Por Hernán Andrés Kruse.-

La megalomanía “es un trastorno psicopatológico caracterizado por fantasías delirantes de poder, relevancia, omnipotencia, grandeza y por una hinchada autoestima” (Wikipedia, la Enciclopedia Libre). Luego de leer el discurso del presidente de la nación en el acto de Vox “Viva 24” celebrado en Vistalegre (Madrid) el pasado 19 de mayo, no me cabe duda alguna que el 19 de noviembre de 2023 cerca de quince millones de argentinos elegimos a un megalómano. Javier Milei se cree un ser omnipotente, superior a los demás, elegido por la providencia para marcar un punto de inflexión histórica a nivel mundial. Está convencido de que tanto Argentina como el planeta Tierra vienen padeciendo desde hace muchísimo tiempo las consecuencias deletéreas de ese cáncer llamado “socialismo”. Pues bien, el presidente libertario argentino le dice al mundo que él es la cura porque profesa los ideales del anarcocapitalismo.

A continuación paso a transcribir el texto completo del discurso de Javier Milei en Madrid. Saque el lector sus propias conclusiones.

“Para comenzar quiero darle las gracias a los organizadores del Viva Vox y a mi querido amigo, Santiago Abascal, por invitarme estar aquí con ustedes hoy. El viernes presentando mi libro “El camino del Libertario” contaba que cuando empecé con toda esta peripecia de dar públicamente la batalla cultural estaba más solo que Adán en el día de la madre y en ese contexto uno de los pocos que me abrazaron y me aguantaron cuando todos me daban la espalda fue el querido Santiago, así que quiero comenzar hoy aquí haciéndole un agradecimiento público ante ustedes. Gracias Santiago.

Mirá Santiago hasta donde hemos llegado y cuánto que tenemos por delante. Vengo predicando mi invención del sistema capitalista en auditorios donde la mayoría de los que escuchaban no siempre comparten lo que digo, a veces, inclusive, predicando de frente ante gente que lo detesta porque se sienten aludidos por mi crítica, como ocurrió, por ejemplo, en el Foro de Davos.

Así es que debo decir que, al igual que cuando expuse en el Instituto Milken en Los Ángeles, es grato hoy estar entre amigos. Es reconfortante estar frente a un público que comparte nuestras ideas y que es parte de la enorme tarea de dar la batalla cultural, frente a quienes quieren imponernos una visión del mundo que no solo es inmoral, sino que es contraria a los valores que hicieron grande occidente. Es cierto que dos años no son nada, pero han pasado algunas cosas desde la última vez que estuve aquí con ustedes. Cuando me presenté acá, hace 2 años, era tan solo un diputado nacional que acompañado solamente por quien ahora ejerce el cargo de vicepresidente de la Nación, enfrentábamos a la totalidad del sistema político en Argentina defendiendo las ideas de la Libertad. Quiero decirles que si bien ahora tengo un trabajo un poquito más complicado y algo más particular, nunca he dejado de lado, ni lo haré en el futuro, mi tarea histórica que es ser un humilde divulgador de las ideas de la libertad. Porque estoy convencido que hoy más que nunca que estas ideas y valores que llevaron a lo más alto a la especie humana corren peligro y necesitan ser defendidas del asedio del maldito y cancerígeno socialismo. El socialismo, esa ideología que está pintada de una pátina altruista que, básicamente, esconde lo peor del ser humano, que es la envidia, el odio, el resentimiento, el trato desigual frente a la ley y si es necesario el asesinato, porque nunca se olviden que los malditos socialistas asesinaron a 150 millones de seres humanos.

