Por Hugo Morales.-

Neuquén (Especial).- Días antes de que apareciera el cadáver de Santiago Maldonado, el artesano de El Bolsón, que desapareció después de un enfrentamiento de Mapuches del Norte de Chubut con la Gendarmería, se conoció un manifiesto “revolucionario” de dos organizaciones terroristas que tuvieron un fuerte protagonismo en Chile en la década de los 70: los denominados Movimiento de Intransigencia Revolucionaria (MIR) o Ejército Guerrillero de los Pobres y el Frente Patriótico Manuel Rodríguez. Ambas organizaciones se enfrentaron militarmente con el régimen militar que encabezó Augusto Pinochet Ugarte y con el ingreso de Chile a la Democracia, igual que en la Argentina, tomaron las banderas de las reivindicaciones de los pueblos originarios para explicar sus tesis revolucionarias de fuerte contenido marxista-lenista.

El pronunciamiento fue publicado aquí por el diario local LMNeuquén y lleva los logos originales de ambas agrupaciones terroristas bajo el título de “MARCHA RESISTENTE Y PARTO COSMOVISIONARIO”. Debido a su rigurosa actualidad, entre los conceptos mas importantes, luego de una larga historia de los antecedentes de las revoluciones de izquierda en el Mundo, el manifiesto dice lo siguiente.

Lamentablemente la realidad nos ha mostrado algo muy diferente. El poder corruptivo del capital ha penetrado también a los gobiernos de izquierda y ha generado una gran crisis de legitimidad de toda la institucionalidad política que ha desestabilizado el equilibrio de estos dos bloques en la región y ha puesto la balanza en este momento a favor de las fuerzas más reaccionarias del continente, dando paso a gobernantes oligarcas y fascistas que han golpeado duramente las conquistas sociales alcanzadas durante los gobiernos progresistas. Simbólico son los casos de Brasil y Argentina, con Temer y Macri a la cabeza de la contraofensiva neoliberal.

Como proyecto conjunto en pleno desarrollo, miristas y rodriguistas, nos ha tocado en estas últimas dos décadas de la lucha popular vivir y sobrevivir en medio de un permanente cerco de control y represión a nuestras fuerzas militantes por parte de los organismos de inteligencia y seguridad del Estado chileno, argentino y otros por el continente..

Con el cambio de régimen político y la continuidad de la institucionalidad dictatorial a inicios de los 90, el Mapu Lautaro junto al MIR-EGP crearían la Coordinadora Subversiva por una Patria Popular, desplegando un importante y breve accionar operativo y miliciano a nivel nacional. Paralelamente el FPMR-A ejecuta acciones de ajusticiamiento a destacados criminales y represores de la dictadura y al ideólogo pinochetista y senador de ultraderecha, Jaime Guzmán.

Por el lado de la vida, a mediados de los noventa nace una nueva esperanza insurgente y cosmovisionaria con la voz de los pueblos originarios alzados en armas desde la Selva Lacandona, con los zapatistas, hasta el Wallmapu con los mapuche. Emergen como un parto necesario e inevitable, entregando y aportando fuerza material y espiritual a la lucha de los pueblos pobres del mundo en tiempos de derrumbes y renaceres.

Una lucha por territorio y autonomía como pueblo-nación que no sólo debe enfrentar el poder policíaco represivo del Estado chileno, sino también el poder político de los terratenientes y el poder económico de las transnacionales forestales, pesqueras y energéticas. Paralelamente al insurgir de esta nueva etapa de la lucha mapuche, las movilizaciones estudiantiles, conocida como la Revolución Pingüina, remecen las estructuras sociales de un país aturdido por una democracia hipotecada al gran capital. También por esos tiempos una ola de bombazos estremecen la institucionalidad y sirven de excusa al Estado parásito y policial chileno para justificar millonarios recursos del pueblo y sumarse a la «cruzada antiterrorista mundial», encabezada por las fuerzas contrainsurgentes y mercenarias de la OTAN, las que mantienen azotado -a punta de bombas de toneladas de explosivos- a millones de seres humanos por todo el planeta.

En estas últimas décadas, luchas por la tierra y el agua marcan una nueva era, como un parto que la misma lucha invoca. La lucha de los pueblos originarios del continente toman una fuerza inesperada para los poderes de facto. La resistencia popular asume nuevos sujetos sociales como protagonistas y la izquierda revolucionaria sumergida en una crisis estructural comienza tímidamente un obligado proceso de reflexión crítica y autocrítica.

