Por Guillermo Cherashny.-

No fue ninguna sorpresa la condena a Cristina por administración fraudulenta por el término de seis años y como accesoria la inhabilitación perpetua para ejercer cargos públicos, pero lo novedoso y sorpresivo fue que utilizó esto último para anunciar que no tendría fueros después del 2023. Dijo en forma terminante que no será candidata a presidenta o senadora nacional e invitó a Héctor Magnetto, CEO de Clarín, a que les ordene a sus subordinados de Comodoro Py que la metan presa, con lo cual no tiene marcha atrás, ya que se autoexcluye de las candidaturas. Pero no renunció a la jefatura política del Frente de Todos, ya que lejos de no aceptar la condena se allanó a la justicia y se autopercibe como una condenada firme cuando llegue a la Corte Suprema y desafió a los jueces a que la detengan en otra instancia superior, desterrando lo que sostienen varios periodistas: que tiene miedo.

El problema para Cristina es que armó un gobierno desastroso presidido por un personaje secundario que se cree un estadista internacional incomprendido que representa al sur contra la explotación del norte. Un señor que no tenía capacidad para semejante cargo y que ella conocía que era muy limitado pero que en el gobierno de Néstor Kirchner nombró a varios jueces de Comodoro Py, entre ellos a Julián Ercolini, el juez que instruyó el expediente por el cual la condenaron.

También pesó en la designación de Alberto que es un personaje sin carácter muy voluble al cual, sin embargo, no lo pudo manejar, porque se creyó en serio que era un presidente destinado a dejar una huella en América Latina, cuando todos sabíamos que era sumamente mediocre.

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