Por Hernán Andrés Kruse.-
LA EVOLUCIÓN DE GILSON
“Como él mismo dice, Gilson llegó a la filosofía cristiana por la historia de la filosofía medieval, y no gracias a la doctrina ni a León XIII. El debate de los años treinta versaba sobre la justificación de la idea de “filosofía cristiana” y su extensión histórica y conceptual. Mostraba su derecho a existir por el hecho de haber influido durante siglos sobre numerosos autores. No obstante, su dilatada extensión no excluía un punto de referencia privilegiado, el mismo sobre el que llamaba la atención la Encíclica Aeterni Patris: Tomás de Aquino. A partir de ese momento, Gilson, al acoger la Encíclica, que lee tardíamente y ni siquiera entera, como hemos visto, declaraba haber asumido también la primacía de Santo Tomás en el seno de la filosofía cristiana misma.
El argumento central era el tratamiento propio de la razón en este autor, subordinada a la fe y sin embargo, en su orden, autónoma y fecunda. La relación de la razón y la fe es la preocupación del Gilson de la tercera edición de Tomismo, en 1925. Si Gilson hubiera muerto hace hoy 70 años, a finales de los años 30, habría pasado a nuestros ojos como un medievalista que habría estudiado a Tomás de Aquino, pero también a otros numerosos autores de igual importancia: Buenaventura (1924), Agustín (1929), Bernardo de Claraval (1934), sin contar el punto de partida cartesiano de su llegada a la Edad Media. Sólo en los años siguientes acentúa Gilson su referencia al tomismo, por razones puramente especulativas. El descubrimiento, en 1942, del acto de ser (actus essendi) tomista le arrebata y lo convierte en lo sucesivo en su caballo de batalla. Por una parte, ve en él la originalidad de Tomás de Aquino y, por otra, una de las principales razones para declararse a sí mismo tomista.
En El ser y la esencia (1948), Gilson magnifica la originalidad de Tomás, centrándola en el acto de ser. Gilson encuentra de nuevo en la Encíclica Aeterni Patris la razón principal para llamarse tomista. Una vez considerada en su extensión, cuando en 1933 Gilson declara filosofía cristiana «la filosofía que acepta la acción reguladora del dogma cristiano», nuestro autor pone el acento en su profundidad, es decir, en su conexión con Santo Tomás, ciertamente proclamada desde el principio, pero cada vez más centrada en él. En 1960, las primeras palabras del presente libro, la Introducción a la filosofía cristiana, son: «Se entenderá por “filosofía cristiana” el modo de filosofar que el papa León XIII ha descrito con esta expresión en la encíclica Aeterni Patris y del que pone como modelo la doctrina de Santo Tomás de Aquino».
Por lo tanto, la exposición de la Introducción no se dedica tanto a defender el hecho ni el derecho de la “filosofía cristiana”, ni a ofrecer un cuadro de los filósofos cristianos, como a identificar las intuiciones más vigorosas de la metafísica de Tomás de Aquino: «Se quieren poner de manifiesto aquí los principales conceptos, tomistas, de algún modo, en su origen, que son los únicos que permiten comprender el modo en que Santo Tomás utiliza los demás». Esto no significa que Gilson reduzca toda la filosofía cristiana al tomismo. Sin embargo, no duda en llamarse a sí mismo tomista, incluso sabiendo que se condena a la ira de los que no lo son y de los que lo son. Con su ingenio chispeante, describe los avatares respectivos en “El arte de ser tomista”.
¿Nos lleva esto a hablar de una evolución en Gilson? Conviene ser tan comedido como el propio Gilson en este tipo de apreciaciones: «¡Qué de pseudo-revoluciones doctrinales no se imaginaron por haber comprendido como cambios de dirección lo que eran solo cambios de perspectivas impuestos a las mismas nociones por las exigencias de un nuevo problema!» Hablar de profundización es dar la razón de esta profundización, que es el descubrimiento que realiza Gilson de lo que Tomás tiene de específico y por tanto de universal. Por un lado, «es en esta empresa donde se adquiere y se perfecciona el arte de ser tomista: filosofar, como solo un cristiano puede hacerlo, dentro de la fe». Por otro, «hay otras razones de más peso para que esta norma doctrinal sea la teología de Santo Tomás. La principal de estas razones, hablando de un filósofo cristiano y en la perspectiva de la filosofía cristiana, es que la metafísica de Santo Tomás de Aquino reposa sobre una concepción del primer principio tal que, satisfaciendo las exigencias de la revelación, entendida en su sentido más literal, asigna al mismo tiempo a la metafísica la interpretación más profunda de la noción de ser que ninguna filosofía hubiera jamás propuesto».
Lo mismo que hay un Gilson de los años 30, el de los debates sobre la “filosofía cristiana”, hay también uno de los años 60, el de “el arte de ser tomista”, que se declara y es seguidor de Tomás de Aquino tal vez en el momento más inoportuno para serlo. El filósofo y la teología (1960), El tomismo (6ª ed. de 1964) y la Introducción (1960) se reclaman mutuamente”.
