Por Carlos Tórtora.-

El Olivosgate está marcando un cambio cualitativo en el seno del poder. Desde que asumió este gobierno, hubo una diferenciación bastante fuerte entre las imágenes de Alberto Fernández y Cristina Kirchner. Ella y sus incondicionales fueron el epicentro de los escándalos de corrupción -para empezar las causas judiciales- mientras que el primero encarnaba una postura más moderada y ajena a los escándalos. El vacunatorio VIP marcó un cambio en la tendencia. Junto a reputados cristinistas como Horacio Verbitsky y Carlos Zannini, aparecieron cuestionados amigos del presidente, como Ginés González García, aun cuando aquél no se vio implicado en forma directa. Ahora todo es distinto. La existencia de una cuarentena VIP en Olivos golpea a la figura presidencial, más aún por cuanto muchas de las visitas afectan a Fabiola Yáñez, una primera dama de perfil bajo y sin proyección política. Un punto a destacar es que la vicepresidenta no se expresó aún públicamente solidarizándose con Alberto. El silencio de ella en este caso se siente fuerte. Otro tema, no menor es que por primera vez las sombras de la corrupción económica están alcanzando a AF. La veintena de contrataciones millonarias concedidas al novio de Sofía Pachi, Chien Chia Hong, no es la única revelación de los últimos días. También se conoció el fenomenal aumento del otorgamiento de publicidad oficial a las empresas de José Albistur, marido de Victoria Tolosa Paz. Las sospechas de corrupción rondan así a Alberto por primera vez y en las próximas semanas se empezará a ver su proyección en las encuestas.

Núcleo duro

Esta cristinización de la imagen del presidente no sólo lo debilita ante la opinión pública. El kirchnerismo forjó su alianza con él sobre la base de que el albertismo aportaba un perfil menos cuestionado por la clase media y la opinión pública en general.

Un análisis global sobre el Olivosgate indica que lo revelado sería nada más que la punta del iceberg. Suena poco creíble que el grueso de las visitas a Olivos durante la cuarentena corresponda a peluqueros y modistas. Es de suponer que hay una nutrida agenda política y empresarial que permanece oculta porque sus registros no se difundieron o porque no se dejó constancia escrita de las mismas. Éstas podrían trascender por la admisión de los protagonistas como, por ejemplo, Marcelo Longobardi, que reconoció un almuerzo con AF.

Es obvio que el gobierno apuesta a que su núcleo duro de votantes es refractario a este tipo de escándalos. Pero justamente las esperanzas K giraban en torno a que el presidente pudiera arrimar, como ocurrió en el 2019, algunos votos de sectores independientes. Podría ocurrir entonces que el Olivosgate, si continúa agrandándose, empuje al kirchnerismo a refugiarse en su núcleo duro.

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