Por Hernán Andrés Kruse.-

Karl Popper fue uno de los grandes filósofos de la ciencia del siglo XX, uno de los grandes exponentes del liberalismo y fundamentalmente de uno de sus valores fundamentales: la tolerancia con quien piensa diferente. En efecto, Popper polemizó con los grandes pensadores de la historia, especialmente con aquéllos que pensaron muy diferente a él. Sin embargo, siempre lo hizo con altura, con decoro, con dignidad. Jamás los denigró sino que se limitó a criticar sus pensamientos contraponiéndolos con los suyos. Fue, qué duda cabe, un liberal de verdad.

Popper dedica un capítulo de su extraordinario libro “Sociedad abierta y sus enemigos” a criticar el pensamiento de alguien que estuvo en las antípodas de su filosofía liberal: Karl Marx. Y lo hizo de una manera magistral, digna de un pensador de los quilates de Popper. Confieso que hasta ahora no he encontrado una refutación de Marx tan digna y admirable como la de este notable pensador austríaco.

Escribió Popper: “La tarea que el propio Marx se propuso en “El Capital” fue descubrir las leyes inexorables del desarrollo social. No fue el descubrimiento de leyes económicas, que hubieran sido útiles al tecnólogo social; ni tampoco el análisis de las condiciones económicas, que hubiera permitido la materialización de objetivos socialistas tales como los precios justos, la distribución equitativa de la riqueza, la seguridad, la planificación racional de la producción y, sobre todo, la libertad; ni tampoco siquiera una tentativa de analizar y aclarar dichos objetivos” (…) “Sus escritos contienen, indirectamente, una teoría ética. Ésta aparece principalmente en sus estimaciones morales de las instituciones sociales. Después de todo, la condenación marxista del capitalismo es, en esencia, una condenación moral. Se condena al sistema por su cruel injusticia intrínseca combinada con la completa justicia y corrección “formales” que lleva aparejadas. Se condena al sistema porque al forzar al explotador a esclavizar a los explotados, les priva a ambos de libertad. Marx no combatió la riqueza ni alabó la humildad. Odió al capitalismo no por su acumulación de riqueza sino por su carácter oligárquico; lo odió porque en este sistema la riqueza significa poder político de unos hombres sobre otros. La capacidad de trabajo se convierte en un artículo y esto significa que los hombres deben venderse en el mercado. Marx aborreció el sistema porque se parecía a la esclavitud” (…).

“Pero si bien “El Capital” es principalmente, en realidad, un tratado de ética social, estas ideas nunca se presentan como tales. Sólo se las expresa indirectamente, pero no por ello con menos fuerza, pues los pasos intermedios resultan evidentes. A mi juicio, Marx evitó formular una teoría moral explícita porque aborrecía los sermones. Desconfiando profundamente del moralista que vive predicando que se beba agua mientras él bebe vino, Marx se resistió a expresar explícitamente sus convicciones éticas. Para él, los principios de humanidad y decencia eran cosa que no podían ponerse en tela de juicio y debían darse por sentado. Atacó a los moralistas porque vió en ellos a los defensores serviles de un orden social cuya inmoralidad sentía intensamente; atacó a los apologistas del liberalismo por su satisfacción consigo mismo, por su identificación de la libertad con la libertad formal garantizada por un sistema social que la hacía imposible en su verdadera acepción” (…) “La fe de Marx era, fundamentalmente, a mi parecer, una fe en la sociedad abierta” (…).

La actitud de Marx hacia el cristianismo se halla íntimamente relacionada con estas convicciones y con el hecho de que en su época era característica del cristianismo oficial una hipócrita defensa de la explotación capitalista. Un representante típico de esta clase de cristianismo fue el sacerdote de la iglesia anglicana, J. Townsend, autor de “A Dissertation on the Poor Laws, by a Wellwisher of Mankind”, que no fue sino un franco defensor de la explotación a quien Marx puso en descubierto” (…) “En el ordenamiento “cristiano” universal de Townsend, todo depende (como observa Marx) de que el hambre sea permanente en la clase trabajadora, y Townsend cree que es éste, realmente, el divino fin del crecimiento de la población” (…) “Si este tipo de “cristianismo” ha desaparecido hoy día de los países más adelantados del planeta ello se debe, y no poco, a la reforma moral realizada por Marx” (…) “Su influencia sobre el cristianismo puede compararse, tal vez, con la de Lutero sobre la Iglesia Romana. Ambas representaron un desafío, ambas condujeron a una contrarreforma en el campo de sus enemigos y a una revisión y revalorización de sus patrones éticos. Si actualmente el cristianismo se halla encaminado por una senda distinta de la que seguía no hace más de treinta años, ello se debe en gran parte a la influencia de Marx” (…) “En este sentido, cabría decir que el marxismo inicial, con su rigor ético, su insistencia en los hechos más que en las meras palabras, fue quizá la idea correctiva más importante de nuestro tiempo. Esto explica su tremenda influencia moral” (…).

