Por Hernán Andrés Kruse.-

Javier Milei es, qué duda cabe, la estrella política del momento. Hace mucho tiempo que no sucedía algo semejante. ¿Por qué? Porque primera vez en décadas un economista ajeno al mundo político decidió meter los pies en el fango y desafiar el statu quo ideológico imperante desde hace añares. Milei se atrevió a popularizar una filosofía política y económica que hace trizas la filosofía intervencionista enarbolada por las principales fuerzas políticas de la Argentina. En efecto, Milei comenzó a hablar de una corriente de pensamiento que tuvo su génesis en Estados Unidos: el libertarianismo o, si se prefiere, el liberalismo libertario. Su padre intelectual es Murray N. Rothbard, quien a comienzos de la década del setenta del siglo pasado, publicó un libro titulado “Hacia una nueva libertad: el manifiesto libertario”, Mises Hispano (la alusión al manifiesto de Marx y Engels resulta por demás evidente).

El tema central del libro de Rothbard es el anarcocapitalismo, la versión más radicalizada del liberalismo pregonado por Robert Nozick, Ludwig von Mises y Friedrich von Hayek, entre otros. La idea central del liberalismo libertario es el axioma de no agresión. Según Rothbard “ningún hombree o grupo de hombres pueden agredir contra la persona o los bienes de nadie”. Afirma que el gobierno, al considerarse superior a toda ley moral, no tiene por qué atenerse a dicho axioma. He aquí la diferencia fundamental entre el liberalismo libertario y las diversas corrientes ideológicas de izquierda y derecha. El liberalismo libertario no otorga al aparato estatal, es decir al gobernante de turno, autoridad mortal para cometer acciones que serían consideradas inmorales, ilegales y criminales si fueran cometidas por cualquier persona u grupo social intermedio. “El libertario”, afirma Rothbard en su libro, “en fin, es casi por completo el niño de la fábula, señalando insistentemente que el emperador no tiene ropa”.

Rothbard considera que el liberalismo libertario es la única ideología coherente, en contraposición con el conservadorismo y el progresismo. ¿Cómo es posible, se pregunta, que el progresista se oponga a la guerra y al reclutamiento mientras al mismo tiempo está a favor de la imposición de impuestos y el control del gobierno? ¿Cómo es posible que el conservador esté a favor de la propiedad privada y la libre empresa mientras al mismo tiempo se muestre partidario de la guerra, el reclutamiento y la prohibición de determinadas actividades que considera lesivas de la moral? ¿Cómo es posible que el derechista esté a favor del mercado libre al mismo tiempo que no ve con malos ojos los subsidios que atañen al complejo militar-industrial?

¿Qué piensa Rothbard del Estado? Lo siguiente: “¡El Estado! siempre el gobierno y sus gobernantes y los funcionarios se han considerado en general por encima de la ley moral. Los “Papeles del Pentágono” son sólo un ejemplo reciente entre los innumerables casos en la historia de los hombres, la mayoría de los cuales son perfectamente honorables en su vida privada, que se encuentran con sus dientes ante el público. ¿Por qué? Por “razones de Estado”. El servicio para el Estado se supone que excusa todas las acciones que podrían considerarse inmorales o penales si fuesen cometidas por ciudadanos “privados”. El rasgo distintivo de los libertarios es que fríamente y sin concesiones hacen aplicación general de la ley moral a las personas en el ejercicio de sus funciones como miembros del aparato del Estado.

Los libertarios no hacen excepciones. Durante siglos, el Estado (o más estrictamente, las personas que ejercen sus funciones como “miembros del gobierno”) ha envuelto su actividad delictiva en altisonante retórica. Durante siglos el Estado ha cometido el asesinato en masa y lo llamó “la guerra”, luego ha ennoblecido la masacre en masa que “la guerra” conlleva. Durante siglos el Estado ha esclavizado a las personas en sus batallones armados y lo llamó “conscripción” en el “servicio nacional”. Durante siglos el Estado ha privado a las personas a punta de bayoneta y lo llamó “tributación”. De hecho, si desea saber cómo piensan los libertarios respecto al Estado y cualquiera de sus actos, basta con pensar en el Estado como una banda de criminales, y todas las actitudes de los libertarios toman sentido”.

Murray Rothbard fue un subversivo para su época. ¿Por qué? Nada mejor que leer a José Ingenieros para responder dicha pregunta. En “Las fuerzas morales” escribe lo siguiente: “La sociedad es enemiga de los que perturban sus “mentiras vitales”, su primer gesto es hostil; olvida que necesita de esos grandes espíritus que, de tiempo en tiempo, desafían su encono, predicando “verdades vitales”. Todos los que renuevan y crean son subversivos: contra los privilegios políticos, contra las injusticias económicas, contra las supersticiones dogmáticas. Sin ellos sería inconcebible la evolución de las ideas y de las costumbres, no existiría la posibilidad de progreso (…) La rebeldía es la más alta disciplina del carácter; templa la fe y enseña a sufrir, poniendo en el mundo ideal la recompensa que es común destino de los grandes perseguidos: la humanidad venera sus nombres y no recuerda el de sus perseguidores”.

