Por Hernán Andrés Kruse.-
El gobierno presidido por Benjamín Netanyahu tomó la decisión de aniquilar a Hamás. Para concretar su propósito sus fuerzas armadas se verán obligadas a aceptar las reglas de juego impuestas por los terroristas islámicos, es decir, deberán luchar cuerpo a cuerpo contra su enemigo en un terreno que conoce a la perfección: los túneles que se extienden a lo largo y ancho de la Franja de Gaza. En consecuencia, lo más probable es que el conflicto se caracterice por su crueldad y larga duración, con un resultado absolutamente impredecible. Y no sería de extrañar que el conflicto adquiera un carácter regional lo que obligaría a Estados Unidos a intervenir militarmente. De ahí a la tercera guerra mundial hay un paso.
En 1997 apareció la primera edición de un libro titulado “El choque de civilizaciones”. Su autor es Samuel P. Huntington (18/4/1927-24/12/2008), un eminente politólogo y profesor de ciencias políticas en el Eaton College y director del Instituto John M. Olin de Estudios Estratégicos de la Universidad de Harvard. A continuación paso a transcribir lo que este afamado docente norteamericano escribió sobre la volcánica relación que siempre existió entre Occidente y el Islamismo. Lo que está aconteciendo en estos momentos en la Franja de Gaza es un capítulo más del choque de dos civilizaciones antagónicas.
EL ISLAM Y OCCIDENTE
“Algunos occidentales, entre ellos el presidente Bill Clinton, han afirmado que Occidente no tiene problemas con el islam, sino sólo con los extremistas islamistas violentos. Mil cuatrocientos años de historia demuestran lo contrario. Las relaciones entre el islam y el cristianismo, tanto ortodoxo como occidental, han sido con frecuencia tempestuosas. Cada uno de ellos ha sido el Otro del otro. El conflicto del siglo XX entre la democracia liberal y el marxismo-leninismo es sólo un fenómeno histórico fugaz y superficial comparado con la relación continuada y profundamente conflictiva entre el islam y el cristianismo. A veces, la coexistencia pacífica ha prevalecido; más a menudo, sin embargo, la relación ha sido de guerra fría y de diversos grados de guerra caliente. La «dinámica histórica», comenta John Esposito, «…encontró con frecuencia a las dos colectividades en competencia, y a veces enzarzadas en un combate a muerte por el poder, la tierra y las almas». A lo largo de los siglos, la fortuna de las dos religiones ha ascendido y decrecido en una serie de oleadas, pausas y contraoleadas momentáneas. La expansión inicial árabe-islámica, desde principios del siglo VII a mediados del VIII, estableció el dominio musulmán en el norte de África, la península Ibérica, Oriente Próximo y Oriente Medio, Persia y norte de la India. Durante dos siglos aproximadamente, las líneas divisorias entre el islam y el cristianismo se estabilizaron. Después, a finales del siglo XI, los cristianos reafirmaron su control del Mediterráneo occidental, conquistaron Sicilia, tomaron Toledo. En el 1095, la cristiandad puso en marcha las cruzadas, y durante un siglo y medio los potentados cristianos intentaron, cada vez con menor éxito, establecer el dominio cristiano en Tierra Santa y los territorios adyacentes de Oriente Próximo, y acabaron perdiendo Acre, su último bastión allí, en 1291. Mientras tanto, habían aparecido en escena los turcos otomanos. Primero debilitaron Bizancio y después conquistaron gran parte de los Balcanes, así como el norte de África, tomaron Constantinopla en 1453 y asediaron Viena en 1529. «Durante casi mil años», dice Bernard Lewis, «desde el primer desembarco moro en España hasta el segundo asedio turco de Viena, Europa estuvo bajo la amenaza constante del islam.»
