en amplias generalizaciones. A la inversa, la investigación que nutre la teoría empírica de la democracia produce microevidencia, en el sentido de que la evidencia es demasiado reducida para las generalizaciones que pretende poner a prueba. Por tanto, ¿cuánta microevidencia es necesaria para corroborar o rectificar una macroteoría? Y lo que es peor: la evidencia empírica resulta de definiciones operacionales muchas de las cuales son un pálido reflejo de sus originales teóricos” (…) “Se admite que encontrar un ajuste entre macroteoría y microevidencia no es un problema fácil de resolver. Entre tanto, habría que advertir que la teoría de la democracia está siendo debilitada por una contra-evidencia que muchas veces no es válida, que realmente no prueba lo que pretende probar” (…) “Bertrand de Jouvenel destacaba ya en 1945 que “las discusiones sobre la democracia, los argumentos en su pro y en su contra, son intelectualmente inútiles porque no sabemos de qué estamos hablando” (…) “Pero Jouvenel había percibido lo que se vislumbraba como consecuencia de la transformación de la democracia en una palabra vacía o, como también puede decirse, en un término omnicomprensivo” (…) “Hasta la década de los cuarenta la gente sabía lo que era la democracia y o bien la deseaba o bien la rechazaba; desde entonces todos decimos que queremos la democracia, pero ya no sabemos lo que es. Vivimos, por tanto, inequívocamente en una época de democracia confusa” (…).

“Democracia es casualmente un vocablo transparente, es decir, una palabra bien sujeta a un significado originario, literal. De ahí que sea fácil definirla verbalmente. Democracia, literalmente, quiere decir “poder del pueblo”, que el poder pertenece al pueblo. Pero ésta no es nada más que una definición vocablo-a-vocablo que se limita a reproducir en un idioma conocido el significado griego del término. Sin embargo, el término democracia “representa” algo. La pregunta no es sólo ¿qué significa? Sino también, y al mismo tiempo, ¿qué es?” (…) “Vemos, pues, que existe un desfase entre la realidad de los hechos y el nombre” (…) “¿Cómo remediar tal estado de cosas?” (…) “En el mundo real, señala Dahl, las democracias son “poliarquías”. Si esto es así, ¿por qué no emplear ese sustantivo (y reservar el de “democracia” para el sistema ideal)? Pero la solución no es tan sencilla” (…) “Un sistema democrático se establece como resultado de presiones deontológicas. Lo que la democracia sea no puede separarse de lo que la democracia debiera ser. Una democracia existe sólo mientras sus ideales y valores la crean” (…) “No cabe duda de que otros sistemas políticos también se sustentan en imperativos y fines valorativos, pero de manera diferente. Los valores del sistema pre-democrático… proporcionaban estabilidad, no dinamismo. Por otro lado, los “Estados-objetivos”, cuyo ejemplo son los Estados comunistas, confían la consecución del valor a una vanguardia, a un grupo cerrado de poder, que define y hace cumplir el objetivo marcado. Las democracias son también, en cierto sentido, Estados-plan… los fines se determinan vía proceso democrático, mediante procedimientos democráticos y a medida que el proceso democrático avanza. De ello se deduce que la democracia está especialmente abierta a, y depende de, la tensión entre hechos y valores. Puede afirmarse, por tanto, que sólo la democracia debe su misma existencia a sus valores. Y ésta es la razón por la que precisamos del término democracia. A pesar de su inexactitud descriptiva, nos ayuda a mantener ante nosotros el ideal: lo que la democracia debiera ser” (…) “Debemos, por tanto, conservar in mente que: a) el ideal democrático no define la realidad democrática y, viceversa, una democracia real no es ni puede ser una democracia ideal; y b) que la democracia resulta de, y es conformada por, las interacciones entre sus ideales y su realidad, el empuje del deber y la resistencia del es”.

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