Hace poco en la conferencia que brindé en el Instituto Milken dije que, en algún sentido, los argentinos somos profetas de un futuro apocalíptico que nosotros ya hemos vivido, pero que el resto de occidente aún tiene por delante. Porque si miran la historia Argentina de los últimos dos siglos verán una tragedia en dos partes: ascenso y caída. Una tragedia que es testimonio de lo que puede ocurrir cuando se reemplazan las ideas de la libertad por cualquier tipo de experimento colectivista. En la segunda mitad del siglo XIX la dirigencia Argentina grabó en piedra los principios básicos del liberalismo que son la defensa a la vida, a la libertad y a la propiedad privada y como resultado vimos el proceso de crecimiento económico más fuerte de nuestra historia, de hecho Argentina crecía más que la equivalente de las tasas chinas de este momento. En tan solo 35 años nos convertimos en una potencia mundial. Fuimos la primera nación de la historia humana en erradicar el analfabetismo, teníamos un producto bruto interno total superior a la suma de Brasil, México, Paraguay y Perú juntos, éramos la primera potencia mundial en términos de PBI per cápita. Nosotros, un país periférico que al resto del mundo apenas conocíamos, éramos la Meca de Occidente y recibimos millones y millones de inmigrantes que soñaron en Argentina la posibilidad de una vida mejor, la mayoría de ellos españoles, de ahí radica en parte la hermandad eterna entre nuestros pueblos.

Pero, en algún momento de la primera mitad del siglo XIX, la dirigencia política se enamoró del Estado, abandonó las ideas de la libertad y las reemplazó por la doctrina de la justicia social, que atenta directamente contra la libertad y la propiedad del individuo. Ahí comenzó el siglo de humillación Argentina, 100 años de decadencia en los que se rompieron, una y otra vez, todas las reglas básicas de la economía para sostener el afán de los políticos de gastar lo que no tenemos. Bajo el delirante pretexto de donde hay una necesidad nace un derecho, Argentina vivió permanentemente con déficit fiscal, con permanente crecimiento del gasto público y una situación que tenía que ser financiada. En primer lugar, los políticos inmorales los financian con deuda, que no es ni más ni menos que pasarle la fiesta presente a nuestros hijos, a nuestros nietos y a las generaciones futuras. Naturalmente, cuando el financiamiento se termina, recurren a la máquina de imprimir billetes y así, básicamente, Argentina, por ejemplo, le ha quitado 13 ceros a la moneda, ha tenido dos hiperinflaciones sin guerra, hoy podríamos quitarle tres ceros más a la moneda y han hecho un verdadero desastre con el impuesto inflacionario robándonos todo el tiempo. Y ya cuando no les queda más alternativa, suben directamente los impuestos explícitos, haciendo que el país verdaderamente deje de ser competitivo. Como resultado de estas medidas, vimos cómo nuestros ciudadanos comenzaron a empobrecerse sistemáticamente, hasta caer al puesto 140 del mundo en el ranking de PBI per cápita, habiendo llegar a multiplicar la pobreza por 10 veces en los últimos 50 años. Y no solo eso, Argentina que es un país que produce alimentos para 400 millones de seres humanos y tiene una presión fiscal en el sector agropecuario del 70%, es decir que el maldito Estado se queda con el alimento de 280 millones de seres humanos y a cinco millones de argentinos le falta de comer. ¡Basta de socialismo, basta de hambre, basta de miseria!

Por eso, es cuando miro a Europa hoy y también a los Estados Unidos y veo, lentamente, cómo van apareciendo pequeñas señales del trágico camino que tristemente recorrió la Argentina. En la otra vereda de la historia, mientras el socialismo destruía la Argentina, el capitalismo de Libre Mercado, literalmente, salvaba al mundo. Resta ver la historia económica global de los últimos 250 años y, en particular, de los últimos 100 años para demostrarlo. Hasta el año 1800, aproximadamente, el PBI per cápita del mundo prácticamente se mantuvo constante, pero a partir del siglo XIX y a raíz de la Revolución Industrial el PBI per cápita no sólo aumentó, sino que lo hizo de forma exponencial, multiplicándose por más de 20 veces y generando una explosión de riqueza que sacó de la pobreza al 90% de la población del mundo, aun cuando se multiplicó la población en ocho veces. Que lidien con ese dato los malditos aborteros.

¿Qué quiere decir esto? que cuanto más avanzó el capitalismo, la riqueza se incrementó cada vez a mayor velocidad. Por eso mientras que en el siglo XIX la tasa de crecimiento del PBI per cápita global fue en promedio del 0,6% anual compuesto, en el período comprendido entre 1950 y el 2000, vemos que la tasa de crecimiento fue de 2,1 anual compuesto y si se corrige por la subestimación de las estadísticas, estaríamos arriba del 3 anual compuesto. O sea, el capitalismo de libre empresa ha sido una panacea para Occidente, por eso no es casualidad que aquellos países que son libres crezcan el doble que crecen los países reprimidos y que tengan un PBI per cápita 12 veces mayor que lo que tiene un país reprimido. Por lo tanto, no solo eso, sino que además, aquellos países que son pobres, los que son pobres en los países capitalistas de Libre Mercado, tienen un ingreso promedio superior en el decil más bajo de 15 veces mayor y el 90% de la población de esos países reprimidos, vive por debajo de lo que viviría alguien pobre en un país capitalista.

