Por Justo J. Watson.-

Hace poco leímos en la sección “cartas de lectores” de un importante diario nacional, la opinión de una persona que decía estar de acuerdo con Alberto Benegas Lynch (h) en el sentido del respeto a los proyectos de vida del prójimo y al principio libertario de la no agresión; del respeto a los derechos a la vida, a la libertad, a la propiedad y a la libre cooperación social en competencia.

Sin embargo y a renglón seguido, se confesaba abatida frente a la imposibilidad de lograr todo esto en nuestra Argentina en tanto no hubiese un “baño de espiritualidad” y general desprendimiento de lo material, en aras del bien común y el altruismo solidario.

Como tantas otras almas bellas, esta buena persona intoxicada desde infante con la doctrina estato-nacionalista de norma, mantiene cerrada su capacidad de percepción crítica; de percibir que el problema de fondo no es nuestra falta de espiritualidad ni de solidaridad sino el sistema bajo el que vivimos, que condiciona nuestros comportamientos.

Hablamos del corset estatalista; de su red de privilegios, reglamentaciones y succión de fondos bajo amenaza. De nuestro comisariato político-legal, ineludible a la hora de hacer funcionar al régimen, bien gravando a los “buenudos” multi-subsidiadores (emisión inflacionaria y demás tributos encubiertos incluidos), bien vampirizando con deuda los ingresos futuros de hijos y nietos.

Hoy existe el Estado, esa maquinaria omnipresente y de talante maternal aunque en extremo cara, coactiva y bien artillada; en verdad, una asociación de personas puntuales (de ningún modo “somos todos”) con entendibles intereses particulares.

Existe esa parcialidad que con sus interferencias constantes ha procurado en todo tiempo y lugar a lo largo de los últimos 250 años manejar con base en sus propios fines el altruismo social, mimetizándose a sí misma con el concepto “Nación” (el hoy tan normalizado Estado-Nación).

El libertarismo o libertarianismo (o liberalismo siglo XXI, como bien lo denomina en su último libro el economista Diego Giacomini), que tan en boca de todos está por el hecho de que 14 millones y medio de argentinos eligieran un presidente que se define como “libertario”, nos propone un Norte superador de esta encerrona.

Y lo hace planteando lograr ese -hoy utópico- ambiente social solidario vía un encadenamiento colaborativo de libertades con cerval respeto de proyectos de vida y bienes ajenos en lugar de proponerlo a través de la violencia, como ha sido habitual en nuestra especie; vale decir, a través de la exacción centralmente planificada bajo amenaza de fuerza bruta.

Nos propone pasar gradualmente del primitivo “somos más” de la actual democracia delegativa de masas, al evolucionado “somos únicos e irrepetibles” del libre albedrío responsable bajo implacable igualdad ante la ley, respetando hasta a la minoría más pequeña.

En otros términos, pasando del comisariato coercitivo del “Estado benefactor” socialista (malo conocido) a un totalmente voluntario capitalismo cooperativo de riesgo y oportunidad (bueno por conocer).

Aunque a la gente no le gusta el riesgo y suele resignarse al mal “menor” acepta, por sentido común, que el incentivo siempre funcionará mejor que la amenaza cuando de avanzar en bienestar y búsqueda de felicidad se trata. Y percibe que el mayor obstáculo para esta transición hacia el estímulo está en el entramado de intereses espurios creado en torno de ese comisariato, garante de los empleos, privilegios y ocasiones de transa de las personas dependientes del Estado, ente cuya ineficacia matriz deriva de su característica más perniciosa: la de ser un monopolio.

Siendo algo universalmente aceptado que los monopolios tienden casi sin excepción a subir el precio y a bajar la cantidad y/o calidad de aquello que producen, podemos entender el Norte de mediano, largo y muy largo plazo de los libertarios respecto de la apertura del monopolio estatal a la competencia de iniciativa privada. Competencia que, desarrollada a igualdad de reglas de juego, conduciría (por directa elección de cada ciudadano usuario en base a su propio cálculo costo-beneficio) a un modelo social de gestión enteramente privada.

