Milei y la actualidad de Gramsci (1)
Por Hernán Andrés Kruse.-
En su edición del 24 de noviembre La Nación publicó un artículo de Pablo Sirvén titulado “La derecha estudia a Gramsci y lo pone en práctica”. El diagnóstico del autor es el siguiente: para el gobierno libertario la batalla cultural es crucial. Ello significa que para afianzar el sistema de dominación libertario es fundamental aniquilar el marxismo cultural vigente. Ello significa que, finalmente, el orden conservador decidió poner en práctica las enseñanzas del filósofo italiano marxista Antonio Gramsci en beneficio propio.
Según don Antonio detentar el monopolio de la represión estatal era necesario pero no suficiente para dominar a una sociedad. Para el logro de ese objetivo era esencial controlar el sistema educativo, las instituciones religiosas y los medios de comunicación. Era esencial, por ende, controlar la mente y el espíritu de las personas para que legitimen el nuevo sistema de dominación marxista. Pues bien, eso es exactamente lo que se propone hacer Milei, pero en sentido inverso: controlar la mente y el espíritu de los argentinos para que legitimen el nuevo sistema de dominación anarcocapitalista.
Buceando en Google me encontré con un ensayo de Rafael Rodríguez Prieto//José María Seco Martínez (Profesores Drs. de Filosofía del Derecho y Política de la Universidad Pablo de Oalvide de Sevilla. Profesores y coordinadores de los Programas de Doctorado “Pensamiento Político, Democracia y Ciudadanía” y “Derechos Humanos y Desarrollo”) titulado “Hegemonía y Democracia en el siglo XXI: ¿Por qué Gramsci?”. Saque el lector sus propias conclusiones.
DE POR QUÉ ES NECESARIO HABLAR HOY DE GRAMSCI
“Érase una vez un niño que dormía. En la mesilla, junto a su cama, tenía un vaso de leche. Pero un travieso ratón se bebió la leche y el niño, cuando despertó, comenzó a llorar. Tenía hambre. Fue la madre en busca de una cabra. Pero la cabra le negó la leche hasta que no consiguiera hierba con la que saciar su apetito. Entonces la madre ordenó al ratón que la buscara en el campo. Pero, no la encontró. El campo estaba seco. El ratón decidió entonces buscar una fuente. Cuando la halló, esta no emanaba agua a causa de la guerra. El ratón pensó que quizás un albañil podría reparar la fuente. Lo encontró en una pequeña aldea, pero este le pidió piedras. Sin ellas no podría recuperar la fuente. El ratón decidió entonces subir a una montaña. Cuando alcanzó la cima, se topó con un páramo terrible. La montaña había sido talada. La ambición de los especuladores había hecho de ella un lugar desapacible y frío. El ratón desesperado le prometió a la montaña que si le daba piedras, convencería al niño para que cuando creciera sembrara árboles. La montaña confió en la palabra del ratón y el niño bebió leche en abundancia. Cuando el niño creció, cumplió con su promesa y plantó árboles. La vida entonces regresó a la montaña.
En este relato, uno de tantos que Gramsci escribió para sus dos hijos en sus noches de presidio, se visualizan dos elementos muy significativos: el primero, el vínculo que existe entre todas las cosas de la naturaleza; el segundo, la necesidad de buscar la solución de los problemas en la raíz de los mismos. Cuando el niño no tiene leche, no se culpa al ratón. El ratón también tiene hambre. Y es él quien trata de paliar su dolor yendo en busca de la leche, pese a los tropiezos y desengaños del camino. Digamos que la búsqueda es constante hasta que se encuentra el núcleo del problema y se actúa sobre él. En este estudio trataremos de deletrear algunas de las ideas y enfoques que nos ha suscitado la lectura de la obra gramsciana y la de sus principales comentaristas. Hemos de decir que esta inquietud por las aportaciones de Gramsci no se debe sólo a nuestro interés por la filosofía de la democracia, lo que nos ha llevado a transitar a menudo por la obra del autor italiano, sino a una percepción distinta (recuperadora) de sus reflexiones, que nos permita comprender mejor nuestro pasado y nos facilite medios para transformar el futuro.
Basta con aludir a dos de sus categorías más afamadas, la de bloque histórico y, por supuesto, la de hegemonía, para calibrar los alcances que su filosofía adquiere en la realidad en la que ahora nos molturamos todos. Para ello, iniciaremos nuestro relato rastreando los fundamentos teórico-prácticos de los que se sirve este autor para articular su concepto de hegemonía, para continuar a renglón seguido con el análisis de las interpretaciones erróneas que se han hecho de sus aportaciones y construcciones. Después, ya en otro estadio, trataremos de elucidar vías útiles para retomar de nuevo su filosofía”.
