Por Carlos Pissolito.-

Siendo como es la guerra, en particular y los conflictos, en general, actividades eminentemente humanas que despliegan una permanente tendencia al cambio. Uno que es constante y que tiene ritmo, por lo que pueden seguirse y estudiarse, a lo largo del tiempo y definir sus tendencias. Es más, algunos creen que, también, pueden anticiparse las futuras. De tal modo, de encontrarse en la mejores condiciones para enfrentarlos.

Ya el maestro en Estrategia, Carl von Clausewitz, sostenía que la principal decisión que tiene que adoptar, tanto los decisores políticos como los altos mandos militares, cuando enfrentan un conflicto, es diferenciar la naturaleza del que tienen que enfrentar. No pueden equivocarse al respecto.

Otro reconocido, autor, más contemporáneo, William Lind, ha dividido a esta evolución en cuatro generaciones. La última de ellas, vale decir la 4ta, se caracteriza por la presencia de actores no estatales que desafían a los Estados su monopolio de la violencia.

Por su parte, el historiador de la guerra, Martín van Creveld, especifica que esa última generación se inició a caballo del fin de la 2da GM, cuando el uso del arma atómica tornó en casi imposible a los conflictos convencionales, propios de la guerra clásica. Sostiene que a partir de ese momento surgieron, a lo largo y ancho del mundo, especialmente de los denominados países del Tercer Mundo, los movimientos insurreccionales inspirados en diversas ideologías.

Concretamente, la Argentina los sufrió, bajo el ataque de las organizaciones guerrilleras que pretendieron tomar el poder en los años 70, inspirados en los contenidos ideológicos del Marxismo-leninismo y en sus diferentes variantes trotskistas y guevaristas.

En esa oportunidad, el Estado argentino, primero de iure y luego de facto, los derrotó en el plano militar; pero, al hacerlo con una metodología errónea basada en los postulados de la teoría francesa de la Guerra Revolucionaria, fue derrotado en el plano político con las consecuencia que todavía sufrimos. Al respecto ver: “Una hoja de ruta hacia la Reconciliación Nacional”.

Pero, no es nuestra intención historiar lo que pasó. Aunque de ello buenas lecciones “no aprendidas” podrían, aún, extraerse. Lo que queremos es saber cómo sigue la película, porque los conflictos continúan. Y, éste, en particular, el de la violencia política en la Argentina tiene todas las perspectivas de hacerlo.

La idea central de este escrito es anticiparnos a la naturaleza del conflicto que ya está entre nosotros y que amenaza con generalizarse y escalar a niveles muy violentos. También, la intención es encontrar las mejores formas para contenerlo y mitigar sus consecuencias. Si en los años 70 no supimos hacerlo, entre otras cosas, porque copiamos la doctrina equivocada, hoy, se trata de elaborar una propia y correcta.

Lo primero, es reconocer que nos encontramos ante un fenómeno, relativamente, nuevo cual es que no nos enfrentaremos a una organización sediciosa tradicional como en los años 70. Vale decir a una que usa a la violencia política (terrorismo) como su arma principal. Sino a una que basa su accionar en otro esquema conceptual que merece ser analizado para ser entendido. Porque la primera condición para vencer a un enemigo/adversario/opositor es comenzar a entenderlo.

Si en los años 70 el modelo insurreccional era el de organizaciones de élite, motivadas ideológicamente, inclinadas a las acciones directas violentas, con poco contacto con la población que los rodeaba. Hoy, el modelo diferente y se caracteriza por lo siguiente:

  1. Son, principalmente, organizaciones sociales o, al menos, así se proclaman.
  2. Están difusamente motivadas desde lo ideológico.
  3. Propenden a un uso soft de la violencia, en acciones tales como: cortes de ruta, acampes, etc.
  4. No tienen un liderazgo único y vertical.

