Por Claudio Valdez.-

En Buenos Aires, desde 1810, el grito fue: “¡El pueblo quiere saber de qué se trata!” Después de más de 200 años de aquella Revolución de Mayo, ese deseo se mantiene vigente, pero sólo abreviando la demanda hasta “El pueblo quiere»; ¡ni más ni menos que eso!: quiere dinero, vacaciones pagas, empleos cómodos y bien pagos, alquileres económicos, seguridad garantizada, créditos accesibles, precios baratos, generosidad social y estatal para servicios públicos, educación y salud pública gratuita, adjudicación estatal de viviendas, además de pasajes subsidiados.

Lograr ese tipo de “Estado de bienestar” reclama “buenos gobiernos y laborioso pueblo”, cualidades que desde hace décadas no aparecen entre las características de la Argentina. El exceso de pretensiones refleja la fantasiosa propaganda divulgada y la credulidad pública de poder transitar en la senda de la abundancia con un sistema político adecuado para generar el ansiado bienestar: se le quiso llamar “democracia”. No fue así y sólo alcanzó para engañar y acallar los reclamos de insatisfacción de la población a fuerza de colosales gastos públicos, perjudiciales deudas y estimulada inflación, que siguen agravando el destino comunitario.

En nuestro país demasiados creyeron que la pobreza era poca, pero resulta que ahora hay que aceptar que se dispone de menos ganado, menos agricultura, menos combustibles, menos energía, menos comercio interno y externo, menos “obra pública”, menos aviones, menos barcos, menos profesionales empleados, menos estudiantes satisfactorios, menos demanda de trabajo, menos ahorro, menos inversiones para la producción… ¡Menos de lo necesario y mucho menos! Pero el pueblo quiere, y está bien que así sea, con la salvedad de que la posible solución es “producir” y “volver a producir”.

La Nación se compone de gobernantes y gobernados, que nuestro régimen “representativo republicano federal” valoriza como “el pueblo”. Y si “el pueblo quiere”; de su vocación y esfuerzo dependerán los logros: dirigentes, funcionarios, empleadores, empleados, educadores, estudiantes, profesionales, empresarios, industriales, trabajadores autónomos, artistas, deportistas son, entre otros, quienes con libertad para hacer a favor de toda actividad lícita deben satisfacer las demandas sociales. El gigantismo estatal no está en capacidad de lograrlo y, más bien, ha demostrado entorpecer con excesos reglamentarios (finalmente siempre corruptos) el destino de los gobernados. Un Estado eficiente y austero es indicador de “superior servicio público”, alcanzable sólo por los gobiernos que permiten liberar las energías de los gobernados y estimular sus emprendimientos en la búsqueda del bien común.

Interpretar “lo que el pueblo quiere” impone responderle y guiarlo sin mentiras “en las malas y en las buenas”. ¿Quizás “gobierno del pueblo”?… ensayado desde el mundo antiguo como “democracia”.

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