Por supuesto que no pretendo poner en un pie de igualdad a Rothbard con los ejemplos de subversivos brindados por Ingenieros: Jesús, Sócrates y Bruno. Sin llegar a semejante grado de rebeldía, don Murray fue a su manera un subversivo. Lo fue porque tuvo el coraje de desafiar al progresismo y al conservadorismo, igualados en su pleitesía al dios “Estado”. Por supuesto que nunca puso en jaque al establishment académico norteamericano, porque de haberlo hecho hubiera terminado en Guantánamo. Lo real y concreto es que el liberalismo libertario enarbolado por Rothbard ejerció una profunda influencia en Milei. En consecuencia, don Javier puede ser considerado un subversivo. Quizá resulta excesiva semejante caracterización pero de lo que no cabe duda alguna es que se ha convertido en elemento perturbador para la clase política.

Más que por su concepción libertaria, Milei está sacando de quicio a muchos porque está en condiciones de llegar a la presidencia de la república en muy poco tiempo. Por eso Alberto Fernández lo comparó con Hitler, Gerardo Morales dijo que era un desequilibrado y Facundo Manes afirmó que no se podía acordar con quienes flamean las banderas de un liberalismo infantil. Semejantes exabruptos verbales son la manifestación de un estado de ánimo que se ha apoderado de la clase político: miedo. En efecto, el crecimiento electoral de Milei está atemorizando cada día con mayor fuerza a los referentes del FdT y de JxC, quienes hasta no hace mucho jamás imaginaron que semejante outsider podría llegar a poner en serio riesgo el statu quo político.

A continuación -y a manera de colofón- transcribo la introducción al “Manifiesto libertario” cuyo autor es Llewellyn H. Rockwell, Jr. Auburn (Alabama 06 de julio 2005). En pocas palabras explica a la perfección el significado del liberalismo libertario.

“Hay muchas variedades de Libertarianismo vivas en el mundo hoy en día, pero el Rothbardianismo sigue siendo su centro de gravedad intelectual, su musa y su conciencia, su núcleo estratégico y moral, y el punto central en el debate, aún cuando su nombre no sea reconocido. Murray Rothbard fue el creador del Libertarianismo moderno, un sistema político-ideológico que propone de una vez por todas escapar de las trampas de izquierda y derecha, y de sus planes centrales sobre cómo usar el poder del Estado. El Libertarianismo es la alternativa radical que dice que el poder del Estado no funciona y es inmoral. Murray Rothbard era conocido como el “Sr. Libertario”, y también como “el enemigo más grande del Estado.” Y lo sigue siendo. Sí, él tuvo muchos predecesores de quienes aprendió: toda la tradición liberal clásica, los economistas austriacos, la tradición estadounidense anti-guerra, y la tradición de derechos naturales. Sin embargo, fue él quien puso todas las piezas juntas en un sistema unificado que parece poco posible en un primer momento, pero inevitable una vez que ha sido definido y defendido por Rothbard. Las piezas del sistema son sencillas y claras (propiedad sobre uno mismo, estrictos derechos de propiedad, libre mercado, anti-estado en todo aspecto concebible), pero las implicancias estremecen la Tierra. Una vez que uno es expuesto a la figura completa -y ha sido el principal medio de exposición por más de un cuarto de siglo- uno no lo puede olvidar. Se convierte en los lentes indispensables a través del cuales podemos ver los eventos del mundo real con la mayor claridad posible. Este libro, más que cualquier otro, explica porqué Rothbard crece en estatura cada año (su influencia ha aumentado mucho desde su muerte) y por qué el Rothbardianismo tiene tantos enemigos en la izquierda, la derecha y el centro. En palabras simples, la ciencia de la libertad que él trajo a la luz es tan emocionante en la esperanza que crea de un mundo libre, como intolerante de errores.

Su coherencia lógica y moral, junto con su fuerza explicativa empírica, representa una amenaza para cualquier visión intelectual que pretende usar al Estado para dar forma al mundo según un plan pre-programado. Y al mismo tiempo impacta al lector con una visión esperanzadora de lo que podría ser. Rothbard se dispuso a escribir este libro poco después de recibir una llamada de Tom Mandel, un editor de Macmillan que había visto un artículo de Rothbard en el New York Times en la primavera de 1971. Fue la única comisión que Rothbard recibió de una casa editorial comercial. Viendo el manuscrito original, tan consistente en la escritura y casi completo en el primer borrador, parece que fue una alegría, casi sin esfuerzo, para él escribir el libro. Es fluido, implacable, y energético. El contexto histórico ilustra un punto que a menudo se pasa por alto: el Libertarianismo moderno no nació como reacción al socialismo o a la izquierda, aunque es sin duda anti-izquierdista (que es generalmente como se usa el término) y anti-socialista. En lugar de eso, el Libertarianismo en el contexto histórico estadounidense apareció como respuesta al estatismo del conservadurismo y su veneración a la planificación central. Los conservadores estadounidenses no quieren al Estado Asistencialista ni la excesiva regulación de los negocios pero gustan del poder que se ejerce en nombre del nacionalismo, militarismo, las políticas «pro-familia», y las invasiones a la libertad personal y la privacidad.

