Por José Luis Milia.-

Hay veces que la vida, impiadosa, nos pone en situaciones paradojales. Hoy está preso el general Milani. No nos equivoquemos, no lo han puesto preso por las escuchas, ni por la SI paralela, ni por las amenazas hechas- nunca denunciadas pero si recibidas- a muchas personas importantes del quehacer político, económico o social de la República, porque Milani, con la autoridad que la “señora” le delegaba, sabía perfectamente y hora a hora que senador, diputado, obispo, empresario, colchonero o rey de bastos, se drogaba, tenía pasión por los menores de doce años, daba vueltas de noche por el rosedal o le pegaba a la mujer o a la amante. Milani ha caído preso por algo que -como subteniente de veintiún años en el primer año de carrera- se supone que hizo como resultado de una orden, en una época en que el Ejército Argentino estaba en guerra por mandato de un gobierno constitucional.

Hoy debemos aceptar que si bien Milani hizo en los últimos años de la República y como Jefe del Estado Mayor General del Ejército cosas que no honran a nadie, tanto en lo institucional como en lo personal, hoy comparte barrotes con Señores dignísimos que por la Patria estaban dispuestos a entregar la vida y a los que una infame venganza les ha quitado la libertad.

No nos equivoquemos en la apreciación. Hoy Milani está preso, no por sus errores y trapisondas sino por haber creído, en su juventud- lo habían formado para eso- en ideales que se escriben con mayúscula. Milani, nos guste o no, es hoy un preso político.

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