Por Enrique Guillermo Avogadro.-

“Cuando la prudencia está en todas partes, el valor no está en ninguna”. Desiré Félicien-François Mercier.

Hace pocos días, pregunté a Cristina Fernández cuando ordenaría a sus sicarios tomar el Palacio de Justicia. El fallo de la Corte Suprema del martes, pese a lo anticipado, no sólo sorprendió al Ejecutivo sino que aceleró la embestida contra el Poder Judicial de los mastines más salvajes del Instituto Patria; a partir de entonces, esa pregunta se volvió retórica. El horizonte de perros ladra ya no muy lejos del río.

Tal como sostienen los pocos halcones de la oposición, es probadamente imposible negociar con el oficialismo, que ha decidido declarar la guerra a la Constitución y a las instituciones de la República. ¿Qué diálogo se puede mantener con enceguecidos dogmáticos siempre dispuestos a puñaladas traperas y militantes de la impunidad y la tiranía? Porque eso es lo que está sucediendo: encaramados sobre el 48% de los votos que obtuvieron en 2019, han resuelto que, para ellos, no rigen la división de poderes, los derechos individuales, el respeto a las minorías, el imperio de las sentencias, la libertad de prensa, el federalismo y la autonomía de las provincias.

Alberto Fernández lo anunció el miércoles, cuando dijo que los fallos judiciales y las tapas de los diarios no le impedirán hacer lo que quiera. Lo que ese patético acto realizado en Ensenada escenificó fue su definitiva renuncia a ser algo más que un mero empleado de su jefa; a partir del ridículo stand-up del triste payaso de fama internacional en que se ha convertido, la escasísima autoridad que conservaba se fue por la cloaca y no podrá imponer ninguna medida que se le ocurra, ya que nadie obedece a un probado incapaz y compulsivo mentiroso, como mínimo cómplice del saqueo generalizado de las vacunas, de los test y de las compras de alimentos durante la cuarentena. Las aceptadas humillaciones a las que fue sometido en estos días, comenzando por su imposibilidad de despedir a un funcionario de cuarto nivel, trajo a mi memoria un grito que se gestó en la campaña de 1973: “Qué lindo, qué lindo que va a ser, el Tío en el gobierno y Perón en el poder”. Que se refiriera a Héctor Cámpora prueba cuánta razón tuvo Karl Marx cuando escribió, en su “18 de Brumario”, la mención a la historia que siempre se repite, la primera vez como tragedia y la segunda como farsa.

Como muchos alertamos a la sociedad hace tiempo, no porque seamos profetas sino meros observadores de la realidad, resulta de todo punto de vista imposible que Cristina Fernández se resigne y acepte una derrota en las urnas este mismo año; y lo entenderá como tal si no consigue hacerse con los senadores y diputados que necesita para contar con las mayorías especiales que le permitirían gobernar sin tasa, colonizar definitivamente al Poder Judicial y nombrar a un Procurador General que le responda; en resumen, sino obtuviera la impunidad que busca.

Ese objetivo de mínima no está hoy a su alcance, ya que conspiran contra él el generalizado pesimismo social, el cierre de las escuelas, la inocultable corrupción, la creciente pobreza, la imparable inflación, el masivo cierre de empresas, la pérdida de cientos de miles de puestos de trabajo y la terrible inseguridad que generan los narcotraficantes que el poder cobija. El único remedio que conoce el Gobierno para controlar las libertades individuales y la veloz circulación de dinero es la cuarentena estricta; pero ésta ya resulta inaplicable, precisamente porque nadie cree en Alberto Fernández y su desaparecido equipo de ¿científicos?, que tanto daño causaron a la ya maltrecha economía nacional.

Es por ello que hoy se incrementa el virulento ataque de sus corifeos más indignos a las instituciones. En la medida en que la Corte Suprema y otros tribunales inferiores han asumido finalmente el rol constitucional que les corresponde de impedir los abusos del Ejecutivo e, inclusive, del Legislativo, sólo cabe esperar que esos avances vayan in crescendo y que, a corto plazo, se transformen en violentos. Después de las duras derrotas electorales que sufrió el marxismo de la mano de Guillermo Lasso, en Ecuador y, sobre todo, de Isabel Díaz Ayuso, en Madrid, que han servido de advertencia a las izquierdas latinoamericanas, sugiero observar lo que están haciendo hoy mismo en Chile, en Colombia y hasta en el sur argentino para atentar contra la democracia.

En todos esos escenarios, patrocinados y solventados por el Foro de San Pablo y el Grupo de Puebla, están presentes comandos venezolanos, guerrilleros colombianos de las FARC y peruanos de Sendero, falsos mapuches y, llegado el momento, aparecerán aquí los asesinos liberados, los delincuentes importados, los policías corruptos, los narcosicarios, los barrabravas y otros miembros de ese corrosivo lumpenaje, como las patotas de Hugo Moyano y de Juan Pablo “Pata” Medina. Dinero para solventar ese ejército no falta, pues el kirchnerismo se ha apoderado de todas las cajas del Estado y no dudará en utilizarlo para ese siniestro propósito, ya que necesita asegurarse la perpetuidad de la que gozan Nicolás Maduro, Daniel Ortega y el régimen cubano, aunque más no sea para evitar que Cristina Fernández y sus hijos terminen con sus huesos en la cárcel que merecen.

Todos los ciudadanos, que hemos jurado a la bandera defenderla hasta perder la vida, estamos llamados a hacerlo ahora por la Constitución, en todo y cualquier terreno, como los espartanos de Leónidas en las Termópilas, ya que las fuerzas armadas no están dispuestas a jugarse nuevamente por una sociedad tan hipócrita y voluntariamente desmemoriada. Si no lo hacemos, perderemos la República y el futuro. ¿Con qué cara miraremos entonces a nuestros hijos y nietos?

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