Por Juan José Guaresti.-

Si se mira desapasionadamente la vida argentina o sea sin ponerse a echar culpas a unos y a otros, el hecho que cerca de la tercera parte de sus habitantes sea, estadísticamente, pobre, resulta inadmisible e incomprensible, sobre todo, si tenemos en cuenta que Argentina cuenta con una geografía de formidable riqueza que es ocupada por comparativamente pocos habitantes.

La estadística no dice cuál es la razón de esa pobreza de manera que de poco vale saber tal cosa si se ignora el mal que la origina. Como esto es esencial vamos a asumir como una hipótesis posible que una buena parte de esos pobres son tal cosa por su mala salud. Si pudiéramos hacer un censo sanitario de toda la población argentina no hay duda que le daríamos a aquella estadística una cuota de realismo mayor que decir la simpleza que son pobres porque sus ingresos son escasos. Si estos últimos tienen origen en deficiencias sanitarias como en muchos casos ha de ser así, podríamos enfrentar la pobreza combatiendo la mala salud con la farmacopea que está en nuestro poder utilizar, muchas veces con escaso costo. Desde el punto de vista económico, invertir en saber más sobre el estado real de la salud de nuestra población parece una inversión sumamente rentable. Es por lo menos más beneficioso para el indigente -y mucho más humano-que se le indique lo que le falta y hasta proporcionarle el tratamiento adecuado, que repartir dinero a voleo como si no fuera mucho más importante usar ese dinero científicamente en curar a quién se le da ese subsidio. Una persona sana tiene-siempre-más ingresos que una de salud precaria. Posiblemente el lector piense que una investigación de esta índole puede exigir fondos cuantiosos y que no existen. Sin hacer número alguno, podemos imaginar que puede inventarse un método para que obligatoriamente se establezca la forma de saber en lo esencial el estado de salud de la población y poder informarle a tiempo a quién fuere, que es lo que le ocurre. El autor ha tenido la suerte de tratar con muchos médicos de prestigio y todos le dijeron que normalmente es mucho más barato prevenir que curar. No cabe duda que vacunar contra la poliomielitis es mucho más económico que lo que cuesta hacerse cargo de un hijo enfermo de ese mal. En el terreno de los sentimientos, nadie quiere legarle a sus hijos los padecimientos vinculados a aquella enfermedad y a otras que si se las enfrenta a tiempo o sea antes que se manifiesten en su devastadora verdad, podrían pueden curarse. Un programa de esta índole -saber a grandes rasgos el estado de salud de toda la población- no puede iniciárselo de un día para el otro. Pero en pequeña escala puede comenzárselo ahora sobre la base de los ahorros que se consigan prescindiendo de los sueldos de los empleados públicos que cobran y no concurren a su lugar de trabajo ni nada hacen. Como dijo el General Manuel Savio,”lo importante es no demorar más”. Cuando el censo sanitario comience a funcionar y se adviertan los errores que puedan cometerse y las ventajas que se obtengan, esos errores se van a enmendar y van a aparecer más fondos, más participantes, más entusiasmo, los actores adquirirán más confianza en lo que hacen y los tímidos pasos iniciales se transformaran en un plan exitoso. Van a aparecer brillantes ideas sobre el tema que aceleraran su desenvolvimiento. La guerra contra la pobreza puede empezar ahora mismo… y ahorrarnos una maratón de discursos contra una situación a quien no le hacen mella las piezas oratorias sino los hechos concretos. Obviamente la pobreza tiene también otras causas, pero suprimir enfermedades, sería una forma eficiente y humana de reducir la dimensión del problema. El país requiere para progresar brazos fuertes y mentes despiertas y no personas que no aportan nada a la comunidad en general y a sus familias en particular porque su pobreza se origina en enfermedades que podemos curar o, mejor, prevenir. Reduciríamos la inflación existente porque dejaríamos de dilapidar recursos sin obtener algo en cambio. Para aquellos que digan que el censo sanitario es algo demasiado grande para intentarlo les contestamos con lo que dijo Antonio Machado: “Caminante: No hay camino. Se hace camino al andar”.

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