LOS TEMAS DE ESTE LIBRO
“Estamos ante un libro de Gilson tan concentrado y pulido que no necesita aclaraciones. Basta con señalar al lector que la exposición de la Introducción a la filosofía cristiana es el despliegue o explicitación y aplicación de los principios que Gilson ha establecido. Sin embargo, sí conviene justificar la existencia del libro frente al olvido relativo en el que parece sumergido. Además de su ausencia en los estantes de las librerías francesas, constituye también el punto ciego —de nuevo la gran ausencia— de los biógrafos gilsonianos de más allá del Atlántico: Laurence Shook en 1984 y Francesca Murphy en 2004. Estos últimos centran más insistentemente su atención en el Gilson publicado en inglés, al igual que, de forma paralela, los francófonos conocemos demasiado poco este segundo, que es sin embargo de una importancia incontestable para el conocimiento de la obra y de la maduración del pensamiento del gran medievalista.
De manera muy particular, estos autores pueden reclamar dos obras que han sido capaces de ocultar a sus ojos la Introducción. La primera se titula God and Philosophy, y de ella no existe un equivalente francés, aunque la Introducción se le asemeja. La segunda es Elements of Christian Philosophy. Fechada en el mismo año que la Introducción, bastante más voluminosa, construida en un plano diferente, se presenta como un tratado de metafísica o una recuperación puesta al día del Tomismo. No se descarta que la introducción sea la versión aligerada de estas dos obras, en forma de ensayo y casi de manifiesto. Observamos la recuperación, tardía aunque segura, de la expresión “Christian Philosophy”, en una exposición tomista sin ambages.
Los temas de la Introducción son los siguientes:
El capítulo I, “Filosofar en la fe”, retoma el examen de esas verdades conocidas por la razón y sin embargo reveladas por Dios, ese área de lo “revelado” que Gilson estudió ya en el Tomismo. El reencuentro del Dios de la filosofía con el Dios de la Biblia no es, sin embargo, ni yuxtaposición ni confusión. Gilson vuelve a encontrar también eso que ha llamado la «Metafísica del Éxodo» a propósito del «Yo Soy», revelación que Dios hace de su nombre en Éxodo 3, 14.
El capítulo II, «La causa del ser», lleva a cabo la articulación de Dios y los entes en la recuperación cristiana de la participación platónica. Se hace también testigo del descubrimiento realizado por Gilson de la increíble página de Santo Tomás consagrada a las etapas históricas del progresivo conocimiento del ser. El descubrimiento del “ente en cuanto ente” no deriva de Platón ni de Aristóteles sino «de otros», a saber, Avicena y Averroes (si bien ellos no son nombrados), ya que supone la idea de creación. Ésta encuentra en la filosofía cristiana su respuesta, como la encuentra en Heidegger la idea griega del origen radical de las cosas.
El capítulo III, «El que es», presenta el ser de Dios y la manera negativa de hablar de él, la identidad en Dios de ser y esencia y el acto puro de ser de Dios.
El capítulo IV, «Más allá de la esencia», prolonga este tema, subrayando la imposibilidad de concebir a Dios como una esencia, de encerrarlo en un concepto, de tal suerte que el ser de Dios «permanece así desconocido para nosotros». Como dice Gilson, dirigiéndose especialmente a los tomistas de la época barroca, «esta palabra es dura y muchos rechazan darle su consentimiento». Sin embargo, «el hombre puede formular sobre Dios proposiciones afirmativas verdaderas». Gilson deja a veces al juicio del lector, en algunas de sus obras, la cuestión de saber si el ser divino es idéntico a su esencia o si el ser absorbe la esencia, ya que aparece sólo como un límite (negativo), y no como una determinación (positiva). La identidad de esencia y ser en Dios, es «esta verdad sublime» que Dios ha enseñado a Moisés en el Éxodo.
Los capítulos V, «Más allá de las ontologías» y VI, «La verdad fundamental», desvelan esta aportación de Tomás a la metafísica, eso que el Tomismo llama «La reforma tomista». Lo mismo en el capítulo VII, «La clave de bóveda». En él, Gilson muestra cómo la noción de ser de Tomás no puede ir sin la noción de Dios ni sin la de teología. La metafísica tomista del ser es la clave de bóveda de su pensamiento.
Los capítulos VIII, IX y X son como las consecuencias que se siguen de los anteriores: exponen la acción creadora de Dios (VIII: «Causalidad y participación»), la estructura de los seres (IX: «El ser y las esencias») y la finalidad (X: «El ser, el acto y el fin»). Cada uno de ellos está atravesado por la preeminencia del acto de ser, que se encuentra en el corazón de todo ente y es lo más íntimo en él. Según Gilson, la aceptación de esta idea del acto de ser es la condición para poder, con verdad, llamarse tomista.
Confiado en esta alianza, que él juzga necesaria, entre filosofía y teología, Gilson concluye su obra con una llamada: «Dadnos la teología tal como ella era cuando perfeccionó su esencia, pues la filosofía cristiana se condena a muerte si se separa de aquélla». Un final que recuerda estas otras líneas de «el arte de ser tomista»: “Quizá la única razón legítima que tenemos para llamarnos tomistas es sentirse orgullosos de serlo y querer compartir esta dicha con quienes también están llamados a ello. Uno se da cuenta de que lo tiene el día que descubre que ya no puede vivir sin la compañía de Santo Tomás de Aquino. Tales hombres se sienten con la Suma Teológica como peces en el agua. Fuera de ella se secan y no cesan hasta que retornan. Han encontrado ahí su ambiente natural, donde la respiración es más cómoda y el movimiento más fácil. En el fondo, es lo mismo que mantiene en el tomista ese estado de alegría del que solo la experiencia puede dar una idea: se siente libre al fin. Un tomista es un espíritu libre. Esta libertad, ciertamente, no consiste en no tener ni Dios ni Señor, sino en no tener otro señor que Dios, que exime de todos los demás. Porque Dios es la única protección del hombre contra las tiranías del hombre”.
