Por Hernán Andrés Kruse.-

LA EVOLUCIÓN DE GILSON

“Como él mismo dice, Gilson llegó a la filosofía cristiana por la historia de la filosofía medieval, y no gracias a la doctrina ni a León XIII. El debate de los años treinta versaba sobre la justificación de la idea de “filosofía cristiana” y su extensión histórica y conceptual. Mostraba su derecho a existir por el hecho de haber influido durante siglos sobre numerosos autores. No obstante, su dilatada extensión no excluía un punto de referencia privilegiado, el mismo sobre el que llamaba la atención la Encíclica Aeterni Patris: Tomás de Aquino. A partir de ese momento, Gilson, al acoger la Encíclica, que lee tardíamente y ni siquiera entera, como hemos visto, declaraba haber asumido también la primacía de Santo Tomás en el seno de la filosofía cristiana misma.

El argumento central era el tratamiento propio de la razón en este autor, subordinada a la fe y sin embargo, en su orden, autónoma y fecunda. La relación de la razón y la fe es la preocupación del Gilson de la tercera edición de Tomismo, en 1925. Si Gilson hubiera muerto hace hoy 70 años, a finales de los años 30, habría pasado a nuestros ojos como un medievalista que habría estudiado a Tomás de Aquino, pero también a otros numerosos autores de igual importancia: Buenaventura (1924), Agustín (1929), Bernardo de Claraval (1934), sin contar el punto de partida cartesiano de su llegada a la Edad Media. Sólo en los años siguientes acentúa Gilson su referencia al tomismo, por razones puramente especulativas. El descubrimiento, en 1942, del acto de ser (actus essendi) tomista le arrebata y lo convierte en lo sucesivo en su caballo de batalla. Por una parte, ve en él la originalidad de Tomás de Aquino y, por otra, una de las principales razones para declararse a sí mismo tomista.

En El ser y la esencia (1948), Gilson magnifica la originalidad de Tomás, centrándola en el acto de ser. Gilson encuentra de nuevo en la Encíclica Aeterni Patris la razón principal para llamarse tomista. Una vez considerada en su extensión, cuando en 1933 Gilson declara filosofía cristiana «la filosofía que acepta la acción reguladora del dogma cristiano», nuestro autor pone el acento en su profundidad, es decir, en su conexión con Santo Tomás, ciertamente proclamada desde el principio, pero cada vez más centrada en él. En 1960, las primeras palabras del presente libro, la Introducción a la filosofía cristiana, son: «Se entenderá por “filosofía cristiana” el modo de filosofar que el papa León XIII ha descrito con esta expresión en la encíclica Aeterni Patris y del que pone como modelo la doctrina de Santo Tomás de Aquino».

Por lo tanto, la exposición de la Introducción no se dedica tanto a defender el hecho ni el derecho de la “filosofía cristiana”, ni a ofrecer un cuadro de los filósofos cristianos, como a identificar las intuiciones más vigorosas de la metafísica de Tomás de Aquino: «Se quieren poner de manifiesto aquí los principales conceptos, tomistas, de algún modo, en su origen, que son los únicos que permiten comprender el modo en que Santo Tomás utiliza los demás». Esto no significa que Gilson reduzca toda la filosofía cristiana al tomismo. Sin embargo, no duda en llamarse a sí mismo tomista, incluso sabiendo que se condena a la ira de los que no lo son y de los que lo son. Con su ingenio chispeante, describe los avatares respectivos en “El arte de ser tomista”.

¿Nos lleva esto a hablar de una evolución en Gilson? Conviene ser tan comedido como el propio Gilson en este tipo de apreciaciones: «¡Qué de pseudo-revoluciones doctrinales no se imaginaron por haber comprendido como cambios de dirección lo que eran solo cambios de perspectivas impuestos a las mismas nociones por las exigencias de un nuevo problema!» Hablar de profundización es dar la razón de esta profundización, que es el descubrimiento que realiza Gilson de lo que Tomás tiene de específico y por tanto de universal. Por un lado, «es en esta empresa donde se adquiere y se perfecciona el arte de ser tomista: filosofar, como solo un cristiano puede hacerlo, dentro de la fe». Por otro, «hay otras razones de más peso para que esta norma doctrinal sea la teología de Santo Tomás. La principal de estas razones, hablando de un filósofo cristiano y en la perspectiva de la filosofía cristiana, es que la metafísica de Santo Tomás de Aquino reposa sobre una concepción del primer principio tal que, satisfaciendo las exigencias de la revelación, entendida en su sentido más literal, asigna al mismo tiempo a la metafísica la interpretación más profunda de la noción de ser que ninguna filosofía hubiera jamás propuesto».

Lo mismo que hay un Gilson de los años 30, el de los debates sobre la “filosofía cristiana”, hay también uno de los años 60, el de “el arte de ser tomista”, que se declara y es seguidor de Tomás de Aquino tal vez en el momento más inoportuno para serlo. El filósofo y la teología (1960), El tomismo (6ª ed. de 1964) y la Introducción (1960) se reclaman mutuamente”.

LOS TEMAS DE ESTE LIBRO

“Estamos ante un libro de Gilson tan concentrado y pulido que no necesita aclaraciones. Basta con señalar al lector que la exposición de la Introducción a la filosofía cristiana es el despliegue o explicitación y aplicación de los principios que Gilson ha establecido. Sin embargo, sí conviene justificar la existencia del libro frente al olvido relativo en el que parece sumergido. Además de su ausencia en los estantes de las librerías francesas, constituye también el punto ciego —de nuevo la gran ausencia— de los biógrafos gilsonianos de más allá del Atlántico: Laurence Shook en 1984 y Francesca Murphy en 2004. Estos últimos centran más insistentemente su atención en el Gilson publicado en inglés, al igual que, de forma paralela, los francófonos conocemos demasiado poco este segundo, que es sin embargo de una importancia incontestable para el conocimiento de la obra y de la maduración del pensamiento del gran medievalista.

