Por Luis Alejandro Rizzi.-

Las próximas elecciones tendrán una particularidad: no hay precandidatos con atributos de liderazgo y menos persuasivos; más bien, predomina una idea caudillista, de jefatura, en los casos de Bullrich y Milei. La diferencia es que a los líderes se los sigue y a los jefes se los acata y obedece.

Una prueba magistral de esta distinción fue el modo displicente con el que Cristina “eligió” a “eso” como candidato a presidente en mayo de 2019.

Fue un modo descalificante para “eso”; lo redujo a “cosa inerme e inerte” desde su concepción y desaprensivo para la sociedad, que, debemos reconocer, acató y obedeció; lo votó mayoritariamente.

Lo de Cristina, “NOBLE VIUDA DE UN GUERRERO…”, fue un acto de poder, no fue un acto de gobierno, la prueba también es que no funcionó ni como poder ni como gobierno.

Cristina se desgastó girando sobre sí misma, arrastrando al FdT a su final político y además fue parte de un mal gobierno, al que pretende desconocer o ignorar, pero que uno de sus precandidatos sigue formando parte como ministro del Interior los “Cámpora” usufructuando las cajas del gobierno. Es como si jugaran al gran bonete al revés; no asumen que el “bonete” -figuradamente “el gobierno”- lo tienen puesto sobre sus cabezas. ¿Quién lo tiene…? “Yo señor”, sí señor, lo estoy viendo…” y allí se acaba el juego, porque no pueden decir “no señor, no lo tengo”. (Excluyo a Cristina porque es candidata a nada, de ese modo busca su resguardo, no perder.)

Larreta tendría el perfil de Arturo Frondizi sin su talento y sin Rogelio Frigerio; más bien un alcalde activo, un buen administrador, no más.

Patricia Bullrich, en vez de bajar un cambio, aceleró a fondo. Los que le prestaron atención al “spot” dicen que llegó a 240 Km por hora atropellando supuestos obstáculos insalvables.

Es obvio que no advirtió que “atropellar” no es sinónimo de gobernar ni de conducción. Su supuesto ímpetu la llevó, como diría Jorge Asís, a chocar la calesita. No se trata de pasar por encima ni de derribar.

Con el mismo perfil se presenta Javier Milei, como “noble guerrero” de la política, pero los guerreros sólo saben destruir o defender; no son llamados para construir.

Quizás el precandidato que mejor “percibe” a la sociedad sea Larreta, pero se consume en la “gestión”, que no es más que saber administrar; pero la política necesita un “plus”, que es ese deseo del pueblo, como dice Kissinger, de caminar a su lado, no detrás.

La gente no se motiva ni se deprime, por tener resultado fiscal positivo o negativo; la gente necesita ser guiada, persuadida en el sentido que las buenas ideas tienen efecto inmediato en la cosa diaria. Larreta carece de esa cualidad distintiva.

Sin comparar talentos, ya lo dijimos más arriba, es lo que pasó con Arturo Frondizi: fue un estadista sin liderazgo.

Recuerdo el día que asumió la presidencia el 1 de mayo de 1958, en su discurso en Plaza de Mayo, donde había bastante gente, pero se advertía esa lejanía entre Frondizi y el “pueblo”, era imposible no recordar las plazas de Perón, por cierto, tampoco en una relación de liderazgo sino de caudillismo o jefatura política.

En verdad, el peronismo es un movimiento caudillista; las reglas son las que facilitan su movimiento para lograr objetivos; se legitiman o no en función de fines. Así se pueden entender sus contradicciones que paradójicamente son su razón de ser.

Patricia y Milei muestran vocación caudillista. La primera, acelerando a 240 Km por hora para destruir los obstáculos y el otro recurriendo a continuos plebiscitos, para imponer sus ideas. Los dos prescinden de la gente, reclaman obediencia a su presunta infalibilidad.

Larreta luce más como “amigable componedor” y parecería que se confunde con las “componendas”, que vendrían a ser las “patéticas miserabildiades” de Hipólito Yrigoyen, donde se cocinaban los “colaboracionismos”.

Kissinger dice al inicio de su libro que las sociedades se encuentran en un tránsito perpetuo entre el pasado, con toda su carga, y una visión del futuro que inspire su evolución.

La oposición parece no entender la filosofía de ese tránsito que Gramsci expuso con otras palabras: lo viejo no muere y lo nuevo no nace; para que ello ocurra hacen falta líderes.

En las dos hipótesis, cuando ese tránsito se interrumpe, vivimos tiempos de enfermedad que en Argentina ya es crónica. “La crisis consiste precisamente en el hecho de que lo viejo muere y lo nuevo no puede nacer: en este interregno se verifican los fenómenos morbosos más variados”.

Nuestra cultura se termina en el jefe o el caudillo, y así pasan esas desgracias como el crimen de Cecilia Strzyzowski en el Chaco, porque en ese tipo de relaciones sociales, se carece de valores y de convicciones democráticas; cualquier fin justifica los medios, incluido el crimen; en este caso no deja de ser un significante que apunta al “deep state” del gobierno, que no duda en usar las cloacas de la política para generar sumisión y obediencia debida…

Sin embargo, estas mismas facciones pueden convertir alguna muerte en crimen político, como fue el desgraciado caso “Maldonado” y convertirlo en significante apuntado a la descalificación política.

Por el lado del “oficialismo”, mal que les pese, ya no tienen caudillos ni “jefa”. Su horizonte es el “cementerio” político; su necrología se escribe sola, no es necesario el auxilio del GPT chat.

Para ir cerrando, otra coincidencia entre Kissinger y Gramsci. El primero dice que los líderes políticos deben asegurarse que los cambios no deben exceder lo que la sociedad puede soportar, debe poseer una percepción sensible de la realidad. Gramsci dice que el gran político no puede dejar de ser “cultísimo”, “…eso es, debe conocer el máximo de elementos de la vida actual; conocerlos no “librescamente”, como “erudición”, sino en forma “viva”, como sustancia concreta de “intuición” política.”

Nuestros políticos tienen vocación dominante, saben que carecen de autoridad, por esa sencilla razón, “la gente no camina con ellos”, como nos diría Kissinger, son “incultísimos”.

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