Por tanto, para Gilson la filosofía cristiana no es ni la sombra de la teología, ni su usurpadora, ni su nombre laico, sino que es la filosofía misma «en su estado cristiano», cuya actualidad sólo puede compararse con su devoción a Tomás de Aquino”.
(*) Irene Melindo Millán (Universidad de Sevilla-España) titulado “Étienne Gilson y la filosofía cristina” (Metafísica y persona. Filosofía, conocimiento y vida-2010).
18/07/2025 a las 10:43 AM
LA ARGENTINA POLÍTICA_ ENFOQUES
El plan “ir por todo” de los Milei que desató la verdadera bronca de los gobernadores. Los mandatarios reclaman más fondos en el Congreso
Nicolás Wiñazki
Fuente: Clarín
(*) Notiar.com.ar
16/7/025
La pelea entre el Gobierno y los gobernadores acaba de empezar. La rebelión de los jefes de las provincias se desató por el diseño de la política electoral de La Libertad Avanza (LLA) más que por una disputa por fondos o financiamiento de obra pública. Ése fue y es el reclamo formal, que ya generó una crisis de poder de consecuencias desconocidas.
El súper jueves «anti Fuerzas del Cielo» en el Senado provocó no solo la sanción serial de leyes y proyectos contrarios al plan económico libertario, también generó la escalada final del enfrentamiento entre el presidente Javier Milei y la vice Victoria Villarruel. ¿Por qué pasó lo que pasó?
Los gobernadores más el jefe porteño se unieron en sus pedidos de dinero al Gobierno cuando detectaron, tanto los aliados a LLA como los más acérrimos opositores del peronismo, que los hermanos Milei diseñan una estrategia electoral con exigencias intolerables para ellos.
La experiencia que padecieron los Macri en la Capital Federal fue un primer ensayo. Triunfaron. La alianza de los libertarios con el gobernador del Chaco fue de otro espesor. Los Milei van por más. La paranoia acecha a los gobernadores.
“Hermanito, nos piden todo, van por todo, y nos nos dan nada”, se quejó ante Clarín uno de los gobernadores que más trabajó por el bien del oficialismo en el Congreso. Su descripción del actual escenario coincidió con las respuestas a este diario de otros cinco mandatarios de diferentes signos políticos.
“Nos ha puteado el Javier a todos por igual. No es justo. ¿Qué quiere? ¿Humillarnos sin darnos nada a cambio?”, resumió uno.
El caso de las negociaciones entre los Milei y el gobernador de Corrientes, Gustavo Valdés, que terminaron mal, desataron el consenso entre los mandatarios de las provincias para unificar criterios transversales.
Exigieron fondos a la Nación, aunque la esencia de su inquietud era de supervivencia política en sus territorios: “O nos plantábamos o nos pasan por arriba”, resume un gobernador que habla igual que buena parte de sus colegas.
Los Milei le transmitieron a Valdés, vía el funcionario Eduardo “Lule” Menem, que buscaban competir en alianza electoral con su partido en Corrientes, pero que debía prevalecer el nombre “La Libertad Avanza” por sobre el histórico “Vamos Corrientes” del oficialismo distrital.
Valdés propuso que, a nivel provincial el frente se llamase “La Libertad Avanza-Vamos Corrientes”, mientras que a nivel de las listas nacionales (en la provincia se elige Gobernador y diputados) el nombre sería “Vamos Corrientes-La Libertad Avanza”.
Menem pidió además tres lugares para dirigentes libertarios entre los candidatos a legisladores nacionales. Después de unos días, sinceró la posición de la Casa Rosada: comunicó que la alianza electoral debía llevar solo el nombre de “La Libertad Avanza”, y hasta dio a entender que el propio Valdés, que se postulará a senador provincial para potenciar la candidatura a gobernador de su hermano Juan Pablo, debía ceder su lugar a otro libertario. También exigió que LLA pudiera competir en todos los municipios correntinos.
Y habló del gran fantasma que, tras las votaciones contrarias a la Casa Rosada en el Senado, se transformó en monotema para el Gobierno: los diputados que responden a Valdés debían ayudar a sostener posibles vetos de leyes en la Cámara baja.
Valdés sintió entonces que, más que una negociación política, estaban forzando a su partido político a ceder hasta casi correr el riesgo de perder la identidad y la supervivencia en el poder. El gobernador transmitió a todos sus colegas de otras provincias lo que estaba pasando.
E hizo más: frente al posible avance de LLA en su distrito, llegó a un acuerdo para trabajar en conjunto con el senador nacional de Corrientes por la oposición peronista, Camau Espíndola. Fuentes cercanas a Valdés afirmaron que el mandatario supo que desde la Casa Rosada había un acercamiento con dirigentes críticos de su gestión.
Valdés es el referente ahora de los tres senadores nacionales Corrientes, y de un grupo de diputados. La relación con “Lule” Menem se mantiene en buenos términos, pero no habrá ya apoyo de Valdés al Gobierno en el Congreso.
En Corrientes, LLA llevará como candidato a gobernador al ahora diputado nacional libertario Lisandro Almirón. En el resto de las listas se sumaron todos críticos de Valdés. Algunos de peso propio en Corrientes.