El islam es la única civilización que ha puesto en duda la supervivencia de Occidente, y lo ha hecho al menos dos veces. En el siglo XV, sin embargo, la marea había empezado a cambiar. Los cristianos recuperaron poco a poco la península Ibérica, completando la tarea en Granada en 1492. Mientras tanto, las innovaciones europeas en navegación oceánica permitieron a los portugueses, y después a otros, evitar el centro de los territorios musulmanes y penetrar en el océano índico y más allá. Simultáneamente, los rusos pusieron fin a dos siglos de dominio tártaro. Posteriormente, los otomanos hicieron un último avance, asediando Viena de nuevo en 1683. Su fracaso marcó el comienzo de una larga retirada, que llevaría consigo la lucha de los pueblos ortodoxos de los Balcanes para liberarse del dominio otomano, la expansión del imperio de los Habsburgo y el espectacular avance de los rusos hasta el mar Negro y el Cáucaso. En el lapso de un siglo aproximadamente, «el flagelo de la cristiandad» se transformó en «el enfermo de Europa». Al término de la primera guerra mundial, Gran Bretaña, Francia e Italia dieron el golpe de gracia y establecieron su dominio directo o indirecto en todos los restantes países otomanos, exceptuando el territorio de la República Turca. En 1920, sólo cuatro países musulmanes —Turquía, Arabia Saudí, Irán y Afganistán— seguían siendo independientes de toda forma de dominio no musulmán. El retroceso del colonialismo occidental, a su vez, comenzó lentamente en los años veinte y treinta, y se aceleró de forma espectacular en las circunstancias que resultaron de la segunda guerra mundial. El hundimiento de la Unión Soviética dio la independencia a algunas sociedades musulmanas más. Según una estimación, entre 1757 y 1919 se produjeron noventa y dos adquisiciones de territorio musulmán por parte de gobiernos no musulmanes. En 1995, sesenta y nueve de esos territorios estaban una vez más bajo dominio musulmán, y unos cuarenta y cinco Estados independientes tenían poblaciones mayoritariamente musulmanas.
La naturaleza violenta de estas relaciones cambiantes se refleja en el hecho de que el 50 % de las guerras en las que estuvieron implicados dos Estados de religión diferente entre 1820 y 1929 fueron guerras entre musulmanes y cristianos. Las causas de esta tónica constante de conflicto no estriban en fenómenos transitorios, como la pasión cristiana del siglo XII o el fundamentalismo musulmán del siglo XX, sino que dimanan de la naturaleza de estas dos religiones y de las civilizaciones basadas en ellas. Por una parte, el conflicto era fruto de la diferencia, particularmente la concepción musulmana del islam como forma de vida que trasciende y une la religión y la política, frente al concepto cristiano occidental de los reinos separados de Dios y el César. Sin embargo, el conflicto también se debía a sus semejanzas. Ambas son religiones monoteístas que, a diferencia de las politeístas, no pueden asimilar fácilmente deidades adicionales, y que ven el mundo en términos dualistas, de «nosotros y ellos». Ambas son universalistas, y pretenden ser la única fe verdadera que todos los seres humanos deben abrazar. Ambas son religiones misioneras proselitistas que creen que sus adeptos tiene la obligación de convertir a los no creyentes a esa única fe verdadera. Desde sus orígenes, el islam se difundió mediante conquista, y también el cristianismo cuando tuvo la oportunidad. Los conceptos paralelos de yihad y «cruzada», no sólo las asemeja, sino que distingue estos dos credos de todas las demás principales religiones del mundo. El islam y el cristianismo, junto con el judaísmo, tienen visiones teleológicas de la historia, en contraste con las visiones cíclicas o estáticas predominantes en otras civilizaciones.
El grado de conflicto violento entre el islam y el cristianismo ha variado a lo largo del tiempo, influido por el crecimiento y declive demográfico, los progresos económicos, el cambio tecnológico y la intensidad del compromiso religioso. La difusión del islam en el siglo VII estuvo acompañada por migraciones masivas de pueblos árabes, a una «escala y velocidad» sin precedentes, a los territorios de los imperios bizantino y sasánida. Pocos siglos más tarde, las cruzadas fueron en gran parte el resultado del crecimiento económico, el aumento de la población y el «renacimiento cluniacense» en la Europa del siglo XI, que posibilitaron la movilización de grandes contingentes de caballeros y campesinos para la marcha hacia Tierra Santa. Cuando la primera cruzada llegó a Constantinopla, escribía un observador bizantino, parecía como si «Occidente entero, incluidas todas las tribus de los bárbaros que viven desde más allá del mar Adriático hasta las Columnas de Hércules, hubiera iniciado una migración masiva y estuviera en camino, prorrumpiendo en Asia como una masa compacta, con todas sus pertenencias». En el siglo XIX, un espectacular crecimiento de la población volvió a producir una erupción europea, generando la mayor migración de la historia, que fluyó hacia territorios musulmanes y también hacia otros.
