Por Hernán Andrés Kruse.-

“Cuando comparamos, sin embargo, debemos resolver también otro problema: instituir un aceptable equilibrio entre el momento ideográfico y aquel nomotético, entre individualizar y generalizar. El comparatista, en efecto, debe, por un lado, tomar en cuenta las irreductibles especificidades de los distintos objetos que compara y, por el otro, no perder de vista su brújula, que consiste en el intento de controlar empíricamente la validez o no de las generalizaciones law-like, que aspiren a volverse “leyes”. Sartori confirma aquí, como ya lo ha hecho en muchos escritos anteriores, que a su juicio el mejor método para vincular universal y particular es el de utilizar correctamente la escala de abstracción. Mediante la escala de abstracción que, estipula una relación inversa entre denotación y connotación del concepto, es posible “tratar” los conceptos, o sea hacerlos ascender y descender a lo largo de la escala, volviéndolos así capaces de viajar prolíficamente en el tiempo y espacio.

La referencia a la escala de abstracción vincula estrechamente el tema de la comparación al argumento de mi ensayo, es decir a la teoría política. Hacer teoría política significa, al menos en la fase preliminar, partir de conceptos colocados muy arriba en la escala de abstracción y después proceder descendiendo a lo largo de la escala, reduciendo la denotación de los conceptos en modo gradual conforme las categorías conceptuales son afinadas y precisadas. Ya se ha dicho que, para Sartori, es el nivel intermedio de la escala de abstracción aquel que exige la máxima atención. Es precisamente aquí en donde toman forma las clasificaciones que debemos utilizar para el control comparado de nuestras hipótesis. Después, comparando estaremos obligados a descender aún más a lo largo de la escala, o sea acrecentar la connotación de nuestros conceptos en detrimento de su denotación, para adaptarlos a las especificidades de los casos que estamos comparando. La etapa sucesiva y final será un nuevo ascenso hacia el nivel intermedio de la escala.

Si, en efecto, el control comparado da los frutos esperados, si las hipótesis de investigación resultan confirmadas, la consecuencia es la posibilidad de formular una “teoría de medio rango”, que es precisamente ubicable en un punto intermedio de la escala de abstracción. El vínculo entre teoría política y comparación en Sartori, me parece que puedo decir, está por lo tanto en esto: la teoría política es el punto de partida, pero después, a partir de que el trabajo de afinación procede, la tarea del estudioso (si, antes que un filósofo, es un investigador interesado en el examen empírico de sus hipótesis) es descender a lo largo de la escala de abstracción en modo tal que la teoría genere hipótesis empíricamente controlables (cuanto más, mediante el método comparado). A su vez, la comparación es el instrumento principal que tienen a su disposición los científicos con el fin de construir “teorías empíricas” de medio rango. Pero para comprender mejor este aspecto conviene considerar el modo con el cual Sartori, razonando sobre los diversos fenómenos políticos, construye sus teorías políticas”.

DICTADURA E IDEOLOGÍA: LA CONSTRUCCIÓN DE LA TEORÍA POLÍTICA

“Sartori jamás ha contradicho ni traicionado su propia lección metodológica estudiando los fenómenos políticos. Existe, antes bien, una notable coherencia entre la metodología de Sartori y su modo de hacer teoría política. De algún modo, esta coherencia es también en determinados puntos sorprendente si se considera que, objetivamente, jamás es fácil quedarse hasta el fondo fiel a las propias convicciones metodológicas mientras se trabaja sobre problemas de sustancia. En cambio, en Sartori esta coherencia existe realmente.

Haré dos ejemplos del modo en los cuales metodología y teoría política se funden en Sartori: su análisis de la dictadura y aquel otro de las ideologías. A diferencia del ensayo sobre la ideología, del cual hablaré en un momento, que fue publicado originalmente en la American Political Science Review, y que por consiguiente tuvo una amplia circulación, influyendo la reflexión y la investigación sobre las ideologías, el ensayo sobre la dictadura, que es de los primeros años setenta, ha tenido, creo, menor fortuna; es, por ejemplo, mucho menos citado que otros tantos trabajos de Sartori. Sin embargo, vale la pena hablar de ellos ya que en modo transparente y muy claro, surge de este ensayo eso que para Sartori significa hacer teoría política.

