Por Carlos Tórtora.-

Pocas veces se recuerda una instancia en la cual un gobierno democrático se haya encontrado tan carente de oposición como la de las últimas semanas. Ante el avance macrista con la reforma laboral, sólo Pablo Moyano y muy pocas voces más dejaron en claro que no había unanimidad sindical en la aceptación del proyecto. Pero esto no alcanzó para evitar que la CTA y los gremios de izquierda se hayan quedado con la iniciativa política ante un sindicalismo peronista muy preocupado por las acechanzas judiciales y la revisión de los expedientes de personería gremial que, uno por uno, promete realizar el gobierno.

Entre los gobernadores, el único que no acordó el pacto fiscal con Macri fue el puntano Alberto Rodríguez Saá. Como contrapartida, se hizo fotografiar de descanso en las Bahamas, como dejando en claro que no está encabezando ninguna oposición a Cambiemos. Días atrás, el salteño Juan Manuel Urtubey había llevado más lejos su aceptación de la ola amarilla al decir que el suyo no era un gobierno peronista. Acorde con la actitud de los mandatarios provinciales casi no se escucharon voces críticas del paquete de medidas oficiales en las dos bancadas justicialistas del Congreso de la Nación. La bisagra entre el principal resorte de poder institucional del peronismo, el bloque de senadores nacionales, y la Casa Rosada es Miguel Ángel Pichetto. En su rol de negociador, Pichetto tampoco se plantea como un critico del oficialismo y deja en claro su postura de intentar contener a la minoría cristinista que lo cuestiona.

Coincidentemente con este repliegue desordenado de toda manifestación opositora, Sergio Massa primero arregló su pacto con María Eugenia Vidal para aprobar el proyecto de ley de presupuesto provincial y luego anunció como si nada que piensa dedicarse a la consultoría y otras actividades paralelas a la política, dando un paso al costado hasta el 2019.

Hasta CFK, la vocera por excelencia de la oposición, disminuyó sus ataques al gobierno, tal vez demasiado jaqueada por la reaparición del FIFAGATE días después tan solo del encarcelamiento de Amado Boudou.

Entre los radicales, la situación es similar. El mes que viene los delegados al Comité Nacional deberán elegir una nueva conducción partidaria y hay una llamativa ausencia de candidatos. La razón es que casi no hay dirigentes nacionales que acepten el papel de ser socios menores de Macri sin voz ni voto en las decisiones. Según algunas fuentes, Federico Storani estaría pensando en dar el paso al frente en un panorama donde también imperan los silencios, sólo rotos por el reciente grito de rebeldía del Changui Cáceres.

¿Vuelve más de lo mismo?

Así las cosas, la primera pregunta de la dirigencia política es si este páramo electoral derivará en una vuelta a lo mismo. Esto es, una reconstrucción -emparchada- de la figura de CFK como cabeza de la oposición desde su banca en el Senado.

La realidad es que el cristinismo se está disgregando en el campo que más importa, el del control territorial en el conurbano bonaerense. Bastó con que el intendente de Merlo Gustavo Menéndez levantara la bandera del post-kirchnerismo en la Primera Sección Electoral para que más de 30 intendentes -algunos con municipios grandes- se sumaran a la rebelión contra Fernando Espinoza, que en nombre de CFK quiere retener la conducción del PJ bonaerense a toda costa. La realidad es que hoy la ex presidente se arriesga a que su facción pierda las elecciones internas en el PJ bonaerense, si es que llegan a celebrarse.

En otras palabras, la ausencia de oposición no significa que no estén pasando cosas. Aunque no haya figuras nacionales que hablen, el cristinismo se va deshilachando día a día.

Es sabido que la política tiene horror al vacío y que, por lo tanto, la desaparición de la oposición probablemente no llegue ni siquiera a fin de año. Todos los que no están bajo el paraguas de Cambiemos están esperando a ver si la sociedad tolera el nuevo ajuste y cómo evoluciona la crisis interna del sindicalismo. La calle, no la oposición, es la que tiene ahora la palabra.

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