Por Manuel Lichtenstein.-
El Ministro del Interior Aníbal Randazzo, acusa a Lilita Carrió de falta de respeto. El muerto se ríe del ahorcado. A quien le faltaron el respeto fue a ella, loca fue lo más baratito que le endilgaron.
El gobierno de los Kirchner se caracterizó por una pertinaz falta de respeto, empezando por sus propios colaboradores a quienes en más de una ocasión los han descolocado o maltratado.
Daniel Scioli algo sabe de este tema. El Parlamento es la Institución que más irrespetuosamente fue tratado. Los legisladores solo fueron tenidos en cuenta para votar los plenos poderes a los Kirchner, que analizado desde cierto ángulo, roza la inconstitucionalidad.
Los legisladores, recuperaron su lugar cuando el Vicepresidente Cobos desempató la votación por la cuestionada resolución 125.
Al Parlamento le aguarda para diciembre de este año una reivindicación plena, si es que cada uno de los legisladores actuaran según la demanda de las circunstancias y de asumir la obligación de poner las cosas en su lugar.
La decisión de Lilita es paradigmática por lo que creo que hay que seguirla de cerca ya que es el único ente político que está ubicado en un punto de mira que abarca todo el espectro de la acción que, como estrategia están desplegando los Kirchner.
Habida cuenta que la oposición brilla por su inexplicable parsimonia, ya que debiera estar sindicada para liderar la campaña política y publicitaria para llegar al 2011 con una oposición compacta con posibilidades de triunfar en la batalla política contra el oficialismo.
Si así no fuera, será responsabilidad de la sociedad no peronista de dejar pasar una oportunidad que por ahora, no está consensuada.
Es de norma que las huestes peronistas van a lograr una cohesión a los efectos eleccionarios en el 2011, si la oposición sigue navegando dentro de pompas de jabón, de forma tal que la conformación peronista podría volver a saborear una victoria que el 29de junio se le había ido de las manos.
Guste o no, Lilita es la única que con coraje y visión, ve con claridad la maniobra del oficialismo consistente en desgastar al tiempo.
Si los Kirchner hubieran asimilado los mensajes de las urnas, prestamente hubieran dado un golpe de timón a su gestión y así podrían transitar hacia lo notable y constructivo.
Pero nada hicieron al respecto y una vez más demostraron que son especialistas en hacer otra cosa que lo que vienen afirmando desde que son poder.
No dieron una sola muestra que realmente buscan un consenso al dirimir los problemas que son tan graves que hasta el Papa Benedicto XVI señala con pena y preocupación el desborde de una pobreza que, en algún momentos de su recorrido político, detentando un poder que les daba luz verde para erradicarla o por lo menos atenuarla a una mínima expresión.
Prefirieron contar con la pobreza poblacional, como garantía para integrar sus planes de compra votos a un clientelismo de bajo costo.
La pobreza obliga a adoptar cualquier recuso para sobre vivir. Así es como la sufren cerca de un 40% de nuestros hermanos.
Una pobreza sin posibilidades, que no tiene siquiera las chances a favor a la vista toda vez que el gobierno no labure coordinadamente con todas las fuerzas desde los cuatro costados del país, generando ideas y propuestas claras para planificar con bríos esta asignatura que de una buena vez ponga las cosas en su lugar.
Con respecto a las reacciones de Lilita al soñar con una mesa servida, mesa que Cristina no ayudó a servir debido a sus tantas veces cacareadas diatribas defendiendo la Resolución 125.
Para terminar, estoy persuadido de que Lilita no se equivoca y que los políticos que aspiren a crecer en la carrera que impone este desafío de ganarle a un gobierno que no deja de burlarse de la ciudadanía, deben acompañarla.
De momento no veo otra salida a los efectos de consolidar las pretensiones de la oposición, que ponerse debajo del paraguas de Lilita y pelear las batallas pegados a su liderazgo.
De lo contrario, sólo nos quedaría chupar el hueso con que nos quieren seducir los Kirchner.
17/08/2015 a las 4:52 PM
Los votos ciegos
Por: Daniel Muchnik
En 1995 Carlos Saúl Menem fue reelecto como presidente de la nación. Desde que llegó al poder, fue corrido con las denuncias de corrupción, favoritismo y mal desempeño de algunos funcionarios. Todavía hoy pesan sobre él juicios pendientes en los que, ya anciano y enfermo, tiene que rendir cuentas, aunque de sus gabinetes pocos enfrentaron castigos tribunalicios. Quedó en claro entonces que las acusaciones bien fundadas no importaban. Lo trascendente era el buen vivir, el consumo, la ficción de la convertibilidad, ese sueño idílico del un peso igual a un dólar que dio chances para viajar, comprar y soñar, pero sin sustentación en la realidad.
Los empresarios habían ganado mucho con las privatizaciones. El campo se estaba tecnificando. No se podía explicar que aquello era una ficción, que todo dependía de la entrada de dólares y, si llegaban a faltar, la convertibilidad se caía, se rompía a pedazos.
Un grupo pequeño de economistas y algún que otro periodista señalaban el peligro que se avecinaba. Esas sombras atemorizantes aparecieron con el tequilazo mexicano en 1995 y el retiro de inversiones en toda América Latina, incluyendo a la Argentina. Los dólares se esfumaron y la convertibilidad comenzó a pisar terreno resbaladizo, con aceleración.
