Por Otto Schmucler.-

Leía una carta en la que se citaba a la ley 26774, que posibilitó el voto a los adolescentes a partir de los 16 años donde se argumentaba que con los jóvenes votando crece la democracia y por añadidura, todos nosotros como sociedad.

Es por ello que escribo aquí, para marcar diferencias con lo expresado en la citada, porque considero que fue un error que los ciudadanos no nos hayamos involucrado en 2012 para rechazar aquella iniciativa (que terminó en ley) con la misma fuerza con la que se expresó hoy la sociedad para forzar el debate por la boleta única de papel.

Se trató de una hábil jugada con la que el kirchnerismo (promotor de la misma) vislumbró una ganancia electoral aprovechando el adoctrinamiento que desde las escuelas se ejercía a los alumnos para cosechar sus frutos. O nos hemos olvidado de Nestornauta, ¿ya?

A un adolescente, a quien lo encuentra en medio de profundos cambios emocionales, físicos y psicológicos, propios de la pubertad, cambios estos que la ciencia estima se estabilizan recién entre los 18 y 19 años, no debería delegársele la tremenda responsabilidad de influir, con su voto, en las elecciones presidenciales que definen el destino del país por 4 o más años.

Una criatura, que en muchos casos integra el ejército de “ninis” (que no estudian ni trabajan) ¿puede elegir con independencia de criterio sabiendo que sus padres están recibiendo distintos tipos de subsidios por la situación en la que se encuentran ellos mismos?