Por Hernán Andrés Kruse.-

¡Cómo duele Rosario!

¡Cómo duele Rosario! Es desgarrador ver a la ciudad donde uno nació y se crió a merced de bandas criminales que la asolan sin piedad. Desde hace tiempo coexisten en la cuna de la bandera dos ciudades. Por un lado está la Rosario de los bulevares, el sector céntrico demarcado por el bulevar Oroño, Pellegrini, la Avenida Belgrano y Weelwright. Es la Rosario opulenta, pujante. Es la Rosario donde reina una aparente calma ya que son infrecuentes, en comparación con lo que sucede en la otra Rosario, los hechos de inseguridad. Al lado de la Rosario rica está la Rosario pobre, carcomida por la delincuencia. Se compone de numerosos barrios de clase media baja y marginales que están a merced de los narcos. Es la Rosario en la que imperan la impunidad, el miedo, la desolación. Es la Rosario en la que nadie sabe a ciencia cierta si al salir de su casa terminará el día con vida.

En la Rosario del miedo no existen las normas de convivencia. Mejor dicho, sólo existe una: la ley del más fuerte. En este sector de la ciudad, muy numeroso por cierto, los habitantes-porque ciudadanos no son-están dominados por el terror. Las balaceras se suceden sin solución de continuidad, al igual que las ejecuciones a cargo de los sicarios. En los últimos días hubo que lamentar el fallecimiento de una beba víctima de una de las tantas balaceras que atormentan a quienes están condenados a vivir en la Rosario del miedo.

Este diagnóstico es compartido por todos los rosarinos. Lo peor es que nos hemos acostumbrado a que la vida no valga absolutamente nada. Lo hemos naturalizado de tal manera que ya nada nos sorprende. Por ejemplo, en las últimas horas un hombre joven fue acribillado a balazos en una plaza de un barrio popular. Al día siguiente se pudo observar a vecinos del lugar haciendo ejercicio en la misma plaza, como si nada hubiera pasado. De vez en cuando hay algún atisbo de reacción, como el que aconteció anoche (jueves 4) protagonizado por un grupo bastante numeroso y bullicioso que, harto de la inseguridad, hizo catarsis en la esquina de Corrientes y Pellegrini. Los canales 3 y 5 se hicieron eco de la protesta, algunos vecinos mostraron su enojo delante de las cámaras y los autos que pasaban por el lugar hacían sonar sus bocinas en señal de acompañamiento. Al rato todo volvió a la normalidad. Los vecinos continuarán con su vida como si nada pasara hasta que los sacuda la próxima balacera o la próxima ejecución pública.

A esta altura de los acontecimientos nadie duda de la existencia de una connivencia entre los narcos, el poder político, el poder judicial y la policía. Para expresarlo en términos más crudos: Rosario está a merced del poder mafioso. En octubre de 2019 un grupo comando ingresó a una mansión situada en Barrio Alberdi. En ella se encontraba, en calidad de inquilino, el narco Ema Pimpi Sandoval, quien había sido acusado por la balacera contra el domicilio del por entonces gobernador Antonio Bonfatti. Los profesionales dispararon 14 veces, no sólo contra Sandoval sino también contra algunos de sus acompañantes. Todos los disparos dieron en el blanco. Cabe acotar que el dueño de esa mansión es un conocido camarista. Nunca se supo quiénes ultimaron a Sandoval. Se llegó a afirmar que se había tratado de un grupo extranjero, contratado por la mafia. ¿La policía? Bien gracias. ¿La justicia? Bien gracias. ¿El poder político? Bien gracias.

No se necesita ser un experto en seguridad para ser consciente de que en el caso Sandoval hubo una zona liberada. ¿Alguien puede suponer que la policía no sabía lo que sucedería en esa mansión? Lo de Sandoval, lamentablemente, lejos está de ser una excepción. Adquirió notoriedad por tratarse, precisamente, de Sandoval. Pero hechos similares se producen a diario y nadie hace absolutamente nada. Un caso por demás emblemático ha sido el de la Banda de Los Monos. ¿Alguien puede suponer que semejante asociación ilícita podría haber delinquido como lo hizo de no haber contado con protección? Es cierto que cayeron en desgracia pero a tenor de las recurrentes balaceras es fácil suponer que fueron rápidamente sustituidos.

El problema de fondo es, qué duda cabe, la corrupción. Los poderes político, judicial y policial están carcomidos por la corrupción. Tal como acontecía en la ciudad de Chicago cuando estaba a merced de Al Capone. Invito al lector a que vea-si ya lo hizo que la vea nuevamente-la gran película de los ochenta de Brian De Palma titulada “Los intocables”. Si la situación se agrava más pronto que tarde Rosario pasará a ser un calco de la famosa ciudad norteamericana en la época de la ley seca. Mientras tanto, cada uno de los rosarinos continuaremos con nuestros quehaceres cotidianos silbando bajito.

La vergonzosa relación con el FMI

La relación con el FMI es antigua. Data de la época de la Revolución Libertadora (1955/1958). Pasaron los gobiernos y el resultado fue siempre el mismo: calamitoso. En efecto, cada vez que el gobierno de turno “solicitaba” al FMI un acuerdo el gran perjudicado fue siempre el pueblo. Siempre sucedía lo mismo: el presidente X anunciaba con bombos y platillos el acuerdo con el FMI, los burócratas del organismo y el equipo económico del presidente X celebraban, e inmediatamente después el gobierno imponía un devastador ajuste que recaía sobre las espaldas de los trabajadores.

Lo notable es que cambian los gobiernos en la Argentina y a la corta o a la larga siempre aparece en el fondo del túnel el FMI como el gran salvador. Aquí cabe reconocer la razón que le asiste a José Luis Espert que no se cansa de afirmar que acordar con el FMI es como descender en fútbol. Un gobierno que no tiene más remedio que “negociar” con el FMI pone en evidencia su incapacidad para administrar los recursos como corresponde, con eficiencia y seriedad. Un gobierno que únicamente puede financiarse a través del endeudamiento es, cuanto menos, un gobierno que es incapaz de generar recursos a través del trabajo y el esfuerzo.

