Por Guillermo Cherashny.-

El presidente anunció que en poco tiempo convocará a la mesa política que le exigen sus aliados políticos más poderosos como forma de demostrarles que el dueño del mazo de cartas es el que tiene la lapicera; si no, que le pregunten a Cristina. Esta actitud demuestra que de ningún modo renuncia a su candidatura no sólo porque es el presidente en ejercicio sino que gobernó en circunstancias extremadamente difíciles como la herencia de Macri, la pandemia y la guerra, y debe ser reconocido. Además, un reciente informe de Morgan Stanley, uno de los bancos de inversión más importantes del mercado, recomienda comprar bonos argentinos, porque Sergio Massa, su ministro de economía, transita la crisis con éxito, con medidas ortodoxas -como baja del gasto y altas tasas de interés- y heterodoxas -como el dólar soja-, lo que le permitió acumular las reservas como lo exige el FMI, con el cual sobrecumplió la meta del 2,4% del PBI. «En realidad Sergio es mi ministro, que lo elegí yo, y, si logro estabilizar las variables económicas, es por mi apoyo»; así que para el entorno oficial no hay duda de que se evitó una catástrofe terminal que generaron Cristina y Máximo; la primera, por sus críticas, como que el aumento del déficit no generaba inflación, y el segundo, por querer romper con el FMI. Este razonamiento choca con la realidad, porque el mismo presidente mete la pata en cada oportunidad que se le presenta, como reivindicar la vacunación y la política frente a la pandemia, cuando en la opinión pública pesa el vacunatorio vip y la fiesta en olivos, o cuando dijo que hay que esperar dos horas para cenar en los restaurantes, cuando esa situación sólo pasa en la calle Corrientes los fines de semana por el turismo y los argentinos que salen una vez por semana.

La imagen presidencial está por el piso, porque su gobierno es un verdadero desastre y la posibilidad cierta ahora de llegar a las elecciones no es un activo que valore la opinión pública, que quiere un cambio de gobierno.

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