Por Malú Kikuchi.-

¡Vaya tema! Probablemente me excede, pero no puedo evitarlo. Ocurren demasiadas cosas, la mayoría de ellas absurdas, algunas horrorosas, y a pesar de los hechos y a pesar de todo, es un año de esperanzas. Todavía.

El 9 de julio, en Tucumán, Cristina Fernández nombró “la Patria” en su discurso, más veces que en todos los años de sus dos gobiernos. Pero no hablaba de “la patria” que se independizó en 1816, la de los 33 congresistas que fueron puro coraje al declararnos independientes de “Fernando VII, sus descendientes y la metrópoli”.

No mencionó que en reunión secreta el 19/7/1816, el diputado por Buenos Aires Pedro Medrano le hizo agregar “y de toda otra dominación extranjera”. Y que el que impulsó esa declaración fue San Martín sosteniendo que, no podía partir a liberar Chile, si no salía de un país independiente. Y cruzó los Andes en enero de 1817. De esa patria, Cristina no habló, es más, equivocó fechas.

Se refirió a una patria a la que su “compañero de vida” había liberado de la deuda externa y nos había hecho independientes, en serio. Muy confundida, voy al diccionario de la RAE, patria es: tierra natal o adoptiva ordenada como nación, a la que se siente ligado el ser humano por vínculos jurídicos, históricos o emocionales. Del latín “pater”, padre o antepasado. No basta.

Recurro a los poetas, siempre están más cerca de la verdad emocional que el diccionario. Julia Prilutzky Farny dice que la Patria es “Donde se quiere arar. Y dar un hijo, / y se quiere morir, está la patria.” Y para Borges “nadie es la patria”. O somos todos, no solo algunos, y es el otro y soy yo.

Sin embargo, después de estos largos años de hechos inexplicables, tristes, desdichados, donde la Patria se escurría como agua entre los dedos, con historias sobre la historia que no tenían nada que ver con nuestra historia.

Donde el relato se adueñó de las escuelas y las universidades, donde los medios de comunicación se compraron y los que no, se atacaron dejándolos sin propagando oficial y con nombre y apellido. Donde el que disentía pasó a ser un golpista, destituyente, anti patria, y sobre todo y antes que todo, enemigo.

Donde en nombre del relato, el populismo permeó los estratos de la sociedad, los subsidios humillaron y enseñaron vagancia; la droga se adueñó de las crecientes villas de emergencia, lugares que el omnipresente estado, abandonó.

Años donde se sometió en nombre de una transitoria mayoría al congreso de la nación, haciéndole votar lo que fuera, “sin cambiar una coma”, y “¡viva la obediencia debida¡”, y hasta hoy se trata de domesticar al poder judicial por medios ilegales y vergonzosos.

Donde un fiscal federal de la nación, Alberto Nisman, molestó con una denuncia que acusó a la presidente y al canciller (y otros alfiles), de traición a la patria por la firma del memorándum con ¡Irán!, y se lo suicidó. Después de casi 6 meses del hecho, no se animan a decir que fue un suicidio. Hasta para este gobierno sería demasiado alevoso.

Con una inflación desmadrada que come los bolsillos, una emisión aún mayor, una corrupción que mata; inseguridad total; falta de dólares para importar, retenciones a las exportaciones; malas relaciones con todos los países, excepción hecha de Venezuela, Irán, Rusia y China (y simpatizantes).

Con reservas desconocidas en el Banco Central y muy menores a las declaradas. Sin estadísticas ciertas. Con demasiados pobres e indigentes. Con una educación gramsciana y de bajísimo nivel. En default técnico. Con cepo a la compra de moneda extranjera. Con juicios por los DDHH sólo a los militares, hayan tenido o no que ver con aberraciones, pero jamás un juicio a un terrorista con muertes probadas. A esos se los indemniza.

Ataques permanentes a la Constitución Nacional, obviamente, también declarada enemiga del gobierno. Y a pesar de todo lo anterior, más lo que quedó sin escribir, lo más terrible, lo más imperdonable, lo que llevará más tiempo sanear, es el odio que se ha despertado entre los argentinos, instigado desde el poder.

No hablarse en familia, dejar amigos de lado, mirar al otro con bronca y miedo, olvidando que es un argentino más, y no me refiero a los corruptos del gobierno, hablo de las personas comunes que habitan esta tierra, es ahí donde siento que la patria no está. Que desapareció.

Y sin embargo, en algún lugar debe estar, quiero creer que está. Que la podemos recuperar. Es año de elecciones, podemos y debemos elegir. Terminemos con el odio. Se puede, sólo es necesario cambiar. Volver al “somos”.

Me acerco a Mario Benedetti* y, como él, después de recorrer el mundo puedo sostener que: “quizás mi única noción de patria sea esta urgencia de decir Nosotros”.

* Mario Benedetti, escritor y poeta uruguayo, 1920/2009. El poema es “Noción de patria”.

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