Por Germán Fermo.-

«Por cada paro que el populismo organice en marzo, propongo que quienes votamos cambio trabajemos sábados y domingos. Cambiemos = Trabajemos Más». Podrán copar la calle, pero nunca podrán copar nuestras convicciones. La Argentina del apriete sólo enriquece a los gordos de siempre. Presidente Macri: no puedo ser del PRO, tengo un paladar demasiado liberal como para tolerarlos, pero voy a bancarlo 100%, cuente con mi apoyo incondicional.

Comienzo este artículo con un pregunta sencilla: Si no te gusta lo que ganás: ¿por qué en lugar de parar, no te conseguís un trabajo que te pague más? Si dicho trabajo no existe, implica entonces que ese salario que no te gusta es de equilibrio y acorde a tu productividad. En vez de parar y hacer quilombo, entonces lo óptimo sería que estudies más, aumentes de esta forma tu productividad y, por lo tanto, tu salario. Es así de simple, el resto es SANATA. Y parafraseando el comentario con el que cerré mi columna radial del último viernes en Demoliendo Mitos: «Exonero a éste y a cualquier otro gobierno de los dramas que padecemos los argentinos. Ninguna modificación de sustancia ocurrirá si no decidimos cambiar nosotros mismos: somos el problema y al mismo tiempo su paradójica solución».

Los economistas solemos pensar en el concepto de «estado estacionario», el cual implica un equilibrio dinámico: no importa las fuerzas que le peguen al sistema a lo largo del tiempo, cada una de ellas queda neutralizada por otra y, por lo tanto, el sistema no se mueve más del punto alcanzado, a pesar de que todo esté cambiando a su alrededor. O sea, pasa el tiempo, todas las variables mutan pero, sin embargo, el equilibrio resulta inalterado. Me aterra pensar por momentos que este terruño en el que vivo haya alcanzado un estado estacionario de miopía del que no podamos salir nunca más. De hecho, la evidencia empírica parecería jugar en favor de esta hipótesis: hace 70 años que los argentinos coquetean con la misma demanda política: populismo, siempre populismo, aun votando a otro partido y aun incluso pretendiendo apoyar un cambio. Estamos frente a la posibilidad de haber alcanzado un estado estacionario mentalmente irreversible. ¿Habrá Argentina llegado a un punto del que no se retorna jamás? ¿Será Peronia el estado estacionario de esta República que alguna vez «ranqueaba» entre las diez mejores del planeta y a la que hoy le cuesta competir con África?

Una condición necesaria para alcanzar un estado estacionario a nivel social es que los ciudadanos del sistema estén cómodos con sus condiciones iniciales. Si bien el populismo es el responsable de la destrucción de esta república, no podría haberlo hecho sólo. Ha tenido un cómplice muy útil: los argentinos perdedores de siempre. Y si bien los argentinos se caracterizan por vivir protestando del país en el que vivimos, también denotan una formidable sumisión a las condiciones iniciales que definen ese equilibrio al que tanto critican. El argentino es zurdo por nacimiento, aunque le gusta vacacionar en Miami y viajar en Audi. El argentino es proteccionista a ultranza aunque en el primer feriado disponible se cruza a Chile a comprar IPhones. El argentino detesta la inflación aunque se opone fervientemente a achicar el Estado. El argentino odia los cortes de luz aunque prefiere pagar más por una pizza que por la tarifa eléctrica. El argentino se siente con el derecho de tener un salario más alto aunque apoya proyectos contrapuestos a dicho objetivo: utilización de fondos públicos para financiar piqueteros y fútbol, por ejemplo. El argentino aborrece el capitalismo norteamericano pero vamos a Wall Street a emitir nuestros bonos soberanos y provinciales en un intento de subsidiar consumo espurio. El argentino hace setenta años que vive atrapado en una pecera intentando obtener resultados diferentes mediante la aplicación de la misma receta. Argentina es un terruño en donde la mayoría de sus habitantes, y a pesar de las recurrentes catástrofes económicas a las que nos llevó una y otra vez el populismo, sigue sin comprender que una nación que viole permanentemente leyes básicas de economía está condenada al fracaso recurrente. El argentino promedio es esclavo de una miopía intelectual que retroalimenta permanentemente.