SOBRE EL CONCEPTO DE HEGEMONÍA EN LA OBRA DE GRAMSCI
“Antonio Gramsci es un autor que crepita actualidad. Y lo es por la riqueza de sus aportaciones, por lo que dijo, y, por supuesto, por aquello que sugirió. Se nos podrá decir, y no sin razón, que el estado de la política y la experiencia contemporánea de las sociedades occidentales no coinciden con el análisis de Gramsci. El nuevo escenario de relaciones, que apareja la re-configuración planetaria y paradigmática del sistema de producción capitalista, lleva las trazas de infringir cambios de inusitado relieve en la comprensión de la realidad política que hiciera Gramsci. Si a este diagnóstico añadimos la progresiva amortización del viejo diseño nacional-territorial como fundamento político del Estado y la ciudadanía, no hay más remate que admitir que el mundo es ahora radicalmente distinto del panorama que diseñara el filósofo italiano.
Claro que no podemos pretender que sus esquemas conceptuales se adapten sin más a la realidad reciente de nuestras relaciones. No podemos interpretar su pensamiento fuera de sus rieles históricos, so pena de ser anacrónicos. No podemos obviar que un pensador es siempre rehén, para mal o para bien, de los tiempos y el contexto en que históricamente le toca vivir. Si Gramsci pertenece a los clásicos, es porque su obra nos ayuda a comprender y transformar nuestro presente. Precisamente ahí estriba su fuerza. El concepto de hegemonía es un buen ejemplo de ello. Aún hoy puede seguir siendo de utilidad para el análisis político. Pero para eso necesitamos conocer de la manera más diáfana posible qué nos quiso decir. A ello dedicaremos este epígrafe.
Históricamente, el vocablo hegemonía no era usual en la terminología usada por Lenin. Si lo fue, en cambio, en la que utilizara Stalin. Para el primero era más apropiado hablar de dirección y dirigentes. En uno de los escasos párrafos donde lo introduce, usa hegemonía (gegemon) como sinónimo de dirigente. Precisamente, Gramsci empezó a usar este término de manera tardía, en dos escritos fechados en 1926 y muy anteriores a los Cuadernos: “Carta al Comité central del Partido Comunista Soviético” y “Algunos temas de la cuestión meridional”. Sin embargo, la significación no será la misma en esos textos que en los Cuadernos. En los primeros, el término hegemonía no adquiere otro significado que el oficial de los textos soviéticos, es decir como alianza entre obreros y campesinos. En los siguientes se usará como sinónimo de dirección cultural, además de política. Esta será la principal aportación, que no sustitución, de Gramsci a la idea primitiva de dirección política.
Para el filósofo italiano la hegemonía cristaliza: (i) en la intervención del poder (en cualquiera de sus formas) sobre la vida cotidiana de los sujetos y (ii) en la colonización de todas y cada una de sus esferas, que ahora son relaciones de dominación. Estaba claro, para Gramsci la clase dirigente refuerza su poder material con formas muy diversas de dominación cultural e institucional, mucho más efectivas – que la coerción o el recurso a medidas expeditivas-, en la tarea de definir y programar el cambio social exigido por los grupos sociales hegemónicos. De modo que si se quiere cimentar una hegemonía alternativa a la dominante es preciso propiciar una guerra de posiciones cuyo objetivo es subvertir los valores establecidos y encaminar a la gente hacia un nuevo modelo social. De ahí que la creación de un nuevo intelectual asociado a la clase obrera pasa por el desarrollo desde la base, desde los sujetos concretos, de nuevas propuestas y demandas culturales. El objetivo consiste en la imaginación de una nueva cultura no subalterna, muy diferente de la burguesa, que pueda llegar a ser dominante, sin verse arrastrada por culturas tradicionales.
Como gran educador sabía que la preeminencia socio-económica del orden burgués se debía al control ideológico de los sujetos y a la interiorización de sus coordenadas y valores por el imaginario, es decir, por todas las clases. Este era el secreto tácito de su hegemonía. Y esa idea, madurada desde la cárcel, la adquiere directamente desde sus experiencias en la práctica política, desde la praxis, más concretamente desde sus tareas en el Ordine Nuovo. De cualquier modo, para Gramsci, todo hombre es un intelectual que participa de una determinada concepción del mundo y a través de sus singladuras ideológicas contribuye a sostener o a suscitar nuevos modos (alternativas) de pensar. Gramsci en este punto no nos deja margen para vacilaciones: la separación creciente entre gobernantes y los destinatarios de sus decisiones; entre intelectuales y el resto, entre los funcionarios de las teorías y quienes las reciben, es inaceptable.
Hegemonía, como concepto metodológico, ha sido una práctica orientada a comprender el comportamiento humano de manera desigual, es decir a establecer sistemas de control sobre la reproducción social de determinados grupos sociales. Sin embargo, para Gramsci el concepto de hegemonía no es neutral. Y no lo es en base a tres razones: (i) la trascendencia que para la consolidación de un proyecto político tiene el sistema de ideas y creencias en el que los hombres se representan de manera coherente el mundo y actúan sobre él; (ii) su concepción de socialismo como autogobierno consciente; y (iii) la importancia que para la revolución en occidente tiene la disgregación ideológica dominante y la promoción de una nueva alternativa ideológica-cultural. No se trata de instrumentalizar a la base social para tomar el poder (forma de totalitarismo), sino de concienciar democráticamente a los ciudadanos, a las masas para que subviertan el orden establecido.