Más allá de la Comuna de París y de la gesta de Bolívar y el Che, una mirada desde y hacia los pueblos originarios ha estado ausente o ha sido casi nula por parte de la izquierda revolucionaria. Hoy, éste es nuestro punto de partida dentro de un profundo proceso refundacional en plena marcha. El aporte fundamental de los pueblos originarios que queremos hacer nuestro es la relación de conciencia y espiritualidad que como seres humanos debemos tener con la naturaleza que nos cobija como especie, la Madre Tierra. Sólo asumiéndola en esta dimensión es que podemos garantizar una relación de verdadero respeto por los recursos del planeta y la vida de sus especies, condición para la existencia y sobrevivencia de la propia especie humana… Es a partir de este parto cosmovisionario que asumimos que la lucha por la tierra y el agua son la esencia de una nueva forma de ver y vivir la lucha insurgente y anticapitalista. Lo que nace de ello es la esencia de la revolución social libertaria. Desde esta mirada y desde la historia de lucha de nuestros pueblos es de donde fundamentalmente debemos construir nuestros paradigmas ideológicos y las estrategias contra el poder dominante y opresor.

Estado chileno así como el argentino ejecutando su histórica política de represión y despojo hacia el pueblo-nación mapuche en el Wallmapu. Como ejemplo, la represión de la Gendarmería argentina en contra de las legítimas demandas por la libertad de los presos políticos mapuche -en este caso la de Facundo Huala- y por la recuperación del territorio ancestral usurpado por Benetton en Chubut, el Puelmapu, que tiene como saldo el primer detenido desaparecido del gobierno de Macri, rememorando la pesadilla represiva de la dictadura militar argentina de los 70 y 80 que dejó un saldo de 30 mil desaparecidos. Como dato significativo, el operativo represivo estaba dirigido directamente por el jefe de Gabinete del Ministerio de Seguridad, Pablo Nocetti, desde una caseta ubicada en la propia estancia propiedad de Benetton. Santiago Maldonado, combatiente de la causa mapuche, nuestra exigencia de aparición con vida y nuestra condena a la miseria humana de los poderosos y de las mafias políticas y policiales enquistadas en el gobierno y Estado argentino, que nos hacen recordar el siniestro rol desempeñado por el ex-gobernador de Neuquén Jorge Sapag contra las comunidades y nuestros combatientes en el llamado caso Aigo el año 2012.

Otra reflexión vital de este proceso nuestro tiene que ver con la lucha armada, sus estrategias de combate y formas de organización. La insurgencia que en su marcha resistente siente los derrumbes que golpean duro y dejan herido de muerte a más de uno. Las FARC-EP, nuestro reconocimiento a su vieja y combativa historia guerrillera, pero a la que los derrumbes y algo más imponen una valla infranqueable a esa marcha de más de 50 años, cuando la voluntad de lucha se derrumba también.

Los revolucionarios del continente tenemos el deber moral y político de solidarizar y apoyar activamente la lucha del ELN, porque es la lucha que simboliza de mejor manera la resistencia total al capital salvaje y depredador, a su Estado de control y represión y, sobre todo, representa y simboliza la esperanza libertaria de los más humildes y marginados de nuestro continente. El prolongado conflicto armado colombiano y otros en la historia por el mundo nos enseñan también que la estrategia revolucionaria que conciba el factor militar como el determinante para la toma del poder está expuesta al mediano y largo plazo al resquebrajamiento de la voluntad de lucha, la desmoralización e incluso la rendición.

Hoy creemos firmemente que la alianza entre nuestros pueblos pobres y originarios del continente es un pilar fundamental y estratégico en la construcción de una nueva propuesta de lucha, organización y sociedad igualitaria. Que esta Alianza debe concebirse como el encuentro histórico de pueblos oprimidos y marginados por siglos para alcanzar otro nivel de confrontación en la espiral de disputa simbólico-espiritual y de control territorial que necesariamente y por la sobrevivencia de nuestra Madre Tierra y sus especies habrá que asumir contra el capitalismo transnacional.

Nuestro objetivo en lo inmediato no es revivir o reconstruir al MIR o al FPMR como lo que fueron en su mejor momento. Eso fue parte de una potente historia en la lucha del pueblo chileno, pero no es la de ahora. El mirismo y el rodriguismo han sido parte vital de la corriente revolucionaria y popular en el país, particularmente de la historia y lucha de masas en el periodo de la Unidad Popular y de la dictadura militar, y sin duda seguirán aportando por siempre en las tareas insurgentes que la marcha resistente demande. Hoy lo más importante es la construcción de la alianza de los pueblos pobres y originarios del sur y del continente, refundados en una sola lucha libertaria, abrazados siempre a nuestras raíces miristas y rodriguistas que la misma lucha popular ha parido, junto a otras identidades, en el territorio chileno y en el mapuche.

Nuestra decisión y compromiso con el pueblo pobre y originario es continuar la resistencia en todas sus formas hasta donde sea necesario. La revolución social y espiritual profunda que demanda la realidad actual de la humanidad sólo será posible por medio de una lucha total en contra del poder político, económico y militar concentrado en una absoluta minoría de la población mundial…

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