Por Luis Tonelli.-

Mucho se especula sobre lo que va a suceder en toda la serie de elecciones que nos esperan a los argentinos para que en diciembre un nuevo Presidente quede instalado en la Casa Rosada. Y en términos de análisis, hay de todo como en botica, desde posturas donde abunda la prudencia hasta burdas operaciones.

Para no perderse en este fárrago de cacofonías tan propias de la era de exuberancia informativa, se pueden dan dos o tres consejos que quizás pueden tener alguna utilidad para procesar la complejidad que asume nuestro diario acontecer.

El primero es encontrar algún punto intermedio entre lo que es la particularidad del voto en cada comarca, que seguramente lo tiene, y la generalidad de que todo votante es el mismo, y todo político también, como si la política se tratara del mercado de agua mineral. Parece que tiene sentido considerar al electorado como dividido en tres áreas geográficas, tercios que se corresponden grosso modo con el porcentaje de electores. Un tercio corresponde al conurbano bonaerense y cada uno de sus cordones. Otro tercio está compuesto por las grandes ciudades, CABA, Córdoba, Santa Fe, Mendoza y el interior de la provincia de Buenos Aires. Y el último tercio comprende a las provincias interiores. Obviamente, una mayoría se compone haciendo una combinación de esos tercios, y fundamentalmente, dividiendo lo que queda entre el resto de los competidores.

Cada tercio está dominado por una lógica económica. La del conurbano, gira alrededor de los subsidios; la de las provincias interiores, por la del empleo público y la de las grandes ciudades por el consumo y el valor del dólar.

Por ejemplo, y siempre de modo “impresionístico”, la coalición ganadora del alfonsinismo en 1983 hizo pie en las grandes ciudades y en el conurbano, la del menemismo maduro -y la Alianza, tuvo su base en las provincias interiores y las grandes ciudades- mientras que la del Kirchnerismo ha ostentado como su base electoral-territorial, la yunta conurbano-provincias interiores. La sección 2 y 3 del conurbano le aportaron al voto K más votos que los que obtuvo en las grandes ciudades.

Las derrotas del oficialismo en el 2009 y del 2013 en las elecciones de renovación parlamentaria, se dieron debido a la dispersión del voto K, especialmente en el conurbano bonaerense. Asimismo, las derrotas de la oposición tuvieron lugar en la consolidación del voto K en el conurbano y en las provincias chicas. Por supuesto que la dispersión del voto en una pléyade de candidatos fue clave para la hegemonía de CFK en la escena política nacional.

Asimismo, en términos de estabilidad electoral, las provincias interiores aparecen como muy estables, siendo hegemonizadas por el peronismo, le sigue el conurbano, con un comportamiento estratégico de sus intendentes, que surfean los humores de sus electores, jugando con los candidatos k, o bien con el peronismo opositor en épocas de mufa anti-oficialista.

Sin embargo, el peso desmesurado que tiene la Ciudad de Buenos Aires en la formación de la opinión pública, transmite esa sensación de inestabilidad, de que todo es posible y de que impera la anti-política. Sin embargo, en el resto de las grandes ciudades o el interior de la provincia de Buenos Aires, donde allí el radicalismo sigue sentando sus reales, tampoco se dan grandes cataclismos.

Los patrones de voto en las elecciones pasadas en Santa Fe, Córdoba y La Rioja más allá del triunfo de los oficialismos, también exhiben una persistencia en los patrones de voto. Allí donde el peronismo aparece dividido, gana la coalición opositora. Donde el peronismo se encuentra unido, pierde la coalición opositora. El voto a del Sel, más que un voto pro, fue tributario, como en las elecciones pasadas del peronismo anti k formado en las épocas del conflicto por la 125. La elección de Omar Perotti, como candidato K a la gobernación “saltó” esa divisoria, al provenir de Rafaela, una zona oleaginosa por excelencia. De ese modo, más que avanzar como era de esperar, el PRO sobre votos radicales, en realidad lo que sucedió fue una división del voto peronista que no pudo compensar la figura de Reutemann.

Lo mismo sucedió en Córdoba, el candidato a gobernador K, Eduardo Acastello, no dividió mayormente el voto peronista -mayoritariamente anti k- si no que dividió a la coalición opositora, abrevando fundamentalmente en lo que había sido anteriormente el voto que cosechaba Luis Juez.

Valgan estos ejemplos para ir desbrozando de yuyos el campo del análisis, y para entender que nadie está condenado ni al éxito ni al fracaso, si no que todo candidato es artífice de su destino. (7 Miradas, editada por Luis Pico Estrada)

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