“Ningún cambio sustancial ocurrirá si no cambiamos nosotros mismos: somos el problema y su paradójica solución” Carnavaleando: en estos días de fiesta y ocio he observado unos cuantos festivales públicos. En una nación en la ruina como la que nos dejaron, me gustaría conocer, como ciudadano pagador de impuestos, cuánto dedicó el gobierno nacional y provincial en festejos de Carnaval. La cifra debería ser CERO o la falta de respeto es infinita. El Carnaval que financiamos con fondos públicos es sólo un ejemplo de que la Argentina de hoy

se ha convertido en un espacio mentalmente inviable: lo social, lo político, lo económico, pierde relevancia frente a esta formidable restricción. Y aquí estamos hoy: todo el país al pedo y de comparsa, transpirando al ritmo de un inútil feriado carnavalesco como si fuésemos una nación rica. Comienza marzo y en tierra populista se viene ya una secuencia interminable de marchas, paros, piquetes y aprietes, en reivindicación de derechos que el argentino percibe como adquiridos y que han sido usurpados precisamente por aquellos que organizan las manifestaciones. Pocos países son así de contradictorios. No es casualidad que nuestro estado estacionario sea uno comparable hoy con África cuando un siglo atrás lo hacía con Europa: el problema somos nosotros. Hay una generación entera que confunde «plan» con «salario» y a la que el populismo no le dio la chance de dignificarse con los frutos del trabajo genuino. El argentino no entiende que la única forma de incrementar su salario en forma temporalmente sustentable es mediante aumentos de productividad. Dichos saltos productivos requieren de esfuerzo, innovación, educación, sacrificio, desarrollo tecnológico: en ninguno de estos conceptos figura como fuente el apriete permanente del sindicalismo argentino.

Resistamos el populismo trabajando más. Los invito a que seamos protagonistas de esta nueva historia que intenta escribirse en la República Argentina. Cambiar no es gratis, por el contrario, es extremadamente costoso y el Presidente Macri no puede sólo. Es por esta razón, que por cada paro y apriete que organice el populismo propongo que aquellos que votamos un cambio demos un paso adelante y resistamos esta actitud. Al argentino cómodo, ese que votó cambio pero que no asume los sacrificios que el mismo implica, le cuento que no habrá cambio posible si no asumimos una actitud activa y responsable. Si me hacés un piquete, me iré entonces caminando a trabajar, si me haces paro, trabajaré entonces el doble, si el sindicalismo docente decide no iniciar clases, los reemplazaremos dando clases nosotros. Si decidís cortarme el transporte público, pues entonces trabajaré desde mi casa. Está llegando el tiempo de defender un cambio genuino y para ello no sólo se hace necesario el voto. El populismo nos pone en la difícil situación de reafirmar nuestras convicciones y en dejar de ser testigos pasivos de una historia que sólo fabricó pobres. Que los paros, los aprietes, los piquetes, organizados por el populismo, nos unan a todos los que votamos por un cambio respondiendo: por cada paro que armen trabajaremos más, sólo con esta actitud podríamos romper el estado estacionario en el que estamos atrapados desde hace setenta años: hay una parte de argentinos que todavía puede hacerlo. Macri sólo es un insipiente intento de cambio, depende de quienes lo votamos que este intento se solidifique, mute y mejore, o claudique nuevamente en peronismo. Presidente Macri: no puedo ser del PRO, tengo un paladar demasiado liberal como para tolerarlos, pero voy a bancarlo 100%, cuente con mi apoyo incondicional.

Share