Por Oscar Edgardo García.-

El poder es la capacidad o la facultad de hacer determinada cosa y los poderosos tienen dos posibilidades para llevarlo a la práctica: construir o destruir.

Los últimos acontecimientos que se vienen desarrollando en el país demuestran cabalmente que el sindicalismo ejercita su poder para destruir fuentes de trabajo y para dañar a la ya maltrecha economía argentina.

Las embestidas a las grandes corporaciones logran que no produzcan, que no realicen nuevas inversiones o, lo que es mucho peor, que abandonen el país.

En cuanto a las Pymes locales, como es el caso de Lácteos Vidal entre muchos otros, destruyen el trabajo de los inmigrantes que llegaron al país en el siglo pasado para engrandecerlo así como también el esfuerzo de sus herederos para mantener la tradición productiva de sus progenitores y la continuidad de la generación de puestos de trabajo.

Pero no solo aniquilan a esas empresas familiares sino también a la vida de los pequeños pueblos en los que los emprendedores desarrollan sus actividades empleando a sus habitantes que, en muchos casos, no poseen otras alternativas laborales para su subsistencia.

Los grupos gremialistas no ejercen su poder para construir mejores alternativas o condiciones laborales sino que dedican neciamente su tiempo a «escupir hacia arriba» y los resultados que provocan están a la vista.

Todo empresario normalmente desarrolla investigaciones sobre el consumidor y el mercado para conocer el contexto en el que ambos se desenvuelven y de ese modo estar preparado para lo inesperado pero difícilmente puede llegar a percatarse sobre todo lo que le espera con el perverso sindicalismo.

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