Por Hernán Andrés Kruse.-

En su edición del 24 de noviembre La Nación publicó un artículo de Pablo Sirvén titulado “La derecha estudia a Gramsci y lo pone en práctica”. El diagnóstico del autor es el siguiente: para el gobierno libertario la batalla cultural es crucial. Ello significa que para afianzar el sistema de dominación libertario es fundamental aniquilar el marxismo cultural vigente. Ello significa que, finalmente, el orden conservador decidió poner en práctica las enseñanzas del filósofo italiano marxista Antonio Gramsci en beneficio propio.

Según don Antonio detentar el monopolio de la represión estatal era necesario pero no suficiente para dominar a una sociedad. Para el logro de ese objetivo era esencial controlar el sistema educativo, las instituciones religiosas y los medios de comunicación. Era esencial, por ende, controlar la mente y el espíritu de las personas para que legitimen el nuevo sistema de dominación marxista. Pues bien, eso es exactamente lo que se propone hacer Milei, pero en sentido inverso: controlar la mente y el espíritu de los argentinos para que legitimen el nuevo sistema de dominación anarcocapitalista.

Buceando en Google me encontré con un ensayo de Rafael Rodríguez Prieto//José María Seco Martínez (Profesores Drs. de Filosofía del Derecho y Política de la Universidad Pablo de Oalvide de Sevilla. Profesores y coordinadores de los Programas de Doctorado “Pensamiento Político, Democracia y Ciudadanía” y “Derechos Humanos y Desarrollo”) titulado “Hegemonía y Democracia en el siglo XXI: ¿Por qué Gramsci?”. Saque el lector sus propias conclusiones.

DE POR QUÉ ES NECESARIO HABLAR HOY DE GRAMSCI

“Érase una vez un niño que dormía. En la mesilla, junto a su cama, tenía un vaso de leche. Pero un travieso ratón se bebió la leche y el niño, cuando despertó, comenzó a llorar. Tenía hambre. Fue la madre en busca de una cabra. Pero la cabra le negó la leche hasta que no consiguiera hierba con la que saciar su apetito. Entonces la madre ordenó al ratón que la buscara en el campo. Pero, no la encontró. El campo estaba seco. El ratón decidió entonces buscar una fuente. Cuando la halló, esta no emanaba agua a causa de la guerra. El ratón pensó que quizás un albañil podría reparar la fuente. Lo encontró en una pequeña aldea, pero este le pidió piedras. Sin ellas no podría recuperar la fuente. El ratón decidió entonces subir a una montaña. Cuando alcanzó la cima, se topó con un páramo terrible. La montaña había sido talada. La ambición de los especuladores había hecho de ella un lugar desapacible y frío. El ratón desesperado le prometió a la montaña que si le daba piedras, convencería al niño para que cuando creciera sembrara árboles. La montaña confió en la palabra del ratón y el niño bebió leche en abundancia. Cuando el niño creció, cumplió con su promesa y plantó árboles. La vida entonces regresó a la montaña.

En este relato, uno de tantos que Gramsci escribió para sus dos hijos en sus noches de presidio, se visualizan dos elementos muy significativos: el primero, el vínculo que existe entre todas las cosas de la naturaleza; el segundo, la necesidad de buscar la solución de los problemas en la raíz de los mismos. Cuando el niño no tiene leche, no se culpa al ratón. El ratón también tiene hambre. Y es él quien trata de paliar su dolor yendo en busca de la leche, pese a los tropiezos y desengaños del camino. Digamos que la búsqueda es constante hasta que se encuentra el núcleo del problema y se actúa sobre él. En este estudio trataremos de deletrear algunas de las ideas y enfoques que nos ha suscitado la lectura de la obra gramsciana y la de sus principales comentaristas. Hemos de decir que esta inquietud por las aportaciones de Gramsci no se debe sólo a nuestro interés por la filosofía de la democracia, lo que nos ha llevado a transitar a menudo por la obra del autor italiano, sino a una percepción distinta (recuperadora) de sus reflexiones, que nos permita comprender mejor nuestro pasado y nos facilite medios para transformar el futuro.

Basta con aludir a dos de sus categorías más afamadas, la de bloque histórico y, por supuesto, la de hegemonía, para calibrar los alcances que su filosofía adquiere en la realidad en la que ahora nos molturamos todos. Para ello, iniciaremos nuestro relato rastreando los fundamentos teórico-prácticos de los que se sirve este autor para articular su concepto de hegemonía, para continuar a renglón seguido con el análisis de las interpretaciones erróneas que se han hecho de sus aportaciones y construcciones. Después, ya en otro estadio, trataremos de elucidar vías útiles para retomar de nuevo su filosofía”.

SOBRE EL CONCEPTO DE HEGEMONÍA EN LA OBRA DE GRAMSCI

“Antonio Gramsci es un autor que crepita actualidad. Y lo es por la riqueza de sus aportaciones, por lo que dijo, y, por supuesto, por aquello que sugirió. Se nos podrá decir, y no sin razón, que el estado de la política y la experiencia contemporánea de las sociedades occidentales no coinciden con el análisis de Gramsci. El nuevo escenario de relaciones, que apareja la re-configuración planetaria y paradigmática del sistema de producción capitalista, lleva las trazas de infringir cambios de inusitado relieve en la comprensión de la realidad política que hiciera Gramsci. Si a este diagnóstico añadimos la progresiva amortización del viejo diseño nacional-territorial como fundamento político del Estado y la ciudadanía, no hay más remate que admitir que el mundo es ahora radicalmente distinto del panorama que diseñara el filósofo italiano.

