Por Luis Américo Illuminati.-

«Siempre es fácil hablar claro cuando no se va a decir toda la verdad» (Rabindranath Tagore, Pájaros Perdidos).

Los seguidores y fans de Lali Espósito deberían hacerle una estatua, similar a la de la Libertad que hay a la entrada del Puerto de Nueva York, pero con su cara y el tamaño de aquellas esculturas femeninas que con barro fabricaban los pueblos antiguos para representar a sus ídolos. ¿A qué motivos obedece este aserto? ¿Se trata de una joven defensora de los niños africanos que mueren de hambre? ¿Se trata de alguna bienhechora que ha arriesgado su vida para salvar la vida de alguien en peligro? Nada de eso. Pues entonces, veamos a continuación su mérito o hazaña.

Lali Espósito reavivó la polémica con Milei al expresar “Hay gente que se apropia de la palabra libertad y la usa mal”. En un programa de la TV española, la cantante volvió a apuntar contra el presidente de la Nación. Tal como si fuera una heroína, una reencarnación virtual de María Pacheco, Micaela Bastidas o Juana Azurduy, manifestó: «Una palabra que no sólo a veces está mal usada, sino que se la apropia gente que no, que es libertad».

La señorita Lali Espósito cree que ella tiene la fórmula de lo que es la libertad, a la que confunde con libertinaje, licencia y depravación de las costumbres, habitual panorama inmoral que Argentina vivió durante el régimen kirchnerista, fueron veinte años de podredumbre y ella nunca dijo nada, actitud que la coloca en un lugar bien claro: consentidora de ese lamentable estado de cosas. Para Platón, una persona es libre si sus deseos racionales dominan sobre sus deseos irracionales y determinan sus acciones encaminadas hacia el bien, evitando el mal propio y ajeno. ¿Cree esta señorita que ella es la imagen viva o el símbolo de la libertad y que tiene la suficiente autoridad moral para dar cátedra sobre la libertad, que en realidad no hace otra cosa que la promoción de la banalidad? Menos mal que hay voces sensatas de actores alejados del fanatismo como Guillermo Franchella y Pablo Alarcón, que no piensan como ella.

La libertad si bien tiene que ver con la búsqueda de la felicidad, es primordial y necesario buscarla dentro de un marco de equilibrio y moderación en un mundo de incertidumbre. El hombre o la mujer que no tiene ni pizca de amor por la filosofía pasa por la vida encarcelado en los prejuicios derivados de «la vida banal», como la llamaba Heidegger, al uso de la libertad sin sentido, que son las creencias habituales y convicciones que se han asimilado sin la cooperación o el consentimiento de la razón deliberada. Para un individuo así el mundo tiende a convertirse en definitivo, finito, obvio; los objetos comunes no despiertan preguntas, y las posibilidades desconocidas son rechazadas despreciativamente. Por el contrario, tan pronto como empezamos a filosofar -que es un ahondar en las cosas y fenómenos- nos encontramos con que el mundo, la libertad y el destino de la humanidad no es como creíamos. Para Kant, el ser humano sólo percibe y conoce lo que él mismo construye. Thomas Kuhn, el historiador y filósofo de la ciencia, el autor de La estructura de las revoluciones científicas (1962), confirma: “Kant nos enseñó que el mundo que conocemos no es el mundo «en sí mismo», sino el mundo tal como es percibido y concebido por nosotros”. De modo que, para hablar de la libertad, primero debemos salir de la caverna de Platón, donde vemos sombras sobre la pared, que son apenas reflejos de la realidad, ignorando que ellas son proyecciones de una fogata encendida afuera que no podemos ver porque estamos encadenados. Y esto ocurre cuando se vive como esclavo de una situación que más que un sueño es una pesadilla, que para muchos es la «normalidad» de lo que es vivir en democracia, olvidando que el ejercicio de un derecho, de ninguna manera implica el abuso de la libertad.

La historia de la decadencia y ruina del Imperio Romano es comparada con la travesía de la civilización actual, sobre todo, por la excesiva proliferación de los vicios por sobre las virtudes, en nuestro caso, el ominoso régimen kirchnerista -abandono de la excelencia y adopción de lo peor, fenómeno de la sociología o de la psiquiatría- que nos lleva a preguntarnos cómo subsistió tanto tiempo un régimen de tal índole, en lugar de elegir otra cosa. Hoy tenemos otra cosa, que está en las antípodas de lo que fue una cadena o vorágine de desaciertos, fracasos y simulacros, en una palabra, vivir en la impostura. Démosle tiempo al nuevo gobierno.

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