Por Carlos Tórtora.-

Ayer Alberto Fernández realizó la apuesta política más fuerte en lo que va de su gestión. Jugó todas sus cartas a que diez días de cuarentena total alcanzarán para mostrar cierto aplanamiento del índice de casos de coronavirus. Esta modificación de la tendencia, aunque leve, significaría un éxito de proporciones. La jugada es audaz por cuanto, si no se produce el aplanamiento, no le quedaría al presidente otro remedio que prorrogar la cuarentena total y profundizar el desastre económico o reconocer que la misma no dio resultado y pagar los costos. El protagonismo alcanzado por el presidente en la crisis del coronavirus no es casual. Alberto eligió personalizar la batalla contra el contagio del virus en una elección claramente política, ya que pudo también haber elegido un perfil más bajo. Algunos suspicaces hasta vieron en este protagonismo la sombra de un proyecto a largo plazo, del nacimiento del albertismo. Aparentemente para desalentar estas suposiciones sobre un plan de reelección, es que el presidente, en su anuncio de la cuarentena, insertó una frase que parece fuera de contexto al hablar de “los cuatro años que me quedan como presidente”, dejando implícito que no habrá reelección para él.

Riesgo calculado

Como están las cosas, tener éxito en la contención del coronavirus es casi una necesidad. Efectivamente son pocos los países que llegan a esta crisis en un marco de recesión aguda como la Argentina, lo que abre el horizonte de una depresión económica. Como dicen los manuales de management, la crisis le regaló a Alberto una gran oportunidad. Hasta el momento, son pocos los gobiernos que se puede decir que están ganándole al coronavirus. Entre los mismos se pueden citar la baja mortalidad de la enfermedad en Alemania, el control de su propagación en Corea del Sur y los bajos índices en Gran Bretaña, que viene realizando una campaña de medidas sumamente light y centrada en la responsabilidad individual. Sea cual fuere el resultado, éste se verá rápidamente. Por supuesto que no le resultará fácil al gobierno mantener el aislamiento social durante diez días en un país que hace un culto de la vida social y además con bastante tendencia al desorden. Pero el gobierno actuó sobre seguro en este aspecto: el desplome del caudal de pasajeros del transporte público dio una idea de hasta qué punto la gente está preocupada y predispuesta a aceptar soluciones drásticas.

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