En el período posterior al presidente Lyndon B. Johnson, los presidentes republicanos, más que los demócratas, han sido los responsables de la mayor expansión del poder ejecutivo y judicial. Fue la defensa de la libertad pura, contra los compromisos políticos y la corrupción del conservadurismo -iniciada con Nixon, y continuada con Reagan y los Bush- lo que inspiró el nacimiento de la economía política rothbardiana. Llama la atención como Rothbard decidió no ahorrarse golpes en su argumentación. Otros intelectuales ante la misma invitación podrían haber presentado un argumento diluido para hacerlo más agradable al paladar. ¿Por qué, por ejemplo, presentar el caso para una sociedad sin estado o anarquismo, cuando un caso para gobierno limitado podría traer más gente al movimiento? ¿Por qué condenar el imperialismo estadounidense cuando eso sólo limita la atracción del libro a conservadores antisoviéticos que de otra forma hubieran apreciado la inclinación de libre mercado? ¿Por qué ir a tal profundidad sobre privatización de tribunales, carreteras y agua, cuando al hacerlo se corre el riesgo de alienar a la gente? ¿Por qué entrar al área pantanosa sobre regulación de consumo y de moralidad personal -y hacerlo con tal coherencia desorientadora- cuando dejarlo de lado seguramente hubiese atraído un público más amplio? ¿Y por qué entrar a tal nivel de detalle en asuntos monetarios y de banca central, cuando un caso diluido pro-libre empresa hubiese gustado a tantos conservadores en la Cámara de Comercio?

Pero callar y venderse por las circunstancias o para agradar a la audiencia no era su estilo. Él sabía que tenía una sola oportunidad en la vida para presentar el paquete completo de Libertarianismo en toda su gloria, y no estaba dispuesto a dejarla pasar. Y así tenemos aquí: no simplemente un caso para disminuir el tamaño del gobierno sino para eliminarlo por completo; no sólo un argumento en favor de la asignación de derechos de propiedad, sino uno en favor de dejar al mercado incluso las funciones de hacer cumplir los contratos; y no sólo un caso para recortar la redistribución, sino uno para desterrar por completo al estado asistencialista-militarista. Mientras otros intentos de presentar el caso libertario, tanto antes como después de este libro, por lo general hacen un llamado por medidas de transición, o están dispuestos a conceder tanto como sea posible a los estatistas, eso no es lo que vemos en Murray. Para él, esquemas como los bonos educativos o la privatización de programas del gobierno no debería existir en absoluto. En lugar de eso, él presenta y desarrolla a toda máquina y de forma completa la visión de lo que la libertad puede ser. Es por eso que muchos otros intentos similares de escribir el Manifiesto Libertario no han resistido la prueba del tiempo, y sin embargo, este libro sigue en gran demanda. En el transcurso de los años, han habido varios libros sobre Libertarianismo que han cubierto sólo la filosofía, sólo la política, sólo la economía, o sólo su historia; que han sido puestos juntos en colecciones por varios autores. Pero Rothbard dominaba todos esos campos, y eso le permitió escribir un manifiesto integrado -uno que nunca ha sido desplazado. Sin embargo, su estilo es típicamente modesto: constantemente nombra otros escritores e intelectuales del pasado y de su propia generación.

Algo más, algunas presentaciones de este tipo se escriben para guiar al lector por un camino fácil hacia un libro más difícil, pero ese no es el caso aquí. Él nunca habla a sus lectores mirándolos sobre el hombro, sino siempre con claridad. Voy a reservarme la enumeración de mis pasajes favoritos, o las especulaciones de los pasajes que Rothbard podría haber aclarado si tuviese la oportunidad de presentar una nueva edición. El lector descubrirá por sí mismo que cada página rebosa de energía y pasión, que la lógica de su argumento no se puede resistir, y que el fuego intelectual que inspiró esta obra ilumina tan fuerte ahora como lo hizo hace tantos años. El libro sigue siendo considerado como “peligroso” precisamente porque una vez que la exposición al Rothbardianismo se lleva a cabo, ningún otro libro sobre política, economía, o sociología se puede leer de la misma manera. Lo que una vez comenzó como una transacción comercial se ha convertido verdaderamente en un clásico, que puedo predecir será leído por muchas generaciones por venir”.

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