Por Paul Battistón.-

Morir o no morir, esa es la cuestión.

Podría haber sido también una buena línea para quien dialoga con una calavera.

Alguna vez Jorge Guinzburg nos deleitó con pequeñas entrevistas que con picardía conseguían dejar segundas líneas a 10 cm de la superficie. Adornadas con el rótulo de entretenimiento y, para confirmar esto, cerradas con el moño del relato de “la primera vez” de los entrevistados. Las respuestas obtenidas fueron muy acordes a la apacible vertiginosa frivolidad de esos días.

En un medio donde la información es la columna vertebral, lo de Luis Novaresio y sus entrevistas, sin serlo, quedan a una distancia de entretenimiento. Sus entrevistados consentidamente entregados a su frente parecen arrancar con lo que debería ser una segunda lectura. Logra con la medida exacta de su intervención invitar a sus sometidos a traslucirse con cierta incontinencia conduciéndolos a un final donde en este caso no es la primera vez la estrella sino, por el contrario, la última. ¿Nos morimos y qué…?

En el caso de Guinzburg, su cierre era lo esperado, listo para ser al día siguiente comidilla de escritos y medios rápidos.

El final de Novaresio no levanta esa polvareda, lo cual es consistente con el escaso entusiasmo puesto en esa respuesta específica, siempre con un halo de desánimo de no poder alcanzar lo que los mismos personajes predican para ese “después”.

El entusiasmo (o preocupación) de Novaresio al preguntarlo encuentra por lo general una respuesta asintomática para una muestra de especímenes tomados de una comunidad de supuesta fe (esencialmente fe cristiana). El regalo de la eternidad parece haber sido descreído o estar más cerca de la eternidad imaginaria que Luis Alberto Spinetta entonaba con su afinación particular.

Lo que es particular es ese empinado instante que nos está sobrepasando en nuestra capacidad de añadir acontecimientos a nuestra corta (por ahora) existencia.

Hace apenas 6 años escribí un cuento, “El orden”. Su título hace alusión al orden en que se deben ubicar letras y símbolos como meros elementos sonantes para lograr un determinado resultado. Su argumento era presuntuoso; consistía en un escritor que elaboraba un algoritmo que finalmente escribía por él. En apenas 6 años lo de presuntuoso se convirtió en ridículamente superado.

Por si no lo han notado, les aviso que la aparición de la I.A. (inteligencia artificial) será lo que le pondrá fecha de inicio a la nueva edad histórica. Ni la aparición de internet, ni la energía atómica, ni la conquista espacial le harán sombra.

La I.A., sin prejuicios o con los prejuicios convertidos en una intuición de administración certera, se desarrolla a sí misma sin el complejo de humanidad a partir de su prehistoria que es el pensamiento de la humanidad todo enterito. Todo estará en ella al alcance de cualquier mano si quiere dárnoslo.

De aquí en más, lo que imaginemos (como una predicción) podrá ser superado en corto tiempo (o desarrollado) ante el inconsciente pedido de nuestros pensamientos.

Hace tan solo unos días, un ingeniero de Google (de aquí en adelante sólo una extensión neuronal de la I.A.) se atrevió a vaticinar que en 8 años se alcanzará la inmortalidad, algo tan ridículo como hace 6 años pensar que un algoritmo podría ser quien escribiera esta nota.

Volviendo a Novaresio y su ¿nos morimos y qué…? o mejor dicho, a la extensión neuronal Novaresio. Las respuestas más esperanzadas a la misma no han pasado de una pretensión de subsistencia en el recuerdo. De ser un recuadro de anuncio en el libro de la historia. De trascender (intrascender) en el recuerdo por la subjetiva idea de una buena acción, como si las malas no tuvieran mejor o igual oportunidad.

El recopilatorio de los finales de Novaresio nos está dando la respuesta de falta de fe como guía de nuestros elaborados fracasos.

Ni las almas más apreciadas como el salvador de vidas Alberto Crescenti, ni las más simples y humildes como el colectivero de La Matanza dieron indicativo de esperar algo que no sea el final de finales precedido por la desahuciada esperanza de dejar algo para sobrevivir sólo en el recuerdo.

El matancero remarcó algo que sólo podría encajar en cuestiones de fe al exteriorizar sin tapujos su “pertenencia” al peronismo, aun cuando su presencia tuvo su único posible origen en una violenta cuestión originada en la pésima gestión de un gobierno peronista, al cual no le restó críticas a través de las críticas directas a sus actuales gerenciadores de nuestro calvario de derrumbe.

Javier Milei alarmó a Novaresio con su reemplazo de Hayek por Moisés tras una pregunta dada como respuesta a una pregunta en la que Novaresio, en su encerrona, perdió el timing de la entrevista. Lo que todo apuntaba en una dirección más dogmática al ser acusada de tal por el periodista necesitó de una afirmación en sentido contrario por parte de Milei. De todas formas, al final Milei, consecuente con su elección de soporte moral, sólo se limitó a pretender tras el final de los finales a una trascendencia en el recuerdo de una elevada importancia en sus planes.

En una forma ingenua, el pontificador de lo barrani, Carlos Maslatón, expresó twiteramente su alegría al afirmar que la inmortalidad anunciada como próxima a ser alcanzada era lo que deseaba. Vivir para siempre. Una eternidad barrani.

Sin trabas éticas, con prejuicios enteramente aceptados como intuición, sin frenos, sin humanidad, no sería imposible llamar erróneamente inmortalidad a un no deterioro corporal.

Quizás los 8 años sean exagerados para la predicción del ingeniero de Google y la corrección en la asimilación costosa y adecuada de las instrucciones precisas para detener nuestro tiempo intracutáneo esté más cerca teniendo en cuenta la exponencial variación de ausencia de frenos de la I.A. ¿Querrá dárnosla o en un atisbo de interpretación de lo que significa humanidad la negara para salvarnos? ¿Salvarnos?

Como hacerle entender a un niño que nació digital la importancia de hacer un curso de taquigrafía de la sub era analógica cuando hoy día aprender el orden de un teclado es cuestión de horas. Sería sumamente ridículo dedicar un par de años sólo a apretar teclas sin respuestas a su apretado.

Como sería hacerle entender a un niño nacido en la era “Forever young” la ridícula necesidad de envejecer que en los envejecedores está asociada a la experiencia y sabiduría. Finalmente podríamos deshacernos de un prejuicio ya que ninguna arruga seria garantía absoluta como nunca lo fue de ambas cosas. La fe terrena del peronismo tiene arrugas virtuales octogenarias y tiene cadáveres hechos cenizas muertos en su fe, claramente es una “Fe” de lo contrario no podrían haber extendido la enseñanza de su taquigrafía ideológica a la era donde las ideas deben provenir de la lógica empírica y son contrastadas con la misma sin insistir en continuarlas si las mismas fallan o son un fracaso.

80 años ejercitando fe para sostener una doctrina que siempre termina chocando con sus propios resultados.

Una comprobable ausencia de fe superior al encuestarse la mayor desidia o descreimiento en la eternidad ofrecida.

Una eternidad ofrecida por una inteligencia descreída

Sin dudas podemos ser el mayor escollo a la eternidad barrani presagiada por el ingeniero de Google por experiencia acumulada o por destructiva resonancia.

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