El título original fue “Apuntes para una teoría general de la dictadura”. Sartori, fiel a sus convicciones metodológicas, parte naturalmente de la palabra –dictadura– y lo primero que hace es seguir los cambios de su significado, de la dictadura romana al significado que la palabra asumiría en el siglo XX. Ocupado para indicar una magistratura extraordinaria creada para hacer frente a las emergencias en la Roma republicana, sólo hacia el fin de una larguísima parábola histórica el término dictadura sustituirá al antiguo término “tiranía”. La dictadura esta vinculada con la república moderna, dice Sartori, representa la degeneración, así como la tiranía estaba vinculada con la monarquía y representaba su degeneración. Después de un excursus histórico que permite seguir los cambios de significado del término, Sartori, fiel a su método, pasa a la cuestión preliminar de su definición. Y muestra que definir la dictadura contrariamente a todo aquello que con frecuencia se cree, no es para nada fácil. Por ejemplo, no se llega muy lejos, dice Sartori, si se sigue el camino, muy común, de definirla en negativo, de recurrir a definiciones a contrario. Por la cual la dictadura sería una forma de gobierno que se caracteriza por el hecho de ser un gobierno no democrático, no constitucional, y que se rige sobre todo por la violencia.

Sartori muestra los inconvenientes de estas definiciones. A través de un análisis que, incluso, recurre a la clasificación aristotélica de las formas de gobierno, Sartori define la dictadura como poder personalizado. Polemizando con ciertas corrientes jurídicas, Sartori muestra que el dictador jamás es un órgano de gobierno. Es siempre y solamente una persona física. La personalización del poder es la característica principal de la dictadura. Esto no excluye la posibilidad de que existan también dictaduras colegiadas, es decir gobiernos dictatoriales guiados por pocas personas físicas, pero Sartori advierte también que la opacidad de los regímenes dictatoriales es tal que hace difícil entender cuáles son en realidad las relaciones de fuerza dentro de las llamadas dictaduras colegiadas.

El análisis de la dictadura debe considerar la estructura del poder, las modalidades de su ejercicio y el número de los detentadores del poder. Pero debe también tomar en cuenta otro criterio de análisis: el modo de sucesión del poder. En cambio, no es concluyente, dice Sartori, el modo de adquisición del poder, siendo cualquier sucesión de régimen político ilícita a la luz del ordenamiento preexistente. Lo que es característico de las dictaduras es que ellas, a diferencia de las democracias, tienen una incapacidad constitutiva para someterse a normas creadas con el fin de disciplinar la sucesión del poder. Esto es lo que hace de las dictaduras sistemas de una duración discontinua o intermitente.

Una vez examinada la dictadura en sus elementos de base (y comunes a todas las dictaduras), el siguiente paso consiste en clasificar correctamente los regímenes dictatoriales. Sartori sostiene que los criterios más útiles para clasificar las dictaduras son aquellos que ponen a jugar la intensidad (es decir el grado de control coercitivo ejercido sobre la sociedad de la dictadura), la finalidad, el origen, la ideología. La clasificación por intensidad permite distinguir entre dictaduras totalitarias y dictaduras autoritarias. La clasificación por finalidad distingue entre dictaduras revolucionarias, dictaduras de orden o de defensa del status quo. La clasificación por origen permite distinguir entre dictaduras cuyo personal proviene de una clase política preexistente: dictaduras militares, dictaduras burocráticas o de aparato. La clasificación por la ideología, finalmente, permite distinguir entre dictaduras carentes de contenido ideológico y dictaduras dotadas de contenido ideológico. Cada una de estas clasificaciones puede ser útil y la utilización de una o de otra dependerá de los fines de la investigación y de las hipótesis que el investigador se propone controlar empíricamente. En la parte de las conclusiones de su ensayo Sartori discute el tema de la supuesta provisoriedad de los regímenes dictatoriales mostrando la escasa consistencia de muchos de los argumentos que se arrojan al respecto.