Quizás sea ésta última una de las grandes aportaciones del pensamiento de Gramsci. El príncipe moderno debe ser el exponente activo de una reforma intelectual y moral de la sociedad, cuyo fin será constituir una estructura del trabajo reformada. El uso del concepto de bloque histórico es otra muestra de la atención que el pensador italiano prestó a factores subjetivistas de la revolución popular, incluyendo símbolos, mitos y lenguaje. Son la convergencia de fuerzas contra-hegemónicas establecidas en la sociedad civil, pero buscando expresarse en el terreno del poder estatal. La idea de bloques sociales continuados estaba unida en Gramsci a preocupaciones intelectuales concretas, como la centralidad de la ideología, el papel del nacionalismo, los límites del parroquialismo, la crítica del economicismo, etc. Por otra parte, en Gramsci concurre una concepción de partido muy diferente a la usual, tanto en el ámbito ortodoxo y revolucionario del marxismo leninismo, como en el del liberalismo. En Turín repetía siempre a sus compañeros que era necesario cambiar el maximalismo del partido. Su afán no era otro que concienciar y educar políticamente a los ciudadanos. Y el partido debía tomar, eso mismo, partido en el desarrollo de funciones básicamente educativas”.
LA ARGENTINA POLÍTICA: ENFOQUES
Amigos y enemigos del juez Lijo
Joaquín Morales Solá
Fuente: La Nación
(*) Notiar.com.ar
28/11/024
Cayó como el estruendo de un trueno en un día apacible. La firma de la senadora Lucía Corpacci en el dictamen de la Comisión de Acuerdos, a favor del acuerdo senatorial para que el juez federal Ariel Lijo sea miembro de la Corte Suprema de Justicia, fue una advertencia más que una firma. La advertencia que confirmaba una incipiente, y oscilante, negociación entre Javier Milei y Cristina Kirchner. El Gobierno se ocupó de desmentir que haya existido esa negociación supuesta entre el Presidente y la expresidenta; aclaró que la firma de Corpacci la gestionó el propio Lijo. Vale la pena hacer una aclaración pertinente: es desprolijo en las costumbres institucionales, se lo mire desde donde se lo mire, que un candidato a juez supremo trabaje en el Senado su propio acuerdo. ¿Y si luego le tocara resolver como juez de la Corte, en caso de que llegara a serlo, una cuestión relacionada con los senadores?
La Corte Suprema, por ejemplo, debió resolver no hace muchos años el caso de los exsenadores acusados de cobrar sobornos para aprobar la ley de reforma laboral. Con todo, es probable que Lijo, el candidato a miembro de la Corte más cuestionado que se recuerde, le haya pedido ese favor a Corpacci. La propia senadora, exgobernadora de Catamarca, precisó también que fue el gobernador de su provincia, Raúl Jalil, quien le pidió que firmara a favor de Lijo. También es probable: Jalil es, junto con el gobernador de Tucumán, Osvaldo Jaldo, uno de los dos mandatarios provinciales peronistas más cercanos a Milei. Pero es absolutamente improbable que Corpacci no haya consultado con Cristina Kirchner antes de estampar su firma; todas sus lealtades son ciertas, pero la que le prodiga a la expresidenta Kirchner es la más consistente y persistente de todas.
Si Cristina no hubiera habilitado la firma de Corpacci en la Comisión de Acuerdos, no habría existido la influencia de Lijo ni la de Jalil en la exgobernadora y actual senadora. El pretexto con el que Corpacci justificó su firma confirma todas las suposiciones: “Los que pueden llegar a venir son peores” que Lijo, explicó suelta de cuerpo. El bloque peronista, que ella integra, tiene 33 senadores y se necesitan solo 25 votos en contra para impedir que el oficialismo reúna los dos tercios de los votos necesarios para el acuerdo de un juez de la Corte. En definitiva, el peronismo puede trabar el acuerdo de los malos y de los peores. Si quiere, por supuesto. La presidenta de la Comisión de Acuerdos, Guadalupe Tagliaferri, no firmó el dictamen a favor de Lijo; Tagliaferri viene de Pro, del sector que lidera Horacio Rodríguez Larreta. El exjefe de Gobierno de la Capital tenía una cercana relación con Lijo y su actual pareja, pero esa amistad entró en un paréntesis desde que Lijo es un polémico candidato a la Corte. De hecho, Rodríguez Larreta decidió no invitar al matrimonio Lijo a su casamiento, que se realizará este miércoles.
Como toda acción provoca una reacción, contemporáneamente con esa novedad de Corpacci se conoció un proyecto de ley de un diputado nacional y también exgobernador, Sergio Acevedo, aunque este lo fue de Santa Cruz. Acevedo renunció a la gobernación de Santa Cruz cuando Néstor Kirchner era presidente de la Nación; una versión nunca desmentida asegura que dimitió para no firmar monumentales sobreprecios en las obras públicas que, en su provincia, iban siempre a parar a manos del infaltable amigo del entonces matrimonio presidencial Lázaro Báez. El proyecto de Acevedo es muy breve. Simplemente estipula que en caso de que la Corte Suprema quedara transitoriamente integrada por tres miembros, las decisiones del tribunal se adoptarán con el voto mayoritario de dos. Nadie sabe si ese proyecto será aprobado por la suma de la oposición (Acevedo no es kirchnerista ni mileísta), pero lo cierto es que incorpora un elemento fundamental en la discusión sobre la Corte Suprema.
