Por Luis Alejandro Rizzi.-

“A propósito de la ingenuidad a la que hacíamos referencia tanto el Gobierno nacional como el de la provincia de Buenos Aires deberán  enfrentar  esa gran cuestión del conurbano de indigencia y miseria, corrupción y narcotráfico. Ambos gobiernos deberán pisar ese fango y la primera ingenuidad los sumergirá en esa ciénaga de los peores vicios humanos…” (Quince días de cambiemos, www.informadorpublico.com, 27/12/2015).

El párrafo transcripto a modo de “copete” llegó mucho antes de lo que pensaba y ahora es muy fácil decir cómo no fueron separados los hermanos Lanatta y Schillaci y cómo no se cambió el mismo 10 de diciembre la cúpula del servicio penitenciario de la Provincia de Buenos Aires.

Todo hubiera sido inútil y quizás estos tres reos hoy también estarían prófugos o quizás muertos.

La indigencia, miseria y la corrupción en sus actuales y desconocidas dimensiones son tres plagas que configuran y hacen sustentable al “narcotráfico”, que arrastran 30 o 40 años de antigüedad, plazo suficiente para que ningún funcionario de gobierno pueda saber dónde está parado y con quién está hablando.

Pero la ingenuidad no está en la intención de dar la batalla contra esas tres primeras plagas que facilitan el desarrollo y crecimiento del narcotráfico sino en anunciar el inicio de la batalla contra el narcotráfico sin haber cargado las armas o verificar si funcionan.

Hubiera sido más útil cambiar las primeras figuras sin anunciar el inicio de la guerra.

Cuentan Burzaco y Berensztein que “los narcos invierten 12 millones de pesos por mes en comprar protección policial”. Supongo que esa suma se debe haber incrementado, sólo en la ciudad de Rosario, que además cuenta con el “trabajo de soldado narco” de chicos de 13 a 18 años reclutados por los traficantes, cuya misión es la de custodiar los quioscos de venta.

El Estado Nacional y el de la Provincia de Buenos Aires son Estados fallidos, siguiendo con las descripciones de los autores citados, ya que no controlan ni el territorio, ni pueden mantener el estado de derecho, ni están en condiciones de proveer servicios esenciales y muy probablemente esta batalla que tiene diversos frentes debería comenzar por proveer servicios esenciales y de excelente calidad, tales como educación y salud pública.

Cuando María Eugenia Vidal habló de las mafias, pudo haber dado ejemplos como el procesamiento de José Ramón Granero, quien habría acusado a Aníbal Fernández de mentirle a la presidente Cristina Fernández sobre que en Argentina no había muertos por sobredosis. O sobre el modo en que se financió la campaña presidencial de Cristina del año 2007, con el aporte de droguerías que coincidieron con la importación de 19.000 kg de efedrina en 2007 y 11.000 hasta agosto de 2008, fecha en que fueron asesinados Forza, Bina y Ferrón. Lo cierto es que en el lapso de cuatro años, más de 40000 kg de efedrina se desviaron a manos de procesados por maniobras de narcotráfico, algunos de los cuales tuvieron contacto con el titular de la Sedronar (Secretaría de Programación para la Prevención de la Drogadicción y la Lucha contra el Narcotráfico, que depende de la Presidencia de la Nación) y con teléfonos de la casa militar, en la Casa Rosada.

Todos estos hechos los cuentan Eugenio Burzaco y Sergio Berensztein, Secretario de Seguridad de la Nación, en su libro “El poder narco”. Por eso, esta ingenuidad en la que fue sorprendido “Cambiemos” ya lo acercó, posiblemente antes de tiempo y desarmado, a la peligrosa ciénaga en la que impera el narcotráfico.

La duda creada en la sociedad no impactará aún en la intención de los nuevos gobiernos, sino en la efectividad de sus acciones.

Es bueno que el político obre de buena fe. Ya estábamos desacostumbrados, pero el candor o la ingenuidad en el cumplimiento de la función también pueden conducirnos al infierno.

Pero aclaremos que nosotros, como sociedad, tenemos nuestras obligaciones y responsabilidades. Cada uno de nosotros debería ponderar que hemos admitido cambios morales, hemos minimizado el poder de los valores y hemos aceptado un relativismo de tal magnitud que nos ha llevado a crear condiciones que facilitan el desarrollo de la mayoría de los vicios humanos, algunos exaltados al rango de “derechos” o “virtudes”, y el uso y consumo de productos que impactan negativamente en nuestra salud.

Diría que no hemos entendido el mensaje que nos legara, con tanta sencillez y claridad, Enrique Santos Discepolo en “Cambalache”.

¿Será que también nosotros somos ingenuos o más bien estúpidos…?

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