Esto demuestra, a pesar de los llantos de la izquierda, que los mercados libres generan prosperidad para todos, no solo para algunos. No hay caso de país en toda la historia de la humanidad que haya abrazado las ideas la libertad, que no haya experimentado una explosión de crecimiento y prosperidad para todos. Por el contrario, el socialismo siempre que se ha intentado, no solo en la Argentina, sino en el mundo entero, ha sido un fracaso en lo económico, ha sido un fracaso en lo social, un fracaso en lo cultural y en muchas ocasiones un fracaso impuesto sobre pilas y pilas de cadáveres y nombres.

Este punto es central para lograr una acabada comprensión de la tragedia que significa el socialismo. Dado que el socialismo es una ideología que va directamente en contra de la naturaleza humana, necesariamente derivan esclavitud o muerte, no hay otro destino posible, abrirle la puerta al socialismo es invitar a la muerte. Pero si bien, todo esto es obvio, hoy es más importante que nunca señalarlo, porque en las últimas décadas las élites globales, lamentablemente, han sido cautivadas por los cantos de sirena socialistas. A través de ideas, discursos y valores que se han colado en el sentido común de nuestras sociedades, promovidos por organismos supranacionales, por ONG, por instituciones educativas y por la industria del entretenimiento y los medios de comunicación; discurso que dicen que el capitalismo es malo porque es individualista y que el colectivismo es bueno porque es altruista y, por lo tanto, bregan por la justicia social. Que persiguen al privado para que se someta a mandamientos de supuesta moral en cuestiones como el género, la cuestión racial o la cuestión ambiental, que muchas veces terminan atentando directamente contra la libertad y la capacidad de las empresas para generar riqueza, sino también sobre la vida humana.

Parece que no entienden que la justicia social siempre es injusta, porque implica un robo, porque implica un trato desigual frente a la ley y que cada intento de los políticos por hacerse los buenos, terminan perjudicando la generación de riqueza y en consecuencia perjudicando el conjunto de la sociedad. Tampoco se dan cuenta o no parece importarles, que el costo de sostener esta pantomima bien pensante de los progres, sea subvertir todos los valores que hicieron de la civilización occidental, la punta de lanza de la historia del progreso humano. Porque, en el fondo, están siendo guiados por pasiones humanas de las más bajas, como la envidia, el odio y el resentimiento, que nublan el pensamiento y los enceguecen. Es más, tanto los enceguece, a punto tal, que viven proyectando sus miserias en el resto.

Por eso, a todos aquellos que se piensan que están salvando el mundo con el Estado presente, con impuestos altos, con cupo de géneros y castigando a los empresarios, yo les digo: ¿Saben qué es lo mejor para los trabajadores? Que pacten contrato libremente con sus empleadores. ¿Saben que es lo mejor para las mujeres? Dejar de tratarlas como víctimas que necesitan cuidados especiales. Yo me pregunto: ¿Acaso los socialistas consideran a las mujeres como seres inferiores para estar otorgándoles privilegios? Les pregunto a los socialistas ¿o acaso no alcanza con ser iguales ante la ley? ¿Saben qué es lo mejor para el planeta? Dejar que el mercado encuentre como ha hecho siempre, las mejores soluciones. ¿Saben que es lo mejor para los niños? Un padre y una madre que les conoce mucho mejor que cualquier burócrata. ¿Y saben cómo se logra esto? Retirando al Estado parasitario de la vida de las personas y dejando que los ciudadanos sean libres. Dejándolos asociarse libremente, elegir qué producir, a quién emplear, dónde estudiar, a quién venderle, qué comprar y qué hacer con el fruto del trabajo propio. En definitiva, el mundo se salva no corriendo atrás de una agenda culposa de un par de burócratas, sino achicando al Estado para engrandecer a la sociedad”.

(*) Fuente: Casa Rosada. Presidencia

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