Una confluencia parecida de factores ha incrementado el conflicto entre el islam y Occidente a finales del siglo XX. En primer lugar, el crecimiento de la población musulmana ha generado gran cantidad de jóvenes desempleados y descontentos que se convierten en adeptos de causas islamistas, ejercen presión sobre las sociedades vecinas y emigran a Occidente. En segundo lugar, el Resurgimiento islámico ha dado a los musulmanes una confianza renovada en el carácter y validez distintivos de su civilización y sus valores en comparación con los de Occidente. En tercer lugar, los esfuerzos simultáneos de Occidente por universalizar sus valores e instituciones, mantener su superioridad militar y económica e intervenir en conflictos en el mundo musulmán generan un profundo resentimiento entre los musulmanes. En cuarto lugar, el hundimiento del comunismo acabó con un enemigo común de Occidente y el islam y convirtió a ambos en la principal amenaza a la vista para el otro. En quinto lugar, el creciente contacto y mezcla entre musulmanes y occidentales estimula en cada uno un sentido nuevo de su propia identidad y de cómo ésta difiere de la del otro. La interacción y la mezcla exacerban las diferencias acerca de los derechos de los miembros de una civilización en un país dominado por miembros de la otra civilización. Dentro de las sociedades tanto musulmanas como cristianas la tolerancia para con el otro decayó acusadamente en los años ochenta y noventa. Así, las causas del renovado conflicto entre el islam y Occidente estriban en cuestiones fundamentales de poder y cultura.
¿Quién ha de dominar? ¿Quién ha de ser dominado? La pregunta central de la política según Lenin es la raíz de la pugna entre el islam y Occidente. Sin embargo, está el conflicto adicional, que Lenin habría considerado insignificante, entre dos versiones diferentes de lo que está bien y lo que está mal y, en consecuencia, sobre quién tiene razón y quién se equivoca. Mientras el islam siga siendo islam (como así será) y Occidente siga siendo Occidente (cosa que es más dudosa), este conflicto fundamental entre dos grandes civilizaciones y formas de vida continuará definiendo sus relaciones en el futuro lo mismo que las ha definido durante los últimos catorce siglos. Estas relaciones se ven más enturbiadas aún por varias cuestiones esenciales en las que sus posturas difieren o entran en conflicto. Históricamente, una cuestión importante fue el control del territorio, pero ahora es relativamente insignificante. De veintiocho conflictos de línea de fractura que se produjeron a mediados de los noventa entre musulmanes y no musulmanes, diecinueve tuvieron lugar entre musulmanes y cristianos. Once fueron con cristianos ortodoxos, y siete con adeptos del cristianismo occidental en África y el sudeste asiático. Sólo uno de estos conflictos violentos, o potencialmente violentos, el producido entre croatas y bosnios, se produjo siguiendo exactamente la línea de fractura entre Occidente y el islam. El final efectivo del imperialismo territorial occidental y la ausencia hasta ahora de una renovada expansión territorial musulmana han producido una segregación geográfica de modo que sólo en unos pocos lugares de los Balcanes limitan directamente entre sí los mundos occidental y musulmán.
Los conflictos entre Occidente y el islam se centran, pues, menos en el territorio que en cuestiones más amplias de relación entre civilizaciones, tales como la proliferación de armas, los derechos humanos y la democracia, la emigración, el terrorismo islamista y la intervención occidental. Después de la guerra fría, este antagonismo histórico cobró nueva vida, y la creciente intensidad de este choque ha sido ampliamente reconocida por miembros de ambas colectividades. En 1991, por ejemplo, el distinguido analista inglés, Barry Buzan, veía muchas razones para afirmar que estaba empezando a manifestarse una guerra fría societal «entre Occidente y el islam, en la que Europa estaría en primera línea». Esta circunstancia tiene que ver en parte con la contraposición entre valores laicos y religiosos, en parte con la rivalidad histórica entre la cristiandad y el islam, en parte con los resentimientos por el dominio occidental de la estructuración política poscolonial de Oriente Próximo y Oriente Medio, y en parte con la amargura y humillación de la comparación odiosa entre los logros de las civilizaciones islámica y occidental en los últimos dos siglos. Además, señaló, una «guerra fría societal con el islam serviría para fortalecer la identidad europea en conjunto en un momento crucial para el proceso de la unión europea». De ahí que «pueda muy bien haber en Occidente un grupo numeroso dispuesto, no sólo a apoyar una guerra fría societal con el islam, sino a adoptar posturas que la alienten». En 1990, Bernard Lewis, importante estudioso occidental del islam, analizaba «Las raíces de la ira musulmana», y concluía: “Actualmente debemos tener claro que nos enfrentamos a una disposición de ánimo y a un movimiento que trascienden en mucho el plano de los problemas y de las medidas y los gobiernos que las adoptan. Es nada menos que un choque de civilizaciones —esa reacción quizá irracional, pero ciertamente histórica, de un antiguo rival contra nuestra herencia judeo-cristiana, nuestro presente laico y la expansión de ambos por todo el mundo—. Es de importancia crucial que, por nuestra parte, eso no nos mueva a una reacción igualmente histórica, pero también igualmente irracional, contra ese rival”.