Hasta ahora, se entendía que un tribunal formalmente integrado por cinco jueces, como lo es la Corte Suprema, la mayoría la integran tres jueces, aunque solo haya tres. La Corte quedará, en efecto, el próximo 29 de diciembre con solo tres jueces. Ese día se jubilará el juez Juan Carlos Maqueda, porque cumplirá los 75 años que estipula la Constitución, y quedará vacante su sillón en el máximo tribunal del país. Ya existía la vacante que dejó la jubilación de la exjueza Elena Highton de Nolasco. El argumento meneado por el Gobierno es que una Corte Suprema de tres jueces es inviable porque se necesitará la opinión unánime de los tres para que haya una resolución, un fallo o una acordada. El proyecto de Acevedo estipula que con dos jueces contra uno (o solo con dos jueces, sin que se pronuncie el tercero) se podrá obtener una mayoría en ese empinado tribunal. Milei, convencido de que no es posible una Corte de tres, amenaza con nombrar jueces de la Corte en comisión a Lijo y al respetado académico Manuel García-Mansilla con un simple decreto, sin el acuerdo del Senado, como lo manda la Constitución.
En el caso de Lijo, su problema es que una vez nombrado en comisión en la Corte deberá renunciar como juez federal, que es su cargo actual. Sería imposible que fuera juez de la Corte, aunque sea en comisión, y que conservara al mismo tiempo el cargo de juez federal. El riesgo consiste en que esos candidatos no consigan el acuerdo del Senado durante el año legislativo, que durará entre el 1º de marzo de 2025 y el 1º de diciembre del mismo año. Según la jurisprudencia de la Corte Suprema, las designaciones en comisión cesarán en el acto si no se ha logrado el acuerdo senatorial cuando se haya cumplido el año legislativo. El kirchnerismo amenaza con algo peor si Milei cambiara de postura y lo ignorara en la negociación: aseguró que tumbará en el Senado el eventual decreto de designación de los dos jueces de la Corte. Por eso, podrían aparecer muchos conflictos en el horizonte si esos jueces asumieran en comisión y terminaran desempatando las decisiones del más alto tribunal de justicia del país. Seguramente muchos litigantes pedirán la nulidad de esas decisiones si los nombramientos supuestos se cayeran porque transcurrió el año legislativo sin resolución o porque los volteó el Senado.
No conforme con el proyecto de ley de Acevedo, sobre todo porque nadie sabe si el Congreso lo aprobará, la propia Corte Suprema se encaminaba ayer a establecer los mecanismos para elegir un juez subrogante (o dos) en ese tribunal. Habría una coincidencia entre los jueces Horacio Rosatti, Carlos Rosenkrantz y Maqueda para establecer de qué manera y a quiénes se sorteará para seleccionar al o a los jueces subrogantes si no hubiera unanimidad de los tres jueces que quedarán después de la jubilación de Maqueda. Funcionarios judiciales dijeron que la Corte no se apartará de sus antecedentes históricos para elegir tales jueces subrogantes y que, de acuerdo con esos precedentes, se los sorteará entre los presidentes de las cámaras federales de todo el país. Aunque nadie lo precisó, es obvio que tales elecciones ocurrirán en caso de que no existiera la mayoría legal establecida hasta ahora. La historia indica también que la decisión sobre en qué momento y para qué temas se sortearán los subrogantes quedó siempre en poder exclusivo de los jueces de la Corte Suprema.
En otro orden de cosas, el Gobierno hizo trascender que le iniciará juicio político al presidente de la Corte, Rosatti, si este se negara a tomarle juramento a Lijo y a García-Mansilla como jueces en comisión. Error: esa decisión no es de Rosatti. Siempre que la Corte le tomó juramento a un nuevo miembro (o a nuevos miembros) hubo una acordada firmada por la mayoría del tribunal que lo autorizó al presidente del cuerpo. Esto es: no es Rosatti quien decide si le tomará juramento a un nuevo juez de la Corte: es la Corte Suprema la que resuelve esos casos. ¿Se animará el Gobierno a iniciarle juicio político a toda la Corte? La situación se parecería demasiado al juicio político que instigaron hace poco Alberto Fernández y Cristina Kirchner contra el mismo tribunal.