Valdés afirmó en conversaciones con otros gobernadores que es imposible para él sostener el veto del Presidente a la Ley que aumentó las jubilaciones, el bono previsional y actualiza la moratoria para hacer entrar al sistema a quienes no hicieron los aportes correspondientes.
LOS ACUERDOS DE KARINA Y LOS MENEM
Tanto Valdés como otros gobernadores saben que la posición más radicalizada de LLA para cerrar acuerdos electorales en las provincias es impulsada por Karina Milei y los Menem. Mientras que el poderoso asesor presidencial, Santiago Caputo, considera más sensato negociar y ceder lugares en las listas con los jefes de las provincias, o aceptar parte de sus propuestas.
El acuerdo que LLA logró con el PRO en la provincia de Buenos Aires también fue, en un principio, «ambicioso». El operador libertario Sebastián Pareja habría ofrecido tres lugares para dirigentes del PRO en la lista de diputados nacionales, y que cada lista de concejales en los municipios bonaerenses sean ocupadas por libertarios.
Los jefes comunales del PRO consideraron a ese punto como de imposible cumplimiento. Los concejos deliberantes garantizan la gobernabilidad de cada distrito. En ese punto, LLA, cedió.
El endiablado cronograma electoral, con desdoblamientos locales aunque con cierres y elección de legisladores en la misma fecha de octubre no es uniforme. Pero su dinamismo no favoreció a LLA. Allí van Las Fuerzas del Cielo buscando conformar una identidad propia en territorios donde gobiernan otros.
¿Qué es lo más beneficioso para el oficialismo? ¿Pelear con dirigencia «pura» (si es que eso existe), poniendo en riesgo acuerdos macro para el Congreso? ¿O renovar la confianza con los gobernadores, los senadores y diputados nacionales que les responden a cambio de postergar el crecimiento del partido de los Milei?
El dilema divide al Gobierno. ¿Qué idea prevalecerá?
La negociación pasó a la acción directa en el Congreso y la actividad en el Senado fue perjudicial para la Casa Rosada, aunque sus voceros digan lo contrario.
La mayoría necesaria para sostener los vetos del Presidente a las leyes que considera negativa es un número mágico no solo para esa matemática que solo se enfoca en cuestiones leguleyas. Los dos tercios en Diputados son necesarios para evitar un escenario de catástrofe que nadie considera de riesgo cierto: el de un juicio político al Jefe de Estado.
La pelea del Presidente con su vice fue una de las consecuencias impensadas, o no tanto, que resultaron de la super sesión en la Cámara alta del jueves pasado. En la Casa Rosada no pudieron sorprenderse porque Villarruel aceptó liderar una sesión que para el oficialismo era irregular.
Un poderoso integrante de la Cámara alta le informó a sus contactos en el Gabinete, alrededor de diez días atrás, que la vice haría lo que hizo porque se había reunido con el jefe del bloque del PJ K, José Mayans, y había llegado a un acuerdo con él.
Nada de lo que pasó fue tal como los protagonistas lo describieron en los medios. Milei sabía de la inquietud de los gobernadores, la verdadera, aun antes de cancelar su presencia en el acto por el aniversario de la Independencia en Tucumán. Fue el 9 de julio pasado. Villarruel viajó a esa provincia.
Aunque como titular del Senado la vice no vota salvo caso de empate tras el debate en el recinto, y tampoco puede dar discursos sobre los proyectos en discusión, ella pudo dejar en claro, tras sus furibundas críticas a Milei que difundió en las redes, que hubiera votado por el aumento a los jubilados como lo hizo la oposición.
18/07/2025 a las 10:45 AM
LA ARGENTINA POLÍTICA: ENFOQUES
Menem vuelve
Pablo Mendelevich
Fuente: La Nación
(*) Notiar.com.ar
16/7/025
De vuelta se está hablando de Carlos Menem en todas partes. Ahora el detonante ha sido un suceso artístico. El audiovisual “Menem”, una biopic ficcionada, subcategoría grotesco. Drama político, se consigna. Seguramente sin dobles intenciones.
Sólo es ficción, aclaran mil veces los realizadores y hasta intercalan en la propia serie divertidos carteles (“recuerde que usted está viendo una ficción”). Ahí nomás reverdecen las paradojas añejadas. Es que a esa misma advertencia ya se la escuchaba hace más de tres décadas cuando Menem gobernaba, sólo que invertida. Algunos aseguraban subyugados -por ejemplo el agitador mayor del menemismo Bernardo Neustadt- que la súbita conversión de Menem del peronismo tradicional a un peronismo neoliberal parecía ficción. Pero no. Sucedía de verdad.
Otros lo que no podían creer era que la realidad fuera un licuado de exotismo, banalización institucional y reformas profundas por completo imprevistas. Un presidente que un buen día le prohibía el ingreso a Olivos a la primera dama a través de un brigadier, que leía un discurso equivocado y se reía de sí mismo, que tenía por libro de cabecera “las obras completas de Sócrates”, que anunciaba inminentes viajes a la estratósfera, remataba las empresas públicas, liquidaba los ferrocarriles, establecía “relaciones carnales” con Estados Unidos, visitaba y besaba a la reina de Inglaterra, politizaba la farándula, farandulizaba la política, o que después de haber llegado al poder prometiendo el “salariazo” le daba el Ministerio de Economía a la multinacional Bunge y Born. Y mientras la frivolidad se colaba en todos los rincones de la vida pública se producían los dos atentados más grandes de la historia con su impunidad incorporada, hasta hoy intacta. Además de repartir indultos como pan caliente y congelar la inflación durante casi una década.