Si desde hace más de seis décadas los gobiernos que supimos conseguir no tuvieron más remedio que acudir al FMI es porque fueron incapaces-o no quisieron-inocular en el pueblo la cultura del trabajo, controlar el gasto público, administrar los dineros públicos (los del pueblo) con racionalidad y fundamentalmente con honestidad. Porque conviene tenerlo siempre presente: el FMI es, en última instancia, el usurero internacional de última instancia. Fue creado para sojuzgar a los gobiernos en problemas, para dejarlos exhaustos, a merced de la voluntad de una élite burocrática voraz y corrupta.

El FMI no es más que una de las tantas caras del histórico colonialismo. Hoy el poder de dominación mundial no necesita valerse de ejércitos todopoderosos para dominar a los pueblos débiles. Basta con exigirles a sus gobiernos que apliquen ajustes impiadosos para evitar su caída. Sin irnos tan atrás en el tiempo emerge en toda su magnitud el ejemplo de Mauricio Macri. Acorralado por un endeudamiento irracional fruto de su alocada política económica, Macri se vio obligado a arrodillarse delante de la señora Lagarde para evitar una crisis institucional que hubiera arrasado con su gobierno. Fue realmente penoso y humillante escuchar a Macri decir que el pueblo argentino debía aprender a querer a Christine (nombre de pila de Lagarde). Lo real y concreto es que Macri endeudó al país en tal magnitud que las futuras generaciones continuarán viéndose obligadas a pagar la deuda contraída. Porque debe quedar bien en claro: las deudas que se contraen con el FMI no las pagan los gobiernos sino los pueblos.

Alberto Fernández heredó el aquelarre económico del macrismo. Debe sí o sí hacer frente a vencimientos de deuda durante los próximos años que ponen los pelos de punta a cualquiera, así se trate del estadista más encumbrado. No tiene más remedio que seguir poniéndose de rodillas ante la señora Georgieva, la actual mandamás del FMI. No tendrá más remedio, pues, que aceptar los condicionamientos del FMI y que se traducen en una sola palabra: ajuste. Es tal la desesperación de Alberto Fernández que no se cansa de pedir auxilio a los poderosos del mundo-Putin, Xi Jinping, Merkel y en las últimas horas Macron-en esta feroz pulseada con el FMI.

Es injusto criticar a Alberto Fernández porque, reitero, recibió una herencia tremenda en materia de endeudamiento externo. Pero no deja de causar tristeza ver a nuestro presidente postrándose de esa manera, como reconociendo su incapacidad para negociar con Georgieva de igual a igual. Emerge en toda su magnitud la irrelevancia internacional de la Argentina. ¿Porque alguien puede suponer que Georgieva o Lagarde o quien fuere jefe del FMI actuarían como patrones de estancia si el presidente sentado enfrente fuese, por ejemplo, la canciller alemana?

Nos esperan años sumamente complicados. Seguramente si finalmente se llega a un acuerdo-y seguramente será así-a partir de ese momento el pueblo deberá soportar con su habitual estoicismo la política del ajuste perpetuo. Habrá más inflación, más desempleo, el peso valdrá cada vez menos, habrá más pobreza. Siempre que un gobierno argentino “negoció” con el FMI los resultados fueron los indicados precedentemente. ¿Por qué ahora sería diferente?

¿Habrá o no habrá PASO?

Las primarias abiertas, secretas y obligatorias (PASO) fue una creación del kirchnerismo. Su objetivo declamado era loable: democratizar las internas partidarias, impedir la “dedocracia” como método habitual de elección de candidatos. La realidad puso las cosas en su lugar. Las PASO fueron en realidad una primera vuelta encubierta, una elección que prácticamente definía el futuro presidente. El ejemplo más elocuente fue lo que aconteció en las PASO de 2019. Fue tan contundente la victoria de la fórmula FF que todo el mundo sabía qué fórmula resultaría victoriosa en la primera vuelta.

Desde hace un tiempo que el gobierno encabezado por Alberto Fernández tiene en mente la posibilidad de suspender las PASO de este año. Las razones esgrimidas son absolutamente válidas. La fundamental es la pandemia. Todo hace suponer que para agosto el número de contagios y muertes puede llegar a ser abrumador en caso de que la vacunación masiva de la población quede reducida a un mero deseo. Con buen tino funcionarios gubernamentales consideran que si lamentablemente el nuevo brote del coronavirus es virulento sería una temeridad obligar al electorado, compuesto por más de treinta millones de personas, a asistir a las escuelas habilitadas para la votación. El virus, qué duda cabe, se haría un festín.

Pero hay otra razón de peso: la inflación. Aquí cabe formular la siguiente pregunta. ¿Le conviene al gobierno arriesgarse a una derrota en las PASO debido a la persistente inflación? La respuesta es obvia. En consecuencia, el oficialismo podría utilizar a la pandemia como excusa para suspender las PASO. Nadie debería sorprenderse por estos cálculos electorales. Estamos en Argentina y las principales fuerzas políticas, cuando se trata de ganar una elección, siempre han hecho gala de un maquiavelismo atroz.

El problema se complica si los números de la pandemia no mejoran para octubre, mes de las elecciones de medio término. Lo más probable es que el gobierno se vea obligado a suspenderla aunque los números indiquen una incipiente recuperación económica. El gobierno pagaría un costo político gigantesco si pusiera en juego la salud de la población con tal de triunfar en las urnas. A tenor de los problemas que tiene el gobierno para adquirir el número de dosis de la Sputnik V prometido (el presidente habló, si mi memoria no me falla, de cinco millones de dosis para enero y de otras cinco millones de dosis para febrero) lo más probable es que, salvo que a fines de febrero y durante marzo lleguen esas millones de dosis, le resulte imposible al oficialismo ejecutar la vacunación en masa, la manera más efectiva para derrotar al virus. Si ello finalmente ocurriera sus chances de victoria se esfumarían. Y el FdT no puede permitir que ello suceda.

Por su parte la oposición no está dispuesta a negociar con el oficialismo el levantamiento de las PASO. Sus motivos son más que obvios. Apuesta al fracaso de la vacunación masiva y al descalabro económico. Calcula que si en agosto el segundo brote del coronavirus es fuerte y la inflación sigue vivita y coleando, la derrota del oficialismo en las PASO será contundente. Si ello sucede estarán dadas todas las condiciones para propinarle al FdT el golpe de knock out en las elecciones de octubre.

