Por Italo Pallotti.-

Argentina, en esa monotonía del absurdo, sigue sumando hechos a cuál más desconcertante. Ese actuar diario la pone en el riesgo permanente de repetir historias tan desagradables, porque tenemos, al parecer, la clásica costumbre de repetir, una y otra vez, que vamos “hacia el futuro”; pero no dejamos, caprichosamente, de aferrarnos al pasado de una manera casi patológica. Siempre con el espejo retrovisor bien cristalino para beber del tiempo ido las peores experiencias. Los relatos y discursos más tortuosos; siempre tratando de trasladar al adversario todas las consecuencias de las propias malas y corruptas políticas. Implementadas todas bajo el signo de un populismo y una demagogia, ya perniciosa crónicamente para la vida de la ciudadanía. Un síntoma que a manera de síndrome baja como una catarata de detestables comportamientos que de verdad entristece y preocupa. Una especie de máquina de ejecutar maldades, de sembrar discordias, de unos contra otros en una especie de guerrilla que avergüenza, por tratarse de quienes se trata. La política y los políticos, nuestros representantes, mal que nos pese, reflejan una síntesis del descalabro que ni la Democracia, ni la República, y menos el Estado merecen.

Lo antedicho surge de observar el trabajo del Congreso en este verano que los ha reunido, extrañamente, en un trabajo que por momentos parece de armonía; pero en la primera de cambio sacan a relucir sus egos, sus vanidades y, pensando que conforman a su electorado, no hacen otra cosa que transitar en el más ignominioso mensaje que nada aporta; más aún, sucumbe en la más despreciable grieta, entre sus pares. Secuela de antiguas disputas; no para defender el interés colectivo, sino para, en apariencia, conformar a sus líderes de antaño, que inculcaron a fuego con metodologías casi cavernarias un discurso tendencioso, pendenciero, casi de barricadas, para conformar, seguramente, a los creadores de un lenguaje chato, hasta grosero por momentos, para redoblar apuestas y tratar con la mentira y el embuste de imponer ideas perimidas, apolilladas.

Las horas de debate (bah, es una forma elegante de decir) que fueron consumidas religiosamente por quien esto escribe, dejan la sensación de que, a muchos, nada les importa que sean observados. Es como que defienden posiciones que hasta hace un rato llevaron quirúrgicamente al país a uno de sus momentos históricos más irrelevantes, más desastrosos por donde se lo mire. La bancada de Unión por la Patria, subidos a un monótono y fanático lenguaje partidista, defendiendo posiciones que rayan por momentos el ridículo, en varios de ellos, asumiendo una defensa a ultranza de lo absolutamente indefendible. Surgen, por lo tanto, algunas peguntas que, de no tratarse de gente supuestamente ilustrada, parecen sacadas de un manual de hipocresías seleccionadas. ¿Dónde estuvo esta gente hasta hace apenas mes y medio? ¿Es tanta la amnesia; o se trata simplemente de un acto de verdadero cinismo? ¿Se puede tolerar, por parte de sus votantes, del pueblo en general semejante afrenta? Es probable que su inveterada costumbre del “no me importa” los hace sucumbir en esa extraña manera de actuar.

La izquierda, veterana perdedora de tanta histórica elección, prendida a este show del ataque acostumbrado, con ese tono de discursiva vetusta y perdida en el tiempo de un mundo que nada tiene que hacer ya, luego de mil batallas perdidas, anclados en la nada de la política universal. Afuera, un batallón de émulos del fracaso, al que se unieron veteranos del piqueterismo (con Belliboni a la cabeza, fanáticos de ideologías detestables, y otros acoplados para la ocasión (figuras K y la izquierda más añejos (Bregman, Del Plá, Castillo, Solano, Vilca, Tolosa Paz, Máximo) enfrentando a las fuerzas de un orden al que se niegan sistemáticamente respetar. Todo circunscripto al oponerse, por si acaso. El hacer que se visualicen de algún modo; si es violento, mejor. En el frente, un oficialismo, recién nacido, con apoyo de los que se pueda, para imponer una ley que por lo extensa, quizás pecó de grandilocuente, extemporánea y demasiado ambiciosa, hoy con una cirugía impensada (o no tanto), para salir a la búsqueda prometida de un mañana que augura ser custodia de la libertad y el bienestar del pueblo. Tantas veces prometidas; y otras tantas fracasadas. ¿Esto nos salvará? Sin dudas las nuevas generaciones deben tomar nota de este presente claudicante, misterioso quizás, y prepararse para un porvenir que se presagia duro, con sutiles amagues de esperanza. Siempre que se comprenda lo primero. Dicho al pasar. ¿Son demócratas? Pues bien, ¿qué hacen en la calle perturbando salvajemente la vida de la buena gente? ¿Si votaron a sus representantes que debaten adentro, qué hacen allí; sólo tomando lecciones de golpismo? Una minoría bulliciosa, provocadora, queriendo hurgar, quizás, en el ánimo fanático de esa masa alguna chispa que nos lleve a un paso del abismo o la tragedia; para encontrar un “mártir”, que luego sea reivindicado como prócer? Quién lo sabe.

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