Pero, el dato más importante a tener en cuenta, es que disfrutan de una superioridad moral basada en que muchos de sus reclamos tienen un firme asidero en la realidad.

Estas demandas, bien pueden enfrentarse, ya sea con otros derechos -el de circular, por ejemplo- o llegar a ser parte de un intento insurreccional más ambicioso que ponga en peligro la gobernabilidad del Estado. Y que, en función, de esto sea necesario tener que lidiar con ellos.

El Síndrome de Goliat

Las características señaladas conforman una situación a la que hemos descripto como el “Síndrome de Goliat”. Uno que se configura cuando una fuerza armada, ya sea policial o militar, enfrenta físicamente a un oponente, supuestamente, más débil. Dado que genera una ola se simpatías por el elemento atacado. Tal como la generó el bíblico pastor David cuando derrotó con su honda al gigante guerrero filisteo de Goliat.

Esto se debe a que en todo conflicto se superponen tres factores. El moral, que tiene que ver por las causas por las que se lucha, que es el más importante; el físico, relacionado con los aspectos materiales, que es el menos relevante y el psicológico o estado mental, en el medio de ambos.

Otra consideración a tener en cuenta es que en este tipo de conflictos cualquier hecho táctico, por menor que este sea, puede tener consecuencias estratégicas. Ya que los planos de conducción estratégico, operacional y táctico se superponen uno sobre otro. Con el agravante que lo que puede ser positivo en un nivel (por ejemplo, el despeje de una calle); puede tener consecuencias nefastas a nivel estratégico (una mala imagen para las fuerzas).

Lo sostenido no implica que no se puedan controlar y, llegado el caso, combatir a este tipo de organizaciones. Lo que implica es que hay que hacerlo por los motivos correctos, contra los objetivos correctos y con las metodologías correctas.

Sacarle el agua a la pecera

Hace años uno de los mejores teóricos de la Guerra Revolucionaria, Mao Zedong, afirmaba que la guerrilla debía estar dentro de su pueblo como un pez en el agua. Es verdad, nada ha cambiado al respecto. Hoy, mucho más que ayer, toda organización insurreccional necesita del apoyo, tanto directo como indirecto, de la población que lo rodea. Ergo, el objetivo principal de nuestras acciones tiene que ser disminuir y anular ese apoyo. En pocas palabras: sacarle el agua a la pecera.

Para lograrlo, habrá que establecer bien las prioridades. Obviamente, lo primero será el plano moral, seguido por el psicológico y, por último, el físico.

Para lograrlo será imprescindible que se entienda que en este tipo de conflictos el centro de gravedad no pasa por la anulación, mucho menos el aniquilamiento, de los adversarios. Sino en que los mismos cambien su actitud. Se trata de obtener una victoria moral al sumarlos al proceso de una convivencia civilizada.

Para ello, habrá que entender que el componente policial/militar de esta ecuación es el menos importante. Y que como tal, solo sirve de soporte para que otros elementos del Estado puedan actuar y llenar el vacío que produjo la protesta.

Obviamente, que por la propia configuración de estas organizaciones, habrá en su seno, elementos irreductibles más inclinados al ejercicio de la violencia física. Ellos deberán ser neutralizados, en el marco de la ley, y de la forma más quirúrgica posible.

La guerra se gana en los preparativos

Esto dice Francis Tucker, un comandante británico de tanques de la 2da GM. Si bien esto no es una guerra, lo que dice es aplicable a todos los conflictos.

En este, en particular, los preparativos se deberían orientar hacia lo siguiente:

1ro Sancionar un marco legal acorde para las demandas actuales Defensa y la Seguridad, ya que el existente, es obsoleto y contradictorio.

2do Aprovechar la doctrina y la experiencia recogida en misiones de paz complejas como la MINUSTAH (Haití).

3ro Ponerse en movimiento, puede ser que nos quede mucho tiempo para tener los medios (humanos y materiales) para conjurar una grave crisis de gobernabilidad.

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