Un procedimiento similar al empleado para estudiar la dictadura es utilizado por Sartori para poner a punto las características de la ideología. Como siempre, Sartori parte de la clarificación del concepto. La ideología se conecta con el sistema de creencias. Representa una sub-clase de esta última. Denota la “parte política” del sistema de creencias. En específico, define un particular modo de ser de los sistemas de creencia política. Un sistema de creencia política puede en efecto ser ideológico o bien pragmático. Tanto la ideología como el pragmatismo han sido modalidades del sistema de creencia política. La “mentalidad” ideológica está conectada a una estructura cognitiva “cerrada”, dogmáticamente impermeable a los argumentos y las evidencias discordantes. La mentalidad pragmática está conectada, en cambio, a una estructura cognitiva “abierta”.

Resuelto el problema de la definición, Sartori pasa a la construcción de un esquema de análisis de los fenómenos ideológicos. Asume, en primer lugar, que los sistemas de creencias varían tanto en el plano cognitivo (ideología versus pragmatismo) como en el plano emotivo (las creencias pueden ser fuerte o débilmente percibidas). Cruzando el grado de apertura/clausura (a las argumentaciones contrarias) de los sistemas de creencia con la intensidad (fuerte/débil) de las creencias, Sartori construye una primera tipología que deberá permitir tanto medir la tasa de ideologismo/pragmatismo como dar cuenta de las transformaciones de los sistemas de creencias.

El análisis de la ideología y del pragmatismo considerados como sistemas de creencias concretos obliga, sin embargo, a tomar en consideración también otras dimensiones. En particular, la pobreza o la riqueza internas de la articulación del sistema de creencia; su poder constrictivo (el poder constrictivo es fuerte si los elementos que componen el sistema de creencias están conectados entre ellos en modo “casi lógico”); finalmente, la estratificación y, por ello, la identificación de los distintos estratos de “públicos creyentes”, distintos en base a la cantidad de información política absorbida.

Encontrando puntos de apoyo sobre todo en las investigaciones empíricas de Converse, Sartori introduce aquí sus hipótesis principales: “i) un sistema de creencias rico, articulado, casi-lógico, y por lo tanto constructivo, corresponde a un sistema de creencia de élite; ii) en contraste, los públicos de masa exhibirán probablemente, en cualquier país, un sistema de creencias pobre, no articulado, desconectado, y por consiguiente relativamente noconstrictivo”. De esto resultan varias consecuencias. La principal es que mientras los sistemas de creencias ricos, de élite, son auto-constrictivos, los sistemas de creencias pobres, de masa, son hetero-directos. “Los primeros proveen un sistema de orientación intra-directo y autodirigido; los segundos necesitan, por lo menos para fines dinámicos, de hetero-dirección. De aquí se deduce que los públicos de élite están ampliamente en grado de manipular a los públicos-masa”. Pero si es así, lo que verdaderamente importa o cuenta, es todo cuanto sucede en las cabezas de los que pertenecen a la élite.

La cuestión de la ideología y la relación entre ideología y pragmatismo, antes que nada debe ser analizado en el nivel de la élite. ¿Qué se puede explicar de este modo? Esencialmente dos fenómenos, según Sartori. En primer lugar, los grados de conflicto, de consenso y de cohesión en el interior de distintos países. En segundo lugar, la movilización y la manipulación de masas. En relación al primer punto, según Sartori, si en el interior de una comunidad política están presentes dos o más sistemas de creencias se permitirá el éxito en distinta velocidad según la naturaleza de dichos sistemas. Si los elementos distintivos de cada sistema de creencias son “fijos” (o sea, en la definición de Sartori, cerrados y fuertemente vivos) y, por lo tanto de tipo ideológico, dichos sistemas serán entre ellos incompatibles y resultará necesariamente conflicto entre los distintos grupos de creencias. Si, al contrario, los elementos distintivos de cada sistema de creencias son flexibles (abiertos y poco aprehensivos), ellos estarán amalgamados y las relaciones entre los grupos de creyentes serán de tipo consensual. Si, finalmente, los elementos distintivos están “solidificados” (o sea, abiertos pero muy vivos), los sistemas de creencias resultarán compatibles y las relaciones negociadas prevalecerán en las relaciones entre los grupos de creyentes.

