Por Paul Battistón.-

Hay pocas dudas de que el dinamismo de este gobierno (el de Cristina) conduce en su gran variedad de vericuetos a una meta fija, la disolución de la república.

Su absolución, su ascenso a fin último de la democracia, están implícitos en la desaparición de la república como tal. Alguna vez ya lo intentó Perón con cierto éxito y aún hoy día es referente de quienes se anotan en el juego democrático. El dictador electo fue la zona de confort de la mayoría idiota y sigue siendo la zona de confort de las postulaciones inconvenientes y vergonzantes.

Los mecanismos institucionales en desesperado funcionamiento ponen frenos a través de la oposición atajando los espasmos de una caída hacia la autocracia con el consiguiente logro colateral de activar el siguiente siniestro paso de la ya decidida destrucción del sistema republicano por cierto incompatible con el mandato de comunistado para toda la región.

Cada freno de funcionamiento exitoso crea a su vez con cada repetido proceso el confortable sustento de abandono de la sociedad en la creencia de que la no concreción de las malas expectativas anticipadas y frenadas son el normal funcionamiento de la rutina democrática.

La lucha entre lo lógico y los embates del comunismo debidamente ataviado se han hecho carne, el bienestar se ha convertido en mera supervivencia y las mejores expectativas consisten en no empeorar. Sin decirlo ni exponer la verdad autocensurada, concluyen que la única salida es Ezeiza (por lo menos para sus hijos) ya que la democracia claramente no le dará soluciones. El camino a elegir nuestro malestar en el confort de una dictadura electa parece de todas formas ser nuestro destino.

En este caldo donde no se pueden agregar nuevos ingredientes por estricto cumplimiento de la receta, el destino parece cocinarse mal y el uso de los ingredientes disponibles ha sido superado en su modo y cantidad lógica de ser incorporados. La mitad de ellos están saturando la disolución intensificando subproductos indeseados expeliendo al resto y precipitando a una acelerada decantación irrecuperable.

Sólo basta un espejo para auto referenciarse y ver lo que a vuelta de reflejo aspiramos ¿aspiramos? Otro mito urbano que de amenaza de cumplimiento gradual se va convirtiendo en realidad en cuotas de resignación cicatrizantes. Vamos camino a Venezuela.

Por suerte ya tenemos otros reflejos, uno solo podía dejarnos con la sensación de no estar en la mirada correcta (Nagasaki nos convence de que lo de Hiroshima no fue un meteorito). La dictadura de la familia Ortega, la Venezuela exiliada, la Bolivia sombreada de Evo, la reflotada Cuba de la miseria, el Ecuador de los levantamientos, el Perú indescifrable, el Chile del 13% de inflación, los dos Brasil, el Uruguay con mochila Topolansky todos a distinta distancia pero en la misma directriz.

Nuestro destino no puede estar mejor confirmado con la presencia de Evo, Maduro, Diaz Canel u Ortega en nuestro suelo.

Personajes ante los cuales no hubo salida institucional conveniente, fueron elegidos por el confort de la idiotez y los números de la aritmética stalinista.

Con el paso de dictadores por una cumbre de minúsculos valores está implícito el reconocimiento de los “regímenes” como resultantes directas de lo que expresan que se acepte como democracia popular. El confort en el respaldo de la dictadura elegida a cuestas de la idiotez lograda.

En 1982 el informe Frank, en la más equilibrada ambigüedad diplomática concluía y conducía a aceptar a indecisos del razonable comportamiento y desempeño político exculpándolos de cualquier responsabilidad de no haberse anticipado a la decisión de la junta militar argentina de tomar Malvinas. Más allá de las previas observaciones que lo indicaban en circunstancial coincidencia con los recortes thatcherianos en los sistemas de defensa en pos del alcance de un equilibrio fiscal.

El aura de negligencia se borraba en la diplomacia de un informe flotando sobre el triunfalismo del éxito bélico.

Si todo finalmente sale bien el informe Fauri, o quizás Ruckauf, a lo mejor informe Yofre o también podría ser un informe Guellar debería desde ese más allá de distancia prudente exculpar ante el alivio de la recuperación a la comunidad política que se abocó en un razonable comportamiento a contener embates. La conmutación de culpas no sería por otra cosa que por la no certeza de poder dimensionar en toda su magnitud a la dimensión dictatorial y destructiva de la tergiversación democrática.

La culpabilidad, en cambio, sólo podría venir de una distancia de cierta magnitud de la mano de un revisionismo a la sombra de un derrotismo y recuperando posiciones a la par de la redacción épicamente relatada de una historia en manos de los impostores de lo que fue una república.

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