La sociedad no escuchó ni leyó, ni se interesó. Siguió abrazada al ensueño del 1 por 1. Todo derivó en atraso del tipo de cambio, despidos, alto desempleo, dificultades económicas de muy distinto tenor. La Alianza arribó a la Casa Rosada en 1999 prometiendo continuar con la convertibilidad. ¿Cómo? ¿De qué manera? ¿En qué condiciones? No fue explicado. Pero hubo intensos debates internos. Rodolfo Terragno, jefe del gabinete, era un crítico del sistema económico vigente. La mayoría de sus colegas, en cambio, lo defendían, muchos por conveniencia política, para conservar los votos ganados. Eduardo Duhalde había perdido la elección porque jugó con la verdad: La convertibilidad, decía, ya no podía continuar ante el cuadro de crisis. A eso se sumó que Menem, por celos o envidia, o intereses, bombardeó la propuesta de Duhalde.
En el 2003 Menem volvió a postularse a la Presidencia. Obtuvo cuatro millones y medio de votos. Una montaña. Pero, como regía el ballotage, tiró la toalla y dejó que Néstor Kirchner, que representaba a la minoría, asumiera. Sin ballotage hubiera sido presidente por tercera vez.
Quedó demostrado en todos esos años que las ideologías y los principios elementales ya no pesaban en la decisión del electorado. Para muchos fueron las crisis reiteradas, más los residuos psicológicos de la dictadura militar, más la acumulación de frustraciones, un solo proceso que llevó a la sociedad a votar por conveniencias de bolsillo, o para evitar cambios demasiado bruscos. Otros analistas consideran que ese proceso de evaporación de las ideologías o de las lealtades partidarias no es solo local. Está presente en el mundo.
Mucho antes de la reciente elección de las PASO se sabía que un 35 % de la sociedad consideraba que la gestión de Cristina Fernández era buena y concretaba cosas de gran interés popular: los subsidios sociales sin miramientos, por ejemplo, o el Fútbol para Todos. Todas las denuncias sobre autoritarismo, falta de respeto institucional, ataque a los medios de comunicación, enfrentamiento a otros poderes y en especial el Judicial, arrogancia, prepotencias de todo tipo, no convencían a los que se abrazaban a la sonrisa presidencial y sus acciones, y hasta a su forma de ser. Y consagraron al que ella había nombrado su sucesor, Daniel Scioli, pese a los desplantes y los malos tratos a que lo sometió por larguísimo tiempo.
Scioli también sumó acciones que tuvieron eco social, aunque no pudo superar la inseguridad, la complicidad de varias fuerzas policiales con la delincuencia, la presencia apabullante del narcotráfico que continuará en vertiginoso crecimiento, siguiendo -hay datos que lo confirman- el ejemplo mexicano.
Otro tema posterior demuestra ciertas torpezas intempestivas de Scioli. Viajó a Italia en medio de inundaciones pavorosas en la provincia. Las primeras versiones señalaban que se tomaría un tiempo de descanso tras la fatiga que dejan las elecciones. Después se dijo que en realidad el traslado fue para visitar a los especialistas para perfeccionar la prótesis que lo acompaña y que reemplaza al brazo perdido en el accidente náutico. Vaya a saber.
Tampoco importaron los señalamientos periodísticos sobre Aníbal Fernández, que tuvieron repercusión internacional. Fernández era marcado como titular de una organización dedicada al narcotráfico. A sus votantes las acusaciones no los hicieron cambiar de opinión. Creen en él. O bien lo vivieron como un freno a los partidos de la oposición.
Esta apatía ideológica tiene que ver, también, con la fragmentación en la sociedad, con la falta de coherencia de muchos dirigentes políticos, con los dirigentes, en general, porque todos tenían el mismo discurso ante el futuro que se aproxima aceleradamente. Si todos dicen lo mismo, cunde aún más la falta de fe en los partidos como tal. El peronismo, el radicalismo, la centro-izquierda y las izquierdas no están ofreciendo esperanza ni regalan nada. No se vota con la cabeza. Se vota con las identificaciones, con los afectos o la simpatía que establecen con los que les dan, sin importar las consecuencias. Por lo menos a mí este proceso me provoca desazón. A otros, que son numerosos, no tanto. Dale que va…
18/08/2015 a las 2:43 AM
Me parece que lo que hay que hacer es enseñar a elegir. No por conveniencia particular sino por el País. A menudo los que hoy baten el parche de la República, tienen que revisar sus enfoques. Postulo una actitud asceptica eligiendo «liderazgos consensuados » en una suerte de plafond de despegue de estas miasmas del pasado. Corrigiendo urgentemente lo que haya que corregir. Si no lo hacemos entre todos, estoy totalmente segura lo harán desde afuera. Por ahora estamos fuera del escenario de turbulencia y conflicto mundial. Pero los cimbronazos llegarán. De nosotros depende hoy que sean con suavidad. No debe existir nunca más en nuestro país una categoriaLos ofendidos y humillados no debería nunca más existir Ofendidos y humillados en nuestro País. Digamos Basta.