Fuentes inmejorables confirmaron que existen las negociaciones bajo el radar entre Santiago Caputo, el poderoso asesor presidencial sin cargo formal, y Eduardo “Wado” de Pedro, actual senador nacional cristinista y eterno hombre de extrema confianza de Cristina Kirchner. Las versiones extraoficiales de la administración en el sentido de que no existen negociaciones entre el Gobierno y la señora de Kirchner por la integración de la Corte Suprema no pasarían, según todos los datos existentes, ninguna prueba seria. Es más veraz la certeza del jefe del bloque peronista, José Mayans, quien aseguró que no existen todavía los dos tercios de los votos para darles el acuerdo a ninguno de los dos candidatos propuestos por el Gobierno. Falta, dijo Mayans, que se pongan de acuerdo sobre los nombres de los candidatos a jueces. Cuando la política habla del acuerdo al controversial juez Lijo, menciona a Javier Milei, a Cristina Kirchner e, inclusive, a Mauricio Macri para explicar si están a favor o en contra. Pero son los senadores en cuerpo y alma los que aparecerán públicamente levantando la mano para darle su apoyo, sobre todo al discutido juez Lijo. Y, para peor, ahora las cámaras de televisión registran el momento en que cada senador se pronuncia de acuerdo o en desacuerdo con las cuestiones más iridiscentes. Son ellos los que deberán dar explicaciones cuando las luces del recinto y de la televisión se hayan extinguido.
LA ARGENTINA POLÍTICA: ENFOQUES
La guerra del Presidente con Villarruel está en vísperas de su próximo capítulo
Eduardo van der Kooy
Fuente: Clarín
(*) Notiar.com.ar
27/11/024
Parece imperar en estos tiempos una tendencia a la sobrevaloración política en los gestos que ensaya Javier Milei. Estimulada por la fortaleza que siente el líder libertario. Sin calibrar adecuadamente, tal vez, las posibles consecuencias. Desairó al Papa Francisco, por ejemplo, ordenando la ausencia del canciller Gerardo Werthein en la cumbre del Vaticano para conmemorar los 40 años de la Paz con Chile, luego de un conflicto por el Beagle que colocó a las dictaduras de ambas naciones en pie de guerra. La decisión tuvo vínculo, según trascendió, con un desencuentro que habría tenido en la reunión del G20 en Río de Janeiro con el mandatario chileno, Gabriel Boric. Reparos ideológicos, no personales. Matices que al Presidente muchas veces le cuesta escindir. ¿Habrá dicho el Papa que no hay razones para venir al país como forma de despecho?
Otra conducta impropia sucedió por la victoria del Frente Amplio en Uruguay. La cancillería emitió una declaración de felicitación al mandatario electo, Yamandú Orsi. Milei la retuiteó. Las patrullas digitales libertarias se hicieron desde ese momento un festín. Cargaron contra la supuesta “derecha blanda” del actual presidente Juan Lacalle Pou. Responsable, según aquella interpretación, del regreso del “peligro colectivista” en el país vecino. Orsi sabe con quién deberá tratar a futuro: de allí que sus primeras palabras estuvieron dirigidas a vaticinar que “el sentido común” terminará rigiendo la relación bilateral.
Milei tampoco supo tener trato afable con Lacalle Pou. El uruguayo, desde tiempos en que gobernaba Alberto Fernández, insiste con la necesidad de un acuerdo entre el MERCOSUR y la Unión Europea. El mandatario argentino está ilusionado con la posibilidad de que la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca le permita articular a la Argentina un Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos. Juego, por ahora, de fantasías. Para el paladar del mileísmo el liberalismo de Lacalle Pou sería poca cosa ante el espíritu atropellador libertario.
El Presidente hizo en las últimas horas otra demostración del momento dorado que tiene la sensación de estar atravesando. Prefirió no asistir, lo mismo que Luis Caputo, el ministro de Economía, a la Trigésima Conferencia de la Unión Industrial Argentina (UIA). Un prólogo motivó esa reacción: los sectores industriales empiezan a advertir sobre las dificultades de competencia que planteará la baja de los aranceles para los productos importados y el final el último día de diciembre de la vigencia del Impuesto País. El único que rompió el silencio con su acostumbrado acento francés fue el diputado libertario por Buenos Aires, José Luis Espert: “los industriales son unos caraduras”, sentenció.
El titular de la Conferencia Industrial hizo sólo dos pedidos. Un poco de respeto, que habría faltado con el vaciamiento repentino que Milei y Luis Caputo hicieron del encuentro. Añadió que “no pedimos privilegios, no pedimos protección; queremos igualdad de condiciones para poder competir”. Melodía que va y viene en la Argentina. Jamás logró afinarse desde casi la mitad del siglo pasado.
Aquella sobrevaloración de la coyuntura que Milei disfruta podría descubrirse en el conflicto libertario interno e institucional que detonó la semana pasada. El marginamiento al que decidió condenar a Villarruel, la vicepresidenta. Compañera de fórmula en campaña. La dama que lo acompañó dos años en la Cámara de Diputados.
La titular del Senado se mantiene muda después de la ofensiva presidencial. Muy bien secundada por su “guardia pretoriana”. Las patrullas digitales del Gordo Dan (Daniel Parisini) resolvieron triturarla a partir de las palabras de Milei y del envalentonamiento con que quedaron imbuidos tras la presentación en sociedad que hicieron con aquel desagradable acto en San Miguel.
