Por Luis Alejandro Rizzi.-

Creo que una gran mayoría sabe que la situación del país está en un punto de inflexión o en un vértice dramático en el que sólo se podría definir la velocidad de la decadencia.

No hay lugar para la expectativa.

Esta es la “cuestión política” que parece estar ausente en las dirigencias en general y en la política en especial.

Sin embargo, la realidad sigue haciendo su trabajo y en lo económico y financiero será imposible continuar con las mini devaluaciones diarias y, en algún momento el superministro, venido a muy a menos, deberá dar la noticia que podría significar el adelanto electoral.

Su “misión Brasil de la semana pasada” fue un papelón sin límites rubricado por esta frase de Lula: “Alberto Fernández es un compañero que llegó bastante aprensivo y va a volver más tranquilo. Es verdad, sin ningún dinero, pero con mucha disposición política”.

A ello se sumó la pretensión de Gabriela Cerruti, “la vocera del gobierno”, que pretendió participar en una reunión de ministros; el propio Lula le puso la bolilla negra, y antes había ninguneado a la ministra “plástica”, como la llama Horacio Verbitsky, que ya permanece en las costas de la política, intentando su reciclaje. También participó de lo que algunos llamaron la “guerra de los colores”, que describió Roberto García en Perfil, va el link: Una Cerruti rabiosa en Brasil y su escándalo con otras tres viajeras.

Hace unos días, un político retirado me decía tomando un café en la esquina de Av. Córdoba y Carlos Pellegrini, “…hasta ahora la Argentina pudo volver de sus “comas” que fueron inducidos, pero esta vez es distinto; el “coma es natural” y los médicos están desorientados; la Argentina no reacciona a nada. Perdimos las expectativas.”

Lo cual es cierto; cuando asumió Alfonsín tuvimos expectativas; con Menem, renacieron merced a la convertibilidad y, pese al costo social vivido en la década, el país se capitalizó y la calidad de los servicios públicos en general mejoró, y tuvimos siete u ocho años de estabilidad; en la Argentina había precios. La crisis del 2001 fue jodida, pero había resto; pasa que los Kirchner quemaron las expectativas hasta llevarnos a este estado de “como vital”, en la que la esperanza social parece ser una eutanasia generalizada, que se personifica en Milei, que dice que acabará con todo, y no distingue; no es solución, pero la gente quiere acabar con todo. Es una reacción lógica del proceso de duelo; se comienza con la negación y le sigue la ira.

Nos falta una generación o elite lo suficientemente culta que encuentre la forma de iniciar la tercera etapa del duelo que es “la negociación y la persuasión”.

Debemos admitir que la devastación es destrucción y que, si en vez de demoler, nos dedicamos a generar expectativas, la gente responderá, porque nadie quiere morir en la víspera.

Hasta todos creen que la cuestión es económica y se piensa en planes y en shock o gradualismo, invocando aquello de sangre, esfuerzo, sudor y lágrimas; sí, pero para hacer algo, no sólo para mejorar indicadores, no se trata del tipo de cambio, del IPC, de que no tenemos moneda, de cepos o de “precios justos o más o menos justos”, delirios propios de un estado febril altísimo.

Hay que persuadir, hablar en serio, estar dispuesto a ser sopapeado por proponer hacer cosas diferentes, pero debemos persuadir que debemos salir de la negación y la ira.

Nuestra “cuestión” no son los números, es la política entendida como el arte de la mentira y de las patéticas miserabilidades.

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