Así se están manejando oficialismo y oposición de cara a las PASO y las elecciones de medio término. Pura mezquindad, puro egoísmo. La salud de la población ha quedado relegada a un lejanísimo tercer o cuarto lugar en sus prioridades. Para el oficialismo y la oposición sólo es relevante ganar o perder en agosto y octubre. Si tuvieran un mínimo de decencia, de decoro, de respeto por la ciudadanía, en marzo o abril, si resulta evidente el fracaso del plan masivo de vacunación, debieran llegar a un acuerdo sobre la suspensión temporaria tanto de las PASO como de las elecciones de medio término hasta que la mayoría de los argentinos esté vacunada. ¿Eso es pedirle peras al olmo? Esperemos que no.

Emilio Eduardo Massera

En su edición del día de la fecha (6/2) Infobae publicó uno de los tantos e interesantes artículos de historia argentina elaborados por los periodistas Eduardo Anguita y Daniel Cecchini. En esta oportunidad rememoraron la decisión tomada por Perón de nombrar al frente de la Armada al tenebroso Emilio Eduardo Massera. El hecho tuvo lugar a fines de 1973. La llegada del “Negro” a la cima de la Marina implicó el automático pase a retiro de un buen número de vicealmirantes y contralmirantes que por antigüedad merecían ese puesto. Pero eso a Perón poco le importó.

Como bien señalan los autores Massera fue un claro exponente de lo que hoy se denomina un “estilo populista” de conducción. Simpático, entrador, “el Negro” conquistó rápidamente el apoyo de los marinos. Con posterioridad al fallecimiento del General, Massera, ligado a la Logia P2, se acercó al núcleo del poder, es decir a la presidente Isabel Perón y a José López Rega, el jefe de la temible AAA (Alianza Anticomunista Argentina). Luego del rodrigazo y la huida del “brujo” “el Negro” (año 1975) y el flamante jefe del Ejército, Jorge Rafael Videla, comenzaron a planificar el golpe que finalmente tendría lugar el 24 de marzo de 1976. Un dato llamativo aportan Anguita y Cecchini que ignoraba: cuando la presidente decide tomar licencia las esposas de Videla y Massera decidieron estar a su lado.

Como bien señalan los autores el 19 de noviembre de 1975 Massera habló en el Edificio Libertad ya que se cumplía el nonagésimo sexto aniversario de la creación de la Infantería de Marina. En esa oportunidad Massera expresó: “La Armada en general y la Infantería de Marina en particular encaran hoy un nuevo tipo de operaciones, para lo cual ha sido menester adecuar los objetivos de instrucción de las unidades. Me refiero a las operaciones contra los elementos subversivos, los que en forma artera y solapada trabajan para minar la moral de nuestros hombres, para quebrar nuestra unidad, para cambiar nuestro sistema de vida democrático y nuestros principios de fe cristiana. Contra estas amenazas debemos preparar nuestro personal, doctrinaria y técnicamente, para defender los valores espirituales y materiales permanentes de la Nación”.

Massera hacía alusión a la amenaza subversiva, que realmente existía, y a la imperiosa necesidad de hacerle frente para proteger nuestro estilo de vida occidental y cristiano. En aquel entonces el pueblo estaba aterrado. ¿Quién podía estar en desacuerdo con estas palabras? Un mes más tarde tuvo lugar un atroz hecho que las generaciones actuales seguramente desconocen. Me refiero al intento de la guerrilla erpiana de copar el Regimiento militar instalado en Monte Chingolo. Para la guerrilla fue un golpe brutal. Perdieron más de 100 combatientes. Creo con toda sinceridad que a partir de entonces la guerrilla perdió toda capacidad militar para tomar el poder. Sin embargo, los medios continuaban azuzando con el peligro que significaba para nuestras libertades la subversión, una subversión, cabe aclarar, que fue patrocinada por Perón mientras estuvo en el exilio y que luego la combatió sin compasión al comprobar que no le rendía pleitesía. Me estoy refiriendo fundamentalmente a los montoneros.

Lo real y concreto es que el 24 de marzo de 1976 las fuerzas armadas derrocaron a Isabel. El país respiró aliviado. A partir de entonces el poder quedó en manos de un triunvirato militar integrado por Videla, Massera y Agosti. En realidad, el poder quedó en manos de los dos primeros. Empleando la terminología actual, Videla representaba el ala “neoliberal” de la dictadura militar mientras que Massera representaba su ala “populista”. A diferencia de Videla, “el Negro” tenía ambiciones políticas. Su intención era la de transformarse en el presidente elegido por el pueblo que garantizara la continuidad del proceso iniciado el 24 de marzo. Es por ello que bendijo la creación del Partido de la Democracia Social.

Anguita y Cecchini transcriben un párrafo de un libro del periodista claudio Uriarte que pone en evidencia cómo era el marino. Dice el autor: “Massera era un intrigante de primera línea”… “Para dentro de las Fuerzas Armadas, era el portavoz de la línea dura; para fuera, era el almirante culto y aperturista de los discursos de estilo literario que decía que ‘nadie muere por el Producto Bruto Interno’, se oponía a la política económica neoliberal de José Alfredo Martínez de Hoz y desplegaba una incesante actividad internacional con epicentros en el Vaticano y la logia Propaganda 2 de Licio Gelli. Pero lo más llamativo es lo que trató de hacer en sus cárceles. En un momento, Massera logró tener en una discreta prisión domiciliaria naval a Isabel Perón, a los peronistas de “centro” como Lorenzo Miguel y Carlos Saúl Menem en el buque 33 Orientales y a los Montoneros, a los que quería recuperar, en la ESMA, como una parodia carcelaria del Movimiento Nacional Justicialista. Y si para dentro de la Junta representaba a la línea dura, de modo de favorecer la quiebra del Ejército entre los comandantes de cuerpo y Jorge Rafael Videla, para afuera buscaba negociar con los Montoneros las reglas de la posguerra”.

