Por Luis Alejandro Rizzi.-

Dice Martín Lousteau que a nuestra sociedad parece costarle el ejercicio de la argumentación y esta falla es la que explica este permanente atraso o retroceso de la Argentina y esta especial vocación por insistir en todas aquellas políticas que fracasaron más de una vez, como los controles de precios, controles de cambio, emisión desmesurada, restricciones al comercio exterior, subsidios establecidos de modo indiscriminado y esta vocación fatal por gastar en bagatelas.

Argumentar implica pensar, o como dice la RAE, descubrir, sacar en claro; en cierto modo, el argumento es un medio para llegar a la verdad y lo que advertimos es que para la sociedad argentina parecería que la verdad no es un valor que se tenga en cuenta al momento de tomar las decisiones.

La mentira expresa lo contrario a nuestras creencias o a lo que sabemos o creemos saber y por ese camino llegamos a este nivel de hipocresía que nos lleva a fingir lo que realmente somos.

Tenemos un Poder Judicial que cuenta con alrededor de 250 jueces que no son jueces, a los que llamamos “conjueces·o “subrogantes”, y que son designados o removidos según ratifiquen o rectifiquen decisiones y conductas del gobierno.

Lo grave es que los propios magistrados elegidos según el procedimiento constitucional toleró y toleran esta suerte de invasión recurriendo a argumentaciones formales que terminan legitimando lo ilegal e inconstitucional y así la institucionalidad republicana se desvirtúa quedando reducida a una mala y triste caricatura.

El vicio no sólo está en el Poder Judicial; el propio Poder Legislativo está totalmente desnaturalizado y se ha convertido en una delegación del Poder Ejecutivo concediéndole sumisiones y supremacías que la propia constitución considera actos de nulidad insanable.

La Argentina carece de política exterior y nuestro aislamiento es exhibido como una virtud fruto de sabias decisiones que no se concretan en la realidad porque el mundo se nos cayó encima.

La forma más hipócrita de actuar consiste en ubicar la culpa en el otro o en los otros, de donde nos convertimos en los únicos virtuosos.

Así llegamos a las elecciones del 25 de octubre motivados por nuestra propia resignación, que nos lleva a reclamar por un debate entre los candidatos avisando de antemano que no nos podrán convencer, no creeremos en sus propuestas y por lo tanto no incidirán en nuestro voto, ya decidido sin saber el porqué.

El mercado electoral del lado de la demanda, los que votamos, muestra retracción, escepticismo ante una oferta, los que se postulan, de muy baja calidad y muy bajo nivel publicitario que ni siquiera atinaron a referenciarse en la pareja que popularizó a un Banco.

Estas elecciones ocurren en un ambiente de claro aburrimiento, los postulantes nos fastidian, nos cansan comenzado por las cadenas nacionales, por esos reportajes ficticios que lucen como fabulatorios que concede muy de vez en cuando Cristina al periodismo adicto o el monocorde estilo de Daniel Scioli, expresión de su muy mediocre gestión.

Los llamados “opositores”, con propuestas que no podrían objetarse, más propias de un 28 de diciembre, que de una tarea necesaria de todo el año para disminuir la marginación, la pobreza, nuestra falta de educación, de buena educación, las deficiencias de nuestro sistema hospitalario, para eliminar las distorsiones que sólo generan beneficio a los amigos del gobierno y para mejorar nuestra institucionalidad, condición necesaria pero insuficiente por sí sola.

A nuestra política le falta alegría y eso es grave, porque la alegría es una cualidad propia de la sabiduría, de la calidad de las ideas y de la inteligencia.

Lo cierto es que el mercado político se ha convertido en una suerte de comercio callejero; nuestros políticos lucen como “manteros”; sus mejores productos son sus picardías, como el eventual pacto “Massa-Scioli”, o la denuncia del contrato del “niembromacrismo”, o el “amigo” Daniel presentándose como un virtuoso “swingerista” luciendo como “k” ante los peronistas y como “peronista” ante los “k”, que la verdad sea dicha, sólo lo consideran como un mal necesario…(sic).

Ésta es la oferta que tenemos los ciudadanos y, como solíamos decir, “por algo será…”

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