Observaciones parecidas llegaban del mundo islámico. «Hay signos inequívocos» —afirmó un importante periodista egipcio, Mohammed Sid-Ahmed, en 1994—, «de un choque cada vez mayor entre la ética occidental judeo-cristiana y el movimiento de renacimiento islámico, que actualmente se extiende del Atlántico, al oeste, hasta China, al este.» Un destacado musulmán indio predijo en 1992: «Está claro que la siguiente confrontación de Occidente va a producirse con el mundo musulmán. Es en la extensión de las naciones islámicas, desde el Magreb a Paquistán, donde comenzará la lucha por un nuevo orden mundial». Para un importante abogado tunecino, esa lucha estaba ya en marcha: «El colonialismo intentó deformar todas las tradiciones culturales del islam. Yo no soy islamista. No creo que haya aquí un conflicto entre religiones. Hay un conflicto entre civilizaciones». En los años ochenta y noventa, la tendencia general en el islam ha seguido una dirección antioccidental. En parte, ésta es la consecuencia natural del Resurgimiento islámico y la reacción contra lo que se considera gharbzadegi u «occidentoxicación» de las sociedades musulmanas. La «reafirmación del islam, sea cual sea su forma sectaria concreta, supone el repudio de la influencia europea y estadounidense en la sociedad, política y moralidad locales». En el pasado, los líderes musulmanes decían de vez en cuando a su gente: «Debemos occidentalizarnos». Sin embargo, si algún líder musulmán ha dicho eso en el último cuarto del siglo XX, es una figura aislada. De hecho, es difícil encontrar declaraciones de musulmanes, sean políticos, funcionarios, académicos, hombres de negocios o periodistas, en las que alaben los valores e instituciones occidentales. Por el contrario, insisten en las diferencias entre su civilización y la occidental, en la superioridad de su cultura y la necesidad de mantener la integridad de dicha cultura contra el violento ataque occidental”.
11/11/2023 a las 2:08 PM
Los palestinos y los países árabes
——————————————————–
Las decisiones tomadas en 1948 por los países árabes congelaron hasta hoy la situación de los palestinos, transformándolos en refugiados perpetuos
Por
Ricardo Israel
11 Nov, 2023 (INFOBAE)
En estos días hay muchos que se han sorprendido por aquellos países árabes que dicen apoyar la causa palestina, pero que, sin embargo, se han negado a recibir refugiados desde Gaza, incluidos Egipto y Jordania, aunque sea temporalmente y mientras duren los combates.
La verdad es que los palestinos llevan muchas décadas de sufrimiento y la actitud de los países árabes ha sido mezclada, ya que varios han ido a la guerra por ellos, pero en muchos se les discrimina y aunque sus descendientes hayan nacido allí, no se les permite la completa igualdad.
No se entiende del todo lo que ocurre hoy con los palestinos, sin describir lo que ha pasado y hoy ocurre con la diversa realidad que constituye ese mundo, a partir de los acuerdos tomados por la Liga Árabe en 1948-49.
Es cierto que, siguiendo censos, la propuesta británica fue la partición del territorio en dos Estados, uno judío y otro árabe. Eso fue la base del acuerdo de la ONU con especial relevancia numérica del voto latinoamericano, ya que el proceso de descolonización estaba en sus inicios en África y Asia, con pocos estados independientes.
Hago acento en que lo aprobado fue, además del judío, un Estado árabe y no palestino, ya que ello va a tener especial importancia en la forma que evolucionó el conflicto, al igual que la decisión del imperio británico, en cierto modo similar a la de los franceses, que crearon en esa misma década (1943, con retiro de las tropas francesas en 1946) lo que llamaron “un país para los cristianos” que no es otro que el Líbano y que nace de lo que se conocía como la Gran Siria.
Lo del imperio británico tampoco sorprende ya que ese mismo esquema de división sobre censos de afiliación religiosa lo aplicaría en África y también en dos conocidos casos que originaron conflictos, como son la división territorial entre India y Pakistán (musulmanes) con tres guerras entre ellos, y de una nació un nuevo país Bangladesh, ya que había alrededor de mil kilómetros entre el Pakistán Oriental y el Occidental, hasta en eso se parece al caso de Gaza y la Cisjordania.
