Por Ricardo Bustos.-

La realidad está ante nosotros. La población, en su gran mayoría, está padeciendo una de las tantas terribles crisis socioeconómicas de la historia, aguantando como puede los embates de la mala economía que ha deteriorado cada minuto un poco más la vida cotidiana de todos.

Somos un país contradictorio, que no se ha caracterizado por tener una salida de emergencias sólida.

La historia nos dice que desde la inauguración del emblemático sillón presidencial, muchos descubrieron antes de tiempo y en carne propia, el significado literal de la palabra «catapulta» (instrumento bélico utilizado en la antigüedad para el lanzamiento a distancia de grandes objetos a modo de proyectiles)

Tarde para llorar, ha sido siempre la premisa a la hora de solucionar algún grave problema institucional, económico o social y las lágrimas fueron el resultado al final de aquello que no se pudo resolver con el consenso, debate serio y respetuoso, ideas de soluciones posibles o simplemente, unión de voluntades dejando de lado por un momento los intereses personales.

Argentina, nuestro querido país, es el arte de practicar el «después vemos».

El mismo «después vemos» que dejó patriotas deshilachados desde «el pueblo quiere saber de qué se trata».

Hemos comprobado, muy tarde ya, que somos una República sin identidad.

Rosas y Urquiza, representantes de los Federales y Unitarios (que habitaron el mismo suelo), lucharon por sus ideales comerciales no políticos. Al final de sus vidas, Rosas vivía en Inglaterra, a donde había huido después de ser derrotado por Urquiza y éste le enviaba ayuda de todo tipo con cartas manuscritas, donde iba detallando de qué manera transcurrían los días en el país (Inglaterra era enemigo de Argentina). Rosas muere en la pobreza absoluta, abandonado por propios y extraños y a Urquiza, lo asesinan en el palacio San José de Entre Ríos a traición.

La mayoría de los hombres que hicieron o contribuyeron a construir esta nueva y joven nación, murieron en el exilio, olvidados y sin gloria.

29 hombres que suscribieron el acta de la Independencia Argentina el 9 de julio, 15 fueron encarcelados o debieron exiliarse para evitar sanciones o venganzas.

Pasaron 30 años desde su muerte para que los restos del Libertador regresaran a su tierra. San Martín falleció en Boulogne Sur Mer (Francia) el 17 de agosto de 1850 a la edad de 72 años.

Triste, solitario y final, Manuel Belgrano falleció el 20 de junio de 1820, en Buenos Aires, en la que fuera su casa paterna, donde pasó sus últimos días. Hacía muy poco había cumplido 50 años.

El hombre que estrenó el primer sillón presidencial, Bernardino Rivadavia, murió en el exilio, el 2 de septiembre de 1845, a la edad de 65 años. Desengañado de la Argentina, olvidado por sus compatriotas y desairado por sus propios hijos, la muerte lo encontró en Cádiz (España), donde pasó los dos últimos años de su vida, solo y enfermo.

El Caudillo Juan Facundo Quiroga, El Tigre de los Llanos, murió el 16 de febrero de 1835, a los 46 años de edad, en una emboscada que sus enemigos le tendieron en Barranca Yaco, un paraje del norte cordobés.

Juan Bautista Alberdi y Dalmacio Vélez Sarsfield, los dos juristas más importantes de la historia argentina, contemporáneos además; padre, uno de ellos, de la Constitución Nacional y, el otro, del Código Civil, no reposan en el lugar donde murieron.

Juan Bautista Alberdi murió en un hospicio de París, el 19 de junio de 1884, a la edad de 74 años.

Dalmacio Vélez Sarsfield -serrano de Amboy, porteño por adopción- falleció en Buenos Aires, el 30 de marzo de 1875, a los 75 años de edad.

Domingo Faustino Sarmiento falleció el 11 de septiembre de 1888 en Asunción del Paraguay, donde se había trasladado por propia decisión, decidido a pasar allí los últimos años de su vida. Tenía 77 años de edad. La lista de ejemplos es tan grande que podemos estar hasta mañana escribiendo sobre nuestros próceres ignorados por la historia. Nuevamente, estamos ante otro desencuentro generado por los intereses (disfrazados de ideología, pero la verdad resulta ser económica y de intereses por el poder mismo).

La memoria débil de los ciudadanos, a los que le han agregado una enorme dosis de sometimiento ideológico, ha llevado a esta nueva estructura social al límite del precipicio y solo haría falta un leve empujoncito para que, una vez más, exhiban la misma película en el mismo cine imaginario que es la República Argentina.

«No podemos resolver problemas pensando de la misma manera que cuando los creamos». (Albert Einstein)

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