Por Hernán Andrés Kruse.-

Friedrich A. Hayek comienza el capítulo primero (“Razón y evolución”) del primer volumen de su obra “Derecho, legislación y libertad” considerando que hay dos maneras de analizar la actividad del ser humano.

Escribió Hayek: “Hay dos modos de considerar la actividad humana, cada uno de los cuales lleva a conclusiones muy diferentes, tanto en lo que se refiere a la explicación de dicha actividad como a la posibilidad de introducir en ella cambios deliberados. El primero de dichos enfoques se basa en concepciones cuya falsedad puede demostrarse, pero que resultan tan lisonjeras a la vanidad humana que han logrado ejercer gran influencia” (…) “El otro, cuyos contenidos básicos apenas nadie discute cuando se establecen de manera abstracta, lleva en ciertos aspectos a conclusiones tan poco gratas que pocos son los que se hallan dispuestos a alcanzar las últimas consecuencias”. “El primer camino nos proporciona la sensación de disponer de un ilimitado poder en cuanto al logro de nuestros objetivos, mientras que el segundo, al poner de relieve los límites de nuestro comportamiento deliberado, nos obliga a reconocer la inanidad de algunas de nuestras actuales esperanzas”.

“Sostiene el primero de dichos enfoques que las instituciones sólo servirán los propósitos que el hombre propugna si han sido deliberadamente creadas a tal fin; entiende que, en muchas ocasiones, la simple existencia de una institución es sobrada prueba de haber sido creada con determinada intención. Asevera finalmente que procede en cualquier caso remodelar la sociedad y sus instituciones de modo que todos nuestros actos queden orientados al logro de unos fines conocidos” (…) “La subyacente idea de que toda institución beneficiosa es fruto de la intencionalidad, y que sólo tal intencionalidad la hace o puede hacerla adecuada a nuestros propósitos, es en gran medida errónea” (…) “Justamente en el momento en que la humanidad empezaba a emanciparse de dicha errónea concepción vino a reavivarla el apoyo de una influyente filosofía que, supuestamente encaminada a liberar al espíritu de falsos prejuicios, llegó a convertirse en la línea de pensamiento que dominó el Siglo de las Luces”.

“El otro modo de ver las cosas, que desde la antigüedad había venido progresando lentamente, se vio durante algún tiempo casi totalmente paralizado por el mayor atractivo de la tesis constructivista. La ordenación de la sociedad, que tan eficazmente potencia la capacidad individual, no es, según este segundo supuesto, fruto exclusivo del nacimiento de instituciones y prácticas proyectadas a tal fin, sino resultado también, en gran parte, de un proceso denominado en un principio “desarrollo” y más tarde “evolución”, mediante el cual ciertos comportamientos, adoptados por otras razones, o surgidos incluso de modo meramente accidental, prevalecieron porque aseguraron la primacía sobre los demás grupos humanos de aquel en cuyo seno surgieron” (…).

“El gran pensador de quien recibieron su expresión más completa las ideas básicas de lo que llamaremos “racionalismo constructivista” fue Renato Descartes” (…) “Aunque la preocupación fundamental de Descartes fue la de establecer criterios de certeza para las proposiciones, resultó inevitable que sus seguidores aplicasen esos mismos criterios al enjuiciamiento de la adecuidad y justificabilidad de la acción. La “duda radical” que inducía a Descartes a rechazar todo aquello que no pudiese ser lógicamente derivado de premisas “claras” y “distintas”, y por tanto indudables, puso en tela de juicio la validez de cuantas normas de conducta no pudieran ser de tal manera justificadas” (…) “Siguiendo los criterios cartesianos, el rechazo como “simple opinión” de cuanto no podía ser demostrado como verdadero se convirtió así en la característica esencial del movimiento iniciado por el autor del “Discurso del Método”.

“Dado que para Descartes la razón consistía en la deducción lógica derivada de premisas explícitas, pasaron a ser actos racionales únicamente los determinados por una verdad conocida y evidenciable. Resultó casi inevitable concluir que sólo lo que en el apuntado sentido resultara justificable debería inspirar la acción acertada; y que todo aquello a lo que el hombre debe el avance de la civilización tenía que ser producto del razonamiento así entendido” (…) “Tal llegó a ser la actitud característica del constructivismo cartesiano, con su característico desprecio por la tradición, la costumbre y la experiencia histórica. Sólo mediante la razón puede el hombre atreverse a acometer la edificación de una sociedad nueva” (…) “La moral, la religión y el derecho, el lenguaje y la escritura, la moneda y el mercado fueron así considerados creación deliberada de alguien o, por lo menos en lo que de positivo pudieran ofrecer, fruto de un designio explícito. Esta explicación intencionalista o pragmática de la historia encontró su más plena expresión en la idea, sugerida por Hobbes y elaborada por Rousseau, discípulo de Descartes en muchos aspectos, de que la sociedad es fruto de un contrato previo” (…).

“A la expuesta concepción filosófica cabe atribuir la hoy todavía manifiesta preferencia por lo que se realiza de manera “consciente” o “deliberada”, y de ella toma también el término “irracional” el sentido peyorativo que le caracteriza” (…) “El supuesto básico sobre el que se apoya la idea de que lo que ha permitido al hombre dominar el medio que le rodea ha sido sobre todo su capacidad de desarrollar deducciones lógicas a partir de premisas explícitas es, sin embargo, fácticamente erróneo, y cualquier intento de limitar nuestra actividad exclusivamente a aquello que mediante dicha metodología pueda ser justificado nos privaría de la mayor parte de los medios más efectivos de que disponemos en orden al logro de nuestros fines” (…) “Muchas de las instituciones sociales imprescindibles para el logro de nuestros fines son consecuencia de ciertas prácticas, hábitos o costumbres que ni son el resultado de la humana inventiva ni son respetadas en razón a los fines que, gracias a ellas, resulte posible alcanzar” (…) “El hombre es un animal no sólo capaz de perseguir fines, sino también de someterse a normas. Si logra sus propósitos, ello no es debido a su conocimiento de los motivos que le inducen a observar determinadas normas, motivos que ni siquiera es capaz de enunciar, sino porque su pensamiento y su actividad se rigen por reglas que han ido evolucionando a través de un proceso de selección en el seno de la sociedad en que vive y que, por tal razón, son producto de la experiencia acumulada por innúmeras generaciones” (…).

“El enfoque constructivista conduce a conclusiones erróneas porque, si en buena medida el éxito corona el comportamiento humano, ello se debe a que no sólo en los estadios primitivos de la civilización, sino quizá aún más en las situaciones sociales más evolucionadas, la actividad del hombre se adapta tanto a los hechos concretos que conoce como a otras muchas circunstancias que ni conoce ni puede conocer” (…) “Una acción plenamente racional, en el sentido cartesiano, exige el conocimiento exhaustivo de cuantos hechos le afecten” (…) “Pero en el marco social el éxito de la acción depende de un número mucho mayor de hechos concretos de los que un ser humano puede conocer. En consecuencia, toda nuestra civilización se basa, y ha de basarse, en otorgar fiabilidad a muchas realidades que, en el sentido cartesiano, no podemos con certeza conocer. He de rogar al lector, en consecuencia, que, en su recorrido por estas páginas, tenga en todo momento presente la apuntada realidad, es decir, la necesaria e irremediable ignorancia que todos tenemos de la mayoría de los hechos particulares que determinan el comportamiento de cada uno de los diferentes miembros que componen la sociedad”.

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