Hoy, tanto la India y Pakistán son potencias atómicas y tienen uno de los lugares de mayor potencial bélico del mundo, como es Cachemira, zona disputada, que ha estado detrás de las guerras.
El segundo caso proviene de una de las ultimas guerras de religión en Europa, donde la República de Irlanda de mayoría católica, después de su lucha, consiguió la independencia en 1922 con la firma del Tratado anglo-irlandés, a diferencia de Irlanda del Norte, de mayoría protestante que permaneció como parte del Reino Unido, y que a partir de la década del 60, tuvo el doble proceso del movimiento de la minoría católica por la igualdad y la lucha del Ejército Revolucionario Irlandés que utilizó muchos actos de terrorismo, conflicto al que solo se puso fin con los Acuerdos del Viernes Santo, el 10 de abril de 1998.
En el medio oriente, la votación de las Naciones Unidas dispuso la creación de dos Estados, uno judío y otro árabe, votación al igual que la propuesta británica, que es aceptada por los judíos a través de su líder David Ben-Gurrión, pero rechazada por el mundo árabe.
Paralelo a la salida de las tropas británicas, el 14 de mayo de 1948 se declara la independencia del nuevo estado de Israel, para ser seguida por la invasión de varios países de la Liga Árabe, que incluían a Egipto, (Trans)Jordania, Siria, Irak, Arabia Saudita, Líbano y Yemen.
Para la sorpresa generalizada, Israel no solo resiste, sino que vence, lo que es ratificado con el armisticio de 1949, que establece la llamada línea verde, y que le da más territorio a Israel del que originalmente se le había asignado.
El nombre Palestina había sido una decisión romana, después de que destruyeran el Gran Templo el año 70 DC, y como consecuencia, el exilio de los judíos, la conversión en esclavos de los derrotados, y como otra forma de hacer desaparecer esa historia, se le dio el nombre de Palestina, recordando a los filisteos. Reemplazó a nombres que hasta entonces habían sido usados, como Judea y Samaria (hoy Cisjordania) que, junto a Gaza y Galilea son aquellos donde transcurre buena parte de la narración bíblica, por lo tanto, pueblo originario, comprobada en incontables hallazgos arqueológicos.
En ese territorio hubo mucha presencia de imperios, pero nunca volvió a existir otro estado independiente que no fueran el antiguo y el moderno Israel, desapareciendo muchos de los nombres que alguna vez ejercieran dominación.
Lo que nunca existió fue un país árabe llamado Palestina. Todo el tiempo existieron árabes, pero no constituyeron una unidad política independiente como tampoco ejército, representación política, moneda propia, es decir, careció esa población de las características que definen a un Estado o país.
El hecho es que la primera organización representativa de los palestinos se crea en el Jerusalén jordano el 28 de mayo de 1964, la que pasa a ser definitiva a partir del año siguiente, cuando se ratifica el nombre de Organización de Liberación Palestina (OLP) y asume la presidencia alguien que la desempeñará hasta su muerte y que fue conocido mundialmente con el nombre de Yasser Arafat, por lo demás, nacido en El Cairo y no en los territorios en disputa.
Con los británicos el nombre Palestina designaba a todos, judíos, cristianos, musulmanes, de tal modo era cierto, que en muchos documentos al igual que en la representación deportiva, el nombre Palestina aparecía con una estrella de David. Mas aun, antes que se dividiera el territorio que iba del rio Jordán hasta el Mar Mediterráneo entre judíos y árabes, los británicos habían entregado el territorio palestino que iba desde el rio hacia al este a los Hachemitas, tradicionales aliados de Inglaterra, para compensarla de la perdida que habían incurrido cuando la tribu de Ibn Saud originó la Arabia Saudita moderna.
En este proceso, la mayor parte del territorio de Palestina quedó en lo que se conoció como la Transjordania a partir de 1922 y que pasó a ser el Reino de Jordania en 1950, con su capital Amman, y que en la guerra de 1948 había conquistado parte de Jerusalén, incluyendo el Muro de Lamentos, con lo que se sepultó la idea de la partición, que originalmente quería que Jerusalén fuera ciudad internacional.
En definitiva, decisiones tomadas en 1948 por los países árabes, congelaron hasta hoy la situación de los palestinos, transformándolos en refugiados perpetuos, lo que se debió al hecho mencionado, que entonces no hubo una verdadera representación de los palestinos, que por cierto existió a partir de la OLP y que hoy es legalmente la Autoridad Palestina.
