Por Malú Kikuchi.-

Termina un año complicado, lo ha sido en casi todo el planeta, en Argentina particularmente difícil. Difícil para la sociedad, difícil para el gobierno. Es tiempo de deseos, de hacer planes, de fijar objetivos.

Esa convención humana que dice que a partir del minuto 1 del 1º de enero comienza un nuevo año, permite soñar con utopías… aunque estas sean altamente improbables. Por ejemplo:

Que todos los dirigentes sean patriotas.

Se entiende por dirigentes a políticos de todos los partidos y tendencias, empresarios, industriales, banqueros, gremialistas y funcionarios de todos los niveles.

Que ser patriotas implique ser idóneos para el puesto que ocupen en la sociedad, honestos, bien intencionados, trabajadores y respetuosos de las leyes.

Que las leyes sean justas, que sean necesarias, que le sirvan a la gente, no a los que las proyectan y votan. Que las leyes castiguen a los culpables y protejan a los inocentes.

Que en la Argentina no haya más impunidad. Que el que la hace, la pague.

Que el poder legislativo de la nación y los de las provincias, no sean más aguantaderos de los que se robaron todo lo que le falta al pueblo.

Que el sistema electoral sea lógico, sin listas sábanas (en los 5 grandes distritos: provincia de Buenos Aires, CABAA, Santa Fe, Córdoba y Mendoza), que el votante conozca a los que vota, no sólo a los 2 o 3 primeros de las listas. Que el pueblo pueda controlar los votos.

Que lo que se prometió en las campañas electorales, si se llega a ser gobierno, se cumpla. Con la ayuda de la oposición.

Que las mayorías no se sientan dueñas del país. Las mayorías cambian, hoy lo son, mañana serán remplazadas por otras. Que las minorías aprendan a negociar que es la forma superior de hacer política.

Que la educación vuelva a tener maestros y deje atrás a los “docente” y más atrás a los “trabajadores de la educación”. Que alumnos y padres vuelvan a tenerles el debido respeto que ellos deben ganarse. Que los contenidos de la educación se adapten al siglo XXI.

Que todos los maestros sean universitarios. Que los miembros de la policía también sean universitarios y se les haga cada año un examen psicológico para que puedan hacer uso de las armas que portan. Que la gente se sienta protegida por ellos.

Que la guerra contra el narcotráfico se vaya ganando, en serio. Que los empresarios además de ganar dinero, que es lo lógico, piensen en los que trabajan para sostener la empresa y sean justos con ellos.

Que los gremialistas no se hagan millonarios a costa de sus sindicados. Que dejen de amenazar a los gobiernos. Que los sindicatos sean sindicatos por empresa, no por rubro. No todas las industrias o empresas tienen las mismas ganancias o pérdidas.

Que entre todos tomemos conciencia del cuidado ambiental, empezando por pequeñas cosas como separar la basura y no tirar objetos en la calle. Que el gobierno se haga cargo de que el planeta “no tiene plan B” (Obama lo dijo en París), y es cierto. El cambio climático es palpable.

Que los políticos pongan el bien común aristotélico por delante de sus pequeños intereses. Que se olviden de hacer chicanas cuando el país necesita una ley imprescindible para mejorar la calidad de vida de la gente.

Y tantas cosas más… Soñar es gratis, desear utopías improbables, también. De acuerdo al diccionario, utopía es: proyecto, deseo o plan beneficioso para la comunidad que es muy improbable que suceda. La definición lo dice. Pero, aunque sea improbable, las utopías existen y puede que algún día se hagan realidad. Que algo de estas utopías se realice en el 2019.

* Utopía: nombre de una isla imaginaria donde se desarrolla un gobierno perfecto y reina la paz y la cordialidad. Escrita en latín, publicado en los Países Bajos (tiempo de los Habsburgo) en 1516, por Tomás Moro (Santo Tomás Moro para la Iglesia Católica).

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