Por Hernán Andrés Kruse.-

La democracia argentina es de baja intensidad. Nadie duda de la legitimidad de origen de Alfonsín, Menem, De la Rúa, Néstor Kirchner, Cristina Kirchner y Mauricio Macri. Ellos llegaron a la Casa Rosada porque nosotros lo decidimos en el interior del cuarto oscuro. Nadie, en ese lugar, nos obligó con una pistola apoyada en nuestra sien que votáramos a fulano o a mengano. Pero que un gobernante goce de legitimidad de origen no basta para garantizar una vigencia plena de la democracia. Este régimen político lejos está de agotarse en el acto eleccionario. Implica la legitimidad de ejercicio, la manera como el gobernante electo ejerce el poder. Puede ejercerlo respetando las normas constitucionales o situarse por encima del sistema normativo vigente. Juan Domingo Perón fue el ejemplo más preclaro de un presidente que gozó de legitimidad de origen pero que una vez sentado en el sillón de Rivadavia ignoró olímpicamente a la constitución de 1853. Pero Perón lejos estuvo de ser el único. Luego de la recuperación de la democracia en diciembre de 1983 en reiteradas oportunidades, tanto en plena campaña electoral como luego desde la Rosada, se menospreció nuestro intelecto, fuimos tratados como adolescentes inmaduros. Ello fue posible porque, como señala el columnista y escritor de Perfil Sergio Sinay, no hemos sido capaces de hacer valer a lo largo de todos estos años de democracia los “derechos de conciencia”. El artículo es sencillamente notable e invita, por ende, a su lectura. He aquí su contenido.

Derechos no escritos del votante*

Sergio Sinay

El voto es obligatorio entre los 16 y los 69 años, salvo excepciones. No se puede hacer propaganda partidaria en los sitios donde se vota. No se puede entrar a esos sitios con bebidas alcohólicas. El voto debe ser secreto y no voceado. Se debe respetar a las autoridades de mesa. Además de estas obligaciones explícitas hay derechos implícitos. Llamémoslos “derechos de conciencia”. Nadie vela por su cumplimiento, salvo uno mismo. Algunos de ellos: –Derecho a no votar a quien mintió u ocultó realidades difíciles y dolorosas. Más aún cuando no hubo reparación ni reconocimiento por la traición a la confianza. –Derecho a no votar a quien habiendo estado en el Gobierno, o permaneciendo en él, no reconoce errores propios y echa la culpa a otros desligándose de responsabilidades intransferibles.–Derecho a no votar a quienes habiendo gobernado se presentan como recién nacidos, negando, mintiendo u ocultando sobre sus responsabilidades en la situación estructural del país. –Derecho a no votar a quienes insultan u ofenden en sus discursos, entrevistas, presentaciones de libros u otros eventos. –Derecho a no votar a quienes prometen mano dura como única solución a problemas de seguridad, pero no tienen programas sobre educación, salud y condiciones de vida dignas”.

–Derecho a no votar a quienes exigen sacrificios presentes a cambio de futuros no creíbles o ya malversados. –Derecho a no votar a quienes exigen sacrificios mientras ahondan desigualdades con sus políticas y sus decisiones. –Derecho a no votar a aquellos que, cuando gobernaron, manipularon la pobreza para mantener como rehenes a grandes sectores de la población, beneficiándose de la indigencia económica y educativa de estos. Y que, cuando son opositores, los usan como emblema para prometer lo que antes no cumplieron. –Derecho a no votar a quienes, por conveniencias electorales, desertaron de los principios y valores que decían sostener. –Derecho a revisar las fórmulas para observar cómo, quienes ayer eran irreconciliables como el agua y el aceite, hoy se abrazan y elogian en público convirtiéndose en ingredientes del mismo barro moral. –Derecho a no votar, como consecuencia del derecho anterior, a candidatos que se presenten o hagan campaña, aliados con quienes hasta ayer eran sus enemigos viscerales. –Derecho a revisar las interminables boletas, a leerlas con detenimiento, para verificar la cantidad de nombres que usan esas boletas como aguantaderos o refugios, y negarse a protegerlos y encubrirlos con el voto.

–Derecho a no votar a nadie que tenga cuentas pendientes, o en proceso, con la Justicia, para no ser cómplice en la impunidad de un delincuente potencial o comprobado. –Derecho a no creer a quienes le han mentido una y otra vez. –Derecho a no votar a ningún candidato que diga, o haya dicho, que declaraciones y contradicciones explícitas y aberrantes salidas de su boca fueron “sacadas de contexto”. –Derecho a no votar a ningún candidato que, en discursos, escritos o entrevistas, afirme: “Yo nunca dije que…”. Más aún cuando sobran pruebas de que lo dijo. –Derecho a no votar a cualquier candidato que, mientras miente austeridad, hace exhibiciones de lujo y de riqueza. –Derecho a no votar a los candidatos que prometen fundar nuevamente la Nación, como si ésta, con todos sus problemas, no existiera desde hace 203 años. –Derecho a no votar a quienes no propongan políticas de Estado que se sostengan en el tiempo, independientemente de quién gobierne, y que no se comprometan a respetarlas. –Derecho a no votar a quienes no planteen debatir ideas políticas y sólo se valgan de chicanas. –Derecho a no votar a quienes se fotografíen y filmen hasta el hartazgo con bebés, ancianos, jubilados y mujeres pobres solo en épocas de campaña para olvidarlos de inmediato. –Derecho a un escrutinio veraz, veloz y honesto. Ahora es el momento de revalidar estos derechos.

* Perfil, 4/8/019.

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