Antes de ello, en los 30s y 40s, lo más cercano a su representación fue el Gran Mufti de Jerusalén, autoridad religiosa y política, que fue aliado de Hitler y que al término de la segunda guerra mundial vivía en Alemania y colaboraba con ellos.
La violencia y la negativa a aceptar a los judíos no comienza en 1948, ya que lo hace antes. Por ejemplo, en 1936 se llamó la Gran Revuelta Árabe (no palestina, todavía) contra su presencia, y en 1948, la población expulsada o desplazada por la guerra, todavía no se refería como palestina a sí misma.
Lo que ocurrió fue conocido como la Nakba o la “catástrofe” palestina, y al igual que en el caso de la India y Pakistán hubo desgracias y desplazamientos de población en ambos sectores. De hecho, un número similar, es decir, entre 700.000 y 850.000 personas fueron judíos expulsados, expropiados o desplazados que tuvieron que abandonar países árabes como Egipto, Irak, Yemen, Libia, Siria, y otros, lugares donde habían vivido por siglos, mucho antes del islam, tanto que el Corán tiene importantes pasajes dedicados a los judíos a quienes llama “el pueblo del libro “(algo parecido a los cristianos, ambos infieles) en general, en forma guerrera y poco amable.
La diferencia es que estos no fueron vistos como problema, sino que fueron integrados al naciente país, en condiciones de muchas carencias por años, incluyendo carpas. En el caso de los palestinos, no se les integra, sino hasta el día de hoy, en varios países no reciben la ciudadanía plena, incluyendo los hijos de los refugiados en los lugares donde nacerían, negándoles no solo lo anterior, sino también ciertas formas de propiedad, el acceso a algunas profesiones y empleos en la administración pública, seguridad social, convirtiéndolos de hecho en residentes de segunda clase, lo que alcanza a sus familias y descendientes que ya van en la quinta generación, a los cuales se traslada el estatus de refugiados. Y estamos hablando de países árabes que dicen apoyar a los palestinos, pero que siguen honrando el acuerdo de 1948 de la Liga Árabe.
Parte de ello fue consecuencia de la Conferencia de Londres de 1939, donde la propuesta sionista fue un Estado binacional (con autonomía y autogobierno) y los delegados árabes dijeron que no, una de las primeras negativas que se repetirían varias veces después con el Estado de Israel. La contraoferta recibida fue un Estado árabe con garantía de buen trato para los judíos, usando como ejemplo a Irak, que años después también viviría violentos pogromos contra sus judíos.
Hoy, existen más de 200 millones de arabo parlantes repartidos en 12 naciones en comparación a solo un país con más o menos 7 millones y tanto de judíos (depende como se cuente a quienes viven primordialmente en Israel), nunca aceptados del todo en esa parte del mundo, y la experiencia comparada muestra las dificultades en varios de ellos, para tratar como iguales a quienes no son árabes (pienso en kurdos, yezidies, otros) como también a quienes no son musulmanes.
En cuanto al estatus de refugiados, extrañamente las Naciones Unidas no tiene un organismo dedicado a ellos, sino dos. Uno es el UNRWA (la Agencia de las Naciones Unidas para los refugiados palestinos) que tiene campos en países como Jordania, Líbano, Siria, pero también en Cisjordania y Gaza, lo que crea la situación de generaciones que viven allí en pésimas condiciones y sin ninguna perspectiva de solución, pero también en lugares que supuestamente están bajo el control de palestinos, sea la Autoridad Palestina o Hamas, con el mismo esquema de heredar el estatus de refugiado de padres a hijos.
El segundo organismo es ACNUR, que encabezado por un Alto Comisionado se preocupa en la ONU de todos los otros refugiados, con lo que se da la situación extraña que este segundo se ha preocupado de asentarlos mientras que la otra agencia solo se ocupa que se mantenga para los palestinos el estatus de refugiados.
Con un agregado, los funcionarios tienen sueldos internacionales, y en general, sienten mucha simpatía por la causa palestina, con lo que critican habitualmente a Israel, pero jamás a los otros países árabes, además de ayudar a grupos antiisraelíes, como ocurre en Gaza, con lo que ambas agencias, más de una vez tienen opiniones diferentes frente a los mismos hechos.
Considerando lo descrito, no es raro que después del armisticio de 1949, Egipto y Jordania se hayan repartido los territorios que le corresponderían a un futuro Estado palestino, es decir, Gaza y Cisjordania, sin que hubiese oposición ni de la población que allí vivía como tampoco de otros países. Ello duró hasta 1967, y como consecuencia de la Guerra de los 6 días, pasan a control israelí.
