Cuando Viviana Canosa, en un ambiente familiar y descontracturado, le preguntó por su militancia en la Ucedé, Sergio Massa palideció.

La pregunta, pretendidamente inocente y casual, apuntaba a los inicios de su relación sentimental. Toda la seguridad que venía demostrando, apoyado por su esposa y mariscal de campo fundamental -Malena Galmarini-se evaporó. Por un segundo, su sempiterna sonrisa Colgate -prefabricada y pulida por expertos- se convirtió en una mueca. Al hombre de Tigre no le gusta que le recuerden su pasado.

Massa es muy cuidadoso en su relación con los medios. Sus amistosas relaciones con Sergio Szpolski (copropietario, junto a Matías Garfunkel, del Grupo Veintitrés, que edita la revista del mismo nombre y los diarios El Argentino y Tiempo Argentino), Cristóbal López (dueño del Grupo Indalo, propietario del canal de noticias C5N y las emisoras radiales Radio10, Vale 97.5,Mega 98.3, Pop Radio 101.5 y TKM), Daniel Hadad, José Luis Manzano y Raúl Olmos (propietario de BAE y Crónica) son parte de una cautelosa construcción mediática del personaje, del entorno y el proyecto. Nada, en la imagen pública del ex dirigente de la Juventud Liberal, está librado al azar.

Fiel a sus convicciones (o, quizá, exclusivamente fiel a sí mismo), Sergio Massa atravesó diversos espacios políticos en los cuales, cual langosta en un maizal, tomó lo que le convenía y huyó.

Primero fue la Ucedé de los 80, luego el PJ menemista en los 90 y, finalmente, el Frente para la Victoria kirchnerista del siglo XXI.

Como decía un olvidable jingle de La Cámpora, Massa se presenta como lo nuevo, pero trae a Barrionuevo y a Rico . El ex intendente de Tigre practica un juego ya añejo en la política argentina: Construyendo con lo viejo, se presenta como lo nuevo. Poco hay de Renovador en el Frente Renovador, sacando el nombre.

Ya en 2014, las encuestas sobre la imagen de los políticos ubicaban al vicepresidente Amado Boudou como uno de los dirigentes más repudiados por la sociedad.

Boudou, el vicepresidente multiprocesado, llegó a la cumbre de la mano de Sergio Massa, su antiguo compañero de militancia liberal y jefe en la ANSES, la caja mágica del kirchnerismo. Fue Massa quien, siendo director ejecutivo del organismo que administra las jubilaciones y pensiones de la Argentina, tuvo en Boudou (gerente de Presupuesto y Control de Gestión) a uno de sus mejores alfiles. La relación se mantuvo armónica hasta que Boudou ideó la re estatización de los fondos de las AFJP: Ahí fue cuando, como en la novela del Dr. Frankenstein, el monstruo se rebeló contra su amo. Quizá uno de los pocos que calibraron a Massa con precisión, desde el principio, fue el entonces cardenal Jorge Bergoglio, hoy Papa Francisco. El entonces Jefe de Gabinete fue uno de los encargados de esmerilar la figura del líder religioso (y tratar de enviar a vía muerta, a través de su jubilación forzada), en esos tiempos, enfrentado con el gobierno nacional.

Cuando la ruleta de la política quiso que Bergoglio pasara a ser admirado y respetado por el kirchnerismo, Massa ya había quedado en posición fuera de juego. Al día de hoy, el sumo pontífice (quien ya recibió a Cristina Fernández de Kirchner, Daniel Scioli, Mauricio Macri y una larga lista de dirigentes del más variado pelaje) sigue sin concederle una audiencia al líder renovador. Eso quedó grotescamente reflejado en una entrevista que Alejandro Fantino le realizó a Massa.

Ante la pregunta sobre su no-visita al Papa, el entrevistado se trabó, visiblemente, y cambió de tema con celeridad.

En definitiva, esa es la esencia de Sergio Massa. Un cambio irreal y ficticio. Una construcción publicitaria y colorida. Un griterío de consignas vanas a las que nadie se opondría (Seguridad, Bienestar, Trabajo) sin un trasfondo serio. Otro caso más -y van…- de gatopardismo político en la Argentina. De cambiar, para que nada cambie.

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