Otro aspecto de su vida, seguramente no tan conocida como su actividad profesional pero no menos criminal, fue su directa responsabilidad en los crímenes de los diplomáticos Héctor Hidalgo Solá y Elena Holmberg, y del empresario Fernando Branca, cuya esposa, Martha Rodríguez Mac Cormac, fue una de sus amantes. Massera fue un mafioso, un individuo sin ningún tipo de escrúpulos que llegó a adueñarse de una importante porción del poder en la época más dramática del siglo XX. Murió en 2010. Siempre pensé qué hubiera pasado si hubiera decidido un día llamar a una conferencia de prensa para dar a conocer todos sus secretos. Seguramente una bala en la cabeza se lo hubiera impedido.

El juego pendular de Perón que desató una guerra civil

En su edición del día de la fecha (7/2) Infobae publicó un artículo de Juan Bautista “Tata” Yofre titulado “Las provocaciones de Montoneros y las dudas sobre Cámpora: cómo decidió Perón volver a ser presidente y alejar a ambos del poder”. Describe con lujo de detalles la decisión que finalmente tomó el General de desplazar a Cámpora del gobierno y a los montoneros del justicialismo. Según Yofre ni Cámpora ni la Orga tenían intenciones de abandonar el poder tras el categórico triunfo del FREJULI el 11 de marzo de 1973. Su plan era muy claro: conquistado el poder el flamante gobierno debía imponer un modelo de país que respondiese al socialismo nacional enarbolado por los montoneros durante el exilio de Perón. La “tendencia” había triunfado y Cámpora ejercería el poder en perfecta armonía con aquélla. Tales eran las reglas de juego que Perón debía sí o sí aceptar.

Como bien señala un intelectual que conoce a fondo el peronismo, José Pablo Feinmann, lo que se proponían los montoneros era lisa y llanamente una locura: obligar a Perón a conformar un co-gobierno, lo que en la práctica significaba lisa y llanamente desconocer su voluntad. Perón, que pese a no gozar de una buen salud conservaba intactos sus reflejos políticos, fue consciente de entrada de esa jugada. Yofre lo explica muy bien en su nota. Ahora bien, ¿por qué se llegó a semejante encrucijada que terminó provocando un baño de sangre? Veamos.

Perón siempre quiso volver a ser presidente. Tuvo varios años -casi dos décadas-para planificar su retorno. Para ello era fundamental desestabilizar al régimen antiperonista-tanto en su vertiente militar como en su vertiente civil-a través del accionar de las “formaciones especiales”, de los montoneros. Su objetivo era presionar de tal modo al régimen antiperonista que a la larga no tuviera más remedio que convocar a elecciones. La historia demostró que su plan no era para nada descabellado. El incesante accionar guerrillero luego del bautismo de fuego que significó el secuestro y posterior ejecución de Aramburu terminó dando sus frutos: el último presidente de facto de la “Revolución Argentina”, el teniente general Alejandro Agustín Lanusse, no tuvo más remedio que convocar a elecciones presidenciales para el 11 de marzo de 1973.

Pero sucedió algo quizá no previsto por Perón. Lanusse, obsesionado con impedir una nueva presidencia de Perón, expresó que no podía ser candidato porque no residía en el país. Rápido de reflejos el General bendijo la histórica fórmula Cámpora-Solano Lima, consciente de que vencería fácilmente a Ricardo Balbín. Pero en su plan de retorno esa fórmula sólo tenía como misión conducir una rápida transición que condujera a las elecciones presidenciales verdaderas, es decir, que condujera a la candidatura presidencial de Perón como paso previo a su tercera presidencia. En otros términos: Cámpora y los montoneros fueron sólo aves de paso o, si se prefiere, instrumentos utilizados por Perón para ser nuevamente presidente.

Cámpora y los montoneros, a tenor del artículo de Yofre, tenían en mente algo muy diferente. Su intención era, como expresé precedentemente, instaurar en la Argentina el socialismo nacional. ¿Qué tenía que ver semejante proyecto con Perón? Absolutamente nada. Los trágicos hechos acontecidos el 20 de junio en Ezeiza preanunciaron la tragedia que se avecinaba. Los montoneros le hicieron saber a Perón que estaban dispuestos a todo con tal de garantizar el éxito de su socialismo nacional. La respuesta del General fue la esperada: se deshizo de Cámpora y de la Orga. La guerra civil se había desatado.

La lógica apuesta de Alberto Fernández

En mayo de 2019 Cristina Kirchner pateó el tablero político al postular su candidatura a la vicepresidencia y ofrecer la candidatura presidencial a quien fuera jefe de gabinete de su marido. Luego de meditar varias horas Alberto Fernández aceptó el desafío. Supo desde el principio que si llegaba a la Casa Rosada sería pura y exclusivamente por decisión de Cristina. Y por el desastre de Macri, cabe acotar.

Apenas asumió Alberto Fernández sabía muy bien que debía sí o sí elegir entre ser un títere de Cristina o cortar el cordón umbilical. Político experimentado el flamante presidente seguramente tuvo en mente el ejemplo de Néstor Kirchner. El santacruceño asumió el 25 de mayo de 2003 con los escasos votos que le aportó Duhalde, su mentor. Debía sí o sí elegir entre ser un empleado de su jefe o demostrar que quería ser el presidente de todos los argentinos. Para demostrar lo segundo tomó de entrada una decisión histórica. Se valió de la cadena nacional para arremeter contra el entonces presidente de la Corte, Julio Nazareno, el máximo garante de la mayoría automática. A partir de entonces demostró ser un eximio constructor de poder, requisito indispensable para ejercer el poder en la Argentina. La holgada victoria de Cristina sobre Chiche Duhalde en las elecciones de medio término de 2005 le permitió a Kirchner independizarse definitivamente del ex presidente.

Alberto Fernández no es Néstor Kirchner. Carece de esa capacidad fenomenal del santacruceño para construir poder, pero ello no significa que carezca de ambiciones políticas. Como todos los presidentes que supimos conseguir a partir de la restauración de la democracia, Alberto pretende ser presidente durante 8 años. Aunque carezca de la personalidad volcánica de Kirchner, su objetivo es el mismo. La gran diferencia es que Néstor tenía a Cristina como su principal soporte mientras que Alberto la tiene pero como su principal enemiga. La pregunta que se impone es la siguiente: ¿qué estrategia adoptará el presidente para competir por la presidencia en 2023?