La verdad es que, a partir de la guerra de independencia de Israel, cada país relevante del mundo árabe tuvo algún grupo palestino al que pretendió controlar y que al menos financiaba, siendo el más importante la OLP. Lo mismo hizo la Unión Soviética con aquellos que se definieron como marxistas.
Estos grupos también fueron tributarios de las distintas etapas vividas por el mundo árabe, incluyendo la tentativa de crear federaciones de países, siendo el intento más destacado la República Árabe Unida que entre 1958 y 1961, sin éxito, intentó fusionar territorios de Egipto y Siria.
Entre los grupos palestinos, estos procesos variaron según si la influencia provenía de países donde predominaba una visión religiosa (Arabia Saudita), la del “socialismo” militarista de Nasser y de los partidos Baas (Irak, Siria), o de aquellos países cercanos a las ex potencias coloniales o Estados Unidos (como Jordania).
Este intento de manipulación de los palestinos o de estos a sus donantes o de “comprar” paz interna, tenía una fundamentación que dura hasta el día de hoy, la inmensa popularidad de la causa palestina entre las masas, lo que se llama la “calle” árabe.
De hecho, los países han tenido cambios o han hecho la paz con Israel o están en camino de hacerlo como era el caso de Arabia Saudita, siendo una explicación que tiene cierta base, que el 7 de octubre la invasión de Hamas a Israel la ordenó Irán para evitar que se firmara en la Casa Blanca. Lo que no cambia, menos aún después de Gaza, es la enorme popularidad de la causa palestina.
La novedad es que siempre la relación fue con países árabes, pero ahora sobresale la fuerte dependencia de un país no árabe y tradicional adversario, como es el caso de Irán, quien controla el llamado “eje de la resistencia” con presencia en Siria, Gaza, Líbano, Irak, Yemen.
Así como Israel se retiró del Líbano el 2000 y de Gaza el 2005 (para necesitar volver después a ambos), antes se había retirado del Sinaí egipcio después de conquistarlo en 1956, que, aunque coincidió con el problema del Canal de Suez para Francia y Gran Bretaña, el motivo de Israel fue ya entonces algo que se repetiría después, el terrorismo, que entonces provenía de las bases de fedayines.
Se retiraron por presión de USA (antes de 1967 no existía la actual alianza) y también por la promesa de la ONU de instalar soldados de los Cascos Azules, los que serían retirados ante la sola petición de Egipto en 1967.
Después de su triunfo, Israel ofreció devolver todos los territorios conquistados a cambio de un acuerdo de paz, solo para recibir como respuesta tres NO de la Liga Árabe, a la paz, a la negociación y al reconocimiento.
Sería una de las tantas oportunidades desaprovechadas. En todo caso, Israel firmó acuerdos de paz y de devolución territorial con Egipto y Jordania, y posteriormente los acuerdos de Abraham con los Emiratos, Marruecos y otros.
Algunos de ellos han tenido el manto de Camp David y la Casa Blanca con Carter, Clinton y Trump, como también fracasaron los que traían consigo la novedad que por primera vez no eran países árabes, sino tratos directos entre palestinos e israelíes como aquellos posteriores a Oslo.
Fueron negociaciones con dos primeros ministros israelíes Ehud Olmert y Ehud Barak y como lo ha dicho Clinton, en ambos casos no se llegó a acuerdo por la negativa de Arafat, a pesar de que se llegó a ofrecer por Israel la devolución territorial del 97% con la apertura a considerar a Jerusalén como capital, siendo la piedra de tope no solucionable el tema de imponer el regreso de millones de refugiados (Israel no planteó el tema de los refugiados judíos de países árabes).
La verdad es que no hubo ninguna contraoferta palestina, y Arafat decidió volver a Ramallah y originar esa violencia conocida como la segunda Intifada, y de ahí surgen las palabras atribuidas a Clinton sobre otra oportunidad perdida para la paz por la dirigencia palestina.
Entre medio ha habido violencia entre palestinos y nacionales de países árabes, donde sin ser los únicos, sobresalen la guerra civil del Líbano con los cristianos, y el Septiembre Negro jordano, donde se calculan en 30.000 las victimas cuando en 1970 el rey Hussein envió sus tropas de elite, después que se convencieran de que Arafat había iniciado un intento de derrocamiento armado en su contra.
Se considera la peor masacre de palestinos, donde Israel no pudo ser culpado, en un país donde, además, al menos la mitad de la población es de ese origen.