Los tiempos libertarios se aceleraron demasiado al compás de supuestos proyectos que estaría macerando Villarruel. La única verificación sobre esa madeja de suposiciones figura en casi todas las encuestas: la mujer suele poseer una valoración de imagen en la sociedad similar a la de Milei. Según los consultores, afincada en un motivo básico: más allá de gestos políticos cuestionables, como haber manejado los hilos para una visita de libertarios a militares de la dictadura que están presos, Villarruel asoma como la contracara habitual de la vehemencia, provocación y prepotencia que signan a Milei.
A esa realidad se suma el cotillón que suele manipular la política. Algún viejo diálogo con Mauricio Macri. Algún guiño, también, del ex secretario de Comercio, Guillermo Moreno. Su proximidad a Claudia Rucci, hija del asesinado líder de la CGT, José Ignacio, la sorprendente foto con Isabel Perón en Madrid. La conjetura de un proyecto presidencial para 2027. Presunciones que alimentan las actividades del ex senador libertario formoseño Francisco Paoltroni. Sigue siendo senador, pero responde al mando de Villarruel. Dedica muchas horas a recorrer la geografía argentina para conseguir adhesiones.
Hay otro mojón. Villarruel tiene excelente llegada con las jerarquías de la Iglesia Católica. Incluido el Papa Francisco. ¿Alcanza con aquella descripción para suponer que la vicepresidenta está sobre una plataforma consistente capaz de trazarle un horizonte de futuro poder? Quizás convendría hurgar en otras minucias. Su discordancia permanente con Karina Milei, la hermanísima, y Santiago Caputo, el joven arquitecto de la comunicación. En épocas menos felices que las presentes, en el primer semestre, ambos sospecharon que la vicepresidenta se ofreció como una alternativa ante una supuesta crisis institucional con Milei. Ese temor parece extinguido.
Villarruel quedó sorprendida por el impacto inicial del ataque de Milei. Ha preferido dejar pasar los días en silencio para no atizar los fantasmas que con facilidad se estacionan en los pensamientos presidenciales. Se ha recluido en su círculo cercano y tomado una precaución llamativa: hizo requisar su despacho y otras oficinas que acostumbra a frecuentar. Como si sospechara de algún espionaje.
Villarruel admite haber marcado ciertas diferencias con el Presidente –sobre todo la postulación del juez Ariel Lijo para la Corte Suprema—pero rescata siempre su actitud fundacional: el voto de desempate en el Senado para la aprobación de la Ley Bases. Aguarda alguna otra provocación del mileismo para terminar de moldea su estrategia. Una réplica de palabra. O con hechos. El próximo capítulo de esta guerra continúa abierto.
LA ARGENTINA POLÍTICA: ENFOQUES
Tres años más con la vice que se corta sola
Pablo Mendelevich
Fuente: La Nación
(*) Notiar.com.ar
27/11/024
La dinámica del vicepresidente que aspira a suceder a su compañero de fórmula es frecuente en Estados Unidos (además de Thomas Jefferson, entre otros Richard Nixon, George Bush y Joe Biden lo lograron), pero en nuestro país, donde la discontinuidad institucional no ayudó, esa especie de sucesión ordenada está considerada una maldición de la historia. Una maldición similar a la que, después de Mitre, les impidió llegar a la Casa Rosada a todos los gobernadores bonaerenses que lo intentaron (una docena, desde Alsina hasta Scioli). Axel Kicillof debe estar al tanto de esta estadística amañada por la superstición.
Curiosamente una misma persona en un solo acto pareció contradecir ambas maldiciones: Eduardo Duhalde llegó a presidente después de haber sido vicepresidente y gobernador. Pero su ascenso no sucedió por sufragio popular sino por decisión de la asamblea legislativa. Antecedente que no aplica, además, porque Duhalde había dejado de ser vicepresidente diez años antes de llegar a presidente. Tampoco cuenta, desde luego, el de Perón, quien sí pasó en forma casi consecutiva de un cargo al otro, pero al de vice lo desempeñó por orden del Ejército: era una dictadura militar.
Villarruel no ha dicho con todas las letras que esté decidida a suceder a Milei en las presidenciales de 2027 (o en las de 2031). Sin embargo, su comportamiento mixto, servicial en términos parlamentarios, autónomo en términos políticos, disonante, espolvoreado con proselitismo de bajas calorías, no encuentra otra explicación que un sueño superador, la búsqueda y preparación de su ascenso.
Milei acaba de descargar contra su compañera de fórmula una andanada de reproches públicos que los colocan en el top five de los binomios malavenidos. Aunque es difícil decir qué fue peor, si Manuel Quintana diciéndoles a los secuestradores de su vice Figueroa Alcorta que no le importaba si lo ajusticiaban pero que él no pensaba renunciar y haciéndole después una campaña de difamación, o Frondizi echando en un tempestuoso mar de desconfianzas a Alejandro Gómez por conspirador (tan desacertado Frondizi no estaría: en 1962 los militares usaron a José María Guido, el vice de hecho, para concretar el derrocamiento).