¿Alguna vez la sociedad argentina terminó de procesar aquellas luces y sombras? ¿No son acaso los noventa el fragmento del pasado más difícil de digerir de toda la democracia? Eso sí que fue magia: seis elecciones ganadas por Menem al hilo en las que, si es por los recuerdos, nadie lo votó.
La amnesia colectiva fue una epidemia muy fuerte en los albores del kirchnerismo, el período diabólico para Menem. Los Kirchner, los primeros que se olvidaron de cuán socios habían sido y de lo que se habían llevado por la privatización de YPF, lo culpaban entonces de todos los males argentinos. También lo acusaban de corrupto. “Se me desvía la vista –declaró Kirchner durante la campaña de 2003-, pero a mí no se me pierde la mano en la lata”. El aborrecimiento al antecesor adquirió representación gestual en 2005 el día que la hermana y la esposa de Néstor Kirchner juraron como senadoras. El presidente se apersonó en el recinto para presenciar la ceremonia. Nunca antes un presidente había pisado el Senado. Pero no resultó precisamente un suceso de alta calidad institucional. Kirchner se cruzó con Menem, quien también estaba allí para jurar la banca dejada por su hermano Eduardo. Lejos de saludarlo se tocó un testículo y apoyó tres dedos de la mano derecha sobre una mesa.
Aunque la serie aborda con bastante detalle la canallesca fama de mufa que se le hizo a Menem, el episodio del Senado ocurrido en el siglo XXI no aparece desarrollado. Quizás haya que esperar una segunda temporada para verlo con el ojo agudo de Ariel Winograd.
La serie selecciona apenas una muestra de las infinitas estampas multicolor del menemismo. No reescribe la historia sino que recrea el ambiente en una clave estética diferente. Mezcla lo cómico, que abunda, con lo trágico, que tampoco escasea. ¿O no sucedía así? Pero más allá de sus aciertos y de su éxito tal vez incite a formularse preguntas. Preguntas no referidas a la oferta sino a los consumidores. Los partícipes necesarios del fenómeno.
¿En qué parte del subibaja tienen hoy los argentinos a Menem, devenido un ente invisible durante los 16 años que quedó estacionado en el Senado casi sin pedir la palabra, guarecido allí frente a las causas de corrupción, un insólito ostracismo voluntario mucho más largo que su largo gobierno y que sólo la muerte, hace cuatro años y medio, interrumpió?
Igual que Yrigoyen, Alvear, Illia, Frondizi o Alfonsín, pasar a mejor vida lo mejoró a Menem en la consideración pública respecto de los niveles de afecto y de centralidad que traía. Eso sin considerar las peculiaridades del duelo intrapartidario. Sutil como es ella, para subrayar la idea del Menem ajeno Cristina Kirchner sólo mandó condolencias para “sus” compañeros, mientras el presidente Alberto Fernández enumeraba mecánicamente los distintos cargos que desempeñó el riojano en su vida para poder aclarar de manera encomiosa que el sujeto siempre había sido elegido “en democracia”. Fue por si alguien creía que Menem el ajeno vino de Marte o que lo puso en la Casa Rosada un golpe militar. De las raíces de este político de raza, ni media palabra.
Tiempo después de las exequias su figura volvió a languidecer. En eso irrumpió Milei y lo catapultó, al menos por un rato: el mejor presidente de los últimos 40 años. Título cancelado de hecho cuando Milei le tomó el gusto a repetir que el mejor gobierno de la historia era el suyo.
Hace poco más de un año Milei hizo con Menem lo que el peronismo, convencido de que quien dosifica el bronce resulta el dueño de la historia, siempre evitó: la colocación del busto del riojano en la galería de presidentes de la Casa Rosada, que por ley correspondía haber concretado en 2008. Se redujeron los bronces en mora. Nadie sabe quién ni cómo algún día se hará cargo de Isabel Perón, de Fernando de la Rúa y de Cristina Kirchner. Tampoco es que Menem sea el único pasado difícil de procesar por los argentinos.
Milei tiene en su equipo político cercano a dos miembros de la familia Menem, Martín y su primo Lule. Al expresidente lo admira más que nada por haber sido domador de un proceso híperinflacionario. En aquel acto Milei recordó emocionado cuando su ídolo le dijo “vos vas a ser presidente”. Premonición que intentó refutar. “No me gusta la política”. Menem se quedó con la última palabra: “yo no me equivoco”. En la serie, la propia determinación de Menem de llegar a presidente aparece como el motor de su destino.
Tiene mucho peso en la narración la histórica interna de 1988, única vez que el peronismo probó la democracia en el PJ. Quizás sea oportuno recordar cómo vivió esos mismos hechos Antonio Cafiero, el contrincante, de acuerdo con el diario personal citado en su autobiografía (Militancia sin tiempo; mi vida en el peronismo, Planeta, 2011). “Subestimé al Turco -escribió Cafiero-, no le debí dar la oportunidad de la interna, debí llevarlo a la elección de presidente del PJ y después reformar la Carta Orgánica y elegir presidente por congreso nacional; no le debí dejar tantas ventajas, ni que se paseara solo con el menemóvil. Pero ya no se puede volver atrás”.
El sábado 3 de septiembre el entonces gobernador de la provincia de Buenos Aires escribió una vez más sobre “el Turco” en su diario: “Cada día me resulta más incoherente y misterioso. ¿Tendrá idea de su responsabilidad? Parece que sí. Pero sus limitaciones me parecen insuperables”. Antes de la asunción presidencial Cafiero describiría a su vencedor “aterrorizado”.