De manera muy particular, estos autores pueden reclamar dos obras que han sido capaces de ocultar a sus ojos la Introducción. La primera se titula God and Philosophy, y de ella no existe un equivalente francés, aunque la Introducción se le asemeja. La segunda es Elements of Christian Philosophy. Fechada en el mismo año que la Introducción, bastante más voluminosa, construida en un plano diferente, se presenta como un tratado de metafísica o una recuperación puesta al día del Tomismo. No se descarta que la introducción sea la versión aligerada de estas dos obras, en forma de ensayo y casi de manifiesto. Observamos la recuperación, tardía aunque segura, de la expresión “Christian Philosophy”, en una exposición tomista sin ambages.

Los temas de la Introducción son los siguientes:

El capítulo I, “Filosofar en la fe”, retoma el examen de esas verdades conocidas por la razón y sin embargo reveladas por Dios, ese área de lo “revelado” que Gilson estudió ya en el Tomismo. El reencuentro del Dios de la filosofía con el Dios de la Biblia no es, sin embargo, ni yuxtaposición ni confusión. Gilson vuelve a encontrar también eso que ha llamado la «Metafísica del Éxodo» a propósito del «Yo Soy», revelación que Dios hace de su nombre en Éxodo 3, 14.

El capítulo II, «La causa del ser», lleva a cabo la articulación de Dios y los entes en la recuperación cristiana de la participación platónica. Se hace también testigo del descubrimiento realizado por Gilson de la increíble página de Santo Tomás consagrada a las etapas históricas del progresivo conocimiento del ser. El descubrimiento del “ente en cuanto ente” no deriva de Platón ni de Aristóteles sino «de otros», a saber, Avicena y Averroes (si bien ellos no son nombrados), ya que supone la idea de creación. Ésta encuentra en la filosofía cristiana su respuesta, como la encuentra en Heidegger la idea griega del origen radical de las cosas.

El capítulo III, «El que es», presenta el ser de Dios y la manera negativa de hablar de él, la identidad en Dios de ser y esencia y el acto puro de ser de Dios.

El capítulo IV, «Más allá de la esencia», prolonga este tema, subrayando la imposibilidad de concebir a Dios como una esencia, de encerrarlo en un concepto, de tal suerte que el ser de Dios «permanece así desconocido para nosotros». Como dice Gilson, dirigiéndose especialmente a los tomistas de la época barroca, «esta palabra es dura y muchos rechazan darle su consentimiento». Sin embargo, «el hombre puede formular sobre Dios proposiciones afirmativas verdaderas». Gilson deja a veces al juicio del lector, en algunas de sus obras, la cuestión de saber si el ser divino es idéntico a su esencia o si el ser absorbe la esencia, ya que aparece sólo como un límite (negativo), y no como una determinación (positiva). La identidad de esencia y ser en Dios, es «esta verdad sublime» que Dios ha enseñado a Moisés en el Éxodo.

Los capítulos V, «Más allá de las ontologías» y VI, «La verdad fundamental», desvelan esta aportación de Tomás a la metafísica, eso que el Tomismo llama «La reforma tomista». Lo mismo en el capítulo VII, «La clave de bóveda». En él, Gilson muestra cómo la noción de ser de Tomás no puede ir sin la noción de Dios ni sin la de teología. La metafísica tomista del ser es la clave de bóveda de su pensamiento.

Los capítulos VIII, IX y X son como las consecuencias que se siguen de los anteriores: exponen la acción creadora de Dios (VIII: «Causalidad y participación»), la estructura de los seres (IX: «El ser y las esencias») y la finalidad (X: «El ser, el acto y el fin»). Cada uno de ellos está atravesado por la preeminencia del acto de ser, que se encuentra en el corazón de todo ente y es lo más íntimo en él. Según Gilson, la aceptación de esta idea del acto de ser es la condición para poder, con verdad, llamarse tomista.

Confiado en esta alianza, que él juzga necesaria, entre filosofía y teología, Gilson concluye su obra con una llamada: «Dadnos la teología tal como ella era cuando perfeccionó su esencia, pues la filosofía cristiana se condena a muerte si se separa de aquélla». Un final que recuerda estas otras líneas de «el arte de ser tomista»: “Quizá la única razón legítima que tenemos para llamarnos tomistas es sentirse orgullosos de serlo y querer compartir esta dicha con quienes también están llamados a ello. Uno se da cuenta de que lo tiene el día que descubre que ya no puede vivir sin la compañía de Santo Tomás de Aquino. Tales hombres se sienten con la Suma Teológica como peces en el agua. Fuera de ella se secan y no cesan hasta que retornan. Han encontrado ahí su ambiente natural, donde la respiración es más cómoda y el movimiento más fácil. En el fondo, es lo mismo que mantiene en el tomista ese estado de alegría del que solo la experiencia puede dar una idea: se siente libre al fin. Un tomista es un espíritu libre. Esta libertad, ciertamente, no consiste en no tener ni Dios ni Señor, sino en no tener otro señor que Dios, que exime de todos los demás. Porque Dios es la única protección del hombre contra las tiranías del hombre”.

Por tanto, para Gilson la filosofía cristiana no es ni la sombra de la teología, ni su usurpadora, ni su nombre laico, sino que es la filosofía misma «en su estado cristiano», cuya actualidad sólo puede compararse con su devoción a Tomás de Aquino”.

(*) Irene Melindo Millán (Universidad de Sevilla-España) titulado “Étienne Gilson y la filosofía cristina” (Metafísica y persona. Filosofía, conocimiento y vida-2010).

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