Por Máximo Luppino.-

Los Copitos, una banda que padece de aporofobia con fuerte raigambre nazi y, en el hemisferio político, admiradores de Javier Milei y Patricia Bullrich. Desquiciados delincuentes, odiadores en abundancia y de escaso talento táctico. Sugiere una “mano de obra” barata y torpe con una gran carga de resentimiento y frustración grupal. Son de los que culpan a otros de los propios fracasos y derrotas.

Lo cierto es que el extremista atentado contra Cristina Fernández existió. Fue real y concreto. La justicia, a través de la jueza María Eugenia Capuchetti, ordenó la detención de cuatro personas: Fernando Sabag Montiel (el agresor propiamente dicho), Brenda Uliarte, Agustina Díaz y Gabriel Nicolás Carrizo, presunto jefe de la banda. La investigación continúa y se estaría próxima a implementar nuevas detenciones.

La señora jueza Capuchetti busca en profundidad a el o los ideólogos y financistas del despiadado atentado contra la vicepresidenta de la Nación. Más allá de las líneas investigativas, en tribunales no descartan un quiebre anímico en algún miembro de la sombría banda. Lo cual produciría un escándalo político de envergadura nacional.

Existieron montos de dinero otorgados a Revolución Popular de parte del Grupo Caputo, según declaró el fundador de esta fracción política. Se habla de $ 1.760.000 de aporte de estos empresarios vinculados a Mauricio Macri y a Cambiemos. Así lo indican varios medios periodísticos.

Las investigaciones se encuentran mirando hacia arriba, es decir: ¿Quién es el director y guionista de esta película de terror? ¿Corren peligro las vidas de los detenidos e implicados en el intento de homicidio de Cristina?

Los copitos fracasaron, a Dios gracias, en su intento de magnicidio, pero sí lograron interrumpir la celestial relación directa y emotiva que Cristina tenía diariamente con su pueblo. Este dato no es nada menor, es una significativa herida que lograron producir. También, como daño colateral, el tema del desaguisado e impropio alegato del fiscal Diego Luciano quedó en un momentáneo segundo plano. Todo efecto del accionar delictivo de “Los Copitos”.

Pensamiento, palabra y acción conforman una trilogía bendita si es usada para el servicio al prójimo, es decir para el bien. Todo lo contrario si permitimos cualificar ideas violentas en nuestra mente. Este es el ejemplo de “Los Copitos” donde un rechazo político se transformó en negación del semejante para así convertirse en odio que pretende la muerte de las personas que piensan distinto que a ellos.

Tan desubicados y divorciados de la realidad están estos jóvenes que creen que matando personas solucionan alguna contrariedad política; cuando en verdad el problema radica en ellos mismos. Además del absurdo creer que se asemejarían al Padre de la Patria cometiendo cobarde magnicidio. San Martín, bien llamado El Santo de la Espada, se opuso a participar en peleas entre argentinos, muchísimo menos avalaría un homicidio artero y cobarde.

Los titiriteros de Los Copitos quieren una guerra civil, sangre en las calles entre hermanos. No lo van a lograr. El pueblo hablará en las urnas y todos acataremos el designio del soberano.

Mientras los adherentes a la demencial violencia de Los Copitos se lamentaban por el fallido intento de magnicidio a la vicepresidenta, en el senado de la Nación Cristina, en el ecuménico encuentro con curas villeros y religiosas abocadas a ayudar a los necesitados, exhibían el sagrado mensaje “no odien”.

«Siento que estoy viva por Dios y por la Virgen», dijo Cristina en su primera reaparición pública.

Permítanme compartir una opinión angustiante. Las palabras que encierran sentimientos buscan concretarse. Hay que escuchar mucho y con el corazón. Se debe cuidar atentamente lo que pensamos y hablamos ya que desatamos fuerzas incontenibles que nos arrastran a la construcción de una vida digna o al lodo del deterioro humano, que es delincuencia profana. Muchas palabras que incitan a la violencia son vertidas irresponsablemente por algunos periodistas y comunicadores sociales.

Los funcionarios de la Ciudad de Buenos Aires desmantelaban los puestos de chorizos (mucho aroma a pueblo) en la Recoleta, mientras detrás de los copos de azúcar con colores llamativos se escondían tétricos criminales. No todo es lo que parece. Las víboras, en ocasiones, se enfundan en costosos trajes perfumados, pero víboras son.

Por el sendero del destino luminoso el pueblo argentino escribe su destino de grandeza. Muestra de esto es el bendito hecho de que la bala no salió, se quedó dormida sin querer dañar a una persona amada por el pueblo.

¡Aguanten los choris, los de antes y los nuevos veganos también!

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