Tomemos por caso a una de las vacas sagradas de nuestro costoso culto intervencionista, la seguridad interior, y esbocemos (por síntesis consensual de entre la extensa bibliografía que, a ese y a otros respectos, intelectuales filo libertarios vienen desarrollando y debatiendo desde hace años) cómo podría la iniciativa de empresarios del llano reemplazar los servicios que dicha deidad presta.

Si el objetivo fuese un sistema de protección más fiel a su mandante, más barato y sobre todo más eficiente que el provisto por el monopolio estatal, el servicio, por lógica, terminaría siendo prestado en competencia por agencias profesionales de inteligencia, seguridad y restitución dependientes de grandes compañías de seguros (en probable asociación con entidades financieras) de intereses, capacidades y coordinaciones nacionales e internacionales ampliadas. Sus “agentes en el terreno” serían en gran medida los mismos que hoy mal-cobran y responden a las órdenes del gobierno, aunque radicalmente reorganizados y reequipados.

Nadie más interesado que una aseguradora en prevenir los delitos que más tarde deberá resarcir si falla, en el supuesto de una sociedad libertaria de riqueza generalizada cuyos integrantes aseguren vidas, libertades y haciendas bajo primas razonables; sin duda menos costosas que los impuestos/inflación/deuda que hoy se extraen “ad libitum” del colectivo social con -supuesto- destino a esta tarea.

En este camino de décadas y generaciones, la palabra “competencia” inherente al libre mercado anarco (sin Estado) capitalista (o ancap), es la clave áurea. Y se inscribe con fuerza en su sistema de respetos mutuos y primacía de sinergias cooperativo-voluntarias.

Un sistema que se integraría, entre muchos otros modos e innovaciones imposibles de enumerar en esta breve nota, con cárceles-factorías restitutivas (a la víctima, no a esa entelequia llamada “la sociedad”) de gestión comercial privada. Y con un sistema judicial policéntrico basado en las reputaciones en honesta competencia, con mediación privada extendida orientada en primera instancia hacia los arreglos personalizados. Más alivianado y expeditivo, por cierto, tras la abolición de los famosos delitos sin víctimas: los “perpetrados” contra el Estado en sus 3 niveles y poderes; contra su interminable maraña de regulaciones, discriminaciones, asimetrías pseudo legales y violencias económicas; contra sus cotos y sus mafias.

Los viejos libertarios formados desde los años ’90, vertiente en la que nuestro presidente abreva, nos referimos a este modelo de organización social tan disruptivo de lo actual en sintonía con aquello que hoy lo torna más posible que nunca, a saber: la tecnología informática que cada año abre nuevas posibilidades al libre inter-relacionamiento de individuos, grupos y/o empresas y la inteligencia artificial que a diario expande y potencia sus operatividades.

Así, es posible visualizar lo que sigue suponiendo un contexto comunitario no-violento (ancap) donde un 95% de las personas sea de clase media, con afinada, poderosa solidaridad privada inteligente gestionada por ONG’s o iglesias orientada a infraestructura integracional y becas para el resto.

Tanto la seguridad como la justicia y punición privadas (entre muchas otras desmonopolizaciones factibles) en competencia constituirían a poco andar y por mutua ventaja, sistemas coordinados, de procedimientos estandarizados al tiempo que personalizados, al servicio de un amplísimo universo de usuarios; aun viviendo estos en forma integrada; aun con distintas capacidades económicas y aun optando por diferentes prestadores.

Un Norte en el que la riqueza empodere sin un mar de estúpidas trabas filocorruptas (sindicales, políticas, envidiosas, etc.) a quien así lo desee y en el que quien pague… elija y decida su proyecto de vida por sí y por su familia. Un modelo diametralmente opuesto al del viejo régimen que todavía nos adoctrina, tima, oprime y veja.

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