Román Lejtman, en un artículo publicado por Infobae este domingo (“”Alberto Fernández apuesta a su reelección pese a las ambiciones políticas de Máximo Kirchner y La Cámpora”, 7/2/021) brinda una acertada respuesta. Para el presidente es fundamental que el gobierno derrote a la oposición en octubre. Para ello deberá ser exitosa la vacunación masiva contra el coronavirus y deberán mejorar las condiciones económicas del país. Para lo primero será fundamental que Putin cumpla con su palabra y entregue las millones de dosis de la Sputnik V prometidas en la última conversación telefónica entre ambos presidentes. Dado el escaso número de dosis que el gobierno ruso envió hasta el momento, no se vislumbra que en el futuro inmediato y mediato arriben al país las millones de dosis prometidas. Pero hay que esperar. No hay que apresurarse en los pronósticos. No vaya a ser que don Vladimir sorprenda con un masivo envío de dosis de la vacuna rusa para dentro de un mes, por ejemplo. Sin embargo, aún si el arribo se produjera le resultará difícil al gobierno, por razones de logística, cumplir con la promesa de haber vacunado a unos 5 millones de argentinos para agosto.

Respecto a la recuperación económica los estrategas presidenciales, narra Lejtman, manejan dos conceptos: por un lado, la materialidad efectiva; por el otro, la sensación de materialidad. Si para agosto/septiembre no hay una real recuperación de la economía-la materialidad efectiva-no quedará más remedio que acudir a la sensación de materialidad, es decir, a una campaña de acción psicológica tendiente a convencer a buena parte del electorado que tradicionalmente vota al peronismo que la mejora está cerca y que el oficialismo es la única fuerza política capaz de mejorar la economía. Este último punto es fundamental. Seguramente en los próximos meses las usinas mediáticas gubernamentales se encargarán de recordar a la población lo desastrosa que fue la gestión de Macri en materia económica. El mensaje será más o menos el siguiente: “es cierto que hay problemas, fundamentalmente en el área económica, pero recuerden cómo estaban cuando Macri era presidente. ¿Quieren acaso volver a esos años?”

Pero el verdadero problema para el gobierno no es el recuerdo de Macri o la malaria económica, sino la ambición del hijo de Cristina. Al kirchnerismo le conviene, obviamente, que el gobierno triunfe en octubre. Pero también le conviene que no gane por goleada. Lo que ansían tanto Cristina como Máximo es que Alberto obtenga una victoria pírrica. Que gane pero que no le queden fuerzas para intentar la reelección en 2023. Aspiran a que Alberto llegue al 2023 con lo justo, sin haber hecho un gobierno tan bueno que le garantice la continuidad en el poder pero también sin haber hecho un gobierno tan malo que le abra las puertas del poder a la oposición. En definitiva, Cristina y Máximo necesitan que luego de la victoria de octubre el gobierno de Alberto siga siendo tan mediocre y gris como hasta ahora.

El flagelo de la inflación

En 1975 se produjo el histórico “rodrigazo”. Se trató de un feroz ajuste impuesto sin anestesia por el entonces ministro de Economía de Isabel Perón, Celestino Rodrigo. El resultado fue el lógico: inflación y desabastecimiento. A partir de entonces los argentinos nos acostumbramos a convivir con la inflación y en algunos momentos con procesos hiperinflacionarios como sucedió en las postrimerías del gobierno de Alfonsín y el primer año y medio de la primera presidencia de Menem.

Los argentinos somos expertos en inflación. La inmensa mayoría no somos economistas pero sabemos muy bien de qué se trata. Implica, lisa y llanamente, la constante depreciación de la moneda. Es lo que está sucediendo en estos momentos. No es que el valor de los alimentos aumente alocadamente sino que el valor del peso se desinfla a diario. ¿Por qué hay inflación y cómo combatirla? Es la pregunta del millón. La historia argentina ha puesto dramáticamente en evidencia la incapacidad de los economistas, incluidos los de mayor renombre político y académico, de acertar con el diagnóstico, paso previo fundamental para darle una solución. Para los economistas liberales es un problema monetario. Afirman tajantemente que hay inflación por la emisión descontrolada de dinero para financiar un gasto público demencial. Para los economistas heterodoxos la inflación lejos está de ser un problema monetario, tiene mucho más que ver con los formadores de precios y con la mala intención de los grandes monopolios en la puja distributiva.

Lo real y concreto es que desde hace décadas no hubo gobierno-civil o militar-capaz de dar en la tecla. Sólo durante la presidencia de Carlos Menem se logró domesticar a la inflación. Pero sólo fue un largo espejismo. En diciembre de 2001 el plan de convertibilidad de Domingo Cavallo estalló por los aires haciendo del país un infierno. El presidente Alberto Fernández, lamentablemente, es uno de los tantos presidentes que no saben qué hacer con la inflación. Su equipo económico se muestra impotente para hacer frente a un rebrote para ellos, me parece, inesperado del proceso inflacionario que puede poner en riesgo el resultado de las elecciones. Lo más grave es que hace unos meses el presidente confesó que no creía en los planes económicos para derrotar al flagelo. Es decir no creía en una puesta en ejecución de medidas sincronizadas capaces de domar a la fiera. Es como si un cirujano tuviera que hacer un trasplante de corazón y horas antes reconociera que no creía en una estrategia para llevarlo a cabo. El resultado no puede ser otro que la muerte del enfermo. Lo mismo cabe acotar respecto a un plan económico. ¿Cómo puede derrotarse a la inflación si quienes gobiernan descreen de una estrategia global y sistémica eficaz que garantice el logro de ese objetivo? Es, me parece, absolutamente imposible.