En esos casos el presidente y el vice tenían, como ahora Milei y Villarruel, diferencias ideológicas y también distintas opiniones sobre la marcha del gobierno, aunque ninguna tan profunda como las que divorciaron a finales de los treinta al aliadófilo Roberto Ortíz y el pronazi Ramón Castillo. Un dramático minué de cuatro años que concluyó cuando Ortíz, diabético, se quedó ciego, murió y Castillo se hizo formalmente del poder, que en realidad ya ejercía.
A De la Rúa se le fue de un portazo Chacho Álvarez acusándolo de encubrir la corrupción y ese fue el principio del fin.
Sí, antes de que Cristina Kirchner tronara contra Julio Cobos, antes de que La Cámpora musicalizara las exequias de Néstor Kirchner entonando “ándate Cobos la puta que te parió”, ya había habido mucha Guerra de los Roses en las fórmulas presidenciales. No ha sido un vínculo caracterizado por la armonía ni un fertilizante de la anómica institucionalidad argentina.
Lo nuevo es que el Presidente dice que su vice está demasiado cerca de la casta. La casta para él es la política. Lástima que no haya aclarado cómo se podría hacer para presidir el Senado, negociar las leyes que el Ejecutivo requiere y repeler al mismo tiempo la política y a sus ejecutores. Nadie había tenido que conducir el Senado antes con tan pocos senadores propios y con la primera minoría en manos del adversario más intransigente.
Villarruel dice que Milei la dejó de lado. Es cierto. Pero otros vicepresidentes que también fueron marginados de la toma de decisiones, como Víctor Martínez, o que quedaron circunscriptos a tareas específicas, como Gabriela Michetti, no actuaron por despecho, no se lanzaron a forjar un destino individual, a verter opiniones a contramano de la Casa Rosada ni a desandar una chirriante agenda particular.
¿Está mal que la vicepresidenta sueñe con ser presidenta? Siempre se consideró legítimo, natural, que un político tenga ambiciones de poder. Un político en ese sentido es lo opuesto a un hippie que se radica en El Bolsón. El problema con el cargo que desempeña Villarruel, y que ya produjo serios problemas cuando lo ejercieron Figueroa Alcorta, Castillo, Teisaire, Gómez, Chacho Álvarez, Cobos o Cristina Kirchner, es que su función debería ser particularmente discreta, casi de tipo vegetativo. Cuando uno es el segundo, la lealtad estándar no basta para evitar desconfianzas. Las sospechas conspirativas son inherentes a cualquier suplente de emergencia, sea un vicecomandante bombero o el subcapitán de una fragata. Fue la historia argentina la que dejó calibrado el sensor así, tan sensible.
Hay que recordarlo, según la letra constitucional la vicepresidencia de la Nación existe por si el titular se enferma, se ausenta, se muere, renuncia o lo destituyen (artículo 88). De paso, el vicepresidente “será presidente del Senado, pero no tendrá voto sino en el caso que haya empate en la votación” (artículo 57, que dicho sea de paso viene redactado con queísmo: debería decir “en el caso de que…”).
Como piezas de repuesto los vicepresidentes adquirieron protagonismo a fuerza de utilidad. Cuatro mandatos presidenciales tuvieron que ser completados por sus vices antes de 1916: los de Miguel Juárez Celman (sustituido por Carlos Pellegrini a raíz de la primera gran crisis económica), Luis Sáenz Peña (que se quedó sin poder y lo reemplazó José Evaristo Uriburu), Manuel Quintana (falleció y lo sucedió Figueroa Alcorta, con quien se llevaba pésimo) y Roque Sáenz Peña (quien murió antes de ver el impacto de su ley, el sufragio universal, y lo continuó Victorino de la Plaza). Los dos casos siguientes, del total de seis, resultarían doblemente incompletos: tanto Castillo (que reemplazó a Ortiz) como Isabel Perón (que sustituyó a su marido) serían derrocados más tarde. Isabel Perón fue entonces, hace exactamente medio siglo, la última vicepresidente que juró como presidente.
Pero eso no se debió a que faltaron caídas. Lo que faltaron fueron vicepresidentes. Debido a que el presidente provisional del Senado puede desempeñar las mismas dos funciones que el vicepresidente de la Nación -titular del Senado y primero en la línea sucesoria- la vicepresidencia ha sido una institución ocasional. Vacante, el mundo siguió girando.
Alrededor de un tercio del tiempo el país no tuvo vicepresidente. ¿Cómo sucedió eso? Por un lado están los seis casos en los cuales el vice ya no era más vice porque había asumido la presidencia. A eso hay que sumarle los vices que fallecieron (Marcos Paz, Pelagio Luna, Hortensio Quijano) y los que renunciaron (Gómez, Duhalde, Chacho Álvarez).
Sólo uno fue reemplazado, Quijano. Perón inventó en 1954 unas elecciones vicepresidenciales que no están en ningún manual. Las ganó Alberto Teisaire (quien ya ejercía de hecho la vicepresidencia como presidente provisional del Senado). Las urnas fueron un artilugio de Perón para revalidarse (¿qué habría pasado si ganaba el candidato opositor?), aunque no sirvieron para disuadir a los golpistas. Lo derrocaron al año siguiente.