Los sistemas de creencias presentes en las distintas comunidades políticas pueden no ser homogéneos entre ellos. En dos sistemas de creencias determinados, uno puede ser de tipo ideológico y otro de tipo pragmático. El efecto sería, en este caso, un desfase de la comunicación. Los dos grupos de creyentes no están en grado de comprenderse y cada uno proyecta sobre el otro su propia forma mentis: “resulta un juego vendado distinguible por una mala percepción, una mala interpretación y una espiral de sospechas recíprocas. Por ejemplo, el actor pragmático es obligado a sostener que los intereses y los conflictos de intereses son suficientes para explicar y predecir los comportamientos políticos, pero en el actor ideológico, la lógica de los intereses se combina con una lógica de los principios”. En efecto, la política ideológica se configura como una escala de utilidad alterada por una escala ideológica. Por lo tanto, y con perenne sorpresa por parte del pragmatista, la lógica de los intereses no sirve para interpretar y prever los pasos del “ideólogo”.

Por último, la ideología, concebida de este modo, explica la manipulación masiva que ha distinguido al siglo XX. Las ideologías, como se ha observado, son sistemas de creencias hetero-coercitivos, lo que las hace instrumentos formidables a disposición de las élites para manipular y movilizar a las masas. El siglo del sufragio universal ha sido también el siglo en el cual la mentalidad ideológica ha tenido una difusión máxima. De cualquier modo, parece sugerir Sartori que la difusión de las ideologías aparece como un elemento de la democratización del mundo occidental y explica aquellos fenómenos de movilización colectiva que han caracterizado muchas veces a este siglo.

Bastan estos dos ejemplos, dictadura e ideología, para esclarecer el punto de fondo. Tanto el ensayo sobre la dictadura como el de las ideologías han sido pensados claramente como propedéuticos para eventuales investigaciones empíricas. Para Sartori, la teoría política es, en efecto, como ya se ha expresado, la precondición de la investigación. A ello, como lo hemos visto, se le confía la tarea de tratar los conceptos y de proveer a la investigación las hipótesis y las clasificaciones necesarias. Las investigaciones preexistentes proveen conocimientos y sugerencias a la teoría política, pero estos conocimientos preexistentes pueden ser valorizados si y sólo si, hacemos un uso correcto del lenguaje y del método lógico. El intento es aquel de favorecer el engranaje de un círculo virtuoso para el cual la teoría política debe generar investigación cuyos resultados, a su vez, retroactúen, por decirlo de algún modo, sobre la teoría, permitiéndole las adaptaciones necesarias para los nuevos conocimientos.

Regreso, concluyendo, a mi punto de partida. Conjuntamente a la teoría de la democracia y a la teoría de los sistemas de partido, la lección metodológica de Sartori y su modo de entender la teoría política han ejercido, y creo que ejercerán también en el futuro, muchas influencias positivas sobre la ciencia política. Seguramente le confieren a Sartori, entre los estudiosos de su generación, una posición original casi única. Si a la teoría de la democracia, además de Sartori, ha dado una contribución muy relevante Robert Dahl, si a la teoría de los sistemas de partido, además de Sartori, han dado una contribución crucial estudiosos como Stein Rokkan, Seymour M. Lipset y Juan Linz (hablo siempre de la generación de Sartori), no hay duda que no encontramos en ninguno de estos autores, aunque todos ellos son muy finos, el rigor metodológico que es particular de Sartori. Y creo que esto es al final el verdadero secreto de su obra, la razón por la cual sabemos que no sólo nosotros, sino también las próximas generaciones de científicos políticos, deberán necesariamente vérselas con la obra de Sartori”.

(*) Angelo Panebianco (Universidad de Boloña-Italia): “Sartori y la ciencia política”.

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