Lo que realmente impresiona de esta incapacidad argentina para derrotar a la inflación es que todos nuestros vecinos-Brasil, Chile, Paraguay, Uruguay, etc.-lograron vencer a la inflación. En enero tuvimos una inflación que rozó el 4%. Pues bien, ese porcentaje es bastante superior a la inflación anual de los países mencionados. La pregunta que se cae de madura es la siguiente: ¿cómo hicieron para alcanzar esos porcentajes? Sería aconsejable que el equipo económico de Alberto Fernández mantenga estrechos contactos con los equipos económicos de los gobiernos vecinos para que les den clases de lucha contra la inflación. Realmente cuesta creer que Argentina sea uno de los pocos países del mundo que no ha sabido acabar con el flagelo.

A continuación paso a transcribir un artículo del reconocido economista Walter Graziano publicado recientemente en Ámbito. Es, me parece, un canto a la sensatez.

Sólo un plan hará bajar de manera duradera la inflación

(5/2/021)

A partir del momento en que la inflación tocó el 4% mensual las cosas han comenzado a cambiar en la economía argentina. La inflación, que durante todo 2020 no preocupó a las autoridades debido a que todo el tiempo se perfilaba –como finalmente ocurrió– a ser menor a la del 2019 empezó a ser un tema “en serio”. Hasta ese momento daba la impresión que quien más, quien menos, tanto en el equipo económico como en los sectores políticos del gobierno en general eran adeptos a la creencia de que bajar la inflación drásticamente sería recesivo. Entre esa creencia y la calma que dieron los largos meses en los cuales a consecuencia de la pandemia los precios no crecían demasiado más del 2% mensual, la inflación se había tornado en la “Cenicienta” de los temas económicos por largos meses. Pero el índice de diciembre del 4% -y sobre todo la inflación “core” de ese índice bordeando peligrosamente el 5% mensual- transformaron a la “Cenicienta” de los temas económicos en uno de los tres o cuatro principales temas económicos del 2021. Fue así que en poco menos de un mes se gestó la idea en el seno del gobierno de realizar en febrero un “crawling peg” del 3% y anunciarlo además -a diferencia de la incertidumbre cambiaria que venía siendo la regla- con el fin de que no haya remarcaciones por encima de ese nivel solo por motivos de dudas acerca del valor del tipo de cambio. Es loable la intención de frenar la suba de los precios. Sin embargo, nace inevitablemente la duda: ¿Es este el mejor camino?

Veamos. Las alternativas para lograr índices de precios aceptables son tres si descartamos la solución del “garrote vil”. ¿Cuál es esta solución? Aumentar el grupo de precios regulados e intensificar presiones sobre los empresarios para que las remarcaciones sean menores y más espaciadas. Hoy, quien más, quien menos, todos aceptan que esta “solución” de “administrar” los precios y sus subas desde el Estado además de ser ineficiente y provocar desabastecimiento y caídas en la calidad de muchos productos, termina por reducir abruptamente la inversión y las tasas de crecimientos de vastos sectores económicos porque no hay empresario que quiera compartir con el Estado las decisiones acerca de qué precios subir y cuando subirlos. Quedan entonces tres vías básicas de acción para bajar la tasa de inflación: la monetaria, la fiscal y la cambiaria. Veamos las tres:

Podemos englobar dentro de la vía monetaria todas aquellas líneas de acción cuya filosofía es hacer crecer sea la base monetaria, sean los pasivos monetarios del Banco Central, sea el dinero o incluso el crédito a un ritmo muy bajo, o incluso cero. El máximo exponente de esta línea de acción fue, en Argentina, la convertibilidad. La combinación de la “regla de oro” de no emisión por motivos externos -el BCRA estaba habilitado para comprar dólares y emitir por esa vía-, dólar fijo y buenas expectativas favoreció el derrumbe vertical de la tasa de inflación la cual, durante unos años estuvo en niveles bajísimos. Además, hubo un fuerte crecimiento inicial del PBI y todos sus componentes. Sin embargo, algunos desajustes técnicos de la convertibilidad -como ser por ejemplo la sobrevaluación del peso con la que fue lanzada- terminaron por hacer crecer de forma brutal el desempleo. Y sumado a ello, la persistencia infantil en hacer durar al modelo “para siempre” terminaron por provocar una durísima recesión de la cual fue imposible salir con el peso sobrevaluado. Además, el gran estallido económico que le puso fin no pudo ser evitado -en realidad ni siquiera se lo intentó de manera coherente- por lo que su tristísimo final marcó a fuego a generaciones enteras de argentinos y de sus dirigentes, muchos de los cuales no quieren saber nada con las vías de acción monetarias para bajar la inflación.

Sellada la suerte de las vías de acción monetarias para terminar la inflación, durante la etapa del ex presidente Macri se intentó explorar la vía fiscal. La “regla de oro” ya no era la “emisión cero” sino el “déficit fiscal cero”. Como normalmente se emite moneda por motivos ajenos al sector externo solo por cuestiones relacionadas con el déficit fiscal, Dujovne le vendió al ex presidente la idea de bajar la inflación de manera vertical no gastando un solo peso más de los que se recaudaban, además de mantener al mercado de cambios con la menor volatilidad posible. ¿Cuál fue la consecuencia de la aplicación de esta nueva “regla de oro”? El retraso cambiario –al igual que en la convertibilidad– y sumado a ello un problema que la convertibilidad en un inicio no tuvo: una total ineficacia para reducir la inflación a niveles aceptables. Adicionalmente, la regla del “déficit fiscal cero” terminó provocando otro serio problema: terminó de pulverizar la baja tasa de crecimiento que había en la economía argentina.