Lo que le está sucediendo a Winograd debe ser el sueño de todo director. No sólo hablan de su obra quienes ya la vieron sino también muchos que (¿aún?) no la vieron. En reuniones familiares, sobremesas, cumpleaños, hasta en algún panel de televisión, por estos días es posible escuchar otra vez opiniones diversas, cruzadas, ardientes sobre Menem. Sólo que no siempre es posible saber si se refieren a Leo Sbaraglia o al auténtico. “Yo la serie todavía no la vi, pero me acuerdo cuando…”, intercalan los que entran a la conversación por contagio emocional, cualquiera sea el signo.
Quizás por haberse reunido varias veces con los realizadores -lo contó ella, incluso estuvo un día en la filmación-, Zulemita Menem ofrendó al debate un hilvanado de observaciones de agudeza infrecuente. Primero confirmó el dato crucial de que fue su padre el que cedió los derechos para que la serie se hiciera. Después hizo suya la advertencia de que se trata de una ficción, no de un documental y que así hay que verla. Elogió las actuaciones (quién no) y aceptó con hidalguía “algunas exageraciones”. Pero celebró la ausencia de extremos: “si hubiera sido una serie totalmente a favor de Menem, no hubiese funcionado, y si hubiese sido completamente en contra, tampoco”. Por fin, llegó el momento de sacar la cuenta final. Su padre, dijo Zulemita, “quería que se siga (sic) hablando de él, y lo logró; hoy todos estamos volviendo a mirar a Carlos Menem”.
Efectivamente el verbo justo, la liturgia del ancho mundo peronista no toleraría otro, es volver. Ahora se vuelve a mirar a Menem.
18/07/2025 a las 10:47 AM
LA ARGENTINA POLÍTICA: ENFOQUES
Ante un nuevo régimen económico que adolece de consenso político
Sergio Berensztein
Fuente: La Nación
(*) Notiar.com.ar
11/7/025
¿Cómo explicar que el gobierno más procapitalista de las últimas décadas, posiblemente de toda la historia argentina, despierte tanta desconfianza en los mercados y, en particular, en la economía real?
Morgan Stanley Capital Investment nos mantuvo en la categoría standalone, un club de economías destruidas al que también pertenecen territorios en guerra, como Ucrania o Palestina. El riesgo país sigue en niveles muy altos, lo que impide que regresemos a los mercados voluntarios de financiamiento. El programa con el FMI se cumple solo parcialmente: el Banco Central no logra acumular suficientes reservas. En los informes que elaboran los principales bancos de Wall Street surge una suerte de paradoja: sugieren prudencia con las posiciones en pesos (es decir, temen que haya presión sobre el tipo de cambio), pero enfatizan la importancia de la consolidación fiscal y mantienen una mirada relativamente optimista para el mediano y largo plazo. Por ejemplo, Wells Fargo acaba de enfatizar los riesgos políticos y la caída del optimismo respecto de la situación económica. Algo similar se verifica en el reporte del Instituto de Finanzas Internacionales, el prestigioso think tank basado en Washington D.C., elaborado luego de una reciente visita al país: alaba lo ambicioso del programa económico y los logros alcanzados, pero reclama más consenso, una aceleración en la implementación de las reformas estructurales y acumulación de reservas. Los dos primeros elementos están relacionados: en el Congreso, LLA no podrá, ni con una muy buena elección en octubre, aprobar leyes como las de reforma impositiva, laboral o previsional sin apoyo de otros bloques.
En la economía real aparecen señales muy contradictorias: algunos sectores experimentan un crecimiento singular (energía, minería, bienes durables y semidurables), pero el consumo masivo sigue muy planchado y muchas pymes industriales están destruyendo empleo. La lentitud con la que avanzan algunos proyectos de inversión importantes, en especial en el marco del RIGI, no se explica solamente por las trabas burocráticas: algunos sectores prefieren esperar el desenlace del proceso electoral para concretar sus decisiones. En el ínterin, algunas empresas transnacionales aprovechan la ventana de oportunidad que implica el relajamiento de los controles de capitales para deshacerse de sus activos o acotar su exposición en el país.
“Influye más la inercia de la mala reputación argentina y la incertidumbre imperante en la coyuntura que una mirada estratégica de mediano y largo plazo”, sintetiza un banquero de inversión con varios mandatos de venta. “Pero hay excepciones, y una vez despejada la cuestión electoral, puede haber una dinámica muy diferente”, agrega.
En este sentido, cabe preguntarse si no impera la cautela respecto del proceso electoral, sobre todo a la luz del reciente acuerdo que finalmente alcanzaron LLA y Pro en la provincia de Buenos Aires. Aunque el peronismo haya logrado también garantizar la “unidad” entre sus tres segmentos más importantes (el kirchnerismo, el massismo y los seguidores del gobernador Kicillof), los sondeos existentes sugieren una clara ventaja para el oficialismo nacional. De todas formas, aparecen serias dudas respecto de la estrategia de negociación que la Casa Rosada desplegó en otros distritos. En algunos, como Córdoba, parece evidente que el exvotante de Juntos por el Cambio se inclina en principio a reorientar su preferencia hacia el campo libertario. Pero falta definir candidaturas, estrategias de campaña y, sobre todo, una narrativa que sintonice con las demandas locales.