Oslo podrá tener muchos fracasos, pero, aunque resulte difícil de creer, es la primera oportunidad que se le ha ofrecido a los palestinos alguna forma de autogobierno. Nunca lo hizo algún país árabe, y es penoso constatar cómo se han desaprovechado las oportunidades de haber avanzado en esta dirección, no siendo el objetivo de esta columna ahondar en los motivos.
La idea ha sido reflejar cuán difícil ha sido para los palestinos, cuanto sufrimiento ha existido y cuantas oportunidades desaprovechadas.
La duda es que si Israel elimina del gobierno de Gaza a Hamas (al igual que ISIS y Al Qaeda, el movimiento sobrevivirá como terrorismo, aunque con poco poder), si la Autoridad Palestina volverá a hacerse cargo de Gaza, por primera vez desde su derrocamiento por Hamas el 2007, sobre todo, si estará disponible para actuar como verdadero gobierno y garantizar la seguridad, tanto a los habitantes de Gaza como a los países vecinos, no solo a Israel, reprimiendo a los terroristas, es decir, lo que no ha querido o podido hacer hasta ahora, parte de los incumplimientos de Oslo.
Los fracasos incluyen también los temas de la gobernanza y el de la corrupción, como quedó patente en noviembre del 2004, cuando la dirigencia de la Autoridad Palestina debió viajar a Francia a negociar con la viuda de Arafat la recuperación parcial de dineros que estaban a nombre del líder, o ahora, cuando hay tantas versiones sobre dineros de ayuda internacional que estarían en Catar, en manos de los dirigentes de Hamas que allí viven.
Para Israel existe el peligro de una repetición de lo que ocurrió en el Líbano en 1982, es decir, triunfo militar, pero fracaso en la narrativa.
Por ahora, ha podido imponer su ritmo de avance, y a pesar de tanto agorero que citaba malas experiencias de USA y otros en la difícil guerra urbana, no ha caído en la trampa, y aunque falta la madre de todas las batallas en los túneles, está logrando objetivos militares sin prisa, uno a uno hasta rodear al bunker dirigencial de Hamas.
El problema es que Hamas parece estar ganando la narrativa. Hay un notorio aumento de la judeofobia a través del mundo, y también en el aspecto informativo, la CNN y el New York Times prefirieron creerles a ellos y no a Israel, cuando le atribuyeron falsamente el bombardeo del hospital de Gaza, a pesar de que fue un cohete errado de la Yihad islámica.
En el mismo sentido, no se explica que fotoperiodistas que trabajaban para ellos y otros importantes medios, acompañaron a los terroristas para registrar su orgia de sangre el 7 de octubre, con lo que se abre la duda de si supieron de antemano lo que iría a ocurrir.
La raya para la suma es que como aquí se ha narrado, el conflicto palestino-israelí es complicado, pero no lo es lo que ocurrió con el horror del 7 de octubre, y los manifestantes occidentales ni siquiera parecen creerlo, con lo que, aunque pierdan militarmente, los terroristas pueden haber ganado comunicacionalmente.
Si hay una nueva posibilidad de paz, ojalá no se desperdicie, y se encuentren los socios necesarios para el reconocimiento de los dos estados y de lo que parece estar faltando en esta era de antisemitismo, la aceptación del carácter judío de Israel, sin el cual sería otro país, pero no Israel.
@israelzipper -PhD. En Ciencia Política, Abogado, excandidato presidencial en Chile (2013)
11/11/2023 a las 2:12 PM
PARA LOS QUE OPINAN LIVIANAMENTE O POR ODIO RACIAL, LES ENVIAMOS ESTE ARTICULO DE INFOBAE, QUE DESCRIBE LO COMPLEJO DEL PROBLEMA A RESOLVER EN MEDIO ORIENTE.
SAQUE CADA UNO SUS CONCLUSIONES, SI ES QUE LLEGA A ENTENDER LA ROSCA QUE SE ARMO, DONDE EL MENOS CULPABLE, ES PRECISAMENTE ISRAEL.
11/11/2023 a las 2:27 PM
KRUSE, DISCULPA EL MAMOTRETO QUE TE ENVIAMOS, PERO SABEMOS QUE TE GUSTAN ESTOS TEMAS Y ENCONTRAMOS ESTE ARTICULO QUE NOS PARECIO HONESTO Y COMPLETO.
POR ESO TE LO ENVIAMOS. GRACIAS
11/11/2023 a las 3:32 PM
Muchas gracias Muchachos del Café de Ironics por haberme enviado el artículo del Dr. Israel.