Así dadas las cosas, cuando este gobierno se ve en la obligación por primera vez de lidiar con la inflación decide eludir tanto las variantes monetarias como las fiscales de lucha contra la misma decidiendo en su lugar alertar que el “crawling peg” de febrero será de solo el 3%. Más allá de que en febrero se logre o no se logre el objetivo, las chances de que una regla cambiaria y nada más logren reducir de manera potente y duradera la tasa de inflación no parecen altas. Si fuéramos más atrás en el tiempo encontraríamos que tanto los radicales durante la última parte del gobierno del ex presidente Alfonsín como el ala más rancia del liberalismo con Martínez de Hoz durante la dictadura militar intentaron bajar la inflación a niveles lógicos haciendo uso y abuso de diversas reglas cambiarias. El resultado fue siempre el mismo: un inicial y módico éxito y, con el paso de los meses -ni siquiera de los años- un nuevo y rotundo fracaso. Ocurre que cuando se utiliza el tipo de cambio como principal y única herramienta antiinflacionaria el déficit fiscal y la emisión de moneda por esa causa permanecen intactos, por lo que, al seguir presentes causan una perniciosa y letal influencia en el tipo de cambio real, reduciéndolo al ritmo de la inflación residual que haya quedado. Y como esa inflación residual en forma acumulada es porcentualmente importante, aparece rápidamente el déficit de balanza comercial al calor de un “peso fuerte” que en un inicio otorga votos porque a todo el mundo le gusta ganar más en dólares, pero rápidamente empieza a afectar las reservas del BCRA. Por lo tanto, como el modelo es inconsistente termina de una manera dramática.

Por suerte, el equipo económico no se ha atado a una regla cambiaria por un período prolongado sino que solo dejó entrever que en febrero no se devaluará más del 3% a fin de no alentar remarcaciones a un ritmo mayor que ese 3%. Sin embargo, el peligro está en caso de que las cosas le salgan bien, porque si ese fuera el caso la tentación de empezar a plantearse pautas devaluatorias estrictas para el mediano plazo puede terminar por causar adicción a la peligrosa arma cambiaria para luchar contra la inflación.

¿Cuál es el camino entonces para bajar a niveles muy razonables y de manera muy duradera la inflación? El secreto es la combinación prudente de elementos fiscales, monetarios y cambiarios. Y agregarle a los mismos elementos muy creativos que logren hacer bajar la inflación a un dígito anual. Es como una receta de cocina: ninguna buena comida requiere nada más que de un elemento. Solo la combinación justa y balanceada de componentes fiscales, monetarios y cambiarios va a llevar al éxito antiinflacionario. Intentarlo por una sola vía es perder el tiempo. Aunque ello no es lo peor. Lo peor es que se termina gestando una combinación de recesión e inflación más dañina que la que se intentó combatir. Es hora de perder el miedo a elaborar y aplicar un plan económico efectivo e integral, incluso con elementos muy novedosos, para bajar la inflación a un solo dígito. Se puede hacer. Y reactivando. ¿Por qué no intentarlo?

Un conflicto que beneficia al gobierno y a la oposición

El campo, es decir, el poder agropecuario (SR, CRA y Coninagro) nunca congenió con los gobiernos progresistas. En agosto 1988 el entonces presidente Raúl Alfonsín sufrió en carne propia el menosprecio y la ira de los asistentes a la inauguración de la clásica exposición rural que se celebra en Palermo. Lo menos que le gritaron fue “mentiroso” mientras don Raúl aguantaba estoicamente. A pesar del clima adverso logró pronunciar un discurso histórico en el que acusó al “campo” de haber estado siempre junto a los golpistas de turno. ¿Cuál era el motivo del enojo de los productores? Unas retenciones que consideraban demasiado altas.

Con Carlos Menem el “campo” respiró aliviado. Durante diez años y medio el riojano jamás osó desafiar a los productores cometiendo el sacrilegio que para ellos implica el incremento de las retenciones. Lo mismo sucedió con su sucesor Fernando de la Rúa. Hasta que llegó a la Casa Rosada el kirchnerismo. Sin embargo, recién en marzo de 2008 estalló la guerra, es decir al comienzo de la primera presidencia de Cristina. El entonces ministro de Economía Martín Lousteau, el mismo que hoy es senador nacional por el radicalismo porteño y claramente enfrentado a Cristina, impuso una fuerte alza de las retenciones. Lo que sucedió a posteriori es harto conocido. El “campo” reaccionó con una dureza inusitada que pudo haber provocado una crisis institucional de consecuencias impredecibles.

Ese conflicto fue utilizado políticamente tanto por el oficialismo como por la oposición. Ambos contendientes tensaron la cuerda al máximo, ahondando una grieta que no nació, precisamente, en marzo de aquel año. El país quedó dividido en dos sectores antagónicos, enemigos, dominados y carcomidos por el odio. La batalla terminó el 17 de julio de 2008 con el histórico voto no positivo del entonces vicepresidente Julio Cobos que le dio la victoria al “campo”. Sin embargo, el encono y el resentimiento lejos estuvieron de apagarse. Pasaron los años y el 10 de diciembre de 2015 asumió Mauricio Macri. El 14 anunció una baja de las retenciones. El “campo”, inmensamente agradecido.

Durante la presidencia de Macri el “campo” ejerció una suerte de cogobierno. A tal punto fue así que el presidente de la Sociedad Rural de ese momento, Luis Miguel Etchevehere, llegó a ocupar el ministerio de Agroindustria a partir del 31 de octubre de 2017. Todo cambió con el triunfo de Alberto Fernández en las presidenciales de 2019. Para el “campo” esa victoria significó el retorno del kirchnerismo al poder. El flamante presidente siempre fue un político dúctil, flexible, negociador. Nunca fue un guerrero como Néstor o Cristina. Siempre apostó al diálogo. Pero en los últimos días le dijo al “campo” que si no era capaz de comprender la gravedad de la situación económica se vería obligado a subir las retenciones. El “campo” recogió el guante. Sus máximos referentes dejaron bien en claro que no estarán dispuestos a tolerar una suba de las retenciones.

Si bien el clima no es tan pesado como el que imperó en 2008, no deja de ser preocupante. Y ello por una simple y contundente razón. Estamos en un año electoral donde tanto el oficialismo como la oposición se juegan su futuro político. Una vez más, pareciera que ambos contendientes se pusieron de acuerdo en tensar la cuerda. Acosado por la pandemia, un plan de vacunación que está en veremos y una inflación galopante, el presidente parece haber tomado la decisión de valerse de un tema urticante como la suba de las retenciones para alimentar el antagonismo con la oposición. En la vereda de enfrente JpC, bastante alicaído últimamente, encontró en la embestida de Alberto Fernández la justificación ideal para profundizar la grieta y recuperar el protagonismo perdido. Ambos contendientes coinciden en la necesidad de recrear el escenario de 2018 pero sin que la sangre llegue al río. En el medio se encuentra una sociedad hastiada, cansada y angustiada. Pero esto poco parece importarle a una clase política que sólo piensa en el poder.