Esas dudas se multiplican cuando se analiza la ahora distante relación entre el Poder Ejecutivo nacional y los provinciales. “Tal vez haya que explicar por qué hubo un clima tan cooperativo hasta hace unas semanas”, desafió un exgobernador que prefiere un perfil bajo en el Senado.
Durante el primer año y medio de gestión Milei contó con niveles de apoyo y colaboración mucho más altos que la mayoría de sus predecesores, en especial entre los no peronistas. Que luego de dos años sin presupuesto y en pleno proceso electoral la situación se haya tensionado implica una suerte de retorno a la normalidad. ¿Podrían haberse evitado estos sinsabores con una actitud más flexible del Gobierno en materia electoral? En el plano especulativo, podría suponerse que más acuerdos “tipo Chaco”, como lo definió un gobernador norteño, le hubiese ofrecido al oficialismo un camino más despejado, más que nada en el Senado. “No se entiende la lógica de suponer que con una buena elección van a conseguir más apoyo el próximo año”, advirtió una senadora que termina su mandato.
Pero el Gobierno administra y construye poder “a su manera”, y no hay evidencia de que estén dispuestos a revisar el método que les permitió ganar la elección presidencial y que, en principio, los posiciona con relativa ventaja de cara a estos comicios de mitad de mandato. Al contrario: todas las señales apuntan a que prefieren redoblar la apuesta. “Los espero el 11 de diciembre”, aseguró el propio Milei el pasado miércoles.
Sin embargo, la idea de una victoria contundente (“La Libertad Arrasa”, prometió el mandatario) no está descontada en los mercados. ¿Podría un triunfo de esas características tener un impacto similar a la reelección de Carlos Menem el 14 de mayo de 1995, en el sentido de revertir los temores que tenían los mercados como derivación de la crisis mexicana de diciembre del año anterior, más conocida como “efecto tequila”? Ganar en primera vuelta y por un margen tan contundente (más de 20 puntos respecto de Pilo Bordón) fue un mensaje tan poderoso que modificó de plano las expectativas y el país se normalizó de manera casi automática. El fortalecimiento político del oficialismo podría tener un impacto, si no del todo similar, en la misma dirección y sentido. Lamentablemente, Menem no aprovechó esa sorprendente victoria para profundizar las reformas estructurales, sino que, más bien, desaceleró su implementación. Ahora ocurriría lo contrario: la consolidación del proyecto presidencial en la arena electoral debería precipitar una dinámica mucho más vertiginosa de cambios legislativos y regulatorios.
Muchos actores económicos y políticos, dentro y fuera del país, valoran el esfuerzo realizado sobre todo en el plano fiscal y regulatorio. También reconocen la importancia del radical cambio en la política exterior. Admiten, sin embargo, que se trata de un trabajo sumamente necesario, pero no suficiente. “Falta de todo: despejar los enormes interrogantes que la estrategia de estabilización genera, en particular en el plano cambiario, y esperar que la recuperación de la economía sea más generalizada, incluyendo el consumo masivo”, admitió uno de los inversores que integró la delegación del IIF. “El mercado vería con muy buenos ojos que el Gobierno vuelva a emitir títulos en dólares: hay apetito, aunque a una tasa muy elevada”, agregó.
Las sombras del pasado condicionan sus comportamientos: cambiar la reputación del país será un desafío mucho más largo y complejo que el de hacer aprobar las reformas estructurales, que hoy lucen condicionadas por la decisión de Milei de abroquelarse y gobernar por DNU, ahora sin facultades delegadas. Hay toda una agenda de cambios institucionales, como la autonomía del Banco Central, que el Gobierno ignora olímpicamente y que acelerarían la recuperación de la credibilidad perdida. Y un eventual tercer año sin ley de presupuesto implicaría una irregularidad estrafalaria en un sistema democrático: imposible presentarse ante el mundo con credenciales atractivas ante semejante prueba de discordia e improvisación.
18/07/2025 a las 10:54 AM
LA ARGENTINA POLÍTICA: ENFOQUES
Se cae la casa peronista
Eduardo Fidanza
Fuente: Perfil
(*) Notiar.com.ar
14/7/025
Cada nueva crisis del peronismo provoca una reflexión sobre su naturaleza y su destino. En los últimos ochenta años fue el protagonista de la política argentina en tiempos de dictadura y democracia, y el representante irremplazable de los sectores populares, que le dieron su impronta. Resignó esta cualidad ocasionalmente para recuperarla luego y regresar triunfante al gobierno, tornando impotente al antiperonismo, que lo enfrentó con métodos legales e ilegales a lo largo de su historia.
En la actualidad, el movimiento creado por Juan Perón en la lejana década del cuarenta del siglo anterior atraviesa una crisis insondable, más allá de unidades forzadas o éxitos legislativos coyunturales. Transcurre desmembrado y sin brújula después de entregar el poder a un líder que basurea sus principios, al cabo de una gestión fracasada como pocas en el pasado. Ante esto, corresponde volver a analizarlo, con la intención de determinar las chances que le asisten.
Tal vez la interpretación más esclarecedora del peronismo la elaboró, en la década de 1990, el politólogo norteamericano Steven Levitsky, hoy un destacado profesor en Harvard, cuyas investigaciones recientes intentan demostrar cuándo una democracia deja de serlo, según lo expuso en el bestseller Cómo mueren las democracias, escrito en colaboración con su colega Daniel Ziblatt.
