Por Italo Pallotti.-

Argentina, llevada de la mano de un unitarismo deplorable que despreció sistemáticamente un sano sentido de unión, al menos después del “salvador” advenimiento de la “nueva Democracia”, ha sido depositada en un lastimoso esquema de decadencia, tras de una dirigencia corrupta e ineficaz; salvo mínimas excepciones. Vivimos en una rara mezcla temporal y burda de promesas incumplidas. De tanta mentira, de tanta falsía, de tanta angustia sembrada por doquier, nos han ido sumiendo paulatinamente en una concepción mental en la que parece que el futuro no será otra cosa que el fracaso y el derrumbe. Una injusticia de la que, al menos, una inmensa mayoría no merece. Por su fuerza de voluntad, a cualquier precio. Por su honestidad ante tanta deshonra vecina. Por su inquebrantable deseo de ver un día “el país mejor”. Por su fe en la familia, frente a un montón de fanáticos (hijos del pancartismo y el pañuelismo -valga la vulgaridad de los términos-) que tratan de obturarla de cualquier modo. Se han tolerado dirigentes de menor cuantía, ya sean políticos, sindicales, empresarios, docentes. Hay una paz rota en el ciudadano por la crueldad de esos personajes que no han vacilado en burlarse de las lágrimas y la congoja de un pueblo manso, tolerante o indulgente, por ignorancia, hasta que un día, ojalá, pueda decir basta!. Esa especie de barbarie cotidiana, doméstica, insana, ya ha superado los límites, para caer en el absurdo. Cada acto de enfrentamiento los ha ido llevando sigilosamente a un estado involutivo del progreso como nación. La estupidez humana ha encontrado en cada uno de ellos su mejor reservorio y fuente de desarrollo. Detrás de ideologismos retardatarios en los que seres, en apariencia cultos y preparados, van siendo cooptados para someterlos al capricho, antojo y perversión de un modo casi enfermizo.

Viene lo antedicho a la reacción de una mayoría, de lo más variopinta, convocada esta semana frente al supuesto ataque (al menos en la concepción fanática de una dirigencia quirúrgicamente elegida) a la política presupuestaria universitaria del nuevo gobierno. Vendrán, como siempre, los argumentos plagados de justificaciones de un lado y de otro. Frente a esto, la capacidad de reacción sensata, inteligente de una gran mayoría se va obnubilando de tal forma por el cepo mental impuesto por las partes en pugna, que le impide ver la realidad que lo circunda; o bien se le aproxima. Difícil es ser ecuánime y no caer en una especie de víctima de la forma casi de manual de las dos verdades que subyacen en cada uno de los conflictos que a modo de costumbre parece enfrentarnos. Y en este escenario, la posibilidad de evitar vivir en esa frecuencia de golpes permanentes a la tranquilidad ciudadana, es casi una utopía. Porque todo se mezcla, luego, en una desdichada monotonía de biblia y calefón; la extrema razón de uno sobre la sonsa razón del otro; mentira que se trata de imponer a cualquier precio y verdad que se repliega por temor. Todo en un claroscuro entre la inteligencia supuesta y la ignorancia manifiesta.

Bien cabe, frente a esto, decir que el miedo es el recurso de los tibios. La maldad el de los siniestros. La mansedumbre la patología de los sin destino. El soportar ofensas, la denigración de los principios. La prepotencia, el semen de donde nacerán los malvados. La pobreza de pensamientos, el medio para achatar conciencias. La Patria, el lugar que nos parió; pero qué si no la respetamos, el enemigo nos aplasta como a un bicho despreciable. La Nación, la reserva para ciudadanos honestos y buenos; pero en manos de pervertidos sociales, el desquicio será su síntesis. El Estado, un todo que nos gobierna, pero en manos de dirigentes sin la fuerza y la convicción necesaria para imponer certezas, puede ser reducto para escamotear verdades. La República, una cosa pública que si no se la respeta calificará para ser una simple republiqueta. La Democracia, finalmente, una entelequia que solo servirá para que el pueblo imagine es lo ideal; pero carente de coraje para defenderla. Concluyendo: sin moral, amor, solidaridad entre pares; tolerancia y unidad la nación será nada más que una ascosidad en estado puro. Debemos asumir que el pelearnos, aturdirnos emborrachados de odio, solo servirá para demoler una paz frágil para una sociedad qué de maltrato, ya está harta. Cuando la gente se embronca, es porque alguien la provoca. Y para muestra de mojarnos la oreja, sin disimulo, reaparece la Sra. Condenada, de modo ignominioso, pensando quizás que el pueblo olvidó, aunque el militante fanático la aplauda, que la nación se revuelca de impotencia, recordando su oscuro pasado como gobernante. Reclúyase, mejor, en el mutismo y busque una pizca de gloria que alguna vez, quizás, soñó.

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