Claro que no podemos pretender que sus esquemas conceptuales se adapten sin más a la realidad reciente de nuestras relaciones. No podemos interpretar su pensamiento fuera de sus rieles históricos, so pena de ser anacrónicos. No podemos obviar que un pensador es siempre rehén, para mal o para bien, de los tiempos y el contexto en que históricamente le toca vivir. Si Gramsci pertenece a los clásicos, es porque su obra nos ayuda a comprender y transformar nuestro presente. Precisamente ahí estriba su fuerza. El concepto de hegemonía es un buen ejemplo de ello. Aún hoy puede seguir siendo de utilidad para el análisis político. Pero para eso necesitamos conocer de la manera más diáfana posible qué nos quiso decir. A ello dedicaremos este epígrafe.

Históricamente, el vocablo hegemonía no era usual en la terminología usada por Lenin. Si lo fue, en cambio, en la que utilizara Stalin. Para el primero era más apropiado hablar de dirección y dirigentes. En uno de los escasos párrafos donde lo introduce, usa hegemonía (gegemon) como sinónimo de dirigente. Precisamente, Gramsci empezó a usar este término de manera tardía, en dos escritos fechados en 1926 y muy anteriores a los Cuadernos: “Carta al Comité central del Partido Comunista Soviético” y “Algunos temas de la cuestión meridional”. Sin embargo, la significación no será la misma en esos textos que en los Cuadernos. En los primeros, el término hegemonía no adquiere otro significado que el oficial de los textos soviéticos, es decir como alianza entre obreros y campesinos. En los siguientes se usará como sinónimo de dirección cultural, además de política. Esta será la principal aportación, que no sustitución, de Gramsci a la idea primitiva de dirección política.

Para el filósofo italiano la hegemonía cristaliza: (i) en la intervención del poder (en cualquiera de sus formas) sobre la vida cotidiana de los sujetos y (ii) en la colonización de todas y cada una de sus esferas, que ahora son relaciones de dominación. Estaba claro, para Gramsci la clase dirigente refuerza su poder material con formas muy diversas de dominación cultural e institucional, mucho más efectivas – que la coerción o el recurso a medidas expeditivas-, en la tarea de definir y programar el cambio social exigido por los grupos sociales hegemónicos. De modo que si se quiere cimentar una hegemonía alternativa a la dominante es preciso propiciar una guerra de posiciones cuyo objetivo es subvertir los valores establecidos y encaminar a la gente hacia un nuevo modelo social. De ahí que la creación de un nuevo intelectual asociado a la clase obrera pasa por el desarrollo desde la base, desde los sujetos concretos, de nuevas propuestas y demandas culturales. El objetivo consiste en la imaginación de una nueva cultura no subalterna, muy diferente de la burguesa, que pueda llegar a ser dominante, sin verse arrastrada por culturas tradicionales.

Como gran educador sabía que la preeminencia socio-económica del orden burgués se debía al control ideológico de los sujetos y a la interiorización de sus coordenadas y valores por el imaginario, es decir, por todas las clases. Este era el secreto tácito de su hegemonía. Y esa idea, madurada desde la cárcel, la adquiere directamente desde sus experiencias en la práctica política, desde la praxis, más concretamente desde sus tareas en el Ordine Nuovo. De cualquier modo, para Gramsci, todo hombre es un intelectual que participa de una determinada concepción del mundo y a través de sus singladuras ideológicas contribuye a sostener o a suscitar nuevos modos (alternativas) de pensar. Gramsci en este punto no nos deja margen para vacilaciones: la separación creciente entre gobernantes y los destinatarios de sus decisiones; entre intelectuales y el resto, entre los funcionarios de las teorías y quienes las reciben, es inaceptable.

Hegemonía, como concepto metodológico, ha sido una práctica orientada a comprender el comportamiento humano de manera desigual, es decir a establecer sistemas de control sobre la reproducción social de determinados grupos sociales. Sin embargo, para Gramsci el concepto de hegemonía no es neutral. Y no lo es en base a tres razones: (i) la trascendencia que para la consolidación de un proyecto político tiene el sistema de ideas y creencias en el que los hombres se representan de manera coherente el mundo y actúan sobre él; (ii) su concepción de socialismo como autogobierno consciente; y (iii) la importancia que para la revolución en occidente tiene la disgregación ideológica dominante y la promoción de una nueva alternativa ideológica-cultural. No se trata de instrumentalizar a la base social para tomar el poder (forma de totalitarismo), sino de concienciar democráticamente a los ciudadanos, a las masas para que subviertan el orden establecido.

Quizás sea ésta última una de las grandes aportaciones del pensamiento de Gramsci. El príncipe moderno debe ser el exponente activo de una reforma intelectual y moral de la sociedad, cuyo fin será constituir una estructura del trabajo reformada. El uso del concepto de bloque histórico es otra muestra de la atención que el pensador italiano prestó a factores subjetivistas de la revolución popular, incluyendo símbolos, mitos y lenguaje. Son la convergencia de fuerzas contra-hegemónicas establecidas en la sociedad civil, pero buscando expresarse en el terreno del poder estatal. La idea de bloques sociales continuados estaba unida en Gramsci a preocupaciones intelectuales concretas, como la centralidad de la ideología, el papel del nacionalismo, los límites del parroquialismo, la crítica del economicismo, etc. Por otra parte, en Gramsci concurre una concepción de partido muy diferente a la usual, tanto en el ámbito ortodoxo y revolucionario del marxismo leninismo, como en el del liberalismo. En Turín repetía siempre a sus compañeros que era necesario cambiar el maximalismo del partido. Su afán no era otro que concienciar y educar políticamente a los ciudadanos. Y el partido debía tomar, eso mismo, partido en el desarrollo de funciones básicamente educativas”.

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