Sin duda, el principal hallazgo de Levitsky fue interpretar al peronismo en clave organizacional y no ideológica, sorteando así el desconcierto ante los giros de 180 grados del movimiento, de los que fueron un paradigma Menem y los Kirchner, pero también el fundador, que en el origen opuso sin contemplaciones su figura a la del embajador norteamericano –el célebre Braden o Perón–, para abrir la economía al capital petrolero estadounidense pocos años después. Levitsky descubrió que había otro factor para explicar por qué una fuerza política con semejantes contradicciones pudo mantener un dominio político eficaz y perdurable.
Una de las primeras constataciones del investigador cuando llegó a la Argentina parece menor y sin embargo resultó inspiradora: las oficinas centrales del partido, donde deberían residir, según la experiencia comparada, sus principales dirigentes y los cuadros burocráticos estaban vacías, sin identificación visible, carentes de recursos, archivos y registro de actividades. Un dirigente designado presidente interino del PJ en 1990 le confesó al politólogo que durante los tres años que ejerció la función “yo era el único burócrata del partido”.
Este es un testimonio entre tantos, obtenido de los cientos de entrevistas con dirigentes y activistas que realizó Levitsky para fundamentar empíricamente su primer paper, que es clave, acerca del fenómeno peronista. Lo tituló “Una desorganización organizada”, recogiendo el oxímoron empleado por Juan José Álvarez, entonces intendente de Hurlingham, para caracterizar al PJ. Semejante descripción, no prevista en la bibliografía disponible, requería una explicación novedosa, que proveyó Levitsky.
Otras observaciones le permitieron completar el primer trazo sobre la excepcionalidad peronista. En primer lugar, el bajo nivel de organización formal permitía ingresar al PJ prácticamente a quien quisiera, por invitación de un presidente de la nación, como fue el caso de Palito Ortega y Carlos Reutemann; o a través de la capacidad para financiar unidades básicas o ejecutar otras acciones bajo consignas genéricas extraídas del ideario peronista tradicional, como fue el caso de Alberto Pierri y Francisco de Narváez, entre otros.
Por cierto, existieron alternativas para incorporarse al PJ y prosperar en él, pero estuvieron ligadas a la eficacia política, el dominio territorial o el oportunismo, no a un ascenso burocrático como en los partidos organizados. En segundo lugar, esa informalidad tuvo una consecuencia peculiar: la vinculación de los dirigentes con las bases populares sucedió, por lo general, fuera del partido, ancladas en el territorio y sus necesidades.
De este modo, el puntero, como personaje y el reclutamiento clientelar, como procedimiento, se convirtieron en rasgos típicos del peronismo. La conclusión de Levitsky fue iluminadora: el PJ es un partido flexible y adaptativo, con altos niveles de fluidez en la cima y relativa estabilidad en la base. Eso les permitió a votantes y militantes asimilar a Menem y después a los Kirchner, ubicados en las antípodas programáticas, mientras ellos les aseguraran, para mantener la fidelidad, oportunidades de trabajo y progreso, y fondos para financiar obras, actividades y campañas. Se puede ser neoliberal o estatista sin alterar esta estructura y esos compromisos. “La organización vence al tiempo”, como quería el fundador, sin que la ideología necesite explicarlo.
Esta manera de funcionar nos sugirió en su momento una metáfora arquitectónica: el peronismo es como una casa de dos plantas; en la de abajo residen los dueños, que son los dirigentes intermedios, desde un líder barrial a un jefe sindical o un intendente; en el piso superior viven los presidentes peronistas, que alquilan la vivienda, hasta que cumplen el contrato y deben entregar las llaves. El alquiler es caro, pero mientras dure su mandato el inquilino puede afrontarlo con solvencia. Dispone de un balcón y puede pintar el piso del color que quiera, amueblarlo como le guste y poner la música que lo cautive, sin que importe si el intérprete es Chávez o Reagan.
Actualicemos ahora la metáfora: el último inquilino se fue muy mal del piso de arriba y dejó viviendo allí a su vicepresidenta, la última gran líder, ya declinante, que en virtud de ese pergamino se negó a devolver la llave. Los dueños están distanciados y dispersos y no saben qué hacer con ella, de modo que no recuperaron aún la propiedad. Para empeorar las cosas, la que no quiere irse cayó presa y pidió cumplir la pena en el piso que debía desocupar.
Sale al balcón para ser aclamada por sus fanáticos en una escena algo patética, perteneciente a una época irremediablemente concluida. En el barrio los narcos reemplazaron al puntero, los vecinos empezaron a usar la IA y siguen a uno que se hace el loco, pero que no es loco y viene por todo. Sin embargo, ella, embelesada por su rol, continúa repitiendo antiguas letanías.
El movimiento político que Levitsky iluminó ya no es el mismo, porque el país y el mundo cambiaron. Se cae la casa peronista. Si fuera así, ¿podrán reconstruirla? Nunca digamos nunca sobre el invento de Perón, pero nuestra hipótesis es que esta vez se trata de una derrota cultural antes que política, lo que constituye una causa mucho más compleja que las que precipitaron crisis anteriores. Este peronismo enfrenta un problema dramático: no solo perdió votos, perdió significado para la sociedad.
18/07/2025 a las 12:14 PM
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18/07/2025 a las 5:20 PM
JAJAJA …el rey del copy /paste al mango ya enloqueció y en todas sus notas se comenta sus propias copias… porqué no te buscas un trabajo honesto??