Por Luis Tonelli.-

Nos cuenta Borges que Pierre Menard se había propuesto escribir palabra por palabra El Quijote. No copiarlo, sino, embebiéndose de las circunstancias que rodearon a Cervantes, poder reproducir sus mismas imaginaciones y volcarlas al texto tal cual lo había hecho el Manco de Lepanto. Hay un párrafo culminante del cuento, que es cuando Borges considera los párrafos producidos por cada uno. El Quijote de Cervantes dice:

“…la verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de la presente, advertencia de lo por venir.”

Mientras que El Quijote de Menard expresa:

“…la verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de la presente, advertencia de lo por venir.”

Borges apunta que, redactada en España en el Siglo XVII, “la enumeración es un mero elogio de la historia”, mientras que el párrafo de Menard, escrito en el siglo XX, contemporáneamente a William James, nos dice que “la verdad histórica no es lo que sucedió; es lo que juzgamos que sucedió”. Cada letra de Cervantes es igual que la de Menard, pero lo que cambia radicalmente es el contexto de interpretación.

Durante una década, el kirchnerismo trató de generar un contexto de interpretación favorable de sus acciones y decisiones (menos que una década, porque la Presidencia de Kirchner no fue pretenciosa en términos discursivos). El nombre que recibió tal dispositivo fue el de “relato”. Dispositivo básicamente defensivo; así lo que los “medios hegemónicos” daban cuenta como negativo, por obra y gracia del “relato” pasaba a ser positivo. Dispositivo que además colocaba las acciones y decisiones en el registro de una “épica” que hundía sus orígenes mismos en la lucha argentina, sempiterna, para dejar de ser una “colonia” de las “fuerzas imperiales”(relato que se conjugaba tanto en los interminables discursos presidenciales, en las interjecciones péptidas de un tardo militante camporista, o el insufrible infante Zamba de PakaPaka).

Es discutible hasta qué punto el “relato” kirchnerista fue la clave de la persistencia del liderazgo de CFK, o bien los ingentes recursos de poder que ella tuvo en su mano. Es cierto que el kirchnerismo logró instalar la perniciosa idea (al menos en el capitalismo tal cual como lo conocemos) de que los derechos valen por sí mismo, y no en su ensamblaje con las obligaciones que lo hacen posible. Pero si el “relato” caló hondo en un porcentaje de la población, no es menos cierto que disparó un “contrarelato” reactivo, quizás más difuso pero no por ello menos intenso y mucho más mayoritario. Hasta se puede decir que lo que llevó a CAMBIEMOS al triunfo fue ese “contrarelato” pasivo, ese “no me aguanto más al kirchnerismo” catalizado en la provincia de Buenos Aires como el voto contra Aníbal “El Morsa” Fernández.

Precisamente, es ese “contrarelato” el que provee un contexto de interpretación diferente de las acciones y decisiones que está tomando Mauricio Macri en sus primeros días como morador de la Casa Rosada. Tal como daba cuenta Borges del Quijote igual pero distinto de Menard, algunas decisiones de Macri tomadas en su manifestación concreta, no parecen ser demasiado diferentes del verticalismo dominante que ejerció la Presidenta en su largo reinado. Vaya por caso el nombramiento “en comisión” por decreto de dos miembros de la Corte.

Interpretado desde la vieja cultura política, Mauricio Macri pretendió generar un acto de autoridad para consolidar su mando y terminó retrocediendo ante el rechazo del Senado. O sea, lo menos recomendable políticamente. Sin embargo, dado que la cuestión fue ignorada por la opinión pública, quizás prevalecieron otros factores interpretativos. Uno puede aducir que el macrismo se encuentra en plena luna de  miel con el poder y los medios, y que hoy todo se le perdona (si hoy lo encuentra a Macri metiendo la mano en la lata, la gente va a pensar que está poniendo plata y no sacando).

Pero quizás lo que ha sucedido sea más profundo, y  tiene que ver con el contraste absoluto entre la cultura política tradicional (no solo la del kirchnerismo) con la de Mauricio Macri y la mayoría de los novatos políticos del PRO. Desde esta nueva perspectiva, el Presidente intentó ocupar urgentemente dos lugares en una Corte que solo tiene a tres de sus miembros y lo hizo con juristas de reconocida trayectoria y capacidad, Horacio Rosatti y Carlos Rosenkrantz. Fue la “vieja política” la que trabó esas designaciones “técnicas” y por lo tanto habrá que esperar  a febrero para que asuman los nuevos Jueces. Abonando esta hipótesis, Macri no fustigó al Senado, no declaró traidores a los miembros de CAMBIEMOS que lo criticaron, sino simplemente tomó nota de la complejidad de la situación y del nuevo escenario y actuó en consecuencia, “despolitizadamente”, “gerencialmente” podría decirse.

De si este contexto es efímero o permanente lo dirá lo que vendrá. Pero lo que es un dato en sí mismo, es que bajo su imperio, los habituados a analizar la política en los viejos términos debemos someternos a un ejercicio de reinterpretación. Nada más y nada menos que el Soberano (quien es hoy la Opinión Pública) así nos lo demanda. (7 Miradas, editada por Luis Pico Estrada)

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