“En algunos de sus primeros escritos, Marx exige explícitamente que los hombres se pongan a prueba en las acciones. Esta actitud que es lo que cabría llamar su activismo, se halla claramente expresada en la última de sus “Tesis sobre Feuerbach”: “Los filósofos se han limitado a interpretar el mundo de diversas maneras; lo importante es, sin embargo, cambiarlo” (…) “Marx concibió al socialismo como un período en que nos vemos considerablemente libres de las fuerzas irracionales que actualmente determinan nuestra vida y en el que la razón humana puede controlar activamente los negocios humanos. A juzgar por todo esto y por la actitud general, moral y emocional de Marx no cabe ninguna duda de que, si se lo hubiera puesto ante la alternativa “¿Hemos de ser los forjadores de nuestro destino o nos contentaremos con ser sus profetas?”, se habría decidido por lo primero” (…).

“Decidió, pues, que bajo el capitalismo debíamos someternos a “leyes inexorables” y al hecho de que todo lo más que podemos hacer es “acortar y disminuir los dolores del nacimiento” de las “fases naturales de su evolución”. Existe un profundo abismo entre el activismo de Marx y su historicismo, abismo ahondado por su doctrina de que debemos someternos a las fuerzas puramente irracionales de la historia. En efecto, puesto que acusó de utópica toda tentativa de utilizar la razón a fin de planificar para el futuro, la razón no puede desempeñar papel alguno en la construcción de un mundo más razonable. A mi juicio, una opinión semejante no puede ser defendida sin conducir necesariamente al misticismo. Debemos admitir, no obstante, que parece haber una posibilidad teórica de salvar ese abismo, si bien no considero que el puente sea lo bastante sólido. Su esbozo puede hallarse en los escritos de Marx y Engels, bajo la forma de lo que llamaremos su teoría historicista” (…).

“Marx y Engels prefirieron contemplar sus objetivos humanitaristas a la luz de una teoría que los explicase como el producto o el reflejo de las circunstancias sociales. He aquí la descripción somera de dicha teoría: si un reformador social o un revolucionario cree hallarse inspirado por el odio a la “injusticia” y por el amor a la “justicia”, es, en gran parte, víctima de una ilusión. O, para decirlo más exactamente, sus ideas morales de “justicia” e “injusticia” son los subproductos del desarrollo social e histórico. Pero tienen una gran importancia, pues forman parte del mecanismo mediante el cual el desarrollo su autopropulsa” (…) “Podemos calificar de historicista esta teoría moral porque sostiene que todas las categorías morales dependen de la situación histórica; en el campo de la ética se la suele denominar “relativismo histórico”. Desde este punto de vista, no es suficiente preguntarse: ¿es justo actuar de esta manera?, sino que la pregunta completa sería la siguiente: ¿es justo, en el sentido de la moralidad feudal del siglo XV, actuar de esa manera? O tal vez: ¿es justo, en el sentido de la moralidad proletaria del siglo XIX, actuar de esa manera? He aquí cómo formuló Engels este relativismo histórico: “¿Qué moralidad se nos predica hoy día? En primer lugar, la moralidad cristiana-feudal, heredada de los siglos pretéritos, que presenta, a su vez, dos subdivisiones principales: la moralidad católicorromana y la protestante, cada una de las cuales no carece, a su vez, de ulteriores subdivisiones, desde la católico-jesuita y la anglicana, hasta la libre moralidad más “avanzada”. Junto con éstas encontramos la moderna moralidad burguesa y con ella, asimismo, la moralidad proletaria del futuro…” (…) “Pero este “relativismo histórico no agota, en modo alguno”, expresa Popper, “el carácter historicista de la teoría marxista de la moral” (…) “Cualquiera sea la terminología aplicada a estas cosas, el problema ante el cual nos vemos enfrentados es encontrar una respuesta adecuada a la pregunta: ¿por qué actúa usted de éste y no de otro modo? ¿Por qué trata, por ejemplo, de ayudar a los oprimidos? (Marx no pertenecía a esa clase, ni por nacimiento ni por educación ni por su forma de vivir)”.

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