Por Italo Pallotti.-

Quiero comenzar con una expresión que alguna vez referí respecto de un episodio de esos que los argentinos no nos privamos para inscribir en la triste historia de desatinos que casi, como una costumbre, cometemos a diario. Hace largo tiempo que vivimos un declinante y vergonzoso momento político. Todo lo que sea propuesta está manchada de un entorno donde el trato civilizado y serio brilla por su ausencia. Cuesta mucho pensar en los problemas profundos que vive el país. Hay como una guerra subterránea de enfrentamientos y chicanas que no hacen otra cosa que enturbiar un panorama por demás difícil de orientar hacia un objetivo común. Al tema: en estos días, curiosamente asistimos a un trabajo parlamentario que de verdad asombra por lo inusual. Largas y maratónicas sesiones son el asombro de una población casi olvidada de este espectáculo, que debía ser normal y no lo es. Aquella referencia viene a cuento recordando una frase: “Cuídense, Señores”. Es probable que voten traicionando a sus electores. Pero no olviden que sus conciencias les reprocharán cada vez que lo hagan. La almohada, el espejo, sus hijos, sus amigos y todos (el resto) harán fila para condenar sus conductas. Alguna vez los tildarán de traidores. No sean la poca cosa que nadie quiere ver en una banca, según el dicho popular.

La historia, si hay algo que no deja de reflejar es a los que traicionan a su Patria. Siempre se está al filo de concretar esta aseveración. Las cuentas bancarias pueden estar repletas y su ambición de poder e intereses egoístas pueden refulgir; pero se corre el riesgo de que eso los sepulte en la más profunda ignorancia del mandato popular. Sigan así y continuaremos hundiéndonos en la larga noche que alguna vez fundó el populismo demagógico; que duele y atormenta ya a varias generaciones. Sálvense solos en una asqueante politiquería; pero sobre Uds. y nosotros hay un alguien que un día viene y dice “hasta aquí llegó”. Esto tan simple es tan viejo como el planeta. Otro detalle para tener en cuenta “que Dios y la Patria se lo demande”. No se trata aquí de defender el ya “famoso” DNU o la Ley Ómnibus, ni menos al Presidente Milei, simplemente que nos eviten el triste y paupérrimo espectáculo de la política argentina. Sus egos y sus intereses no pueden empañar tan interesante papel. Ya no se puede distinguir quiénes están de un lado o de otro para demostrar al más poderoso en un estúpido tironeo para intentar advertir quién es el que “defiende” mejor su parcela de poder. Cada cual con su razón. Cada uno con sus verdades que la realidad de cada tiempo destroza. En el medio, expectantes, los ciudadanos. La chicana es el latiguillo de moda para descalificar y destruir al adversario político. De las propuestas, los consensos, los acuerdos, la sensatez de los actores, sólo queda una carrada de palabras (o palabrotas) echadas hacia un abismo de desencuentros permanentes.

En tanto, las amenazas. Un sindicalismo torpe, desgastado, que se une a un tiempo sin memoria. A una reaparición reivindicatoria de conquistas que supieron olvidar sigilosamente durante cuatro años de oprobio y vergüenza; porque los de ahora, son simplemente, para ellos, los peores de la cuadra, para utilizar un aforismo barrial. Hasta hace un rato nomás parecía que todo estaba bien. Silencio cómplice, cinismo e hipocresía. De todos modos, es algo que no puede sorprender. Porque los “beneficios” obtenidos como parte de una cofradía vetusta, apolillada y de intereses sectoriales, parecen correr el riesgo de que se les terminen. Viejos reproches se sacan de la sepultura. Una patética rutina. Estamos en medio de una guerra de guerrillas verbales impuesta por mediocres dirigentes cuyas capacidades personales y morales, sin dudas, deberá juzgar la Historia a no largo plazo. Qué si lo propuesto, lo antedicho, nos hundirá por siempre o nos salvará del diluvio. Qué si es un mamarracho que hay que anular sin miramientos o es la panacea que nos llevará a la glorificación como país; de por sí ya enterrado desde décadas en la ciénaga del desbande y la morosidad de políticas erráticas de una mayoría de los que hoy (todavía) están “defendiendo” nuestro voto en las bancas del Congreso. Nos obnubilan la noción del paso temporal. Hace sólo un mes -parece un siglo- que tenemos nuevo gobierno. No se trata aquí de defenderlo; sólo advertir que las puertas del destino como país se van cerrando para nosotros y las generaciones venideras. Aquí no hay sólo libertad o esclavitud. Ni relatos, ni teorías; sólo una verdad concluyente que todos debemos defender; y si nos acompañan los políticos, mucho mejor.

Para colofón, un paro a la antigua. Hombres y mujeres arreados como ganado. Una tosca muchedumbre aplaudiendo y vociferando al son de discursos inicuos, truchos, proferidos por añejos “popes” de la vieja sociedad sindical. Más Kicillof y Máximo, con La Cámpora por las dudas, entre tantos. Para sostener nostalgia de un pasado lleno de tragedias olvidables que parecen querer volver de la mano de Moyano (el sucesor), Daher y cuando no, las Madres a la cabeza. Discursos premonitorios para edificar un futuro con barro chirle del pasado. Amenazantes, de barrabravas; groseros, sosos y vulgares. Recordemos, concluyendo: Alberto, Cristina y Massa pasaron; Milei pasará; y el último, nosotros, quedaremos en la ignota espera de que Argentina, nuestra Patria, comience a ser un día algo normal.

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