Por Malú Kikuchi.-

Se supone que todos sabemos qué son los límites. Se supone que todos tenemos límites. Se supone que no todos tenemos los mismos límites sobre los mismos temas. Se supone que algunos límites nos son comunes a todos. La ley es un límite común a todos.

Sin embargo, los argentinos estamos cada día más predispuestos a borrar los límites. Y algunos límites no pueden, no deben ser obviados. Se imponen, desde la ley hasta el sentido común. No respetarlos es retroceder en materia de civilización.

Límites, de acuerdo al diccionario, en su 2ª acepción, dice que es: “punto o línea que señala el fin o término de una cosa no material: suele indicar un punto que no debe o no puede sobrepasarse”.

Estamos sobrepasando todos los limites que no deben sobrepasarse. Lo hacemos con los tiempos judiciales, con el abuso de menores usando como medio algo tan digno como el deporte, que se cree los protege de esos abusos. Y con la libertad de expresión.

Hay otros límites, demasiados que dejamos de lado, pero estos tres tienen notoriedad y actualidad. Los tiempos judiciales son inverosímiles. Pueden tardar 23 años, es el caso de un ex presidente y la venta de armas, condenado y sigue siendo senador nacional y nadie pide que le quiten los fueros.

Al cambiar el gobierno y las políticas, distintas de las de los K, de pronto hay una proliferación de denuncias que salen de sus empolvados cajones y los denunciados pasan a ser indagados, procesados y muchas veces detenidos con prisión preventiva, velozmente.

La prisión preventiva se aplica si el acusado puede fugarse, o si al seguir en libertad hasta su juicio, puede entorpecer la causa. Hay muchos detenidos con prisión preventiva que no tienen razones reales para estar presos. Un exceso de “justicia” mal empleado.

Puede que sea para sumar méritos ante la sociedad o el consejo de magistratura (que no se sabe muy bien que hace), o para que los abogados defensores de los detenidos puedan sacarlos con facilidad, alegando que la detención no se ajustó a derecho.

Los ejemplos abundan y hacen que el país siga consagrando la impunidad como una forma de vida absolutamente normal. Y no lo es. Haber sobrepasado este límite hace que la Argentina tenga poder judicial, pero no tenga justicia. Deplorable y muy peligroso.

En el caso del abuso de menores por parte de personas que los tenían a su cuidado, que los usaron personalmente o los “prestaron” o comercializaron, es tan aberrante, que las palabras son pobres para definir la situación. Lo bueno es que se sabe y se investiga.

Y con la libertad de expresión, algo por lo que cualquier periodista del planeta lucha, si desconoce los límites a los que debe atenerse, convierte a esa libertad consagrada por la Constitución Nacional, en algo sucio y desgraciadamente irreparable.

Cuando en un programa de TV que era prestigioso, se permite que una invitada haga uso y abuso de la palabra para difamar a personajes muy conocidos por la sociedad, sin tener pruebas para sostener sus dichos y, la conductora no la echa de su mesa, es infame.

El procurador general de la provincia de Buenos Aire, Julio Conte Grand, dijo no tener denuncias de abuso de menores cometidos por personas conocidas. Esto no tiene en la gente el mismo peso que las denuncias. La calumnia es rápida, la desmentida casi no importa.

Tampoco importa si fue una operación, si fue paga, si la conductora sabía o no sabía de qué se iba a hablar (difícil que no supiera), el hecho es que la invitada en cuestión, no es digna de ser escuchada, que la conductora la debería haber frenado.

Y en cuanto al productor general del programa, pedir perdón por un error de producción, no alcanza, no sirve. Siguen llegando llamados para preguntar si fulano o mengano son pedófilos, si una los conoce lo suficiente como para afirmar que no, que no lo son. Las calumnias algo dejan.

Debemos aprender que hay límites intocables, para empezar, la ley y, el básico respeto por el otro, para no olvidar nunca que nosotros, somos el otro del otro. Que tenemos una responsabilidad enorme para con la sociedad en la que vivimos.

Si no reconocemos límites, que no son simples limitaciones sino algo más profundo, que hacen que la convivencia sea armoniosa entre nosotros, nunca seremos una nación de personas civilizadas, ni un país serio.

Lo de esta semana que pasó, ha sido gratuitamente escandaloso y en alguna triste medida, nos define.

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