Por Justo J. Watson.-

Nuestra gente se queja una y otra vez a través del voto… porque le falta dinero; nunca porque le falte ética ni inteligencia. Ni siquiera perspicacia, para vislumbrar qué le conviene a mediano plazo.

Las deficiencias en nuestra educación y por ende en nuestra cultura política han llevado a priorizar la elección de formas gubernativas que se apoyan en la represión por sobre las que se apoyan en la libertad. A dar más crédito electoral a quienes proponen castigos al hacedor, con prohibiciones, controles y quitas que a quienes proponen incentivos.

Como bien dice el credo libertario, no nacimos para ser forzados. Y lo cierto es que el ser humano funciona mucho mejor por estimulación vía incentivos que por amenaza vía prohibiciones, con especial impacto en lo social.

¿En verdad, saben los idiotas que son idiotas? Resulta patético que nuestro déficit en inteligencia social incluya el desconocimiento de lo que la idiotez provoca.

No lo saben (aunque lo intuyen) debido a que la bajada de línea educativa y las políticas sociales “de Estado” aplicadas con tanta insistencia y que fingen ayudar a los rezagados, son sólo mecanismos eficaces… para mejor robar. No para cultivar en la ciudadanía los valores de la libertad individual y de la crítica honesta al sistema, focos evolutivos que podrían ser tabla de salvación para sus hijos.

Así, al no saber o no querer saber que son idiotas útiles a la propia sujeción esclava de sus familias, los electores senior siguen demandando estas prácticas a todos los partidos políticos, a través del voto.

Y decimos senior porque los junior están empezando a cambiar. A descubrir, con bronca, algo que pocos querían admitir: que el Estado estorba. Que con su inmenso costo y su afán regulatorio (para mejor coimear) opera contra las legítimas aspiraciones de la gente y que en definitiva el igualitarismo en todas sus gradaciones de “justicia social” es el virus que mata en todas partes tanto la natural solidaridad humana como el deseo de ser competitivos. El mar de impuestos, cepos, prohibiciones, discriminaciones y privilegios que nos hundió como nación al punto de convertir a la Argentina en un Estado fallido es prueba de ello. Tanto como el mar de pobres que generó.

Ha sido también el revulsivo que está ayudando a las nuevas generaciones a vomitar la inmundicia. Porque la libertad, el paradigma estrella, no es otra cosa que ausencia de coacción por parte de otros; principalmente del malón de caciquejos y vivillos encaramados en el Estado y su Afip.

Ellos ya no esperan que “gente buena” en el gobierno les resuelva los problemas: el tema no es ese (no quieren volver a ser timados, coaccionados y robados) sino el de los desincentivos que marcan instituciones que bien podrían ser más eficaces y humanistas que las actuales. Vale decir, más cooperativas y mucho más voluntarias.

Comienzan de a poco a percatarse de que es la institución Propiedad Privada el origen, el fundamento de la civilización y de la paz social, no el Estado. Que se trata del reconocimiento de la responsabilidad individual y de la defensa de los contratos libres. Y que al ascenso social y al bienestar general sólo los impulsan la creatividad, la competencia, la innovación, la producción y el intercambio, no la coerción fiscal, sea esta monárquica o republicana.

El camino libertario en el que hoy está ingresando nuestra sociedad será sin duda largo y tortuoso, como todo lo que concierne a la evolución humana. Las personas que lo interpreten van a variar a lo largo de lustros y décadas y los tiempos de sus logros irán conformándose, como siempre, sobre la vieja espiral del progreso: dos pasos adelante y al cabo, uno y medio hacia atrás.

Lo que ya no podrá frenarse es la ética de que todos, sin excepción, nacimos para ser libres, de que resentimos el forzamiento (el fin nunca justificó ni justificará los medios) y de que la búsqueda de la felicidad (o proyecto de vida) es algo distinto para cada uno, respetable mientras no invada ni afecte iguales derechos del prójimo.

Parafraseando al gran Murray Rothbard (1926-1995, catedrático norteamericano y hombre bisagra en la historia de las ideas) diríamos que la búsqueda de la uniformidad es, en definitiva, cosa tribal, de bárbaros y que el entusiasmo pobrista por la igualdad es fundamentalmente anti humano porque tiende a reprimir el florecimiento de la personalidad individual y de la diversidad; en suma, de la civilización misma

En uno más de los muchos pasos que dio el humanismo libertario a lo largo de la historia se atribuye al padre de la patria, José de San Martín, haber comentado: «El rey nos decía que si no podíamos comprar leña que nos emponchemos, si por pobres no podíamos alimentar a nuestro caballo, que no lo tengamos, que si alimentarnos era costoso que comamos menos…entonces decidimos ahorrar gastos y nos liberamos del rey».

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