En 171 años, es decir desde Urquiza (Rivadavia no tuvo vicepresidente), hubo una gran variedad de modelos de binomios, con prevalencia de los litigiosos. La fórmula Mitre-Paz fue tal vez la única que se alternó en el poder de manera aceitada. Finalizó prematuramente cuando Paz murió de cólera, epidemia que trajeron del frente los soldados de la guerra por la que Mitre se había ido. Sucesión invertida: el presidente tuvo que dejar la guerra para reemplazar al vicepresidente.
La última experiencia fue también una inversión pero de otra especie. La líder armó la fórmula, se puso de segunda para poder sortear el rechazo mayoritario y ganar las elecciones, y procuró durante cuatro años que el presidente acatara sus indicaciones, método contra natura que tenía que salir mal. Y salió mal.
Tal vez la rueda institucional norteamericana tenga algunos detalles que impiden que acá se replique. El primero es que los miembros de la fórmula son del mismo partido, algo que ni siquiera ocurre con el libertario Milei y Villarruel, quien pertenece al Partido Demócrata. El segundo, que sus diferencias suelen ser de matices y de personalidad, no son disruptivas. Villarruel, en cambio, no se postula (o se insinúa) como una continuadora de Milei sino como opción a Milei (no se sabe bien para cuándo). Aparte de que sus estilos son visiblemente distintos, ella enarbola un nacionalismo populista de derecha con aroma militarista, rasgos que le son propios. En tercer lugar está el requisito de que los acuerdos electorales se cumplan de ambas partes.
Tres años le faltan a Milei para completar el mandato. Es decir que tres años le quedan a Villarruel. Está claro que necesitan hallar el momento para sentarse a actualizar sus acuerdos. Sea lo que fuere lo que acordaron en 2023, no sirve más.
LA ARGENTINA POLÍTICA: ENFOQUES
Los límites electorales de Cristina
Sergio Crivelli
Fuente: La Prensa
(*) Notiar.com-ar
27/11/024
Javier Milei y Cristina Kirchner arrancaron de manera casi simultánea la campaña electoral de 2025 con jugadas para despejar sus respectivos espacios políticos. La expresidenta anonadó cualquier amago de oposición interna dejando fuera de combate a Ricardo Quintela sin siquiera competir.
Por su parte, el Presidente fulminó cualquier alzamiento de la tropa propia expulsando del poder públicamente a Victoria Villarruel. ¿Qué libertario o qué miembro del círculo rojo se le acercará después de que el “pobre jamoncito” la declaró miembro de la execrada “casta”? ¿Qué candidatos podrá poner en las listas del oficialismo?
En suma, Milei y CFK despejan el escenario para protagonizar una pelea que hoy pinta despareja por varias razones. La primera, los límites inevitables de cualquier campaña que encare la expresidenta.
El ejemplo más reciente fue su desafío al Gobierno para que desregule el mercado de los medicamentos. La respuesta del oficialismo no se rebajó a los argumentos. Simplemente le recordó que en sus largos años en el poder no hizo nada respecto de lo que se le ocurre ahora reclamar.
Conclusión: cualquier crítica verosímil al plan con el que Milei-Caputo intentan salir del pozo en que Alberto Fernández y CFK dejaron la economía no puede provenir de los mismos que cavaron el pozo. Si proviene de ese sector suena inevitablemente cínico.
Otro ejemplo de inviabilidad de la oposición K es la aparición en los medios de Martín Guzmán con críticas sobre el costo social del ajuste y los supuestos negocios financieros de los “amigos” del Gobierno. Este vocero del papa Bergoglio cae en la paradoja de cuestionar el préstamo del FMI que le permitió a Mauricio Macri salir del gobierno sin helicóptero y a él entrar al Palacio de Hacienda sin una macroeconomía en llamas. Su desempeño como ministro tampoco fue brillante como lo demuestra el hecho de haber sido reemplazado por la señora Batakis a la que sí devoraron rápidamente las llamas.
El peronismo “realista” habló, en cambio, días atrás por boca de Gabriel Rubinstein, segundo de Sergio Massa el año pasado en el Ministerio de Economía. El exfuncionario sostuvo que hacer un ajuste fiscal en el primer mes de gobierno de cinco puntos del PBI fue “algo muy importante”; y agregó: “Todos los candidatos más o menos decían que había que ir por ahí, punto más o punto menos, incluso con otra composición en el ajuste… nada, había que bajar el déficit fiscal y Milei hizo el ajuste de una … Ha sido gratamente llamativa su movida”.
Rubinstein recordó además que el respaldo político que Milei da al ajuste hace viable el plan de Luis Caputo y recordó que Roberto Lavagna quiso terminar con el “capitalismo de amigos”, pero fue echado por Néstor Kirchner. En resumen, la campaña de Milei para el año próximo es tan simple que se la hace el propio peronismo. Cristina Kirchner es su adversaria ideal por lo que, si logra ser mantenida, la estabilidad macro se encargará del resto.