La dramática y fascinante historia argentina

Lo que nos pasó a partir del 25 de mayo de 1810

Los teatros de operaciones en detalle

¿Qué zona del Alto Perú era la adecuada para la guerra? Hacia el oeste lindaba con el río Desaguadero y la cordillera oriental mientras que hacia el este lo hacía con las cordilleras de La Paz y Cochabamba y la sierra de Aguarague. Era un terreno alto y el frío estaba en las cordilleras y el clima templado en los valles. Con alturas que oscilaban entre los dos mil y cuatro mil metros el apunamiento causaba estragos en los soldados habituados a vivir en la llanura. Había tres rutas que comunicaban el Alto Perú con el territorio argentino. La única utilizada por las tropas (se adecuaba muy bien a las operaciones defensivas) comenzaba en Anta y, siguiendo por Humahuaca, desembocaba en Jujuy. Era la ruta central. Las provincias del Alto Perú (Potosí, Charcas, Cochabamba) les prestaban a los ejércitos una gran ayuda en materia de abastecimiento. Además contaban con poblaciones importantes, muy superiores a las de Salta y Jujuy.

La zona paraguaya nada tenía que ver con la zona altoperuana. Las lluvias eran abundantes y había barreras naturales de relevancia constituidas por los cursos de agua y los bañados. Además, imponían su presencia los ríos Paraná y Paraguay, difíciles de ser franqueados. Otro elemento a tener en consideración era el clima tropical ya que afectaba severamente a las tropas que no estaban habituadas a soportar semejante calor. Para ingresar al Paraguay desde Buenos Aires había que costear el Paraná por el este hasta llegar a Paso de la Patria, o bien costear el Uruguay por el oeste hasta arribar a Itapúa. Como cruzaban numerosos cursos de agua por su cercanía con la desembocadura, ambos recorridos obstaculizaban severamente la marcha de las tropas. La Banda Oriental, en cambio, presentaba una fisonomía muy similar a la de Argentina. El problema era que los criollos carecían de buques para utilizar en su provecho el escenario uruguayo. Las fuerzas navales eran los instrumentos adecuados para arribar al Uruguay a través de la costa que unía Punta Gorda con Colonia. En consecuencia, no tuvieron más remedio que cruzar Entre Ríos por Villaguay o El Tala hasta la localidad de Arroyo de la China. Al ser una zona plana la caballería se encontraba en su salsa, como se dice coloquialmente. Al ser Montevideo una ciudad con escasas fortificaciones los criollos se limitaron a asediarla (1).

(1) Floria y García Belsunce, historia de…, capítulo 16.

Cómo se abastecían los ejércitos

Si bien los criollos montaron centros de abastecimiento en Mendoza y Tucumán, la Capital constituyó su fuente principal de ayuda. En efecto, todas las provisiones, con excepción de los alimentos, partían de Buenos Aires. Los elementos utilizados para la manutención de las tropas provenían del escenario donde operaban las tropas. Como los soldados eran carnívoros el ganado lugareño garantizó su alimentación. Sin los caballos la guerra de la independencia hubiera sido una misión imposible. Las llanuras bonaerense y santafesina proveían a las tropas de muy buenos caballos, al igual que las provincias norteñas, Entre Ríos y la Banda Oriental. Sin embargo, el mal trato al que eran expuestos los animales, las duras marchas y la carencia de pastos obligaban a un rápido recambio. Y si la caballada faltaba las tropas se veían obligadas a marchar a pie, ocasionando el lógico perjuicio. Para el abastecimiento de los ejércitos eran utilizadas carretas tiradas por bueyes y mulas. Si no había mulas (eran las preferidas por su rapidez de movimientos) eran sustituidas por asnos, cuya fuerza de tracción era notoriamente inferior. Si bien el vestuario de los soldados era nacional, al igual que la montura, las botas y los ponchos provenían del exterior. Pero como la demanda de estas mercancías excedía a su producción, los soldados debían evitar a como diera lugar su desgaste. No es difícil imaginar lo difícil que debe haber sido para aquellos soldados que se quedaron sin botas, por ejemplo (1).

(1) Floria y García Belsunce, historia de…, capítulo 16.

Bibliografía básica

-Germán Bidart Campos, Historia política y constitucional argentina, Ed. Ediar, Bs. As. Tomos I, II y III, 1977.

-Natalio Botana, El orden conservador, Ed. Sudamericana, Bs. As., 1977.

-Natalio Botana y Ezequiel Gallo, De la República posible a la República verdadera” (1880/1910), Biblioteca del Pensamiento Argentino, Tomo III, Ariel, Bs.As., 1997.

-José Carlos Chiaramonte, Ciudades, provincias, Estados: Orígenes de la Nación Argentina (1800/1846), Biblioteca del Pensamiento Argentino, Tomo I, Ariel, Bs. As., 1997.

-Carlos Floria y César García Belsunce, Historia de los argentinos, Ed. Larousse, Buenos Aires, 2004.

-Tulio Halperín Dongui, Vida y muerte de la República verdadera (1910-1930), Biblioteca del Pensamiento Argentino, Tomo IV, Ariel, Bs. As., 1999.

-Tulio Halperín Donghi, Proyecto y construcción de una nación (1846/1880), Biblioteca del Pensamiento Argentino, Tomo II, Ariel, Bs. As., 1995.

-Daniel James (director del tomo 9), Nueva historia argentina, Violencia, proscripción y autoritarismo (1955-1976), Ed. Sudamericana, Bs. As., 2003

-John Lynch y otros autores, Historia de la Argentina, Ed. Crítica, Barcelona, 2001.

-Marcos Novaro, historia de la Argentina contemporánea, edhasa, Buenos aires, 2006

-David Rock, Argentina 1516-1987, Universidad de California, Berkeley, Los Angeles, 1987.

-José Luis Romero, Las ideas políticas en Argentina, FCE., Bs. As., 1956.

-Juan José Sebreli, Crítica de las ideas políticas argentina, Ed. Sudamericana, Bs. As., 2003.

Share