Por Luis Tonelli.-

A principios de los 90, Saddam Hussein bautizó a la Guerra del Golfo como la Madre de todas las Batallas (obviamente, los estadounidenses en cambio la denominaron con un nombre tecno-militar, más en la onda impuesta por Hollywood -Tormenta del Desierto -la realidad, es eso que imita a las películas-).

Transformado el promisorio Gran Buenos Aires de los “roaring” sesentas en la realidad conurbana desangelada actual, ha quedado evidenciado por los hechos que más que la famosa “otra corona” que fue la provincia en las luchas de la organización nacional, su territorio metropolitano es fuente de ingobernabilidad y desestabilización política a nivel nacional. Es a partir del 2001 que empiezan a denominarse a las elecciones bonaerenses como la Madre de Todas las Batallas.

La reforma de 1994, al imponer la elección directa del Presidente tomando al país como distrito único, permitió que el conurbano bonaerense expresara toda su capacidad electoral (un tercio del electorado, mientras el otro tercio lo componen los electores que viven en ciudades grandes, y el resto, en las realidades provinciales). Potencial que, sin embargo, todavía no puede entronizar a uno de sus gobernadores como Presidente electo -hasta ahora llegaron solo dos, y mediante dos batallas, uno, gracias a la Batalla de Pavón -Bartolomé Mitre-, el otro gracias a la Batalla de Plaza de Mayo -y la escaramuza de Chapadmalal, el senador interino a cargo de la Presidencia Eduardo Duhalde-.

Daniel Scioli fue el que más cerca estuvo de poder hacerlo, pero en su derrota por escasísimo margen se dio un juego diferente del que antes, en Colegio Electoral, juntaba a las provincias chicas y medianas en contra de que un bonaerense llegara al Sillón de Rivadavia. Desde 1994, el Gobernador tiene que ser el aliado más importante del Presidente, pero totalmente subordinado a él, ya que cualquier atisbo de rebeldía será considerado el preámbulo a la traición y a la desestabilización presidencial.

Kirchner y CFK hicieron del instrumento presupuestario el arma predilecta para sofocar las ambiciones presidenciales de Scioli, quien se las arregló como pudo para mantenerse en la briosa silla del indomable potro provincial. Finalmente, la candidatura piantavotos de Aníbal Fernández, sumada a la duplicidad del Gobernador de Córdoba de la Sota -quien se alió a Massa- y la hostilidad camporocristinista, le quitaron combustible para poder vencer el maleficio. Y también confirmando el nuevo apotegma de la política electoral mundial: las elecciones no las gana la oposición, sino que las pierde el oficialismo.

La oposición tiene que hacer todo para aprovechar el error fatal del oficialismo, pero, así como penal bien pateado es gol, los recursos de poder que manejan los Gobiernos, en relación a la escasez que caracteriza a las oposiciones, encima fragmentadas, los vuelve casi imbatibles si hacen las cosas mínimamente bien.

Dicho esto, ya está en el horizonte cercano de la política el nuevo momento electoral. Son elecciones legislativas, y como tales, sujetas al amplio abanico de las interpretaciones opinológicas. Es que en las presidenciales, sale electo un presidente. En las legislativas se eligen diputados, senadores en algunas provincias, legisladores provinciales, concejales, etc. etc. O sea, resultados que permiten un combo explicativo para poder decirse lo que se quiera. Que se ganó en lugares donde nunca se había ganado. Que se sacó más diputados que los que históricamente se habían obtenido. Que, igual, nunca se había ganado en esos baluartes díscolos. Y así sucesivamente.

Pero claro, se podrán decir muchas cosas, pero una sobresale nítidamente. Si claro, la Madre de todas las Batallas. ¿Podrá el oficialismo replicar el cisne negro que nació con el triunfo de María Eugenia Vidal como gobernadora bonaerense?. Esas elecciones tuvieron un condimento único que ponderó su institucionalidad. La polarización entre el Morsa y Mariú le acercó es plus de votos en una elección en donde la primer minoría de votantes se impone, ya que no hay ballotage ni milonga parecida. En estas elecciones, también la primer minoría será la entronizada como la ganadora. Y el oficialismo se esperanza con una suerte de polarización disgregadora: de un lado, CAMBIEMOS y del otro, todos los demás, y cuando más fragmentados pero identificados con el kirchnerismo mejor.

Para lograr eso, necesita imperiosamente que CFK sea candidata, para que ella misma se encargue de romper al peronismo (prestándole el Gobierno todos los martillos que sean necesarios). La pregunta es si la ex presidenta necesita imperiosamente ser candidata. No lo es por cuestiones judiciales: aún en el peor de los casos, los juicios tardarán unos cuantos años en consustanciarse antes de que lleguen a sentencia firme, si llegan y es condenatoria. Lo que está en juego es tratar de remontar la disolución paulatina de su liderazgo sobre un peronismo en plena mutación.

Para CFK la de máxima sería presentarse como candidato a senadora de la Provincia de Buenos Aires y ganar la elección. Más que cisne negro, para el Gobierno esto sería un elefante fucsia a lunares con consecuencias impredecibles. La de mínima podría ser entrar al Congreso, ya sea como candidata bonaerense como lo fue en el 2006, o bien, como candidata santacruceña, y desde allí utilizar su bully pulpit para apostrofar a la experiencia macrista. Sin embargo, hay que ver si su ego de faraona al impulsa a jugarse por la primera alternativa a todo o nada, o dejarla pasar, cómodamente instalada en El Calafate. Sin embargo, los liderazgos últimamente se prueban en las elecciones ya que hoy no hay Puerta de Hierro que valga, y con Twitter solo parece que no alcanza.

Si CFK es candidata a senadora bonaerense, hay una dama que difícilmente se pierda el combate final: Lilita Carrió (aunque hoy por hoy está más cerca de la candidatura porteña, dañando la suerte de Martín Lousteau, y muy especialmente de sus candidatos si él prefiere quedarse en la Washington de Trump).

Si CFK es candidata también complica al massismo que tendrá que ir contra ella, para no quedar preso de la estrategia oficialista de colocarlo como un K que disimula. Ahí será clave otra mujer, Margarita Stolbizer que es de esperar que dirija sus municiones más pesadas contra CFK.

Madre de todas las Batallas, que será así también, la Batalla de las Madres (comandadas por mujeres con matriarcado político y familiar). Aunque la pintura no sería completa sin el mantenimiento del denostado sistema de boletas electorales y de colectoras que permitirá que los intendentes practiquen el consabido voto “delivery”: sus punteros repartirán las boletas nacionales y provinciales cortadas como el Soberano electoral prefiera, pero induciéndolos siempre a incluir lo único que les interesa para su gobernabilidad local: la boleta de concejales propia. Mariú sonríe. (7 Miradas, editada por Luis Pico Estrada)

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